Una vida de espera

Desde 1976, los Saharauis aguantan como refugiados en el desierto. Su fin último por un Sáhara Occidental unido está varado desde hace tres décadas. Otras perspectivas políticas no hay.

Texto de 30/12/20

Desde 1976, los Saharauis aguantan como refugiados en el desierto. Su fin último por un Sáhara Occidental unido está varado desde hace tres décadas. Otras perspectivas políticas no hay.

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Con nostalgia, Darak Abdelfatah Ubbi se arrodilla en la arena pedregosa del desierto. Desde aquí ya no se puede avanzar más. Enfrente de ella se extiende una de las zonas más grandes contaminadas por minas antipersonales. Se amontonan pequeños puestos de observación y una valla militar. Ahí empieza el territorio occidental del Sáhara Occidental ocupado por Marruecos, abundante en peces a lo largo de su costa y con yacimientos de fósforo y otros recursos naturales, de los cuales se aprovecha tanto la Unión Europea como empresas transnacionales y marroquíes. Atrás de la mujer de 26 años de edad, se abre la amplitud desolada de los territorios orientales. Esta es la tierra liberada, como se dice en la jerga de Darak, miembro de la organización política juvenil UJSARIO que a su vez pertenece al frente de liberación Polisario que controla aquella zona.

“El sueño puede ser realidad”, dice la joven –cuadro político– con lo que se refiere a un país unificado llamado Sáhara Occidental. Hay rabia en su voz cuando habla del espacio que queda tras la valla. Eso, a pesar de que nunca ha podido conocer aquel lugar de su nostalgia. Inevitablemente surge la pregunta: ¿a partir de qué momento la nostalgia se convierte en glorificación cuando el punto de referencia solamente es conocido de oídas? Darak nació en los campos de refugiados saharauis. En ellos creció, se politizó y en algún momento futuro pertenecerá a aquellos a quienes determinará el destino de los más de 176,000 saharauis en los campos. Se pone de pie, forma dos signos de victoria con sus dedos y lanza consignas hacia los soldados marroquíes estacionados en la valla.

Los saharauis son aquellos pueblos nómadas del Sáhara Occidental, espacio reñido desde 1976, que fueron forzados a dejar su vida tradicional y vegetar desde entonces como refugiados en los campos desérticos en territorio del Estado de Argelia. Los Polisario, acrónimo de Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro y bajo su bandera se organiza la población saharaui, luchan por una república propia que abarca todo aquel territorio reñido. A estas tierras quieren regresar los refugiados que nombran República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y que ya existe como realidad estatal en forma miniatura en medio de los refugiados en los campos.

Es sorprendente que los saharauis no contestan con gritos llenos de furia cuando se les pregunta sobre su sufrimiento injusto y la monotonía aterrada que les envuelve. Quien está condenado a esperar desde hace décadas cuenta con todo el derecho para hacerlo. Sin embargo, la voz de  Buhubeini Yahia, presidente de la Media Luna Roja Saharaui, es calmada: “Los donantes internacionales se enfocan más en las  zonas donde hay terrorismo y conflicto armado. Un lugar tranquilo como el nuestro no les preocupa mucho.” Sin embargo, hay paz en las palabras de la joven periodista Gabal Rachid: “Esto es el infierno. Preferiría morir en guerra que vivir aquí toda mi vida.”

“La guerra duró hasta 1991, cuando ambos lados firmaron un acuerdo de cese al fuego después de que las Naciones Unidas hubieran negociado con Marruecos que este hiciera posible el referéndum prometido. Nunca se realizó. El mundo enseñó a los saharauis una lección importante: si eres el débil y sigues las reglas del aparato político internacional, vas a perder.”

Aquel lugar tranquilo del infierno son los cinco campamentos de refugiados, llamados wilāyas y que son comunidades desérticas, ubicados en la Hamada, como se nombra aquella parte del Sáhara. Igual a las circunstancias políticas, las condiciones geográficas no ofrecen consuelo. Hamada es el desierto de los desiertos. Una infinidad muerta llena de polvo y piedra, en medio de la cual fueron levantadas las pequeñas casas de adobe y las Haimas, las tiendas tradicionales de los nómadas. Coches destrozados marcan el escenario. Basura de plástico vuela por el aire, un aire que se siente como una secadora de cabello. Alguna vez se ha hecho la pregunta: ¿qué sucede con todos aquellos contenedores en los cuales se embarca la ayuda internacional, aquí encontrará su respuesta. Amontonados unos sobre otros, adornan la vista en muchos rincones de los campos. Formados en línea con una longitud de varios cientos de metros, delimitan un espacio cuyo interior el observador externo no puede ver. Si se quisiera buscar un equivalente cinematográfico de la industria cultural para esta parte del mundo, las películas de Mad Max serían una muy buena aproximación.

El limbo de los saharauis empieza en 1975 cuando junto con la muerte del dictador Francisco Franco, España abandonó su última colonia, el Sáhara Occidental. En el mismo año, la Corte Internacional de Justicia emitió una sentencia que otorgó a los saharauis el derecho de la libre determinación sobre aquel territorio. El sueño por una república parecía cerca. No obstante, al mismo tiempo, Hassan II, el rey marroquí del país vecino en el norte, inventó un derecho propio para el Sáhara Occidental. Lo ocupó con un vasto proyecto de colonización y con su ejército. Los saharauis fueron perseguidos, desplazados y bombardeados con napalm. Más de 25,000 murieron. Mientras que la población civil se refugió en territorio argelino y ahí construyó sus campamentos, el ejército de los Polisario realizó una guerra desértica con las tropas marroquíes. En los años 80, el rey mandó levantar aquella valla militar donde décadas después está parada enfrente la joven Dakar con sus consignas. La valla abarca 2720 km de longitud. A lo largo de 1500 km está protegida por siete millones de minas antipersonales. La guerra duró hasta 1991, cuando ambos lados firmaron un acuerdo de cese al fuego después de que las Naciones Unidas hubieran negociado con Marruecos que este hiciera posible el referéndum prometido. Nunca se realizó. El mundo enseñó a los saharauis una lección importante: si eres el débil y sigues las reglas del aparato político internacional, vas a perder. Acuerdos internacionales y el derecho internacional sostienen la postura de los Polisario, la justifican. Pero, ¿a quién le sirve tener el derecho, si esto no lleva a la legalidad? ¿A quién sirve la causa justa, si después de tantos años no se instala la justicia?

Desde aquel año de la firma, los saharauis presenciaron 66 resoluciones de las Naciones Unidas que tocaban el tema y cuatro de sus enviados especiales buscaban una solución al conflicto. Es como si el conflicto, y con él el destino de un pueblo, hubiese quedado congelado. Por ende, los saharauis optaron por actuar por cuenta propia cuando el 21 de octubre de este año levantaron un bloqueo sobre la única carretera de comercio entre Maruecos y Mauritania. Optaron por hacerlo en medio de una zona gris que, por lo menos en el papel, está bajo control de la MINURSO, llamada así la misión oficial de las Naciones Unidas que vigila el cumplimiento del acuerdo tomado. La carretera, construida por Maruecos para impulsar el comercio con Mauritania, existe desde 2016 y su sola existencia ya es una violación a este acuerdo. Nunca hubo consecuencias. Aparentemente afectado económicamente por este bloqueo, el ejército marroquí incursionó en la zona gris disparando contra los protestantes lo cual repeló el Frente Polisario con sus tropas enviadas. Este día, el 13 de noviembre 2020, Brahim Ghali, secretario general del Frente Polisario y presidente de la DARS, declaró por terminado el acuerdo de cese al fuego del año 1991. 

Dependiendo de la bondad exterior

Hace décadas ya, el Estado argelino otorgó a los Polisario una autonomía de facto sobre la zona donde se encuentran sus campos. Desde el exilio, gobiernan la zona liberada. Sin embargo, no es una vida autodeterminada. De hecho, reina una dependencia absoluta de la comunidad internacional y sus donaciones. Hasta un 96 por ciento de la población requiere apoyo alimentario, informa Armand Ndimurukundo. El encargado del World Food Program de la ONU en los campamentos declara orgullosamente que después de 30 años finalmente han modificado la composición nutritiva de los paquetes alimentarios. De repente, menciona con admiración: “Nunca antes había visto una resiliencia tan fuerte como el caso de los saharauis.” Es una afirmación que perturba. Por supuesto, las personas aguantan las condiciones duras, a las que fueron catapultadas violentamente. Pero  Ndimurukundo actúa como si tal actitud fuese un éxito, casi una disposición lograda por la ayuda humanitaria. Por otro lado, si se les pregunta a las personas de los campamentos contestan siempre lo mismo: “No hay trabajo, no hay futuro, no hay esperanza”.

La política versada Salek Hmada sabe de los riesgos que acompañan la falta de perspectiva. Habiendo sido secretaria de Cultura y secretaria de Educación, desde hace cuatro años es la alcaldesa de la wilāya de Ausserd: “El desempleo es un problema grande en una región con mucho extremismo y crimen organizado. Aún más peligroso es la falta de motivación para estudiar entre los jóvenes. Y, pues, ¿para qué estudiar aquí?” Al mismo tiempo, la ayuda internacional está declinando; ahora llegan solamente unos 77 millones de dólares anuales, con lo cual apenas se puede satisfacer la necesidad de la mitad de la población, como indica Yahia de la Luna Media Roja Saharaui.

El decline no solamente tiene que ver con lo estático de la situación, sino representa, según Khatri Addouh, quien fue presidente del parlamento saharaui hasta el 9 de marzo 2020, también una medida para forzar decisiones políticas: “Cuando baja el apoyo, se recrudece la vida y las personas están obligadas a buscar soluciones individuales. O migran o van a la zona liberada. Es un intento de desestabilizarnos.” A pesar de lo drástico de la situación, su tono de voz no es para nada alarmante. En vez de eso agrega simplemente: “Pero se olvidan, que no buscamos una vida bonita, sino luchamos. ¡Todavía somos un movimiento de liberación!”

Aunque desde el año 2000, el rey marroquí se deslindó por completo de la posibilidad del referéndum; los saharauis siguen esperando. Es esperar algo que quizá nunca vendrá. Atravesado por una monotonía, en que el ayer no se diferencia del mañana, parece el teatro absurdo de Samuel Beckett y sus dos figuras más famosas: Estragón: Vayámonos. / Vladimir: No podemos. / Estragón: ¿Por qué? / Vladimir: Esperamos a Godot. / Estragón: Es cierto. Godot no vendrá. Aun así esperan y su esperar es la continuidad infinita de lo mismo. Su esperar es el esperar de los saharauis.

Perspectivas de una vida sobrante

Aquí y allá hay algunas tienditas en los campamentos. Una carnicería. Una pizzería con servicio a domicilio. Tiendas con celulares móviles. Algunos hombres manejan taxis. La economía de cabra y camello ofrece un ingreso adicional. Otros van temporalmente a España para trabajar y mandar remesas a sus familias. No existe un programa económico por parte del gobierno. Lo elaborarán cuando se haya logrado la soberanía propia, dice el ex-presidente parlamentario. En vez de eso, se vive una economía de la sobrevivencia, que recae totalmente sobre el individuo.

Tan solo formas innovadoras de la permacultura, de la piscicultura y nuevos métodos de riego, que hacen posible la cosecha de acelga y jitomates, muestran que incluso desde la emergencia permanente puedan brotar semillas de sobrevivencia y que existen paralelamente a la ayuda internacional. Son estas formas y políticas de pragmatismo y de necesidad que crean un horizonte de sentido.

“No existe nada imposible. Nada más necesitamos un cambio de pensamiento”, declara bastante optimista Taleb Brahim. El agroingeniero lleva años trabajando en nuevos  métodos para poder ofrecer una perspectiva alimentaria a su gente. Bajo su iniciativa, se inició la construcción de algunos proyectos de jardinería, de los cuales se ven beneficiadas varios cientos de familias. Uno de estos proyectos se esconde imperceptiblemente tras un muro de cemento al margen de una de las wilāya. Un padre de familia visiblemente orgulloso muestra un invernadero, que igual a un oasis en la nada es una fuente de vida. Aquí se trepan plantas de jitomate, cuelgan los pimientos, germina el acelga. El chiste está en el sistema de riego de esta cultura hídrica, cuyas plantas no necesitan tierra, sino que enraízan en cubos de agua. Taleb, con 50 años de edad, utiliza el método Dutch Bucket, que funciona con un sistema de bomba. La ventaja ahí es el círculo cerrado que impide una pérdida de agua, mientras que al mismo tiempo pueden seguir circulando los nutrientes.

Aunque el conflicto entre Marruecos y los Polisario se encuentre tan encallado desde hace mucho tiempo que para observadores externos resulta imposible imaginar un cambio significante, la estrategia política de los Polisario consiste solamente en volver al Sáhara Occidental. Una vida permanente en territorio argelino está fuera de los planes, aun cuando desde hace 44 años es la dura realidad. Por ende, las iniciativas como la de Taleb Brahim no deben ser comprendidas a largo plazo, como él lo explica: “Nosotros no vamos a llevar los jardines. Pero sí llevaremos la idea. Va a contribuir a un cambio de ideas.”

” A pesar de lo drástico de la situación, su tono de voz no es para nada alarmante. En vez de eso agrega simplemente: “Pero se olvidan, que no buscamos una vida bonita, sino luchamos. ¡Todavía somos un movimiento de liberación!””

Para combatir la injusticia vivida por lo menos un poco, al lado de las iniciativas de Taleb, también existen proyectos más grandes, como los que diseña el secretario de Desarrollo Baba Efdeid. Su lema no se diferencia del de su colega: “Si trabajas, puedes convertir el desierto en un jardín.” Al igual que Taleb, Baba estudió Agronomía en Cuba, país que por décadas ha mantenido una política de solidaridad con los Polisario. Una fuente natural de agua hace posible el oasis de Baba. Aparte de zanahorias y betabel crecen, y eso sí es una sensación, miles de árboles de moringa. Árboles grandes los protegen del viento; plantas de algodón detienen la arena desértica. Mientras en el norte global se conoce a la moringa como una superfood que se consume en el mundo de los gimnasios, en muchas regiones marcadas por la marginalización mundial es tratada como un suplemento alimentario esencial.

El agrónomo empezó con su trabajo en 2009. Tardó cinco años hasta encontrar la variedad de moringa adecuada para estas condiciones ásperas: “Gracias al clima podemos cosechar dos veces al año. En otras partes, la cosecha solamente es posible cada dos o cuatro años. Por tanto sol que hace aquí –en otoño todavía hace mucho calor y en invierno casi no enfría– disfrutamos de esta peculiaridad.” Velozmente enumera las ventajas que tiene la moringa para la alimentación: “Las hojas contienen más vitamina C que las naranjas. La semilla consiste en un 30 % de proteínas y tiene más hierro y calcio que la leche.” Hace poco, el secretario distribuyó unas pocas semillas a 800 familias voluntarias, que ahora en su terreno dejarán crecer los árboles. Por otro lado, junto a la planta de árboles hay una instalación para el procesamiento mecánico de las hojas. Después de lavarlas y desinfectarlas, son secadas, molidas y empaquetadas al vacío. Luego, el polvo verde se reparte a las familias saharauis. “Sabe mejor, cuando se le echa sobre la comida”, recomienda Baba.

Al preguntarle si el desarrollo y la ampliación de su proyecto puede contribuir a un cambio del paradigma en la política saharaui, cae en el discurso oficial: “Sirve para facilitar la vida de los refugiados en los campamentos. Pero nuestro objetivo sigue siendo la independencia y la libertad de todo el Sáhara Occidental.” De nuevo, la posibilidad de quedarse acá se niega. Es comprensible, puesto que el objetivo de volver es la justificación para la existencia en los campamentos a lo largo de 44 años. Además, da tanto legitimidad a los Polisario como sentido de vida a la gente. Y, no obstante, una política de la necesidad y de la miseria poco a poco puede convertirse en el nuevo objetivo. Por supuesto, falta mucho para que así sea. Hasta que así sea, tanto lo uno como lo otro, los jóvenes saharauis como Darak harán todo posible para la realización de la línea oficial. Por lo menos no carecen de autoestima. “No somos líderes futuros. Ya lo somos ahora”, dice la mujer.

¿Hacer posible un esperar diferente?

Desilusionados por las propuestas sin efecto y de la ineficiencia de las Naciones Unidas, el gobierno saharaui se concentra en lograr avances diplomáticos mediante la Unión Africana. Si a mediano plazo se implementarán mejores condiciones de vida en las comunidades desérticas, es incierto. El esperar y con ello también el sufrimiento seguirá.

Desde hace veinte años la cobertura periodística sobre los Polisario incluye su retórica bélica debido a la situación sin salida. Eso también es parte de la monotonía de esta narración, a pesar del nuevo estallido e intercambio de disparos. Esta vez no es diferente. Los jóvenes saharauis lamentan que la guerra sea una opción realista, como declara Hamdi Toubali en el auditorio vacío de la organización juvenil UJSARIO: “Si volvemos a la guerra, quizá así presten más atención a nuestra situación.” Quien piensa así, quien habla así, sabe del significado de su vida. Es una vida sobrante, ya que no cumple con ningún fin económico para el mundo y por ello no posee ningún valor. “Si vivo o muero da igual”, puntualiza el teórico camerunés poscolonial Achille Mbembe: “Nadie siente ningún sentimiento de responsabilidad o justicia para este tipo de vida o este tipo de muerte.” En este sentido, la violencia no está considerada como medio para el triunfo, sino como medio para la comunicación.

Antes de los más recientes combates, círculos gubernamentales indican que por cualquier medio se quiere evitar el regreso a la guerra. Es la línea oficial de los Polisario. Es la línea de las generaciones viejas, de aquellos quienes han luchado contra las tropas marroquíes. También es la línea de aquellos quienes ya no tienen toda su vida delante. La siguiente o subsiguiente sección de liderazgo será la primera que vive su existencia saharaui solamente desde los campamentos, que posee un nivel educativo superior con títulos cubanos, argelinos o españoles y sabe hablar varios idiomas, que ha conocido el mundo exterior. Y que después recae nuevamente en el fatalismo sin salida de los campos. O, quizá, con los nuevos acontecimientos como fondo, era la línea oficial de los Polisario. Vieron que por la vía legal no hubo avance. Vieron que por una pequeña ofensiva pacífica lo único que se provocó fue una reacción militar del Estado marroquí. ¿Qué más les queda ahora? ¿Volver al estado congelado?Samuel Beckett termina su obra con estas frases: Vladimir: Nos ahorcaremos mañana. A menos que venga Godot. / Estragon: ¿Y si viene? / Vladimir: Nos habremos salvado. ¿Vendrá Godot? Y si viene, ¿qué forma adoptará? A partir del 13 de noviembre 2020, ¿realmente es posible el surgimiento de una nueva opción en medio de este escenario tan desconsolador? ¿O no vendrá? Y el día de mañana como ruptura con el de hoy tampoco. Si será así, quizá es tiempo para esperar algo diferente.  EP

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