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Blancos, blancas, blancos, blancas.
La hegemonía es abrumadora: cada
año, en los podios del Campeonato Africano de Natación, las y los campeones
tienen la piel blanca, es decir, representan al 0.69% de la población total del
“continente negro”, que de negro no tiene nada se si trata del deporte de
moverse y desplazarse en el agua mediante brazos y piernas.
En el siglo XXI, el apartheid acuático segrega en silencio a
la población de piel oscura, mil 216 millones de africanos que han sido desplazados
de las albercas de competencia en el continente más pobre de la Tierra.
Hace veinte años, una pareja supo una de las razones. Cuando al joven matrimonio de Neil y Lydvine se les ocurrió que su pequeña hija Felicity Passon nadara, no existía en su tierra un solo club con alberca. Su país, Seychelles, un conjunto de 115 islas del Océano Índico -en lo más “remoto” del África si a nuestros binoculares los alzamos desde Occidente- solo entendía a las albercas como esos estanques artificiales donde los turistas gozan en resorts rodeados de lo único visible si escribimos “Seychelles” en Google: islotes, mar transparente, extensiones turquesa de las que brotan palmas, tortugas, cocoteros, peñascos, frente al oleaje manso.
En su isla, La Digue, poblada por 2
mil personas en 15 kilómetros cuadrados, solo había un modo de zambullirse en
agua que no fuera salada. “En Seychelles no tenemos muchas oportunidades. De
chica, obviamente, no había una sola alberca de natación. Existía una sola
alberca y era la de un hotel. Nadé ahí. Desde que tenía 10 meses mi mamá me
tiraba a la piscina. Ya sabes, el instinto del bebé (que la hacía nadar)”, dice
Felicity, la campeona africana de dorso que con 21 años se prepara para enfrentar
en los Juegos Olímpicos de Tokio a las mejores nadadoras de todos los
continentes. Sacudirá desde su plataforma de salto la brutal hegemonía racial
planetaria.
La pequeña nadó años entre turistas
dirigida por sus padres, y fue creciendo como deportista. “A los tres años seguía
en pequeñas lecciones de natación y mucha gente decía que tenía talento”. De a
poco, desarrolló en el único estilo que mira al cielo una destreza atlética
única, con dos brazos como remos que arrastraban enormes volúmenes de líquido y
la impulsaban a una velocidad que nadie alcanzaba en Seychelles. Pero su isla
la empujaba a dejar su deporte: la alberca de un hotel anclaría su capacidad a un
simple pasatiempo.
Y entonces internet le trajo la voz
de una mujer negra, como ella: Simone Ashley Manuel, nadadora estadounidense que
de niña braceó a contracorriente en un deporte de pieles predominantemente blancas.
“Me preguntaba si la natación debía ser el deporte que siguiera porque no veía
muchas nadadoras que fueran como yo”, cuenta Simone. Dudó seguir. “Como no
había muchos nadadores negros busqué motivación en atletas fuera de mi deporte”.
Menos mal: es medallista de oro y plata olímpicos, y record olímpico en 100
metros libres.
Todo eso llegó a oídos de la pequeña
Felicity, que cuando no sabe si continuar luchando contra la marea racial,
esencialmente las nadadoras sudafricanas, hace memoria: “Veo de dónde viene
Simone, y su historia impresionante e
inspiradora”.
Pero, a diferencia de su ídola, quien
halló en su propia nación agua y entrenadores para explotar su potencial, si
quería ser nadadora Felicity debía decir adiós a su país y su gente, los
seychellois, etnia de raíces africanas y francesas.
“Había nadado toda la vida –dice-.
Era duro para mí imaginarme sin nadar”. Por eso, aún adolescente, becada se
despidió de sus padres y su hermana para entrenar en la ciudad de Pretoria, en Sudáfrica,
para tiempo después volar a Tailandia.
Taquicardia supraventicular
A los 13 aos ya era seleccionada
nacional, empezaba a conocer el mundo y a codearse con la élite. Y de eso da fe
su Facebook: a un costado de una alberca le pidió una foto, los dos juntos, a
Ryan Lochte, el mítico estadounidense 12 veces medallista olímpico, segundo
nadador más ganador de la historia en Juegos Olímpicos. En la imagen, su
sonrisa de niña se le sale de la cara.
En 2014, poco después de ser
nombrada Deportista Joven del Año en Seychelles, viajó a Inglaterra, donde concluiría
la Preparatoria en el Plymouth College. En 2015, al debutar como alumna en la
monumental escuela victoriana, otra vez fue Deportista Joven del Año en
Seychelles. A sus 16 años, ya era un símbolo nacional y del África negra (hoy
conocida como África subsahariana). Pero pronto la alegría se disipó.
En ese mismo año y en la misma
nación donde el británico Adam George Peaty conmovía a sus compatriotas y a
Felicity como el mejor nadador de pecho de la Tierra, dentro del pecho de la nadadora
había un problema: a la izquierda sintió una aguda molestia que ya había experimentado
tiempo atrás y que le complicaba entrenar. Fue al médico. El diagnóstico: taquicardia
supraventricular, enfermedad causante, además, de palpitaciones, mareos,
desmayos. “Me dijeron que solo
si me operaba volvería a nadar”.
El
tórax de Felicity tuvo que ser abierto para que le rasgaran el corazón en una “ablación
de taquicardia supraventricular”. El procedimiento, traumático pero urgente, fomentaría
el nacimiento de tejido dentro del corazón para disipar las señales eléctricas
anormales y que el ritmo cardiaco se normalizara. “2016 fue difícil para mí –recuerda-.
No nadé cinco meses porque tenía que curarme. Tuve que ver a mis compañeros de
equipo entrenar y competir mientras yo simplemente estaba sentada en casa”. Pero
al final del año ya se deslizaba en el agua. “Estaba muy emocionada cuando
finalmente pude volver a la piscina: la extrañé mucho y trabajé muy duro”.
Otra
vez miraba el cielo en un estilo retador como ninguno porque pese a que en el
dorso es fácil respirar, el deportista no puede establecer en qué tramo del
carril se encuentra si no cuenta las brazadas. Solo así evita impactar sus brazos
contra los límites sólidos de la piscina. Además de vigilar la perfección
técnica en las cinco etapas (impulso subacuático, entrada de brazos, agarre,
empuje y fase aérea), es necesario contar-contar-contar, cada brazada, siempre,
volver la mente un reloj, y con entre 12 y 15 brazadas recorrer 50 metros. La
cuenta puede distraer la concentración, volverse infernal y arruinar el
esfuerzo. Imaginemos que al desarrollar nuestro trabajo todo el tiempo
tuviéramos que contar. Desquiciante.
Pero
para Felicity la técnica no es tan retadora como “el lado emocional y sicológico de
la natación: a veces te sientes sola. Es un deporte muy intenso”, nublado,
dice, por lo que ella llama “dark times”.
A
la hora del reconocimiento público, sin embargo, no importaron ni la operación
ni los desafíos de su especialidad. Por todo lo hecho en 2016 antes de su
cirugía, Felicity fue nombrada otra vez Deportista Joven del Año en su país. Y
entonces, Estados Unidos volteó a mirar a la joven del límite meridional del
planeta. La Universidad Metodista del Sur, en Texas, la quería en su equipo de
natación, y le abrió sus aulas. Optó por la carrera de Psicología y Ciencias
Cognitivas. Y tiene claro hacia dónde va su vocación: “La adicción a las drogas
y la sicología que hay detrás. Quiero ayudar a la gente con la enfermedad”.
Adictos
¿Por
qué una joven de Seychelles, un paraíso oceánico que casi 400 mil turistas
visitan cada año para gozar sus islotes privados, hoteles boutique, arrecifes,
eligió estudiar algo así? Casi 6 mil habitantes de un total de sus 94 mil habitantes
consumen heroína, según la Agencia para la Prevención de Abuso de Drogas y
Rehabilitación de Seychelles. ¿6 mil no es poco? No. Per capita, esa nación tiene el mayor índice de adictos al opioide
en todo el mundo.
Para
encaminarse a ser la mejor de África, Felicity volvió a ser Deportista del Año
en 2017, y luego debió arrasar con las nadadoras de la región en que nació. En
los Juegos del Océano Índico, evento deportivo creado por el Comité Olímpico
Internacional que se realiza cada cuatro años entre las 7 naciones de esa zona
(Mauricio,
Seychelles, Comoras, Madagascar, Mayotte, Reunión y Las Maldivas) se ha vuelto
una recolectora industrial de medallas. Solo en la más reciente de esas
competencias, en Mauricio, no se limitó al dorso y llevó a su país siete
preseas de oro, tres de plata y un bronce. En síntesis: rompió records de todos
los tiempos de esos juegos con 43 años de historia. Los medios se lo avisaron
al llegar. “¡Oh, wow. Eso es muy cool!”,
dijo, como si nada, la nadadora de sonrisa fácil cuando bajó del avión y fue
recibida como héroe de la patria, entre flores, porras y aplausos.
La “Golden Girl of Seychelles” fue
contratada como imagen de Cable and Wireless Seychelles, posó para los medios
con su cargamento metálico y el presidente Danny Faure la recibió en la Casa de
Estado. Y también fue elegida como uno de los personajes símbolo para la
campaña que celebra los 250 años de historia de Seychelles (1770-2020). No le
faltan méritos: tiene siete records nacionales.
¿Y sus rituales antes de competir? A
la africana le disgustan las ceremonias de híper concentración del alto
rendimiento, abstraerse obsesivamente de la realidad. Prefiere la ligereza,
como un día más. “Antes de la competencia le hablo a mucha gente”. Habla,
habla, habla: es su catarsis antes de volverse ese descomunal ser acuático que
en los Juegos Africanos Rabat 2019, en Marruecos, fue bronce en 100 metros
mariposa, plata en 50 metros dorso, y doble oro, en 200 y 100 metros dorso.
Otra vez, todo eso la volvió Deportista del Año 2019, pero, lo más importante, el
oro la calificó a los Juegos Olímpicos que se realizarán en Tokio en 2021. “Me
siento muy nerviosa y con mucha presión, pero sobre todo estoy emocionada”.
Más chica que la mayoría de las
rivales, ya palpita la competencia. No será cualquier cosa: al fin, con la
chica del corazón “enfermo” el África negra saltará al agua. EP
Fuentes: YouTube African Swimming Confederation, nation.sc Seychelles News Agency, Seychelles Civil Aviation Authority, seychelles.cc.
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