Entre brindis y brindis por el segundo aniversario de su cueva, La Murci recuerda tiempos mejores, cuando los lectores abarrotaban sus túneles y la creación literaria no respondía a intereses comerciales. La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP
Imaginaciones chatas
Entre brindis y brindis por el segundo aniversario de su cueva, La Murci recuerda tiempos mejores, cuando los lectores abarrotaban sus túneles y la creación literaria no respondía a intereses comerciales. La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP
Texto de La Murciélaga 11/06/20
La cueva. Oscura. Afuera llueve y muy arriba, por encima de las negras nubes, brilla la luna. No puedo verla pero puedo sentirla: se me eriza el pelaje. En algún lugar, no aquí, el aullido de un lobo. ¿Escuchan a esas dulces criaturas de la noche? De pronto, en la cueva, una luz: es la llama diminuta que danza sobre la punta de un par de velas encajadas en el centro de un blodplättar. Una fuerza negra, inmaterial, me acerca el plato. Y unas voces graves, provenientes de alguna profundidad infernal, comienzan a cantar: “Estas sooon las mañaniiiitas que cantaaaaba el Rey Covid, a las murcielaguitas bien prechiochas se las cantamos así”. ¡Es mi cumpleaños! Ay muchaches, no se hubieran molestado. Sé que son tiempos raros, y que seguirán siendo extraños, pero también hay que celebrar, ¿a poco no?
¿Qué podemos celebrar? Si le rasco recuerdo que hace un par de años, por estas fechas, se pudo abrir la cueva que habito. ¡Fue una noche para recordar! Llovía. Y sigue lloviendo, aún se me mete el agua a la cueva (¡han amenazado con cambiarme el nombre a La Nutria!), pero mis muchaches siguen al pie del cañón, con trapeador. Levanto mi bloody mary y brindo por eso. Hace dos años, en la noche de inauguración, mi cueva estuvo a reventar y ahora es una triste bodega de libros, habitada apenas por los fantasmas del recuerdo y los ultimátum de los rentistas culeros; pero aún puedo decir que existe una cueva y un público interesado en los buenos libros que les envío. Así que, de nuevo, levanto mi bloody mary y brindo por eso. Hace dos años mis cuatro muchaches posaron para una foto: estaban contentos de poder abrir mis puertas. Brindaron con orín de murciélago. Y a pesar de que son humanos, que se han enfermado, preocupado, emborrachado, crudeado, estresado, desestresado, enamorado, desenamorado, comido, descomido y todas las cimas y simas de lo humano, han logrado mantener su sociedad: de nueva cuenta, levanto mi copa, ya medio vacía, y brindo por ellos.
Está bueno el blodplättar que me arrimaron las fuerzas inmateriales que hoy me animan, les compartiría un poco (o ceviche o pizza o chilaquiles, como solía hacerse en la cueva, para sazonar el ocio lector), pero ya ven que no se puede. Algo se me ocurrirá, estoy segura. Así que por esa confianza en mis fuerzas para enfrentar el mañana, y por volverlos a ver, levanto por última vez mi copa, me la empino, y me sirvo otra. En fin: a otra cosa mariposa negra.
¿Qué tenemos? Dentro de malas noticias, ¡una noticia peor! ¿De dónde proviene? De los sótanos oscuros del periodismo cultural. Aún más grave: desde los extraños anaqueles que albergan los libros de géneros populares. En este caso, la novela negra. Y ya sé, se repite por ahí la cantaleta de que es imposible hacer crítica seria, literaria, sobre el género negro, ¿pero qué tal una crítica cultural? Es que creo que esto sí nos importa como lectores. Entonces: la nota. Se titula “No pubs, no kissing, no flying: how Covid-19 is forcing authors to change their novels” y fue escrita por Alison Flood a inicios de este mes en un periódico que se llama The Guardian. No sé si lo ubiquen. El caso es que reporta que cierto político y su coautor, un novelista, están escribiendo un thriller, ¡pero ahora no saben qué hacer! Como se desarrollaba en un futuro cercano, porque creo que tiene algo de ciencia ficción, ahora deben decidir si para entonces ya habrá vacuna, o cómo se comportarán sus personajes socialmente (¿se besarán, se darán la mano, se habrán acostumbrado a la pandemia?). Otra escritora, Holly Watt, citada en el mismo artículo: “Estoy tratando de imaginar dónde estaremos. ¿Habrá una vacuna? ¿Subirse a un avión sonará increíblemente anacrónico? ¿Será raro que mis personajes trabajen desde una oficina?”. En fin, etcétera. No puedo seguir leyendo, ¡arrojo The Guardian a un rincón de la cueva donde espontáneamente arde en llamas! ¿No es escandaloso? ¿En qué época vivimos? Recuerdo cuando los libros literarios (y tengo varios así en mi cueva, si no pregúntenme) eran algo más que páginas de prosa correcta o realista, donde solía dársele cierta importancia a la imaginación antes que a lo verosímil. Cuando el trabajo de un novelista no dependía de ver cómo afectaba la lluvia a su escritura, sino cómo atacaría al lenguaje. No le echen la culpa al COVID por escribir peor, la culpa la tiene la industria editorial contemporánea y sus extrañas exigencias.
Ay, perdón, me exalté y se me asomó lo crítica literaria. Y la verdad no es mi onda: sólo soy una humilde aunque eterna criatura de la noche que vende libros de segunda mano.
Como sea, ¡FELICIDADES a mí! EP
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