Parlamento Europeo: la ultraderecha sacude las elecciones más aburridas del mundo

En este texto, César Morales Oyarvide reflexiona sobre el inminente ascenso de la ultraderecha en el Parlamento Europeo.

Texto de 04/06/24

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En este texto, César Morales Oyarvide reflexiona sobre el inminente ascenso de la ultraderecha en el Parlamento Europeo.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Del 6 al 9 de junio próximos, los ciudadanos de los 27 países miembros de la Unión Europea (UE) elegirán a los miembros del Parlamento Europeo (PE). Usualmente consideradas unas elecciones “de segundo orden”, alejadas de los problemas y preocupaciones de la gente, las europeas no suelen generar especial emoción. Hasta hoy. Este año, los sondeos apuntan a un avance histórico de la ultraderecha dentro de la asamblea con sede en Bruselas y Estrasburgo. La sacudida ultra amenaza no solo con afectar la correlación de fuerzas que ha gobernado la UE desde su creación en el siglo pasado, sino con poner a prueba la estabilidad y unidad de la propia Unión, en un contexto marcado por la invasión a Ucrania y el genocidio llevado a cabo contra el pueblo palestino.

“Este año, los sondeos apuntan a un avance histórico de la ultraderecha dentro de la asamblea…”

Anatomía de las elecciones “más aburridas” del mundo

El Parlamento Europeo es una de las siete instituciones que conforman la UE. Su peculiaridad radica en ser la única que responde a la lógica democrática: sus integrantes se eligen por voto directo cada 5 años y representan a más de 450 millones de ciudadanos. Este año se elegirá a 720 europarlamentarios que integrarán la primera legislatura europea sin representantes del Reino Unido tras el Brexit.

En las europeas cada país funciona como un distrito electoral. El número de curules que corresponden a cada miembro se reparte en función del tamaño de su población mediante un sistema proporcional, similar al que se usa en México para repartir plurinominales. Así, Alemania cuenta con el mayor número de europarlamentarios, mientras que la pequeña isla de Malta tiene el menor. Una segunda peculiaridad: el PE no genera las leyes europeas, aunque sí las discute y aprueba, incluido su presupuesto. En el esquema comunitario, la iniciativa legislativa corresponde a la Comisión Europea, una especie de “gobierno de la UE” formado por un gabinete de 27 comisarios, cada uno de un país. De forma importante, al Parlamento le toca elegir al presidente o presidenta de dicha Comisión —cargo que hoy ejerce la alemana Ursula Von der Leyen, perteneciente al Partido Popular Europeo (PPE), así como hacerle rendir cuentas. Si todo esto parece un poco bizantino es porque lo es. Al menos, eso es lo que piensa la mayoría de los europeos. De acuerdo con Le Grand Continent, solo la mitad de los ciudadanos comunitarios considera el voto en las elecciones al PE como “muy importante”. Las elecciones nacionales son, en cambio, consideradas así por dos terceras partes de los encuestados.

Ahora bien, el corazón del funcionamiento del PE son las llamadas familias o partidos políticos europeos: coaliciones de partidos nacionales que operan a nivel comunitario y que a su vez se agrupan en grupos. Aquí es donde la cosa se vuelve interesante.

El avance ultra en el Parlamento Europeo

Por décadas, la política de la UE ha sido dirigida por una gran coalición entre la derecha conservadora y democristiana del PPE, la centro-izquierda liderada por el Partido de los Socialistas Europeos, y los liberales. Sin embargo, esto puede estar próximo a cambiar.

Lejos parecen haber quedado los días en que las elecciones europeas eran la puerta de entrada a la política institucional de formaciones de izquierda como PODEMOS, que ganó sus primeros 5 diputados en 2014 por esta vía. Hoy el signo de los tiempos es el avance de la ultraderecha. De acuerdo con los últimos sondeos, la derecha no radical del PPE y los socialdemócratas conservarán su puesto en el primer y segundo sitio en las elecciones. Sin embargo, las dos familias de partidos de ultraderecha, Identidad y Democracia (ID), que engloba a organizaciones como los neofascistas Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni y Vox, y Conservadores y Reformistas (ECR), que integra al Rassemblement National de Marine Le Pen en Francia y la Lega de Matteo Salvini en Italia, verán aumentado su número de escaños, pasando del 18 % actual a más del 25 %. Esto sería suficiente para colocarlos como tercer y quinto grupo parlamentario, por encima de la izquierda y de los partidos verdes. Si ponemos la lupa en algunos países individuales, el cambio es aún mayor. En Alemania, por ejemplo, los ultras de Alternative für Deutschland (AfD) ocuparán el segundo lugar, desplazando a los socialdemócratas que hoy gobiernan el país. En Francia, Le Pen se perfila como la gran ganadora de las europeas y, en el mediano plazo, como la próxima presidente del país. En Italia, el partido de Meloni también espera llevarse la victoria.

“Temerosos de sufrir una sangría de votantes por su costado derecho, los conservadores europeos supuestamente moderados se han ido corriendo a los extremos…”

El éxito de los partidos ultraderechistas, que paradójicamente siempre han mantenido un discurso chovinista y euroescéptico, cambiará profundamente la dinámica al interior de la UE. Incluso si la derecha no radical del PPE repite como el partido más votado, pero decide no pactar abiertamente con los ultras, sino mantener una posición más flexible, el avance radical inclinará la balanza en muchas de las votaciones, bloqueará legislaciones y definirá las políticas comunitarias, corriendo a la derecha los ejes de la discusión. Un ejemplo que señala el investigador Jaime Bordel en este análisis de la Fundación Friedrich Ebert es la política medioambiental, en la que la competencia por el voto rural ultraderechista puede enterrar la agenda verde europea. El endurecimiento de la política migratoria de la Unión sería también un buen ejemplo si no fuera porque ya ha ocurrido, sin necesidad de que exista una coalición ultra.

El gran dilema: la normalización.

Detengámonos un poco aquí, en la capacidad de la ultraderecha de marcar agenda, aun sin estar formalmente en la coalición que gobierna. Se trata de una profundización del fenómeno que Cas Mudde bautizó como la “mainstreamización” de la ultraderecha. Por un lado, esto se ha traducido en que los discursos, propuestas y encuadres ultras sean adoptados cada vez más por otros partidos, especialmente en temas como migración, seguridad y medio ambiente. Temerosos de sufrir una sangría de votantes por su costado derecho, los conservadores europeos supuestamente moderados se han ido corriendo a los extremos, difuminando las diferencias entre ellos y sus rivales más radicales. Por el otro lado, esto también implica que, luego de décadas de ser considerados prácticamente unos parias, hoy los ultraderechistas parecen haberse convertido en aliados potenciales y atractivos.

Esta campaña por la Eurocámara no ha sido ajena a este fenómeno: apenas hace unos días, Von der Leyen, que busca ser reelecta como presidenta de la Comisión Europea, no descartó pactar con la ultraderecha. Desde Bruselas, tendió una mano a Giorgia Meloni para “trabajar juntas”. Por otro lado, ha habido movimientos dentro de la propia ultraderecha, pues algunos partidos han buscado ser vistos como algo más digerible fuera de su ecosistema. Recientemente, por ejemplo, fue noticia la ruptura entre el partido de Le Pen y sus hasta ahora socios europeos de AfD. Lo anterior como respuesta a unas declaraciones de Maximilian Krah, europarlamentario alemán, quien afirmó (palabras más, palabras menos) que no todos los miembros de las SS habían sido criminales.

Una falsa salida: la “izquierda conservadora”

Si hay un perdedor seguro en estas elecciones será el sector ubicado a la izquierda de la socialdemocracia. No solo porque, luego de la experiencias de Podemos en España y SYRIZA en Grecia, pareciera que el momento populista de la izquierda europea ha llegado a un impasse y necesita reinventarse, sino porque existen riesgos de que algunos de sus exponentes, como Die Linke (literalmente, “La Izquierda”) en Alemania sean borrados totalmente del mapa gracias a la entrada de un nuevo jugador: la “izquierda conservadora”. El fenómeno del nuevo partido de la política Sahra Wagenknecht, una escisión de Die Linke que mezcla una agenda económica redistributiva con posiciones anti-progresistas y de mano dura contra los migrantes, ha sido leído como la única alternativa para derrotar a la ultraderecha y rescatar a los votantes de la clase trabajadora de las garras de AfD. En realidad, se trata del grado máximo de normalización: la creación de una izquierda hecha a la medida de los ultras, como si la única manera de derrotar a los anti-derechos fuera convertirse en ellos.

Lecciones de historia

A su manera, tanto la nueva izquierda conservadora como la derecha tradicional europea encarnan un mismo problema: el tratar de aprovechar el avance de las ideas y organizaciones ultras para obtener un beneficio electoral propio. Se trata de un proyecto tan peligroso como ingenuo, no solo porque es válido pensar que llegará un momento en que los votantes preferirán al original y no a las copias, sino porque, de acuerdo a la experiencia de la propia Europa, ese tipo de “pactos fáusticos” acaban siempre devorando a quienes los inician. “Hemos contratado al Sr. Hitler”, decían los conservadores alemanes a inicios de los años 30. Ya sabemos después lo que ocurrió.

“[…] este tipo de conductas irresponsables y cortoplacistas contribuyeron al ascenso del fascismo y a una guerra que devastó el continente…”

En el pasado, este tipo de conductas irresponsables y cortoplacistas contribuyeron al ascenso del fascismo y a una guerra que devastó el continente. Hoy su repetición amenaza la estabilidad de un proyecto político creado específicamente para evitar que algo así volviera a ocurrir. EP

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