Virus, mercado, Estado: tiniebla

Virus + mercado + Estado de bienestar: ¿en qué tinieblas se unen un criminal natural y una creación humana capaz de destruir el sistema inmunológico de las sociedades?

Texto de 23/07/20

Virus + mercado + Estado de bienestar: ¿en qué tinieblas se unen un criminal natural y una creación humana capaz de destruir el sistema inmunológico de las sociedades?

Tiempo de lectura: 5 minutos

1.

En El corazón de las tinieblas, la experiencia humana se mira a sí misma para ver qué tan bajo podemos caer. Cuando Marlow y su gente anclan en el Támesis están rodeados de una oscuridad física. Algo siniestro y de una misteriosa profundidad envuelve el ambiente de los hombres estacionados con, en y a su barco. Conrad arrastra a los lectores a esa penumbra de maldad aérea —respirable—,  siniestra e inabarcable. No acabará allí, claro: esto es sólo un reposo.

El descenso a lo sombrío es más pronunciado en el continente a medida que Marlow lo penetra. Y es aún más siniestro cuando indaga en la personalidad del opaco Kurtz, epítome de la idea del alma rancia de la humanidad. La obra de Conrad opera en el juego de pares contrapuestos entre oscuridad y claridad, sombra y sol. La triste y cerrada noche y la apertura jovial del día están a menudo expuestos por contraste. Pero, aunque en las condiciones adecuadas la luz puede limpiar el escenario, la oscuridad —no física sino intelectual, espiritual— controla el ambiente, las relaciones y el sentido de la vida. (No hay respiro, tampoco, cuando esa luz, esa claridad, son estridentes: en el Continente Oscuro, el sol quema.) Será Kurtz quien dé sentido al corazón negro de la novela cuando confiese a Marlow su fracaso: “Estoy recostado aquí, esperando la muerte”.

2.

No puedo dejar de imaginar la avanzada del Virus de Mierda como una oscuridad indeseable sobre las personas más enfermas, recostadas —no como Kurtz, sino como un espíritu de época— esperando la muerte. Esa muerte —esa oscuridad— no es cobro ni factura —católica, visceral, divinamente premeditada— por una vida equivocada sino una condena inesperada, azarosa, imprevisible. Como si alguien fuera caminando por la calle y de repente cayese sobre su humanidad un manto instantáneo que lo ahoga sin que alcance a enterarse qué pasó. 

La invisibilidad hace más ominosa la nueva muerte: lo invisible siempre nos resulta oscuro en sus peores formas, listo para apoderarse de nosotros. Fantasmas, ánimas: virus. Ninguno de nosotros está en un viaje hacia la oscuridad humana como Conrad en su mano a mano con sus propios demonios para delinear a Kurtz, pero el puto Virus de Mierda sí que nos ha fundido en preguntas existenciales, finalistas. 

No se mientan: en algún momento todos hemos puesto en la mesa —y no sólo como proyecto— si lo que hacíamos estaba bien —y ese hacíamos es mayestáticamente inmenso: es un nosotros gigante, que engloba a toda la raza—: si este ataque desde el corazón de las tinieblas no era en parte nuestra responsabilidad. Sabemos que el virus no fue producido por el hombre —en el sentido de que su ingeniería no es producto de la manipulación farmacéutica que desean ver los conspiranoicos—, pero sí es producto del hombre —en cuanto la ampliación de nuestras fronteras productivas y urbanas nos ponen en contacto con formas de vida —murciélagos, esas ratas aéreas; monos, nuestros primos inferiores— que mejor sería mantener a distancia.

3.

Dije ampliación de fronteras productivas y debiera decir también contracción de habilidades productivas. Hace no mucho tiempo —veinte a treinta años—, esa grandiosa entelequia invisible y oscura llamada El Mercado decidió que sin una carrera universitaria —y, progresivamente, sin un master y un doctorado y, en nada, un posdoc—, la capacidad de un individuo de capturar una porción significativa de las rentas se reduce casi sin contemplaciones. El Virus de Mierda nos ha mostrado de qué está hecho el barco en que navegamos hacia la oscuridad del futuro: en las cabinas superiores, los bien plantados verán pasar la crisis haciendo wait & see, en casa y sentados sobre montañas de efectivo, a la espera de que la devastación presente oportunidades para ir por más; en medio, las clases medias sacarán la cabeza por las escotillas; la mayoría se salvará ajustando su presupuesto y una porción nada menor —en los pisos inferiores— acabará precarizada, jodida: ahorros agotados, trabajo —si hay, si no se perdió ya— de peor calidad; y más abajo, en las salas de máquinas, la película ya vista: ahogados, fritos. El pobrerío. 

El Virus de Mierda no tiene prejuicios y es bastante democrático para enfermar si alguien se expone, pero antes y después de eso hay variables que afectan más a quienes menos tienen. Un rico puede pagarse su entrada al hospital más caro, un clasemediero podrá pagar un test privado y esconderse en casa a la espera de no empeorar, un pobre no puede pagar mucho. Vive en barrios hacinados con otras decenas de miles de jodidos, infantería más o menos prescindible, obligada a rebuscársela durante las cuarentenas para poner algo sobre la mesa, empujada a mantener la caldera en funcionamiento para que los de los camarotes superiores tengan su verdura fresca y no se les corte la luz.  

“No puedo dejar de imaginar la avanzada del Virus de Mierda como una oscuridad indeseable sobre las personas más enfermas, recostadas —no como Kurtz, sino como un espíritu de época— esperando la muerte.”

¿No aporta valor creciente o exponencial porque no tiene herramientas educativas, porque no pertenece? A arreglárselas en la sala de máquinas quitando el agua en la que te hundirás. Nuestro privilegio de hacernos preguntas existencialistas —que quizás nos hagan mejores, claro— y tontear con nuestras fotos de barbas desprolijas y pelos crecidos en Twitter —guilty— lo financia en parte el trabajo de miles de mujeres y hombres en los mercados de abastos, los campos, el tambo, las panaderías. El matadero.

Ninguno de nosotros baja a esas oscuridades.

4.

El Virus de Mierda y El Mercado tienen ARN con rulos semánticos compartidos. Hay virus —miles— beneficiosos para la humanidad de la misma manera que muchos agentes en el mercado generan acciones provechosas para las mayorías. Hay, claro, diferencias sustantivas. La amoralidad del Virus de Mierda es natural; El Mercado crea la suya con ideología. Uno es hijo de la criminal más perfecta —la naturaleza—; al otro lo creamos los humanos. Pero en estos días El Virus de Mierda exhibió cómo, año tras año y ante nuestros ojos cómplices o ignorantes, El Mercado se ha convertido en un radical libre. Gestión tras gestión, se ha ido cargando los resortes de contención de las pandemias, sanitarias o económicas. El Estado de Bienestar, el principal sistema inmunológico de las sociedades, tiene respirador artificial en fase uno en Europa —su intubación no es invasiva— y en fase dos en muchas naciones de América Latina, donde la intubación es terminal. 

Por eso no cuesta ver hoy paralelos entre uno y otro. Dos entidades inasibles que no están vivas ni muertas pero pueden condenarte. Invisibles pero respirables, perceptibles, palpables. Destructivas como toda peste cuando no se las controla, regula y supervisa. Amorales, prácticas. Globales. Atemorizantes por desconocimiento. Manejables cuando se decodifican sus cadenas genéticas. Mutantes, hijas de la destrucción creativa: todo Virus de Mierda cambia con el tiempo para sobrevivir; El Mercado ha encontrado modos de subsistir con nuevas versiones y reescrituras, muy a pesar de que algún filósofo muerto haya determinado su tendencia a la autodestrucción. Al cabo, parecen inagotables, perpetuidades con las que debemos aprender a convivir.

La crisis que seguirá al bicho será brutal; la precarización, indudable; el reemplazo de mano de obra por tecnificación, seguro y lapidario. Y no tendremos muchas herramientas a las que echar mano. De hecho, tal vez sólo una aporte alguna solución del tamaño de un parche. No deja de ser llamativo que, en ambos casos —una pandemia brutal y la crisis de un modelo de acumulación económica— debamos recurrir a viejos trucos. Confinamiento en un caso, déficits y subsidios en el otro. Pero con una confluencia indudable: de la oscuridad, del corazón de las tinieblas donde nos han metido el Virus de Mierda de estos días y El Mercado de las últimas décadas, sólo hay una tabla de salvación, la intervención de un sólido, dinámico y moderno Estado de bienestar.

Pero eso será el futuro, uno distante, si lo vivimos. El Estado de bienestar que regrese ahora será un auto usado comprado en un mercado de segunda mano: lo que podamos financiar. Su retorno no será victorioso, sino el resultado del fracaso de todo lo demás. Como sacar una vieja máquina cuando falló la última gran promesa mercadotécnica. Ese Estado estará desfinanciado, correrá con unos déficits de espanto, echando humo como un motor quemado. Apenas servirá para desaguar el barco. Para que respiren un poco mejor los pringados que andan en el cuarto de máquinas, donde seguirán por un buen tiempo. Para que las clases medias se desahoguen. Para que algún ricachón sienta que los cientos de millones que se ahorraron sus empresas por décadas en impuestos reducidos, eludidos, evadidos y condonados sirven hoy, convertidos en pocos millones de dádiva filantrópica, para tapar la tiniebla de sus corazones. EP

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