Dos siglos de relaciones económicas entre México y Estados Unidos

A partir del bicentenario de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, el grupo México en el Mundo presenta una compilación que aborda, desde diversas perspectivas, el pasado y el presente esta relación. Este ensayo forma parte del Capítulo 1 “Una mirada panorámica sobre una relación intensa y poco institucionalizada”.

Texto de 06/03/23

A partir del bicentenario de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, el grupo México en el Mundo presenta una compilación que aborda, desde diversas perspectivas, el pasado y el presente esta relación. Este ensayo forma parte del Capítulo 1 “Una mirada panorámica sobre una relación intensa y poco institucionalizada”.

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Escribir sobre 2 siglos de las relaciones económicas entre México y Estados Unidos es una tarea tan difícil como la complejidad de la relación misma. No hay en el mundo una relación determinada por una larga frontera común con una asimetría económica tan grande entre la principal potencia económica y tecnológica del mundo y un país en desarrollo, con una enorme pobreza y economía informal, que afecta a la mitad de la población. Al final, hay una cierta integración, formal o informal, entre un mundo latino y otro anglosajón, ambos pluriétnicos. No ha habido ninguna apreciable convergencia entre niveles de ingreso, aún con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); al contrario, se han acentuado las desigualdades regionales. Esto se refleja en los títulos de algunos de los principales autores estadounidenses: Vecinos distantes (Alan Riding), México y Estados Unidos 1821-1973: conflicto y coexistencia (Karl M. Schmitt). Algunos de estos han sido más positivos bajo la influencia del TLCAN: Historia de una convergencia (Clint Smith), Matrimonio por conveniencia (Sidney Weintraub), Dos naciones indivisibles (Shannon K. O’Neil). Esto muestra la historia de conflictos, antagonismo, cooperación, integración y desatinos, con algunos destellos de creatividad.

La conformación del Estado-nación y la delimitación del territorio (1823-1867)

El punto de partida de este primer periodo de la relación fue el reconocimiento de la República Mexicana y la aceptación del primer Embajador mexicano, José Manuel Zozaya, en 1823, condicionado por la aceptación del primer Embajador de Estados Unidos en México, el polémico Joel Roberts Poinsett, que se dio hasta 1825. Concluyó este periodo con la República Restaurada de Benito Juárez, en 1867, y el fin de la Guerra Civil estadounidense, en 1864.

La característica dominante de esta etapa, más que las relaciones económicas, es el desbordado expansionismo estadounidense, y, por parte de México, la defensa fallida de su territorio, cuyos límites se habían fijado por el Tratado de Adams-Onís, de 1819, que todavía fijó las fronteras bajo la Nueva España. Esta etapa se desarrolló primero con la guerra de Texas y su independencia en 1835; luego, su anexión a Estados Unidos, en 1845, seguido por la guerra con Estados Unidos, de 1846 a 1848, que concluyó con el eufemísticamente llamado Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo de Guadalupe Hidalgo, de febrero de 1848, y, posteriormente, la venta de la Mesilla, con su correspondiente tratado.

Lo interesante es que el embajador Poinsett inició los esfuerzos para realizar un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, que fructificó en 1831. Hubo varios intentos: uno famoso es el Tratado McLane-Ocampo, que introdujo el nuevo concepto del paso a perpetuidad por el istmo de Tehuantepec. Afortunadamente, muchos de estos tratados no fueron ratificados por el Senado estadounidense, imbuido de una veta proteccionista que rechazaba la reciprocidad de eliminación de aranceles.

Otra veta de la relación diplomática económica fueron los varios intentos de ambos países de establecer convenciones para resolver sus numerosas reclamaciones mutuas, la primera en abril de 1839. Se referían a daños Estado-Estado o Estado-particulares por perjuicio a individuos o empresas durante las guerras, las luchas civiles y, curiosamente, a las incursiones en ambas fronteras de los “indios bárbaros”. Estas fueron operadas por comisiones mixtas de arbitraje, convocadas periódicamente: una en 1843, otra en agosto de 1869. La práctica se extendió hasta después de la Revolución, en la década de 1920.

Otro tema recurrente que dio lugar a sendas negociaciones fue la deuda externa. ¡Nacimos endeudados! Las primeras fueron las famosas deudas “leoninas” contratadas con los Merchant Banks ingleses de Barclay y Goldsmith, en 1824. Hubo también empréstitos franceses y adeudos pendientes con la Corona española. En esta época todavía la relación dominante en comercio e inversiones era con Inglaterra y, en general, con Europa.

Un serio problema en esta época de formación de nuestro Estado-nación fue la penuria del Estado mexicano. Ya el gobierno de Juárez se vio obligado, en 1861, a decretar la suspensión de los pagos sobre la deuda. La respuesta de los acreedores no se hizo esperar. En 1862, se estableció la Convención Tripartita de Londres (nuestro primer club de acreedores), que produjo la invasión y la toma de Veracruz. Los españoles, con el general Juan Prim, y los ingleses entendieron las verdaderas intenciones de Francia y se retiraron. Los franceses continuaron su avance a la Ciudad de México, en 1863, preparando el terreno para el arribo de Maximiliano, que ya había sido invitado por los conservadores a ser nuestro Emperador (1863-1867).

En los dos países se presentaron grandes conflictos internos entre diferentes visiones políticas. En México se había dado, entre 1858 y 1861, el parteaguas de la guerra de Reforma, la lucha entre liberales y conservadores, la nueva faceta del conflicto entre federalistas y centralistas. Su continuación fue la intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Pero, de manera paralela, en Estados Unidos, se presentó el conflicto entre liberales y esclavistas, que dio lugar a una muy cruenta Guerra Civil. Esto significa que también se dio una primera alianza de conveniencia, porque Estados Unidos no quería la presencia francesa en el continente debido a sus intereses plasmados en la Doctrina Monroe. Como elemento curioso, los estados del noreste mexicano, bajo el cacicazgo del general Santiago Vidaurri, llegaron a un acuerdo, mediante un agente cubano, para suministrar alimentos, materias primas y armas al gobierno Confederado, y evitar así el bloqueo naval de la Unión. Esto provocó un auge económico en la región, a partir de poblaciones fronterizas, como Matamoros y Laredo. Esta fase concluyó en México con el triunfo de Juárez y la República Restaurada, en 1867, y en Estados Unidos con el fin de la Guerra Civil, en 1864.

Coincidencia del auge económico: la era del ferrocarril (1876-1910)

La modernización del porfiriato (1876-1911) en México y la llamada “época dorada” en Estados Unidos, con un periodo de acelerada industrialización e integración territorial, marcó una coincidencia en el auge económico de los dos países. Nuestra normalización se inició a partir de 1867 con la victoria de Juárez, quien muere en 1872. Posteriormente, Porfirio Díaz inició su gobierno en 1876, con un gran gabinete. Los estadounidenses le retrasaron su reconocimiento 18 meses, lo que le generó una cierta antipatía y la búsqueda del contrapeso económico europeo por parte del mandatario mexicano. 

Sebastián Lerdo de Tejada, como Presidente, no quería conectividad férrea, por lo que se hizo popular su frase: “Entre un país grande y otro pequeño, el desierto”. Sin embargo, la realidad se impuso. Un eje visionario de la estrategia porfirista fue la integración del mercado interno y el externo, a través de la infraestructura, los ferrocarriles, los puertos y los servicios públicos. Ante la ausencia de recursos se acudió a la inversión extranjera. En la década de 1880 se construyeron 4800 kilómetros de vías. Las exportaciones fueron dominadas por el oro y la plata (65%), en general, por la minería. Pero estas se diversificaron con las comunicaciones, al café, el tabaco, las maderas, la vainilla y, como gran novedad, el henequén.

Esto fue acompañado de un fortalecimiento institucional de las finanzas públicas y del sistema financiero. El que ideó la primera gran reforma fiscal fue Matías Romero como Secretario de Hacienda que fue aplicada después por José Yves Limantour. Además, introdujo el impuesto del timbre para no depender solo de los aranceles del comercio exterior. Asimismo, eliminó las alcabalas, impuestos interiores que obstaculizaban el comercio, ordenó el sistema de la acusación monetaria de la plata, e impulsó un sistema bancario nacional, con el Banco Nacional como eje.

Desde el ministro de Hacienda Manuel Dublán se había dado lo que se llamó “conversión de la deuda”, que significaba reestructurar la vieja deuda y contratar nueva. Posteriormente, el ministro de Hacienda Limantour, con el prestigio adquirido por el gobierno, realizó exitosas emisiones de bonos internacionales para financiar la expansión del ferrocarril. Con gran visión, consolidó y nacionalizó los principales ferrocarriles, y creó Ferrocarriles Nacionales.

Era la globalización moderna. México la aprovechó como lo que llamaríamos “un modelo de crecimiento orientado hacia afuera, liderado por las exportaciones”. El mayor auge se produjo entre 1895 y 1905, con un periodo de crecimiento anual récord de 3.5%, que, después del periodo “desarrollista”, fue el segundo mayor de nuestra historia. Participamos así en lo que se llamó la primera belle époque.

Estados Unidos impulsó un periodo acelerado de industrialización, integrando su vasto territorio a través del ferrocarril. A esta fase de dinámica expansión del capitalismo se le llamó la gilded age (época dorada), también de los Robber Barons. El expansionismo territorial fue sustituido por un “expansionismo económico y comercial”. A partir de 1879, cambió la estructura de inversiones y comercio de una que favorecía a Inglaterra (70%-30%), en 1870, a una que favorecía a Estados Unidos (70-22%). En ese periodo, la mayor parte de la inversión extranjera de Estados Unidos se canalizó a México.

Un hecho importante de equilibrio exterior es que Limantour, como negociador, aún no como Ministro de Hacienda, rechazó un tratado comercial sobre las bases de la reciprocidad, que nos proponía Estados Unidos, similar al negociado con Hawái, que había sido la base para su anexión. Este periodo de auge en nuestras relaciones económicas concluyó con la Revolución mexicana de 1910.

La Revolución mexicana y sus consecuencias: el modelo liberal que condujo a la Gran Depresión (1910-1929)

La Revolución mexicana trastocó de nuevo el modus vivendi y la estructura de las relaciones económicas, que se había alcanzado en el porfiriato. Nuevamente hubo inherencia estadounidense en nuestra vida interna: la herencia de las políticas rooseveltianas del “gran garrote”, la participación del infausto embajador Lane Wilson en el asesinato de Francisco I. Madero, la ocupación de Veracruz, el ataque de Francisco Villa a Columbus y la expedición punitiva de John J. Pershing.

En la parte económica, las facciones revolucionarias tenían interés en mantener el control de las exportaciones de las fronteras y puertos, a través de las aduanas, para obtener armas y recursos. El desquiciamiento del tráfico ferrocarrilero fragmentó otra vez el mercado interno. Los principales problemas se gestaron por el contenido de la Constitución de 1917 con sus tesis en materia de soberanía sobre el subsuelo y los recursos naturales y la reforma agraria; luego, la visión nacionalista del presidente Venustiano Carranza. Hubo un nuevo gran jugador en la relación: el petróleo, descubierto en 1908 por empresas estadounidenses e inglesas, lo que propició una nueva competencia entre potencias. En 1921, México se convirtió en el principal productor mundial. La zona de Tamaulipas fue codiciada por “tirios y troyanos”. Además, hubo problemas financieros: la hiperinflación por la emisión de bilimbiques revolucionarios; posteriormente, por la incautación de bancos de Carranza y, sobre todo, la suspensión de pagos de la deuda. Después vendrían los efectos de la reforma agraria y las limitaciones a la propiedad en la zona fronteriza y la minería. Estados Unidos también se involucró en ese momento en la Primera Guerra Mundial.

En Estados Unidos inició la época de los roaring twenties (los bulliciosos veintes), con un auge estadounidense a inicios de la década de 1920. México estaba enfocado a realizar un esfuerzo de reconstrucción en áreas de la economía y, sobre todo, inició la aplicación de las reformas constitucionales. La economía mexicana creció poco, y se sustentó, sobre todo, en la plata y en las exportaciones fuera de las zonas afectadas por el conflicto bélico. Hubo creación de instituciones importantes en materia financiera, como el Banco de México, y se registró la introducción del Impuesto Sobre la Renta, para no depender tanto de los aranceles sobre el comercio exterior.

En octubre de 1929, se produjo el gran colapso de la Bolsa de Valores de Nueva York, el Jueves Negro, que detonó el origen de la Gran Depresión, con efectos devastadores: el comercio mundial se desplomó 60% entre 1929 y 1932. Herbert Hoover combatió la depresión con medidas ortodoxas de finanzas sanas, y entró en una espiral de caída del ingreso y recorte del gasto, agravado por medidas proteccionistas, con un fuerte aumento de los aranceles (el Glass-Steagall Act de1932), que hicieron que la depresión se exportara al mundo.

El gobierno de México actuó a imagen y semejanza, bajo el liderazgo de un grupo de liberales distinguidos: el secretario de Hacienda Luis Montes de Oca, acompañado de Manuel Gómez Morín y Miguel Palacios Macedo siguiendo las mismas políticas. Aquí también se agrava la depresión. Entre 1926 y 1932, nuestro PIB cayó 25%, el circulante 50% y las exportaciones 40%. Hacia el final del maximato, el nuevo Ministro de Hacienda, Alberto J. Pani, regresó de Europa e introdujo medidas keynesianas de expansión del circulante, con lo que se inicia la recuperación.

El Nuevo Trato de Roosevelt y las reformas sociales de Cárdenas (1932-1939)

La Gran Depresión provocó una catástrofe económica y social en todo el mundo. En Estados Unidos, el PIB llegó a caer 50%, el desempleo alcanzó la cuarta parte de la fuerza de trabajo, y el comercio exterior se desplomó. Sus efectos políticos no fueron menos graves: se dio el fortalecimiento de los gobiernos totalitarios nazis y fascistas en Europa, y el comunismo stalinista en la Unión Soviética.

Pero esto también produjo grandes cambios en las democracias capitalistas para salvarlas. El presidente Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones e instauró el Nuevo Trago, que significó la creación de nuevas instituciones y programas sociales, políticas keynesianas de estímulo a la producción y el empleo, como el Gran Programa de Obras Públicas. Con México se inició una política del “buen vecino”. Estados Unidos salió de la Gran Depresión, aunque tuvo una recaída recesiva en 1937.

En México, de forma paralela, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, a partir de 1934, se impulsaron las grandes reformas y la aplicación de la nueva Constitución de 1917. La reforma agraria impulsó el movimiento laboral, así como la educación pública socialista. En economía, bajo el secretario de Hacienda Eduardo Suárez, se aplicaron igualmente políticas keynesianas contracíclicas, así como un gran programa de obras públicas, y se sustituyó el modelo ortodoxo liberal por un nuevo modelo desarrollista que privilegiaba el crecimiento sobre la estabilidad. Asimismo, se produjo una mayor intervención del Estado en la economía y se crearon instituciones importantes, como la Comisión Federal de Electricidad, Nacional Financiera (a semejanza de la Finance Reconstruction Corporation), el Banco Nacional de Comercio Exterior, entre otras.

La aplicación del principio de la soberanía por el control de los recursos del subsuelo provocó un serio conflicto con las empresas petroleras, atemperado afortunadamente por la poca simpatía que el gobierno demócrata de Roosevelt les tenía. Se dio un bloqueo a nuestras exportaciones. México aplicó ciertas políticas contracíclicas para estimular la economía y no recaer en una recesión. Los prolegómenos de la guerra cambiaron la relación económica en sentido positivo.

Los impactos de la economía de guerra y el impulso de la industrialización mexicana (1940-1946)

Paradójicamente, la economía de guerra (1939-1946) impulsó un gran periodo de auge económico y la consolidación de nuestra estrategia desarrollista, privilegiando el crecimiento económico, sustentado en el despegue industrial. Fue un “periodo de oro” en nuestra relación económica. Se sustentó en la “sustitución forzada de importaciones” de bienes manufacturados, gran crecimiento de nuestras exportaciones de materias primas y agrícolas, influjo de capitales golondrinos, los cuales huían de las zonas de guerra. Para apoyar esta dinámica se dio el Tratado de Comercio y, en flujo de personas, el Programa Bracero, con el consiguiente gran flujo de remesas.

Otro elemento importante fue el lograr, en 1942, bajo condiciones excepcionalmente favorables, un acuerdo sobre la vieja deuda externa con pagos suspendidos desde la Revolución y un Acuerdo de Indemnización sobre las Compañías Petroleras Americanas. Esto permitió a México reincorporarse al flujo del crédito externo estadounidenses con algunos iniciales del Eximbank y de grandes bancos privados, como Bank of America y Chemical Bank. Lo mismo sucedió con la normalización de las exportaciones de petróleo mexicano, que el esfuerzo de guerra estadounidense requería. Fue un periodo de gran crecimiento para México, de 6%, aunque la bonanza produjo fuertes incrementos de las reservas internacionales y de la inflación.

El nuevo orden internacional de la posguerra y su primer colapso (1946-1982)

Conscientes de las causas económicas, la Gran Depresión y, eventualmente, de la propia Guerra Mundial, se trabajó para crear un nuevo orden internacional, con nuevas instituciones y reglas. Un paso importante, además de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas, en el campo económico, fue la Conferencia de Bretton Woods, de 1944, durante la cual se crearon las “instituciones gemelas”, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Sin duda, la delegación mexicana desempeñó un papel muy importante, con una gran relación de respeto entre el secretario del Tesoro Henry Morgenthau y el secretario de Hacienda Eduardo Suárez. México se vio pronto beneficiado de créditos importantes.

A partir de 1946 se produjeron algunos efectos de contracción económica, derivados de la posguerra. El gobierno del presidente Miguel Alemán dio un excepcional impulso al proceso de industrialización, con grandes inversiones en obras de infraestructura, como la irrigación, se mantuvieron favorables relaciones de intercambio comercial y flujos crecientes de inversión empresarial, con altas tasas de crecimiento. La guerra de Corea, con el inició de la Guerra Fría, produjo un nuevo periodo de impulso y contracción económica. 

El gobierno mexicano del presidente Adolfo Ruíz Cortines y su secretario de Hacienda Antonio Carrillo Flores deciden que ya es necesario acompañar el proceso de rápido crecimiento con una estabilización de precios, y con ello ejecutó un exitoso plan de estabilización con la devaluación de 1954. Esto aportó las condiciones para que el desarrollismo se transformara en el desarrollo estabilizador de 1958 a 1970, durante los gobiernos de los presidentes Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, con Antonio Ortiz Mena como Secretario de Hacienda. Probablemente fue el periodo económico más exitoso de nuestra historia, con crecimiento anual de 6% e inflación de 3%, como la de nuestro vecino. Con ello, hubo flujos importantes de comercio e inversión privada, apoyados por crédito externo con modalidades cada vez más sofisticadas. Tuvieron lugar algunas desavenencias, como el apoyo que dio López Mateos a la Revolución cubana y la nacionalización de la industria eléctrica, que fueron sorteadas con hábil diplomacia.

Este periodo de la década de 1960 correspondió a un auge económico mundial, llamado la segunda belle époque. Europa se había beneficiado primero del Plan Marshall para su reconstrucción y, luego, por la marcha hacia la integración con la creación de la Comunidad Europea.

Sin embargo, hacia finales de la década de 1960, el modelo mexicano, basado en la sustitución de importaciones, ya daba señales de agotamiento. No se promovieron las exportaciones; no hubo reforma fiscal y se acudió a la deuda; se agotaron las posibilidades de expansión de la frontera agrícola, generada por grandes obras de irrigación, y, surgieron igualmente problemas en el sistema político, como se evidenció en 1968.

En el sistema económico mundial hubo también síntomas de agotamiento desde la década de 1970: la crisis del dólar por el agotamiento del “talón oro” y del sistema de paridades fijas, serios desequilibrios fiscales por la guerra de Vietnam y, finalmente, la crisis del petróleo por la insurrección económica del mundo árabe, con la Organización de Países Exportadores de Petróleo, que produjo un fuerte aumento de precios del petróleo, con serias consecuencias inflacionarias y de balanza de pagos sobre los países avanzados, similares a las del momento actual.

Para corregir, el presidente Luis Echeverría impulsó el concepto de “desarrollo compartido”, que significó elevados niveles de gasto público, creación de decenas de empresas públicas, elevados déficits fiscales que provocaron inflación, sobrevaluación del peso, salidas de capital y la crisis devaluatoria de 1976. El siguiente gobierno del presidente José López Portillo tuvo un gran respiro con los grandes descubrimientos petroleros del golfo de México. Llegamos a tener tasas de crecimiento de 8%, pero siempre ignoramos o subestimamos el entorno externo. Los países avanzados decidieron reducir el consumo petrolero para derribar sus precios y atacar la inflación. Aplicaron una fuerte contracción monetaria con alza de tasas de interés. México pensó capear el temporal con más deuda. 

En 1982, México recibió el doble efecto de una “tijera” por la caída del precio del petróleo y la elevación de la tasa de interés, con una deuda récord de 100 000 millones de dólares y un déficit fiscal de 17% del PIB. Se cerró la llave del crédito y, en agosto de 1982, tuvo que anunciar su incapacidad de pago. Para agravar todo, el presidente López Portillo declaró la nacionalización de la banca y el control de cambios, como erróneo remedio para la fuga de capitales. Esto detonó la crisis de deuda de México y del mundo a partir de 1982, iniciando así un periodo interminable de las renegociaciones y nuestra década perdida.

El nuevo sistema mundial: el neoliberalismo (1982-2008)

Los problemas mundiales estaban detonando otro “cambio de época económica”. Como método de solución a los desajustes mundiales, la inflación, la inestabilidad cambiaria y los desequilibrios fiscales, surgió el modelo neoliberal, impulsado por el presidente Ronald Regan, la primera ministra Margaret Thatcher y los organismos internacionales. El gobierno de Miguel de la Madrid actuó con pragmatismo y por necesidad, no por abrazar esta nueva ideología liberal. No obstante, tuvo que realizar un ajuste draconiano del gasto público y de balanza de pagos, iniciar el proceso de privatización de empresas públicas y un proceso de apertura comercial con el ingreso al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio. ¡No había de otra! 

Lo que caracterizó esta década de relaciones con Estados Unidos fueron las recurrentes negociaciones de deuda. Durante casi todo el gobierno de De la Madrid, hubo visitas frecuentes del secretario de Hacienda Jesús Silva Herzog Flores a Washington, reuniones con el Secretario del Tesoro y de la Reserva Federal, la búsqueda de avales del FMI y el Banco Mundial sobre la congruencia de nuestras reformas económicas, peticiones de alargar plazos de pago, reducción de tasas de interés y obtención de crédito fresco. Como contrapeso diplomático, se impulsó el plan de paz del Grupo Contadora para resolver la crisis de Nicaragua. Este fue el escenario que dio la bienvenida al gobierno de Caros Salinas de Gortari, quien, fue más allá: adoptó el “neoliberalismo social” al intensificar las llamadas reformas estructurales, mediante la desincorporación de empresas públicas y de una pieza fundamental, la reprivatización de la banca.

El gran giro de las relaciones económicas con Estados Unidos: el TLCAN (1993)

El presidente Salinas de Gortari dio un genial giro internacional. Dado los escasos márgenes de maniobra que tenía, decidió impulsar el TLCAN, a partir de 1993, encontrando eco favorable en el presidente William Clinton y en el primer ministro Brian Mulroney de Canadá para culminar este acuerdo histórico.

Sin embargo, hubo otro traspié a finales del gobierno de Salinas de Gortari. Entre las reformas estructurales se encontraban también las reformas financieras, particularmente la del Banco de México, consagrándole su autonomía y asignándole como función primordial ser guardián de la estabilidad de precios, pero introdujo un amplio proceso de “desregulación financiera”. Los nuevos banqueros que querían recuperar sus inversiones se aprovecharon de ella, lo que dio un desbarajuste de crédito, que afectó severamente la balanza de pagos. El gobierno entrante de Ernesto Zedillo tuvo que ajustar y, como dijo, quitar los alfileres con que estaba prendida la economía.

La firma del TLCAN significó uno de los mayores cambios estructurales y transformaciones en las relaciones entre México, Estados Unidos y Canadá. En su primera década de vida, el comercio se multiplicó por tres (de 50 000 millones de dólares a 150 000 millones). La apertura comercial pasó de 35% del PIB a 62%. Las inversiones extranjeras crecieron cuatro veces (de 23 000 millones de dólares a 100 000 millones). Las exportaciones de la industria automotriz y aeronáutica sustituyeron al petróleo. Se transformó así la configuración del norte y el centro del país. 

Sin embargo, el potencial pudo haber sido mayor. Dos destacados economistas, Juan Carlos Moreno-Brid y Jaime Ros, bautizaron el modelo como “export-led growth with no growth”. Eso es cierto, no hemos salido del estancamiento secular de décadas de 2% promedio. Tampoco se ha logrado una convergencia entre los niveles de ingreso de los tres países y, probablemente, se han ampliado las desigualdades regionales entre el norte y el sur, entre los trabajadores calificados y los no calificados, y entre empresas grandes y las pequeñas y medianas empresas. Ha faltado una articulación entre cadenas productivas, vinculadas con el mercado externo e interno, mayor contenido y valor agregado, lo que significa que, en alguna medida, nos convertimos en una gigantesca maquiladora.

El presidente Zedillo enfrentó eficazmente la “crisis del tequila” de 1994 con un ajuste draconiano fiscal y monetario, una devaluación del 50%, y el aumento de las tasas de interés a 100%. Los “remedios” provocaron la gran crisis del sistema bancario. Su rescate costó 20% del PIB, en parte por el polémico Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa). También se negoció el magno programa de rescate financiero de Clinton, el mayor hasta el momento (50 000 millones de dólares). Se llamó la “primera crisis del milenio”. Además, se llevó a cabo un proceso de extranjerización de nuestra banca, que Salinas de Gortari había rechazado. A fin de cuentas, y en esto ayudó el TLCAN, Zedillo cerró su periodo con una recuperación de 6% de crecimiento.

La época del estancamiento estabilizador (2000-2018)

Los gobiernos de los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón siguieron las mismas políticas: preservar el equilibrio de las finanzas públicas, privilegiar la estabilidad de precios, continuar la apertura comercial; es decir, los elementos básicos del modelo neoliberal. Hubo el alivio del descubrimiento de Cantarell, que elevó la producción de petróleo a 2.4 millones de barriles diarios, pero no nos beneficiamos del crecimiento generado por el auge de las materias primas y del petróleo, como otros países en desarrollo.

El presidente Calderón continuó con las mismas políticas y resultados, sin problemas en la relación con Estados Unidos, pero volvimos a ignorar el entorno externo. Cuando comenzó a producirse el inicio de la Gran Recesión de 2008, el secretario de Hacienda Agustín Carstens afirmó que era un “catarrito, y la economía está blindada”. Después, se aplicaron tres programas poco eficaces, pero nuestra economía cayó 6% en 2009, la mayor desde la Gran Depresión.

El presidente Enrique Peña Nieto también dio continuidad a las políticas neoliberales, y con los mismos resultados, pero también reconoció que se había agotado nuestro modelo energético cerrado, obsoleto y en declive. Como tenía mayoría legislativa, realizó una reforma energética ambiciosa, que permitió abrir concesiones a empresas extrajeras en exploración y producción de petróleo y generación privada de electricidad, bajo la “rectoría del Estado”.

Desafortunadamente, una extensión sin límites de la “gangrena” de la corrupción, desprestigió a su gobierno, destruyó el avance de sus reformas y provocó un hartazgo de la población, que llevó al significativo triunfo de Andrés Manuel López Obrador, con una mayoría de votos y la bandera de la “cuarta transformación”.

La cuarta transformación: el final de la fiesta del segundo bicentenario (2019-2023)

México, bajo la cuarta transformación, no ha tenido una estrategia o política congruente en sus relaciones económicas con Estados Unidos, como tampoco ha tenido una política económica consistente y eficaz. Ha preservando algunos pilares básicos: el apoyo al Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), el renovado TLCAN, y a la estabilidad financiera, pero con muchos errores, ya con dos presidentes estadounidenses: Donald Trump y Joseph R. Biden.

Estas relaciones se dan a partir de 2020 en un entorno afectado por una de las crisis mundiales de mayor profundidad y complejidad, la llamada “crisis de crisis”; es decir, crisis superpuestas ⸺la pandemia de covid-19, una profunda recesión y la invasión rusa a Ucrania⸺, que condujo a la crisis energética y alimenticia, la explosión inflacionaria, la dramática contracción monetaria de la Reserva Federal con alzas inusitadas de la tasa de interés, que ponen al mundo en el riesgo de una recesión. En el terreno político, el mundo sufre una oleada de populismos extremos de derecha e izquierda, de debilitamiento de la democracia, de la cual no escapamos ni México ni Estados Unidos.

Durante la presidencia de Trump se dieron una serie de actos y discursos muy ofensivos hacia México y los mexicanos, y la imposición de un muro antimigrantes. El presidente López Obrador realizó un viaje a Washington un tanto servil, pero logró buena relación personal. Un logro a destacar es que López Obrador logró convencer a Trump de la renovación del TLCAN, bajo el nuevo concepto de T-MEC, fundamental para nosotros. Se apreció que nuestra palanca fundamental de negociación y de política exterior fue la contención de la oleada de migrantes provenientes de Centroamérica, que significó un gran problema político interno en los procesos electorales. Lo hemos enfrentado con el despliegue de un “muro humano” de la Guardia Nacional. Frente al covid-19 hubo escaza cooperación entre los dos países, solo un apoyo limitado de vacunas.

Cometemos varias “pifias” diplomáticas ante el gobierno de Biden, entre ellas la tardía felicitación luego de confirmarse su triunfo electoral. Se dieron varios intercambios con las visitas de la vicepresidenta Kamala Harris, el canciller Marcelo Ebrard, el secretario de Estado Antony Blinken y una visita insulsa del presidente López Obrador a Washington, que proporcionaron algo de distensión. Sin embargo, el covid-19 y la seria recesión estadounidense provocaron estragos económicos en México: desplome de la actividad económica, mayor desempleo y pobreza, más migración. Las respuestas de nuestro gobierno fueron tibias e ineficaces. Además, hay gran ambivalencia diplomática ante la invasión criminal de Rusia.

Además, se presentó un serio problema ante la detección, por parte de Estados Unidos y Canadá, de violaciones de cuatro elementos del T-MEC, sobre todo en torno a la nueva legislación eléctrica. Ya concluyó el periodo de consultas y sobrevino la “espada de Damocles” del periodo de paneles de arbitraje que, seguramente, perderíamos; de igual forma, nos enfrentamos al conflicto por el cierre de exportaciones de maíz. Fue un grave error el cambiar a todo el equipo de negociación comercial, que expone el carácter improvisado de nuestra administración pública y de nuestra política exterior. Afortunadamente, el presidente Biden mantiene el control del Senado.

El gobierno de Biden nos abre grandes oportunidades con sus tres grandes iniciativas legislativas: impulso a la infraestructura, apoyo a la ciencia y la tecnología y a la producción de microprocesadores, así como un programa de inversiones en energías no renovables, que daría un gran impulso a la región de Norteamérica y, para México, la oportunidad de una reconversión industrial sin precedente en materia industrial y tecnológica. El deterioro de la relación con China ofrece grandes oportunidades de relocalización de empresas y redireccionamiento de comercio hacia México. Parece “un traje a la medida” para nuestro beneficio. Pero no ha habido ningún cambio en nuestras políticas básicas, más bien un retroceso, quizá un primer trazo de una política industrial. Un gran logro es que en varios meses recientes somos el primer socio comercial de Estados Unidos, que, por cierto, no es mérito del gobierno.

Al concluir los dos primeros siglos de nuestra relación, tenemos como tarea principal reflexionar sobre cómo redefinir y fortalecer su futuro en beneficio de ambos países. Entre los temas fundamentales de esa relación sigue estando como nuestra principal palanca el complejo tema de la migración, que no puede limitarse a la mera contención policiaca. Ahora se agrega el tema del tráfico de fentanilo, problema de seguridad nacional para nuestros vecinos; en contraparte, el flujo de armas, donde ha habido algunos intentos de Biden por controlar su venta. Hay posibilidades de alguna cooperación con Centroamérica que pasa por un momento político y económico muy desafortunado, lo cual afecta nuestra propia estabilidad y la relación con el vecino. Avanzar en el T-MEC requiere de un andamiaje institucional que no tiene. Entre otras cosas, se debe conformar una política industrial regional, crear fondos de compensación financiera, como lo hicieron los europeos para igualar los niveles de desarrollo, así como el mayor uso de una institución que ha permanecido dormida: el Banco de Desarrollo de América del Norte.

Nuestros dos siglos de relaciones económicas se han caracterizado por claroscuros, conflictos y convergencias, cooperación y enemistad, pero con una integración silenciosa entre nuestros pueblos, nuestras regiones fronterizas, de amplio contenido cultural, turístico, gastronómico, y avance en algunos frentes, como el comercio y la inversión. Este periodo exige “reflexión” hacia el futuro, no necesariamente “celebración”. Es un hecho insólito que hay plena coincidencia entre nuestros dos grandes procesos electorales de 2024, incluyendo la determinante elección presidencial, con la amenaza de que compita Trump. La elección puede evidenciar los aspectos más álgidos de la relación. Esperamos pueda darse un debate de políticas, propiciando análisis, diálogos y entendimientos que proyecten, con visión, la relación futura, no “piñatas” electorales para agredir y golpear. EP

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