La tarea imposible de Kamala Harris

¿Por qué detener los flujos migratorios centroamericanos resulta una faena imposible? Carlos Heredia, miembro del grupo México en el Mundo, explica las razones y qué es necesario para atacar la crisis humanitaria en la frontera entre México y EUA.

Texto de 30/06/21

¿Por qué detener los flujos migratorios centroamericanos resulta una faena imposible? Carlos Heredia, miembro del grupo México en el Mundo, explica las razones y qué es necesario para atacar la crisis humanitaria en la frontera entre México y EUA.

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A partir de marzo de 2021, el presidente Joseph Biden le ha encomendado a su número dos, la vicepresidenta Kamala Harris, hacer frente a las causas de raíz de la migración centroamericana hacia Estados Unidos. No es difícil averiguar estos factores: un modelo económico depredador, que concentra la riqueza y el ingreso, y deja sin oportunidades a las mayorías; el cambio climático y el deterioro de la agricultura campesina; la violencia sistémica que sacude a Guatemala, El Salvador y Honduras.  

La encomienda se complica dramáticamente cuando su estrategia se centra en repetir una y otra vez: “no vengan, la frontera está cerrada” a los cientos de miles de personas que quieren ya no migrar, sino huir para salvar su vida, un objetivo que va más allá de ganarse el sustento dignamente y ahorrar dinero para sus familias. 

“Cuando algunos en Estados Unidos se proponen ‘detener la migración’, están definiendo un objetivo irrealizable y una tarea imposible de cumplir”.

Cuando algunos en Estados Unidos se proponen ‘detener la migración’, están definiendo un objetivo irrealizable y una tarea imposible de cumplir. Los flujos migratorios han sido connaturales desde hace medio siglo en la región mesoamericana, y lo seguirán siendo, por los factores de expulsión mencionados y por un factor de atracción extraordinariamente poderoso: la reunificación familiar en un lugar donde puedan vivir con tranquilidad.  

¿Por qué sostengo que se trata de una tarea imposible? Hay por lo menos cinco contradicciones estadounidenses que sustentan esta afirmación:

  1. Estados Unidos envía señales mixtas a los migrantes: no vengan, pero déjenlos entrar selectivamente cuando los necesitemos.  

Mientras Kamala Harris grita a los cuatro vientos: “no vengan”, los empleadores de sectores altamente dependientes de mano de obra migrante claman a la Casa Blanca y a los senadores para que las autoridades permitan el ingreso de trabajadores que hoy son insustituibles. En los campos de cultivo, en las empacadoras de carne, en la construcción, en hospitales y clínicas de salud, en la vida asistida y el cuidado de las personas de la tercera edad, en labores de limpieza de casas y oficinas, los mexicanos y centroamericanos hacen que las cosas funcionen. Los estadounidenses no están dispuestos a hacer esas tareas que implican grandes sacrificios por los salarios percibidos por los migrantes.  

La rápida recuperación de la economía estadounidense —impulsada por los exitosos planes de Biden para la vacunación, para apoyo a las familias y para el rescate a las empresas— exacerbará esta contradicción en los próximos meses y años.

  1. Washington reconoce que su sistema migratorio y de refugio está roto y es completamente disfuncional.  

Muchos políticos y ciudadanos afirman: “estoy en contra de la migración ilegal, pero no tengo problema si vienen con papeles, de manera ordenada, legal y segura”. El problema es que el propio sistema no da suficientes oportunidades para que quienes tienen empleo seguro lleguen por una vía ordenada, legal y segura. No hay personal suficiente, ni se expiden suficientes visas, ni existe el número necesario de jueces de inmigración. 

“La migración sigue siendo ubicada como un tema policíaco y criminal, en vez de ser abordada desde una perspectiva de empleo, movilidad laboral y competitividad regional”.

La migración sigue siendo ubicada como un tema policíaco y criminal, en vez de ser abordada desde una perspectiva de empleo, movilidad laboral y competitividad regional. Así, la ‘vía legal’ es mucho más estrecha de lo que los propios empleadores estadounidenses necesitan, y hay muchos intereses que lucran con la prohibición de los flujos.

  1. ¿Quién ayuda a quién? México, Guatemala, Honduras y El Salvador somos hoy sociedades transnacionales

Cada uno de los cuatro países tenemos entre el 9 por ciento y el 25 por ciento de nuestra población total en EUA. Hay once millones de personas nacidas en México que viven y trabajan allá; de ellos, cerca de dos millones y medio son dobles nacionales, que pueden votar en EUA y aquí. Estados Unidos mantiene una ventaja competitiva significativa respecto a Europa y Asia del Este, precisamente, porque el bono demográfico de México y Centroamérica ha rejuvenecido su fuerza de trabajo; ahora los baby boomers —individuos nacidos entre 1946 y 1965, entre los 55 y 75 años— tienen quién pague sus pensiones.  

Los migrantes enviaron desde EUA a Guatemala, El Salvador y Honduras 23 mil millones de dólares en 2020, un monto 20 veces mayor que la ayuda estadounidense. La región Mesoamérica-Norteamérica tendría que moverse de un paradigma punitivo de la migración a un nuevo paradigma de movilidad laboral regulada, por el cual los trabajadores conserven su residencia permanente en su país de origen sin emigrar de manera duradera, y de forma reglamentada se recupere la circularidad que un día existió. 

  1. Estados Unidos no es un factor externo en Centroamérica: es un actor interno. ¿Puede Washington hablar de combate a la corrupción y de lucha contra la impunidad, cuando sigue protegiendo a delincuentes?

En Guatemala, El Salvador y Honduras mandan las oligarquías económicas, las élites políticas, los militares y la embajada de Estados Unidos. El papel que desempeña la embajada depende de quién ocupa la Casa Blanca y de cómo se definen en esa circunstancia los intereses de Washington en cada país. 

Un artículo muy revelador del periodista salvadoreño Carlos Dada, fundador de elfaro.net, muestra que Honduras es quizá el país donde es más flagrante una brutal contradicción del gobierno estadounidense. El presidente Juan Orlando Hernández ha sido hallado por un tribunal en Nueva York como coconspirador de tráfico de cocaína a EUA desde 2004, como parte de la banda criminal de su hermano Tony Hernández. Sin embargo, el gobierno de Biden sigue trabajando con él, lo que en los hechos equivale a protegerlo. El congelamiento de cuentas bancarias y el retiro de visas a funcionarios escogidos, no cambia lo sustancial: la prevalencia del pragmatismo político-diplomático sobre los principios y los valores —Juan Orlando Hernández es un ‘hijo de perra’, pero es nuestro hijo de perra—. 

¿Cómo entonces hablar de honestidad y de fin a la impunidad, si Washington sigue cobijando delincuentes por supuestos intereses geopolíticos? La Administración de Control de Drogas (Drug Enforcement Administration, DEA) puede ubicar narcopolíticos y narcopresidentes, pero si se consideran indispensables para defender los intereses de Washington, prevalece aquello de “malo si andamos con él, peor si prescindimos de él”.  

Como lo ha señalado la Oficina en Washington para América Latina (WOLA), el temor de numerosos organismos de sociedad civil es que, en aras de mantener a los gobiernos de México y Guatemala en tareas de policías migratorios, Washington omita abordar algunos de los temas urgentes de derechos humanos, estado de derecho y gobernanza, que deberían ser conversados con esos gobiernos.  

“¿Cómo entonces hablar de honestidad y de fin a la impunidad, si Washington sigue cobijando delincuentes por supuestos intereses geopolíticos?”

  1. Cambiar el enfoque de la contención migratoria para hacer de Guatemala, El Salvador y Honduras países habitables. 

La migración de Centroamérica a Estados Unidos va a continuar, así repitan mil veces con altavoces “no vengan”.  Cuando uno habla con los migrantes hondureños en tránsito por México, empieza a entender por qué no van a desistir en sus intentos por llegar a EUA: porque está en juego no sólo su subsistencia, sino su vida misma. 

Paradójicamente, la única receta que podría funcionar para la vicepresidenta Kamala Harris es mudar su enfoque. En vez de centrarse en la tarea imposible de detener los flujos migratorios, Washington tendría que instrumentar una receta exitosa que ya está probada en su propia casa: dignificar la vida y el trabajo para el bienestar de las mayorías, como lo está haciendo el presidente Biden con la millonaria inversión en las personas, en su propia gente, empezando por reducir a la mitad el número de niñas y niños que en el país más rico y poderoso del mundo se van a dormir con el estómago vacío.

Esta fórmula no es popular en los pasillos del poder en la colina del Capitolio. Tanto Demócratas como Republicanos se engañan soñando en una solución inmediata, en una ‘bala de plata’ inexistente que detenga los flujos migratorios.  

La tarea prolongada de hacer habitables a Guatemala, El Salvador y Honduras pasa por apoyar los propios esfuerzos locales por hacer mejor lo que ya saben hacer. En otras palabras, las numerosas iniciativas por la educación, el acceso a agua limpia, el derecho a la justicia, la creación de espacios libres de violencia para niñas y mujeres. 

Kamala Harris lo entiende: el desafío de fondo reside en la voluntad política de Washington. Ojalá que, como el propio presidente Biden lo propone, por fin dejen de lado sus amistades peligrosas con los poderes fácticos de siempre, y de verdad se decidan a establecer una alianza con los pueblos centroamericanos. EP

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