La candidatura de Félix Salgado Macedonio es síntoma de otros problemas de la 4T, como el de los procesos internos de los partidos para seleccionar a sus candidatos. Colocar la mira en el problema que significa proponer a un presunto violador como candidato, puede evidenciar el problema de la democracia interna en los partidos.
Salgado Macedonio: cuando la elección interna juega en contra
La candidatura de Félix Salgado Macedonio es síntoma de otros problemas de la 4T, como el de los procesos internos de los partidos para seleccionar a sus candidatos. Colocar la mira en el problema que significa proponer a un presunto violador como candidato, puede evidenciar el problema de la democracia interna en los partidos.
Texto de César Morales Oyarvide 31/03/21
Félix Salgado Macedonio es un político popular. Lleva años siendo uno de los hombres fuertes de Guerrero y, desde el 12 de marzo, es el candidato de MORENA a la gubernatura de su estado (candidato hasta la sanción del INE, aplicada el 25 de marzo del 2021; Salgado Macedonio impugnó la sanción). Es también un presunto violador. Como tal, su nominación no sólo ha mostrado la vigencia del pacto patriarcal entre el electorado guerrerense, la dirigencia de MORENA y Palacio Nacional. También es una prueba más de lo lejos que está la justicia de las mujeres víctimas de violencia en México y de la preocupante desconexión entre sus justos reclamos y quienes gobiernan.
Aunque evidentemente menos crítico que el hecho fundamental, el escándalo de tener a un presunto agresor sexual en la boleta, el caso permite poner sobre la mesa otros temas que contribuyen a dimensionar algunos de los problemas de la 4T, de los que la candidatura de Salgado es síntoma. Sin afán de distraer la atención de lo prioritario, permítaseme hablar de uno de ellos: los procesos internos de los partidos para seleccionar a sus candidatos.
Casos como el de Guerrero parecen mostrar que la democracia interna de un partido también puede jugar en su contra. Desde la ciencia política, procesos como el que acaba de vivir MORENA en Guerrero se han interpretado de dos formas distintas. Por un lado, las elecciones internas reñidas o competidas pueden ser entendidas como un buen augurio: el aumento en el número de las personas que aspiran a ser candidatos sería señal de que se prevé un buen desempeño electoral del partido en la elección. Algo de eso pasó en Guerrero: además de Salgado Macedonio, buscaron la candidatura Pablo Amílcar Sandoval, superdelegado en la entidad y hermano de la secretaria de la Función Pública, la ex lideresa de las autodefensas Nestora Salgado y el antiguo miembro del PRI Luis Walton. Dado que la expectativa de que quien se presente con la marca de MORENA gane la elección de junio es grande, el interés por la candidatura también se incrementa.
Desde otra perspectiva, este tipo de procesos podrían ser un síntoma de lo contrario: de los problemas que un partido arrastra sin ser capaz de resolver. Las campañas internas largas y conflictivas suelen poner de manifiesto los dilemas preexistentes dentro de una organización política, sus rupturas y divisiones. Esto también es cierto para el caso de Guerrero. Recordemos que fue durante las elecciones internas de MORENA, resueltas a través de dos encuestas, que las denuncias en contra del ahora candidato pasaron de ser un asunto prácticamente desconocido (datan de 2016 y 2017) a convertirse en escándalo nacional. Dejando de lado (si es que es eso posible, aunque sea por un momento) el oprobioso contenido de las acusaciones contra Salgado, me interesa subrayar la sospecha de que quien alimentó la campaña para difundirlas lo haya hecho pensando sólo en quitárselo de encima como rival. Desde hace tiempo se rumora que otro de los precandidatos de MORENA intentó aprovechar las acusaciones contra Salgado para intentar hacerse con la candidatura, sin prever el aprieto en que metería a su partido y, desde luego, sin pensar tampoco en las víctimas.
En el balance entre los efectos positivos y negativos de las campañas internas como la que vivió MORENA en Guerrero, lo cierto es que pesan más los argumentos negativos. Para muestra, un interesante estudio llevado a cabo por los profesores Alexander Fouirnaies de la Universidad de Chicago y Andrew B. Hall de Stanford (“How divisive primaries hurt parties: evidence from near-runoffs”). Al analizar el caso de Estados Unidos, estos investigadores encuentran que las elecciones internas reñidas y que generan divisiones dentro de los partidos estaban asociadas con una pérdida de votos de entre el 6% y 9% en las elecciones siguientes y con una reducción de las posibilidades de ganar de 21% para el partido en cuestión.
¿Hasta qué punto esta evidencia puede decirnos algo sobre lo que acaba de pasar en México? Pensemos en las causas que están detrás. En primer lugar, este tipo de elecciones internas son a menudo un escaparate para exponer las fallas y errores de los contendientes, en una especie de “campaña negra” hecha a base de fuego amigo. Podrá discutirse si estas campañas generan, en última instancia, resultados positivos para la sociedad en conjunto, como sería el caso si las presuntas víctimas de Salgado recibieran justicia. Lo que es un hecho es que, para el partido que las vive, producen siempre un desastre. En segundo lugar, cuando estos procesos generan divisiones su resultado puede alejar del partido a quienes apoyaron a los aspirantes derrotados, al grado de decidir quedarse en casa el día de las elecciones. Queda por ver hasta qué punto las heridas abiertas en la coalición de MORENA con la nominación de Salgado seguirán sin cerrarse en junio, pero parece razonable pensar que esta candidatura le costará votos al partido: quizá no en Guerrero, pero sí a nivel federal.
Las elecciones primarias suelen aplaudirse por sus beneficios: el mayor de todos, dotar de legitimidad a los partidos que eligen a sus candidatos en un proceso abierto y competitivo. Sin embargo, lo que muestra trabajos como el de Fouirnaies y Hall es que, a la hora de evaluar su pertinencia, los partidos deben también considerar un costo: los efectos negativos que pueden tener en las urnas, especialmente cuando generan un conflicto largo y visible entre los precandidatos. Si los candidatos tienen además un pasado tan turbio como el de Salgado, el coctel explosivo está servido.
Si bien los procesos de selección abiertos y libres se consideran la mejor garantía de que se elija a los mejores candidatos (algo que el caso de Salgado pone en entredicho), son también un espacio para que surjan o se magnifiquen conflictos que pueden comprometer los resultados futuros, especialmente cuando se trata de elecciones de alto perfil y alta cobertura mediática, como son las gubernaturas. Lo sorprendente del caso es que, pese a su juventud, MORENA no es ajeno a las complicaciones producto de elecciones internas. Hace apenas unos meses, la renovación de su dirigencia se decidió a través de una campaña en la que hubo una segunda vuelta plagada de escisiones, acusaciones mutuas y conflictos. ¿Nadie tomó nota de la experiencia?
A un paso de la primera en que el partido competirá en las urnas sin López Obrador en la boleta, los tropiezos de MORENA no solo son producto de la pobre calidad de sus cuadros sino de su limitada habilidad para aprender del pasado y de una serie de equivocaciones en el manejo de sus procedimientos internos. A los conflictos desatados por la competencia en las elecciones internas de MORENA hay que añadir un problema adicional: las acusaciones de que, en otros casos, estos procesos son una simulación, como parece haber ocurrido en Chihuahua. Cabe preguntarse, si esto ha ocurrido al elegir a los cargos del partido o a un candidato a gobernador, ¿qué podemos esperar cuando se elija al sucesor de AMLO?
Las moralejas de la candidatura de Salgado Macedonio son varias. En primer lugar, que hacer precandidato a un presunto criminal siempre va a generar problemas, así sean sólo en términos de reputación. En segundo lugar, que ser omiso a los reclamos de las mujeres ya no puede ser visto como un mero tema de opinión, resultado de diferencias generacionales o confusiones excusables, sino como un error político mayúsculo, muestra de una incapacidad para entender nuestro tiempo. Finalmente, que los procesos de selección de candidatos largos, públicos y marcados por la discordia sólo pondrán más piedras en el zapato de un partido que hoy parece empeñado en alejarse de quienes podrían haber sido sus aliados. EP
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