En opinión del autor, el debate en torno a la nueva dirección del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) es muestra de un cambio de paradigmas y el inicio de una revolución científica, llamada a sentar las bases para que la ciencia mexicana permita a la sociedad revalorar la visión campesina e indígena de la producción y la conservación de la naturaleza, como parte fundamental de nuestra supervivencia.
Lucha de paradigmas en la ciencia mexicana
En opinión del autor, el debate en torno a la nueva dirección del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) es muestra de un cambio de paradigmas y el inicio de una revolución científica, llamada a sentar las bases para que la ciencia mexicana permita a la sociedad revalorar la visión campesina e indígena de la producción y la conservación de la naturaleza, como parte fundamental de nuestra supervivencia.
Texto de Carlos H. Ávila Bello 09/05/19
En la coyuntura que ha suscitado el cambio de dirección en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), así como de los cuestionamientos acerca de la revisión de los millonarios financiamientos a empresas nacionales y transnacionales, presenciamos un enfrentamiento entre formas diferentes de concebir la realidad científica, económica y política de la ciencia y del país. Esto debería desembocar en un debate acerca no sólo del modelo neoliberal de desarrollo seguido durante los últimos años, sino también de la revisión de otros modelos civilizatorios que permitan subsistir a la humanidad. De acuerdo con Thomas Kuhn (2006), un paradigma es un conjunto de ideas aceptadas como un ejemplo o modelo para responder a diferentes interrogantes que se presentaban oscuras y confusas para un anterior paradigma de pensamiento. En este sentido, lo que actualmente sucede con la ciencia en México, específicamente con la instancia encargada de esta tarea por parte del gobierno, el Conacyt, es un cambio de paradigmas y el inicio de una revolución científica.
Las nuevas dudas permiten la aparición de nuevos paradigmas, pues ante los enigmas que buscan resolver los científicos, abandonan métodos tradicionales de investigación para poner a prueba su ingenio y creatividad. Ante una crisis inocultable, Kuhn (2006) menciona que existe un paralelismo, a veces complementario, entre las revoluciones políticas y las científicas. Cuando un segmento de la comunidad científica o política se percata de que un conjunto de ideas científicas o instituciones creadas para soportarlos ya no abordan adecuadamente los problemas para los que fueron creadas, se acumula la evidencia que muestra la necesidad de cambiar. Las diferencias se pueden hacer tan profundas en la sociedad que provoquen divisiones en ella: unos defienden las viejas instituciones y sus paradigmas o estructuras y otros buscan instituir un nuevo orden. Al evolucionar, la ciencia presenta evidencia lógica, empírica, deductiva y experimental que sustituye los viejos paradigmas, además de acumular evidencia que llena lagunas en el conocimiento o en aspectos que se concebían de cierta manera y finalmente resultaron falsos. Por ejemplo, durante el Renacimiento Copérnico descubrió que la Tierra no es el centro del universo; posteriormente Galileo Galilei defendió el sistema cósmico de Copérnico, lo cual casi le cuesta la vida; Newton, con su visión mecanicista de la tierra, sentó las bases para concebir a nuestro planeta como un sistema; Darwin y Wallace plantearon una revolución paradigmática que transformó por completo nuestra visión del mundo y del devenir de los seres vivos en el planeta. Fueron muy profundos los cambios provocados en la estructura mental, institucional y hasta espiritual del mundo por la Teoría de la Evolución.
La actual lucha de paradigmas en México es tanto científica como política y económica. Lo que ha planteado la actual directora del Conacyt, Elena Álvarez-Buylla, es precisamente un cambio de paradigmas científicos y políticos, especialmente en relación con los recursos biológicos del país y en particular con los relacionados con la agricultura y la salud. Lo anterior sucede porque para nuestra supervivencia dependemos, casi en su totalidad, de las plantas con flores o angiospermas, no en balde el maestro Efraím Hernández Xolocotzi destacaba que “somos animales angiospérmicos” por esta absoluta dependencia.
La Revolución Verde, un viejo paradigma
En la agricultura el uso de insecticidas, herbicidas y fertilizantes sintéticos se asocia al paradigma de la llamada Revolución Verde, impulsada en México desde la década de los cuarenta del siglo XX por la Fundación Rockefeller y la Oficina de Estudios Especiales, precursora del actual Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias (INIFAP). El principal argumento que esgrimió la Revolución Verde fue que la producción de alimentos en el mundo no era suficiente para satisfacer las necesidades de una población en constante crecimiento, especialmente después de las grandes guerras, argumento falso ya que, como se ha comprobado a través de los años, el problema de la alimentación en el mundo no es de producción, sino de distribución (Alexandratos, 1999).
El objetivo de la Revolución Verde fue aumentar los rendimientos de los principales cereales que alimentan al mundo —maíz, trigo y arroz— a través de paquetes tecnológicos consistentes en la adopción de semillas “mejoradas”, de un sólo tipo de cultivo y uniformes genéticamente, así como de riego, fertilizantes, insecticidas, herbicidas, fungicidas o nematicidas “necesarios” para aumentar los rendimientos, con un fuerte componente económico. La mayor parte de los agroquímicos utilizados en el paquete mencionado fueron fabricados y vendidos por empresas que utilizaron parte de esos compuestos durante las dos guerras mundiales en la producción de diferentes armas y que cambiaron su producción hacia el sector agropecuario. Actualmente la Revolución Verde tiene un nuevo elemento, los transgénicos, cuyo uso en la producción de nuestros alimentos ha generado una amplia polémica en el mundo entero, en México especialmente en relación con el maíz y la contaminación de la miel.
Viejos paradigmas: evidencias irrefutables
En la actualidad las evidencias demuestran claramente que el paradigma de la Revolución Verde no cumplió con sus promesas y ha llegado a un agotamiento, además de haber contribuido a la actual crisis planetaria; los datos acerca del aumento del hambre, la pobreza y la concentración de la riqueza lo corroboran. El número de personas que viven con menos de dos dólares por día en América Latina y el Caribe ha aumentado de 104 millones en 1981 a 121 en 2004 (Chen y Ravallion, 2007 y 2008). En México, las tres mil familias más ricas obtienen al día $5,600.00 dólares, mientras los más pobres ganan $9.00 dólares diarios (Raphael, 2015). Lo anterior crea una amplia desigualdad y pobreza, lo que constituye una afrenta moral para la autonomía y dignidad del ser humano, así como una exclusión del ejercicio de la ciudadanía (Dieterlen, 2010). En 2005 México fue calificado por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) como uno de los países latinoamericanos con mayor desigualdad (Cortés, 2010). De acuerdo con este último autor, la pobreza alimentaria aumentó entre 1994 y 1995 más de 15%, es decir, 34.7 millones de mexicanos no tuvieron los sufi cientes ingresos para adquirir la canasta básica; para 2006, el país se recuperó lentamente, pero el aumento en los precios internacionales de los alimentos provocó en 2008 una nueva crisis, por lo que para 2009 se agregaron más pobres a los 5.1 millones de pobres alimentarios y a los 6 millones de pobres en capacidades.
Por otra parte, en la segunda mitad del siglo pasado Rachel Carson en su emblemático libro La primavera silenciosa (1962), reportó los efectos nocivos del DDT, usado también en la Revolución Verde. En aquel entonces incluso se rociaba en la playa a los niños para evitar la proliferación de piojos. Los estudios de Carson provocaron el inicio de grandes movimientos ambientalistas y la creación de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos. Posteriormente, con base en estudios formales, se documentaron los efectos que este compuesto químico tiene en la naturaleza y la salud humana, lo que llevó su prohibición.
En el estudio de evaluación de los ecosistemas del milenio (Millennium Ecosystem Assessment, 2005), se demostró que, a partir del uso de fertilizantes nitrogenados en 1913, se ha incorporado más nitrógeno al ambiente del que producen todos los fenómenos naturales del planeta, lo que ha provocado la contaminación de lagos, presas, la desaparición de peces y otros animales acuáticos. Del mismo modo, diferentes estudios han comprobado que el glifosato usado como agente activo en las formulaciones comerciales del herbicida conocido como Roundup (Faena en México), para la producción con semillas “mejoradas” o transgénicas, afecta la estructura del ADN no sólo de plantas, sino también de mamíferos, causa muerte celular y puede provocar malformaciones durante el embarazo (Monroy et al., 2005; Martínez et al., 2007). Los herbicidas han provocado la desaparición de casi todos los quelites de las milpas popolucas en la zona de Los Tuxtlas, Veracruz (Blanco R., 2006; Martínez F., 2008) y están en peligro algunas leguminosas cuyas propiedades en la fijación de nitrógeno aún desconocemos. Lo mismo pasa con los insectos: un estudio realizado en la Universidad de Sydney reveló que más de 40% de las especies están disminuyendo rápidamente y un tercio de ellas se encuentran en peligro de extinción. La masa total de insectos está descendiendo a una tasa anual de 2.5%, tendencia que, de mantenerse, podría extinguir a los insectos aproximadamente en un siglo (Conacyt, 2019). Otros indican que hasta el momento más del 77% de los insectos voladores en Alemania han desaparecido (Stager, 2018).
Desde 1960 se ha duplicado la cantidad de agua extraída de ríos y lagos, la mayor parte de ella destinada a la agricultura empresarial. La ganadería intensiva es la actividad económica que más metano emite al ambiente: al menos 113 millones de toneladas año; en comparación, la minería generó 49 millones de toneladas año y la extracción de gas y petróleo 18 millones (Schoijet, 2008); en Australia se encontró que por cada kilogramo de forraje se producen 5.9 kg de CO2 mientras que por cada kg de carne se producen 7.2 kg de ese mismo gas (Tomich et al., 2011). En Veracruz la ganadería ocupa más del 69% de la tierra cultivable, y aunque aporta el 24% del PIB, tiene una baja eficiencia en términos de superficie ocupada y producción de capital (0.34%).
Nuevos paradigmas: en busca de un nuevo proceso civilizatorio
En tanto la Revolución Verde se desarrollaba y se impulsaba desde México, el maestro Efraím Hernández Xolocotzi, desde la década de los 50 hasta su muerte en 1991, formulaba un paradigma diametralmente opuesto: sentó en nuestro país las bases de la etnobotánica y de la agroecología modernas para estudiar, con ayuda de la primera, la relación entre los seres humanos y las plantas que se aprovechan en diferentes ambientes y culturas a través del tiempo. En cuanto a la agroecología, sin llamarse aún así, ésta era concebida por Hernández Xolocotzi como el estudio integral de los agroecosistemas, paso inicial para lograr una agricultura conservacionista. Muchos de sus proyectos se dedicaron, por un lado, a documentar los usos, lógica de uso y conservación de la naturaleza empleadas por los pueblos originarios al llevar a cabo prácticas agrícolas, pecuarias y forestales, lo que él llamó tecnología agrícola tradicional (TAT) y por otro a experimentar diferentes innovaciones que buscaban conservar la naturaleza sin dejar de producir alimentos, plantas medicinales, de ornato, forestales y frutales, para satisfacer las necesidades locales bajo las condiciones ecológicas, económicas y culturales de los productores. Los paradigmas de la agroecología y la sustentabilidad, hoy mucho más consolidados y cultivados por gran parte de la comunidad científica de esta área del conocimiento, se enfrentan a la Revolución Verde.
La agroecología debe entenderse no sólo como la producción orgánica, sino también como el proceso de uso sustentable de diferentes territorios, especialmente indígenas y campesinos; esta ciencia —fuertemente relacionada con los flujos de energía, la interacción de las especies, el flujo de materiales y el manejo que los seres humanos hacen de la naturaleza— estudia el conjunto de relaciones que se establecen en un sistema complejo, para comprender los fenómenos económicos, sociales y políticos que afectan al proceso de producción agrícola, como el cambio climático, la disminución del agua potable (Tomich et al., 2011), la pérdida de diversidad biológica y la pobreza. La agroecología contemporánea integra conceptos y métodos de las ciencias sociales que pueden permitir una mejor comprensión de la agricultura como un fenómeno cultural llevado a cabo en diferentes contextos ambientales; de hecho, la inclusión de las humanidades en el nombre mismo del Conacyt debe verse como el paso necesario para abordar la complejidad de los problemas que enfrenta, con base en equipos interdisciplinarios de científicos de diferentes áreas del conocimiento que propongan soluciones con una visión holística de los fenómenos. En este sentido, la agroecología ha evolucionado para transformarse en una ciencia integral, interdisciplinaria y transdisciplinaria cuando se incluye a la TAT y sus actores, en un proceso de diálogo de saberes e interculturalidad, que a la Revolución Verde y a sus defensores, por su puesto, no les interesa promover, ni entender. La riqueza biocultural y cosmovisión de los pueblos originarios y campesinos puede dar directrices para encontrar un camino civilizatorio diferente al del uso, abuso y extracción de la naturaleza, con fines de enriquecimiento económico de unos cuantos, que han trazado el neoliberalismo y el capitalismo en los últimos años.
Enfrentamiento de dos paradigmas: lucha económica y política
En la coyuntura del cambio de poder en el gobierno mexicano, se promueve una campaña mediática en contra del Conacyt y su directora, lo cual es parte de la confrontación de estos dos paradigmas. Algunos periodistas lo han querido personalizar. Es el caso de Antimio Cruz (2019), quien anota en el diario Crónica, que la actitud de Elena Álvarez-Buylla es la de una “feroz oponente” o “militante antitransgénicos”, aunque podría decirse lo mismo, en sentido contrario, de Francisco Bolívar Zapata y Luis Herrera Estrella. El actual secretario de Agricultura y buena parte de su equipo promovieron por mucho tiempo los transgénicos.
Este proceso de lucha de paradigmas, que discutió de manera acertada Kuhn (2006), también tiene implicaciones económicas y políticas. Una de las batallas actuales es por el escaso presupuesto para el Conacyt, que no debió disminuir sino aumentar o al menos mantenerse igual. El Conacyt estableció en 2009 el Programa de Estímulos
a la Innovación (PEI), instrumento mediante el cual se destinaron recursos a las empresas para fomentar la inversión en proyectos de innovación tecnológica: se esperaba la generación de empleos de calidad, la producción de patentes, así como la creación de redes de innovación y alianzas estratégicas. De acuerdo con Sánchez Jiménez y Poy Solano (2019), algunas de las principales empresas beneficiadas fueron Continental, con 203 millones 750 mil pesos; Intel, con 202 millones 217 mil pesos; IBM obtuvo 54 millones 409 mil; Monsanto obtuvo en 2009 20 millones 792 mil pesos para mejoramiento genético del maíz y para desarrollar híbridos de sorgo. Volkswagen obtuvo un subsidio de 168 millones 334 mil pesos para ocho proyectos; Honeywell obtuvo 143 millones 224 mil pesos para 34 investigaciones y desarrollos tecnológicos; la manufacturera automotriz Katcon recibió 147 millones 325 mil pesos. A Bayer le fueron transferidos 21 millones 738 mil pesos de fondos públicos para estudios sobre herbicidas y medicamentos. Empresas automotrices o desarrolladoras de tecnología automotriz como Ford, General Motors, Nissan y Huf recibieron más de 113 millones de pesos. A Kimberly Clark se le destinó un subsidio por 39 millones 494 mil pesos para tres investigaciones, y a Industrial Minera México, 12 millones 96 mil pesos por 12 proyectos. De acuerdo con Ribeiro (2019) y Musacchio (2019), también fueron beneficiadas diferentes transnacionales del sector farmacéutico como Roche, Sanofi , Novartis, GlaxoSimthKline y StelaGenomics, de Luis Herrera Estrella; es importante mencionar que el mercado farmacéutico mundial representó en 2017 1.1 billones de dólares y se prevé que alcance los 1.43 billones para el 2020; además, cuatro de las farmacéuticas beneficiadas económicamente por Conacyt aparecen en la lista de las 10 empresas del sector con mayores ganancias en 2017 (Aimfa, 2019; Xirau, 2019).
En contraste, desde la década de los 90 el Estado mexicano ha desmantelado sistemáticamente las instituciones nacionales dedicadas a la investigación. El caso del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias es uno de
los más ilustrativos: en 1986, cuando se fusionaron los tres institutos nacionales de investigación que lo componen, contaba con tres mil investigadores; actualmente son 900, muchos de ellos en edad de retiro, para quienes es imposible atender los diferentes problemas que presenta el sector en un país tan diverso en lo cultural y biológico como México, con 49 de las 100 especies de pinos del mundo y más de 59 razas de maíz. Además, este instituto ya no cuenta con financiamiento propio para llevar a cabo investigación. Lo mismo sucede con las universidades públicas del país: los recursos para llevar a cabo investigación son escasos o nulos y se debe concursar por ellos. Muchos investigadores hemos vivido convocatorias de Conacyt que parecían ser retratos hablados de proyectos en progreso, ya comprometidos o que serían “administrados” por entidades a las que no se sabe a ciencia cierta por qué se les otorgaba ese privilegio.
La actual lucha de paradigmas que se lleva a cabo por los cambios que se impulsan en el Conacyt debe sentar las bases para que los caminos que recorra la ciencia mexicana permitan a la sociedad revalorar la visión campesina e indígena de la producción, de la conservación de la naturaleza como parte intrínseca de nuestra supervivencia; lograr un progreso incluyente no basado en el financiamiento a élites corporativas, sino en el apoyo a las instituciones públicas que dedican esfuerzos a la generación de conocimiento centrado en el bien colectivo, a preparar recursos humanos de alto nivel. Lo anterior es fundamental porque permitirá el logro de una independencia real, la producción sustentable de alimentos sanos, alcanzar la autosuficiencia alimentaria (empezando localmente), la conservación de los recursos naturales asociados no sólo a la producción, sino también al abastecimiento de servicios como el oxígeno, el agua, la captura de gases de efecto invernadero, la producción de medicinas y el impulso a industrias farmacéuticas nacionales, entre otras muchas, con base en la riqueza biocultural heredada de los pueblos originarios, riqueza que debe conservarse en manos nacionales, reconociendo derechos colectivos y consuetudinarios, y mejorarse para el bien de todas y todos quienes habitamos este país. EP
Literatura citada
Agrupación de Investigación y Marketing Farmacéutico (Aimfa), 2019, “Top 10 de las farmacéuticas 2018 a nivel mundial”, disponible en aimfa.es/top-10-companias-farmaceuticas-2018-nivel-mundial/, consultado el 23 de marzo de 2019.
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