¿Existe la región de Norteamérica?

A partir del bicentenario de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, el grupo México en el Mundo presenta una compilación que aborda, desde diversas perspectivas, el pasado y el presente esta relación. Este ensayo forma parte del Capítulo 2 “Elementos singulares de la relación entre México y Estados Unidos”.

Texto de 13/03/23

A partir del bicentenario de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos, el grupo México en el Mundo presenta una compilación que aborda, desde diversas perspectivas, el pasado y el presente esta relación. Este ensayo forma parte del Capítulo 2 “Elementos singulares de la relación entre México y Estados Unidos”.

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Matías Romero dijo que México era dos terceras partes de Norteamérica y una tercera de Centroamérica. Romero conocía bien la geografía como agricultor en Chiapas y la política como Secretario de Hacienda y representante en Washington, donde recibió el primer nombramiento de Embajador que hizo México en el siglo XIX. Indicó que la frontera entre ambas regiones era el istmo de Tehuantepec, donde hay una población que lleva el nombre del ilustre oaxaqueño. México vive hoy esa dualidad, y en su discurso internacional se identifica como un país de pertenencias múltiples: Latinoamérica, el Caribe, la cuenca del Pacífico, Hispanoamérica, Indoamérica, Iberoamérica, Mesoamérica y, a partir de 1994, Norteamérica.

De ahí la importancia de explorar si existe como tal la región de Norteamérica y reflexionar sobre si conviene buscar un diseño de la misma cuando hay una coyuntura de profundo cambio y reacomodo internacional que nos favorece. La integración económica se ha dado, de manera acelerada, con Estados Unidos y, en menor medida, con Canadá desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Estados Unidos busca acercarse a sus vecinos después de un periodo en que su gobierno expresó cuestionamientos sobre el acuerdo comercial. Sin embargo, es pertinente plantear la siguiente pregunta: ¿debemos meter la cabeza en la arena o abrazar la idea de Norteamérica?

La geografía y la historia

Norteamérica es una región geográfica a la que pertenecen tan solo tres países de gran extensión: Canadá, Estados Unidos y México. Comparten recursos hídricos que son distribuidos, con base en tratados internacionales, para consumo humano, animal y para la agricultura. También comparten especies migratorias: aves, mariposas, ballenas, delfines, atunes, borregos, cabras, lobos, coyotes y felinos que exigen un medio ambiente sin barreras físicas. La construcción de un muro fronterizo entre Estados Unidos y México no solo provoca la muerte de personas, también afecta a las especies migratorias que requieren de un amplio territorio para su reproducción y supervivencia. 

El calentamiento global afectará los Grandes Lagos que comparten Canadá y Estados Unidos, pero la sequía en las cuencas del río Bravo y del río Colorado, en la región fronteriza entre Estados Unidos y México, experimenta situaciones de emergencia. En el futuro se requerirá de nuestros mejores negociadores para fijar las cuotas de distribución del agua en el desierto que compartimos para asegurar la supervivencia de la agricultura y la ganadería. La negociación no solo tendrá lugar en el seno de la exitosa Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA) que, desde 1944, ha operado con eficacia y buenos resultados, sino al interior de cada gobierno federal, con sus respectivos estados, municipios y ciudades. 

Antes de la llegada de los europeos, los pueblos originarios tenían circuitos de intercambio continental, a través de los cuáles se difundió la domesticación del maíz y de otras especies originarias de América que, gracias a la primera globalización, impulsada por el Imperio español, transformó la dieta mundial. El maíz no solo llegó a Europa, sino también a China, a través del Galeón de Manila, donde abrió nuevas regiones al cultivo que favoreció el aumento de la población. En Mesoamérica se concentraron los asentamientos sedentarios, con grandes expresiones culturales, que mantuvieron contacto con los pueblos de lo que hoy es Nuevo México y los que construyeron las pirámides de Cahokia, donde se cruzan los ríos Misuri y Misisipi. La Confederación Iroquesa, que también cultivó el maíz, continuó resistiendo la influencia europea, en la zona fronteriza del este, entre Canadá y Estados Unidos, bien adentrado el siglo XIX. Todavía en el siglo XX buscó, sin éxito, su representación en la Sociedad de las Naciones. En 2021, el papa Francisco viajó a Canadá para pedir perdón a los pueblos indígenas por el trato que recibieron sus hijos en los internados católicos. Los Cheyenes están en campaña para alcanzar representación en el Congreso de Estados Unidos, aunque sea sin voto, con base en los tratados firmados en el siglo XIX. La representación política de los indígenas no está resuelta en Norteamérica.

La historiografía contemporánea muestra que la conquista europea fue diferente de como la contaron quienes cantaron sus glorias. Los indígenas experimentaron capítulos cruentos y de genocidio por parte de quienes ejercieron el monopolio del poder, incluso en etapas posteriores, que los sometieron, pero también asimilaron e integraron elementos de su cultura. La superposición de una cultura sobre la otra, que se dio sobre la debacle poblacional que ocasionó las enfermedades que trajeron los europeos, tuvo otro importante componente común con la llegada de alrededor de 12 millones de africanos a Norteamérica, que se integraron por la vía forzada. Canadá, Estados Unidos y México experimentaron la esclavitud en diversas proporciones y con diferentes matices por parte de católicos y protestantes. Pero los tres países, al igual que el resto de América, son resultado de la mezcla de la población europea y la africana sobre una base indígena. Esa experiencia compartida nos hace distintos de las sociedades europeas y asiáticas, que son mucho más homogéneas. Compartimos un bagaje todavía no asimilado, a juzgar por la fuerza del movimiento Black Lives Matters de los últimos 2 años en Estados Unidos y Canadá. En México, apenas de manera reciente, se identifica en el censo nacional a los afrodescendientes y poco se valora su peso en el crisol de la cultura nacional.

Estados Unidos fue el primer país independiente de América. Pero Canadá surgió de la misma guerra que los colonos iniciaron contra Gran Bretaña, en 1776, en donde los indios y los negros pelearon con ambos bandos. Un grupo importante de europeos y negros ⸺quienes alcanzaron su libertad a cambio de pelear a favor de la corona⸺ emigraron a Canadá para conservar su identidad británica y se sumaron a los franceses allí establecidos, para formar una nación distinta. Estados Unidos nació y creció en pugna con el Imperio británico y, después, el español. En 1812 inició otra guerra contra el ejército británico que llegó desde Canadá para quemar la Casa Blanca. La victoria no fue definitiva para ninguna de las dos partes, pero fijó una identidad diferente para Estados Unidos y Canadá.

Francia abandonó América una vez que perdió su rica colonia azucarera de Haití y vendió Luisiana, pero dejó una huella indeleble en Canadá y duplicó, con esa venta, la dimensión territorial de Estados Unidos. Su salida inició la pugna directa de esa nueva nación, con el Imperio español, sobre la frontera del río Misisipi y Florida. La independencia de México alimentó la ambición de Estados Unidos sobre su territorio septentrional, empezando con Texas, para expandir la esclavitud. Una vez iniciada la guerra entre México y Estados Unidos, el presidente James K. Polk no se detuvo hasta obtener la dimensión continental de su país y la salida al Pacífico, con la anexión de California. Estados Unidos alcanzó su forma actual al incorporar también Oregón y Alaska. De allí surgió, por parte de México y Canadá, una actitud defensiva frente al poderoso vecino que creció arrebatando territorio. En consecuencia, Canadá se mantuvo dentro de la esfera del poder británico hasta el siglo XX, y México afirmó su nacionalismo con identidad latinoamericana. Para los organismos internacionales, la prensa y la literatura mundial, México es parte de Latinoamérica. Con todos ellos, salvo Brasil, compartimos lengua, historia y cultura.

El TLCAN

Al término de la Guerra Fría, de manera casi simultánea, Canadá y México abrazaron el libre comercio con Estados Unidos. Con este vuelco, ambos países prefirieron negociar la asimetría con su principal socio comercial, sumándose al vecino del vecino para mitigarla. Tres factores contribuyeron a dar el giro histórico. El primero fue el agotamiento para ambos del modelo de sustitución de importaciones, que los había dejado con una industria poco competitiva en un mundo crecientemente globalizado. El segundo, la apertura de Europa del Este como destino de la inversión europea, segundo socio comercial de ambos. Tercero, la esperanza de que Estados Unidos, liberado de su papel de policía mundial para detener la amenaza del comunismo, dejaría atrás su tradición intervencionista. Tanto el gobierno de Canadá como el de México enterraron la noción de que el proteccionismo comercial era sinónimo de nacionalismo. Para los partidos políticos de izquierda, el giro no fue fácil. El Partido Nueva Democracia de Canadá, aspirante a representar el movimiento obrero organizado, temía que los empleos se trasladaran a México.

Canadá se adelantó a negociar un tratado de libre comercio con Estados Unidos en 1988. Mientras concluía la negociación, México se abrió a la posibilidad de una negociación comercial con Estados Unidos, en enero de 1990. Apostó por garantizar el ingreso al mercado de Norteamérica para apoyar la apertura comercial unilateral que ya estaba en marcha, desde su ingreso al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, en 1986. Muy pronto, los gobiernos de Canadá y México propusieron un tratado trilateral frente a la reticencia de Estados Unidos. La idea de una región de América del Norte le dio nombre al Tratado. Cuando el TLCAN entró en vigor, en 1994, la débil estructura institucional que creó adoptó como símbolo la mariposa monarca, cuyo ciclo de vida se desarrolla entre México y Canadá.

Durante 25 años, coincidentes con el periodo de globalización más acelerado que ha vivido el mundo, el TLCAN funcionó sin mayor problema, atendiendo de manera satisfactoria las disputas comerciales, a través de los mecanismos previstos para ello. El comercio entre los tres países se triplicó, la inversión fluyó sin precedente con dirección a México, y los procesos de producción compartida se ampliaron sobre todo en la industria automotriz y la aeroespacial. Si bien, desde mediados de la década de 1960, México inició un exitoso programa de maquiladoras, una vez saturada la zona fronteriza, las industrias se instalaron en el Bajío, acentuando la diferencia de ingreso entre la mitad norte y la mitad sur del país. Salvo por unas cuántas plantas intensivas en mano de obra que se dirigieron a Yucatán, la inversión industrial no llegó a la región de México que Matías Romero identificó como parte de Centroamérica.

Los beneficios esperados del TLCAN no tuvieron la magnitud esperada. Las expectativas de los mexicanos todavía no están satisfechas, sobre todo en el sur del país, donde se acentuó la desigualdad frente al norte. La irrupción de China en la economía mundial tuvo un efecto sobre la organización de cadenas productivas en el mundo, en detrimento del potencial de México. El transporte barato hizo posible el traslado de insumos y de productos finales a larga distancia. Muchas de las inversiones que hubieran podido llegar a México se fueron a China. Por su parte, China superó a México como socio comercial de Estados Unidos por varios años, sacando a millones de la pobreza, y el TLCAN no alcanzó los índices de crecimiento económico previstos para México. En 2013, México inició reformas de gran calado para hacer más competitiva su economía y su mano de obra más calificada, ante un crecimiento económico insuficiente, pero su implementación no ha concluido.

El socio más inconforme

La globalización acelerada sumó un creciente número de detractores en el mundo, especialmente a partir de la crisis financiera de 2008. La única sorpresa fue que el descontento mayor viniera de la campaña presidencial del Partido Republicano de Estados Unidos, en 2016, justo donde se había originado su promoción décadas atrás. El candidato Donald Trump denunció que el TLCAN era “el peor tratado jamás firmado por el país”. Su opositora, Hillary Clinton, ni siquiera intentó defenderlo. Ambos compitieron por el voto obrero furibundo por la pérdida de empleos y resentido por el abandono de sus comunidades. Trump hizo campaña contra el TLCAN y la migración, orquestando un sentimiento antimexicano durante su campaña presidencial. Encontró un enemigo al cual culpar de fenómenos más complejos, como el cambio tecnológico, la irrupción de China y la desigualdad que generó la globalización. Formuló una propuesta concreta para canalizar el resentimiento de un amplio sector del electorado frente a la globalización: “Build that wall!”

Poco sirvió de consuelo que Trump, además de atizar contra el TLCAN, también lo hiciera contra todo el andamiaje de las instituciones que conformaron el orden liberal internacional construido por Estados Unidos, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Como Trump hizo más ruido buscando acuerdos con los enemigos históricos de Estados Unidos y fustigando a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el desdén hacia México pasó a segundo plano, salvo para los mexicanos. Las encuestas de largo plazo muestran que la preferencia por Estados Unidos disminuyó para la mayoría de los mexicanos. Resurgió el sentimiento antiestadunidense de antaño. Mientras que cerca del 10% de la población de México migró a Estados Unidos, durante varias décadas, creció el interés por las buenas relaciones bilaterales y la simpatía por el país de acogida. La retórica antimexicana de Trump y el sufrimiento infringido sobre millones de mexicanos amenazados por la deportación, redujo la recién ganada simpatía. La separación de familias en centros de detención fronteriza, aunque no fueran mexicanos, fue un disuasivo para emigrar, pero también avivó el rechazo hacia el gobierno de Washington.

Trump estuvo al borde de denunciar el TLCAN. Lo detuvieron sus propios colaboradores conscientes del daño que podría causar a Estados Unidos y al Partido Republicano. El Presidente de México y el Primer Ministro de Canadá sumaron fuerzas para detener a Trump. Frente a sus electorados, ambos pagaron un costo político por el acercamiento. En este contexto se inició, con alivio, la renegociación del TLCAN, que duró casi 2 años. Entretanto, se dio un cambio de gobierno en México que implicó la llegada de un nuevo partido político, cuyo líder, Andrés Manuel López Obrador, si bien en otro momento se había pronunciado contra el TLCAN, con pragmatismo se sumó a la renegociación. Como candidato anunció que nombraría un representante en la misma, tan pronto resultara presidente electo. Al término de la negociación, una vez en funciones, apoyó su ratificación. 

El nuevo tratado tuvo un nombre distinto en cada país signatario, excluyendo el término América del Norte. Desapareció la mariposa monarca, pero incluyó mayores consideraciones ambientales. También elevó el requisito de contenido regional para la producción compartida, incluyó previsiones para asegurar la democracia sindical, y puso requisitos para elevar los salarios en México. El tratado modernizó aspectos que reflejan los cambios ocurridos en el mundo. Para atender las inquietudes del futuro Presidente de México, se incluyó un artículo que, explícitamente, reconoce la soberanía de México sobre los hidrocarburos, que actualmente es motivo de controversia en el alcance de su interpretación y mantiene pendiente la inversión en el renglón energético.

En 2020 entró en vigor el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que seguramente dará continuidad a la integración económica de Norteamérica. Desde entonces, el entorno mundial se ha modificado. En primer lugar, la competencia entre China y Estados Unidos se ha convertido en una rivalidad. Terminó la supremacía incuestionada de la potencia que emergió triunfadora de la Guerra Fría. Estados Unidos ya no es la única potencia de dimensión mundial. En segundo lugar, la pandemia de covid-19, que todavía no acaba de ceder, puso en evidencia la fragilidad del abastecimiento seguro para enfrentar la emergencia. En tercer lugar, la invasión de Rusia a Ucrania generó graves sanciones económicas para el agresor, cuyas consecuencias son de difícil predicción para el futuro de la economía mundial. Nos encontramos en una nueva era.

¿Hacia dónde vamos?

La globalización tocó techo en 2020. Surgió la duda sobre la conveniencia de compartir cadenas de producción mediante sistemas con valores divergentes, a pesar de la eficiencia que ello pueda significar. También hay dudas sobre la pertinencia de mover insumos y bienes de un lado al otro del planeta, mientras crece la huella de carbón y se incrementa el calentamiento global. Como respuesta, el presidente Joseph R. Biden propuso una importante legislación, que ya ha sido aprobada, para contribuir a la descarbonización de la economía y para dar a Estados Unidos mayor autonomía con la producción de insumos sensibles, como los microchips. La nueva política industrial favorece el nearshoring. Con ello, México y Canadá son cortejados por el actual gobierno de Estados Unidos como socios privilegiados por su ubicación geográfica, su dimensión territorial con vastos insumos, recursos humanos calificados e infraestructura de comunicación terrestre. Las decisiones estratégicas de las grandes empresas apuntan en esta dirección, por las mismas razones.

Trump anunció que quiere regresar a la presidencia. Es poco probable que lo logre, pero los electores que votaron por él en 2016 y en 2020 participarán en la próxima elección de 2024 y buscarán al candidato que mejor responda a las frustraciones que la globalización les ha generado. México corre el riesgo de convertirse nuevamente en chivo expiatorio. 

El tema de la migración no se ha resuelto, ni tiene visos de hacerlo en el futuro cercano. El presidente Biden no pudo llevar a cabo una reforma migratoria que prometió en su campaña y el resultado de la elección intermedia parece hacerlo imposible, por el momento. La presión sigue en aumento sobre la frontera entre México y Estados Unidos por parte de centroamericanos, cubanos, venezolanos y una enorme gama de nacionalidades que buscan asilo, incluso un creciente número de mexicanos que simplemente buscan cruzar la frontera. La cooperación bilateral para mitigar esa situación tiene un efecto limitado y permanece la idea en el electorado de que no hay control de la frontera. No obstante, de manera contradictoria, permanece insatisfecha la demanda de trabajadores en Estados Unidos, conforme se recupera la economía. 

Con cada elección en Estados Unidos, México corre el riesgo de convertirse en piñata política, sobre todo cuando la prensa de Estados Unidos reporta el aumento de la violencia ligada al narcotráfico, la creciente militarización y los cuestionamientos al Estado de derecho. Por lo pronto, la inversión sigue llegando a México y, a menos de que ocurriera una situación catastrófica, lo seguirá haciendo, aunque no con todo su potencial. En la medida en que las sociedades se siguen entrelazando, aumentará la atención y las expectativas sobre México para cumplir con los acuerdos firmados. México está en la mira porque ofrece grandes oportunidades y, por esa misma razón, recibirá mayor escrutinio en el futuro, sobre todo en el tema del narcotráfico, por la epidemia de consumo de nuevas sustancias químicas.

¿Queremos ser parte de Norteamérica?

Norteamérica carece de una estructura institucional que tienen otras regiones, como la Unión Europea o el Mercado Común del Sur, que son con las que estamos más familiarizados. El T-MEC se refiere básicamente a reglas comerciales. Por el momento, Norteamérica existe solamente como una región geográfica y comercial. La integración económica norteamericana se ha desarrollado entre México y Estados Unidos y, por separado, entre Estados Unidos y Canadá. La relación entre México y Canadá no tiene la densidad de las dos anteriores. No obstante, experimenta un crecimiento notable en las últimas décadas, que va más allá del comercio, la inversión y la producción compartida. Con Canadá hay movimientos de población que valen la pena destacar: el acuerdo de trabajadores migrantes, que suma 50 000 personas cada año, el desplazamiento de alrededor de por lo menos tres millones de canadienses cada año como turistas, y el indeterminado número que han hecho su residencia principal o temporal en México sigue creciendo, con la modalidad del trabajo electrónico a distancia, desde que inició la pandemia.

Estados Unidos no es solo nuestro mayor socio en materia comercial, de inversión y de producción compartida de lejos con respecto a cualquier otro país. Además, uno de cada diez mexicanos vive “del otro lado”, donde constituyen la mayor minoría de nacionales de un país viviendo en otro, en el mundo entero. Casi todos los mexicanos tenemos un pariente o un amigo cercano que vive en Estados Unidos. La mayoría de los estadounidenses han visitado México, en algún momento, pues sigue creciendo el aproximado de 40 millones de visitantes al año y, por lo menos, un millón reside de manera permanente. Los estadounidenses conocen expresiones mexicanas también dentro de sus propias fronteras. Nuestra cultura avanzó del suroeste de Estados Unidos hasta Chicago e, incluso, Nueva York. Ambas sociedades están profundamente relacionadas, pero hay una asimetría entre ellas por su tamaño, su riqueza y su desarrollo humano que se refleja en el trato entre sus gobiernos. Negociar con Estados Unidos nunca ha sido fácil, pero más difícil ha sido enfrentar las decisiones unilaterales que su gobierno toma, muchas veces sin advertir las consecuencias que tiene para México. Por ello, es mejor mantener el diálogo abierto, para prever mejor las consecuencias de cualquier política pública que pueda tener repercusiones sobre México.

En la actual coyuntura histórica, Estados Unidos busca acercarse a sus vecinos para asegurar su abastecimiento e incrementar su productividad en un mundo incierto. Se presenta una oportunidad única para diseñar un mejor andamiaje institucional, en vistas a una relación más constructiva entre los tres países norteamericanos en el futuro. La creciente movilidad de personas, como estudiantes, turistas, fuerza laboral y residentes temporales o permanentes, transforma la experiencia cotidiana de los habitantes de los tres países. Para la población envejecida de Estados Unidos y Canadá, México ofrece destinos templados en el invierno, con servicios personales de calidad. Constituye un destino atractivo desde Cancún hasta Puerto Vallarta, Mazatlán y Sonora, pasando por San Miguel Allende y otras ciudades del altiplano. Si puede ofrecer seguridad, crecerán los empleos asociados a la jubilación de los baby boomers, las estancias prolongadas de los snow birds y una oferta cultural atractiva para los nómadas digitales. La experiencia cotidiana de los ciudadanos de los tres países tiene una interacción mucho mayor que apenas hace unas décadas. La Copa Mundial de futbol, en 2026, será compartida por Canadá, Estados Unidos y México, convirtiéndolos en anfitriones del mundo.

¿Podemos imaginar una relación más armoniosa entre los tres países de Norteamérica, a pesar de sus asimetrías, para asegurar un futuro mejor para las generaciones por venir? México ha sido pionero en promover normas para la convivencia entre los países, y no debería ser omiso para diseñar un esquema para el entorno donde se desenvuelven la mayor parte de sus intercambios. Más allá de la acción de los gobiernos, sujetos a presiones electorales, está también la aportación de los actores permanentes: los empresarios que han participado activamente en la negociación del TLCAN y del T-MEC por medio del “cuarto de al lado”; el sector académico que ha construido un andamiaje de intercambio y conocimiento recíproco, y el movimiento obrero organizado que mantiene canales de comunicación abierta. No es suficiente el diálogo de alto nivel gubernamental; es necesario ampliarlo a la sociedad en su conjunto para diseñar mejor una región de Norteamérica. EP

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