La paradoja de las burbujas informativas

En este texto, Alberto Ruiz Méndez discute sobre qué son las burbujas informativas y cuál es su impacto en términos de polarización política y discusión cultural.

Texto de 16/10/23

Burbuja informativa

En este texto, Alberto Ruiz Méndez discute sobre qué son las burbujas informativas y cuál es su impacto en términos de polarización política y discusión cultural.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Hace diez años, en el libro The New Digital Age, Eric Schmidt y Jared Cohen afirmaban que: “se necesitaría una memoria con una capacidad de cinco exabytes para registrar todas las palabras que los seres humanos han pronunciado desde su origen hasta 2003. En 2011 se generaron cinco exabytes de contenido cada dos días. En la actualidad, se calcula que esa cantidad de información se genera cada dos o tres horas.”1 Aunque estos números fueran metafóricos, el fragmento nos recuerda un hecho incuestionable del mundo humano: que este se encuentra siempre en movimiento y que cada vez es más difícil conocerlo o adquirir un conocimiento que podamos llamar verdadero dada la cantidad de información generada.

“Las burbujas son el resultado de nuestra continua interacción con un mismo tipo de contenido, de tal manera que la plataforma digital nos mostrará información similar para interactuar y así mantenernos conectados la mayor cantidad de tiempo posible.”

Este problema ya había sido anticipado por los sofistas griegos, para quienes no era posible establecer una verdad, por mínima que fuera, porque todo está en transformación; en consecuencia, estamos condenados, en el mejor de los casos, a una verdad por convención y, en el peor, por imposición. Una afirmación tan provocadora como esta generó una reacción intelectual inmediata que, desde Platón hasta la ciencia moderna, ha tratado de mostrar la falsedad de la tesis sofista construyendo sistemas de pensamiento que le den orden y coherencia al mundo para intentar comprenderlo. Sin embargo, la revolución digital de las comunicaciones nuevamente nos ha colado en la posición de los sofistas: situados frente al inmenso río digital, podríamos decir que “nadie inicia sesión dos veces en el mismo Tik Tok.”

Navegar por ese inmenso río digital requiere de mapas que nos hagan llegar a puerto seguro, que nos den certeza, que nos permitan entender lo que está pasando en el mundo, saber quién es el “funado” en turno y por qué, qué significa el meme de moda, y principalmente que mi interpretación y comprensión de todo lo anterior no es única, que otros piensan igual que yo, que comparten el mismo sentido del humor, que los motiva la misma indignación o coraje, que tienen la misma opinión y emoción frente a un hecho o una persona; debido a esta necesidad, las burbujas informativas cumplen la función de ser los mapas con los que navegamos pues nos ofrecen una sensación de comunidad y certidumbre.

El concepto “filtro burbuja” o “burbuja informativa”, propuesto por Eli Pariser,2 hace referencia a la construcción de nichos digitales ideológicos en las diferentes plataformas digitales donde establecemos conexiones. Las burbujas son el resultado de nuestra continua interacción con un mismo tipo de contenido, de tal manera que la plataforma digital nos mostrará información similar para interactuar y así mantenernos conectados la mayor cantidad de tiempo posible. Este mecanismo de lo que ya coloquialmente llamamos “el algoritmo”, supone el peligro de encerrarnos en una red social digital en la que nuestros gustos, preferencias y filias de toda índole son confirmados y respaldados por otros usuarios. Ante un acontecimiento social polémico, las publicaciones que más nos aparecerán serán aquellas con las que previamente habremos interactuado y que están más cerca de nuestras convicciones y emociones.

Cualquiera que haya usado una red social digital ha experimentado este mecanismo de las burbujas y, frente a la incertidumbre del río digital, estas son mapas con una ruta clara sobre qué pensar y cómo sentirnos frente a eventos, personas o ideas que nos confrontan, nos molestan o nos agradan. La gran cantidad de información que circula en nuestro tiempo ha hecho dudar de lo que vemos o leemos en las redes sociales. La facilidad con la que proliferan noticias falsas y bulos, las supuestas agencias de noticias que solo buscan crear cacofonía y la dificultad de reconocer las deepfakes, han creado una situación de duda mediática en la que cada tuit, cada post, cada video se encuentra en un estado de incertidumbre acerca de su veracidad. En esa duda mediática, las burbujas informativas nos muestran un mundo que ha sido creado a nuestra imagen y likes.

Desde un inicio, la burbuja informativa ha sido ampliamente debatida como un marco de interpretación adecuado para el mundo digital. Un documento colaborativo3 creado por The Polarization Lab en la Universidad de Duke consigna tanto la bibliografía que responde afirmativamente a la existencia e influencia de las burbujas informativas, como la que niega o minimiza su efecto. Esto nos obliga a reconocer que el mundo digital y la personalización del algoritmo generan otros fenómenos que conviven en paralelo con las burbujas informativas; de ahí que su influencia y existencia sea todavía un debate abierto. Quizá sea mejor concebir las burbujas como un efecto y no una causa. Veamos.

“En nuestras democracias contemporáneas, las identidades políticas están definidas en términos morales al compartir las mismas ideas y valores; son identidades afectivas que se autoidentifican como los “buenos” frente a otras identidades afectivas que son vistas como los “malos”, por afirmar valores e ideas opuestas.”

Al revisar aquella bibliografía, nos damos cuenta de dos cosas: la primera es que la pregunta con la que se aborde su estudio, la disciplina e incluso la red digital analizada condicionará la respuesta. Lo segundo que salta a la vista es que su estudio frecuentemente no toma en cuenta que su formación depende de un componente social más amplio: la polarización política. En su forma habitual, esta es un fenómeno relacional, es decir, se identifica por la presencia de al menos dos ideologías que se sitúen en los extremos del espectro político (“izquierda/derecha”, por ejemplo); de este modo, las personas pueden identificarse con claridad con alguna de ellas y, en una sociedad democrática, votar por esa opción en tiempo de elecciones.

La polarización que se presenta en nuestro tiempo no tiene como componente divisivo el espectro político. En nuestras democracias contemporáneas, las identidades políticas están definidas en términos morales al compartir las mismas ideas y valores; son identidades afectivas que se autoidentifican como los “buenos” frente a otras identidades afectivas que son vistas como los “malos”, por afirmar valores e ideas opuestas. Esta distinción moral entre buenos y malos convierte la polarización política en una polarización afectiva, es decir, en una dinámica que crea comunidad a partir de valores morales pero que divide a la sociedad en dos campos antagónicos.4

La polarización afectiva hace su aparición cuando al menos una de las dos ideologías sitúa en el terreno de la inmoralidad y la ilegalidad las características físicas, socioeconómicas, la procedencia o la posición política de sus adversarios. Si un discurso político autoidentifica sus valores como “los buenos”, se corre el riesgo de que cualquier otro discurso con un valor opuesto sea visto como un enemigo que no merece derechos y libertades. En nuestro contexto de recesión democrática,5 la polarización afectiva debe verse como una herramienta para identificar si nuestra sociedad se entiende en términos de “buenos” versus “malos” y si esta comprensión genera un proceso de negación de participación en los asuntos de la vida colectiva de quienes no comparten los valores del discurso político hegemónico.

En este contexto, las burbujas informativas son el efecto de un discurso político que le ofrece a las personas una identidad fuerte a partir de la cual, mediante las redes sociales digitales, practican una dinámica de unión con sus iguales y de rechazo con los diferentes. El “algoritmo” hace su trabajo proporcionando a los usuarios cada vez más oportunidades de interacción, pero aquel habrá sido resultado, principalmente, de la previa caracterización de un enemigo político al cual hay que denostar y rechazar en el entorno digital. Una sociedad previamente polarizada creará una gran cantidad de burbujas, pero no al revés. Las burbujas sin un discurso dicotómico que guíe la interacción de los usuarios están vacías; serían inocuas.

Las burbujas creadas a partir de la polarización afectiva están lejos de ser inofensivas para las democracias; sobre esto sí hay consenso. Junto con las noticias falsas, los bulos y las deepfakes, las burbujas informativas cierran la puerta al diálogo y al consenso como elementos fundamentales del libre debate de ideas en una sana democracia. El algoritmo de las redes sociales digitales siempre nos colocará primero aquel contenido que nos es más cercano, y ello crea una endogamia visual y de contenidos que nos muestra una cara incompleta del mundo. Incluso quienes son proclives a interactuar con el contenido que les desagrada no contribuyen a mejorar la comunicación, pues la interacción no es con quien está detrás de la publicación sino con la publicación misma y con las que están debajo y así infinitamente. Dicha dinámica desintegra toda oportunidad de deliberación democrática al reforzar la radicalización y la duda mediática.

Pero, ¿debemos lamentarnos por ello? Yo creo que no. En Sobre la libertad, John Stuart Mill realiza una sorpresiva defensa del error. Ante la pregunta de si debe permitirse la expresión pública de opiniones erróneas, su respuesta es un rotundo sí, pues gracias a su exposición dichas opiniones podrían ser corregidas; incluso, haciendo gala de su optimismo ilustrado, argumenta que la verdad saldría ganando al tener que reforzar sus argumentos frente a las ideas erróneas. En el contexto de las burbujas informativas, querer que las redes sociales digitales sean un espacio de deliberación democrática es tan sólo una buena intención. En tanto que el discurso público en ellas no se convierta en discurso de odio —aquel que pasa de las palabras a la violencia—, renunciar a que Facebook o X sean impulsores de acuerdos es el primer paso para reconocer que necesitamos esas burbujas para entender las formas en que la democracia se debilita. La paradoja de las burbujas informativas es que las necesitamos para identificar aquellos discursos políticos que amenazan con eliminar la libertad y los derechos.

“[…] la paradoja de las burbujas nos muestra una doble complejidad: por un lado, proveer a las personas con las herramientas necesarias para no quedar atrapados en la duda mediática y, por otro lado, identificar la red de significantes con los que se construye una burbuja informativa y comprender la forma en que estos motivan acciones negativas.”

Nuestro reto no consiste en censurar o limitar la libertad de expresión en nombre de un supuesto “sano debate público”, pues ello implicaría situarnos en una posición de superioridad que cancela la diversidad de opiniones al imponer una perspectiva sobre el mundo social. Gran parte del éxito de la democracia —y de sus problemas actuales— estriba en que precisamente hemos renunciado a la creencia de que en política hay verdades superiores, por muy bien que suenen. En consecuencia, la paradoja de las burbujas nos muestra una doble complejidad: por un lado, proveer a las personas con las herramientas necesarias para no quedar atrapados en la duda mediática y, por otro lado, identificar la red de significantes con los que se construye una burbuja informativa y comprender la forma en que estos motivan acciones negativas. Delimitar con precisión cuáles son esos significantes es lo que nos permitirá diseñar estrategias para fortalecer el ideal democrático del libre debate de ideas. EP

  1. Schmidt, E. y Cohen, J. (2013). The New Digital Age: Reshaping the Future of People, Nations and Business. Knopf. []
  2. Pariser, E. (2011). The Filter Bubble: What the Internet Is Hiding from You. Penguin Press. []
  3. Haidt, J., & Bail, C. (ongoing). Social media and political dysfunction: A collaborative review. Unpublished manuscript, New York University. []
  4. Ruiz-Méndez, A. (2021). La polarización en las democracias contemporáneas. Esbozo de un modelo analítico de comunicación política populista. Sintaxis, (7), 33–49. https://doi.org/10.36105/stx.2021n7.02 []
  5. Informe Latinobarómetro 2023: La recesión democrática de América Latina. Recuperado de: https://www.latinobarometro.org/lat.jsp []
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