Las dos caras de Janus

Para comenzar el año, Miguel Ruiz Cabañas Izquierdo, miembro del grupo México en el Mundo, analiza puntualmente la política internacional actual.

Texto de 09/01/24

Para comenzar el año, Miguel Ruiz Cabañas Izquierdo, miembro del grupo México en el Mundo, analiza puntualmente la política internacional actual.

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En 1964, Maurice Duverger, uno de los más influyentes teóricos de la ciencia política y la sociología francesa del siglo pasado, publicó uno de sus libros más disfrutables: Introducción a la Política. En esta obra menciona a la deidad romana Janus, asociada al mes de enero (Janeiro) y cuya singularidad es tener dos caras contrapuestas, una para abrir y otra para cerrar puertas. Basado en Janus, describe a la política dentro de cualquier sociedad, como una tensión permanente entre el conflicto y la cooperación entre los actores políticos.

En la metáfora de Duverger, una de las dos caras de la política es la del conflicto que nace de la lucha por el poder, mientras que la otra es la cara de la cooperación, que resulta indispensable para alcanzar soluciones a los retos comunes que enfrenta una sociedad. En el mundo real, las dos caras interactúan todo el tiempo o se suceden una a la otra, abriendo espacios y ciclos de mayor colaboración o de mayor confrontación entre los actores.

La metáfora es útil para analizar la política internacional. Hoy, nos adentramos en una época de intensa competencia entre las principales superpotencias, China y Estados Unidos. Al mismo tiempo, nuestra época exige a todos los estados, pero en particular a las grandes potencias, aunque también a otros actores internacionales (empresas, organismos internacionales, ONGs, sector privado y gobiernos subnacionales), mayor colaboración para enfrentar grandes desafíos globales cuya solución parece inaplazable.

“Actualmente, las naciones occidentales, que han dominado la economía y la política global en los últimos siglos, encabezadas desde 1945 por Estados Unidos, se resisten a una redistribución del poder global que podría derivar en un mundo más incluyente”.

De las dos caras de Janus, la competencia y la confrontación entre grandes potencias es la más visible y determinante a lo largo de la historia. Actualmente, las naciones occidentales, que han dominado la economía y la política global en los últimos siglos, encabezadas desde 1945 por Estados Unidos, se resisten a una redistribución del poder global que podría derivar en un mundo más incluyente. Se resisten a darle mayor representatividad a China, otros países asiáticos y otras naciones en desarrollo, en las decisiones del Banco Mundial (BM), los bancos regionales de desarrollo, y en el Fondo Monetario Internacional (FMI). También se resisten a una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU que permita al “Sur Global” contar con una representatividad más auténtica en ese órgano, aunque en esta resistencia los acompañen, con mucha discreción, China y Rusia.

El gigante asiático es el principal interesado en una redistribución del poder en los organismos financieros internacionales. Muestra un discurso muy agresivo cuando se trata de defender lo que considera sus intereses nacionales, aunque en realidad proyecta su decisión de competir por una mayor influencia internacional. Es un rostro que utiliza el disfraz de la seguridad nacional a expensas de la seguridad colectiva. Entre las grandes potencias no hay reparos de que su competencia ponga a otros países contra las cuerdas. Si sobreviene una crisis, como en Ucrania, Gaza, el Mar Rojo y, eventualmente, en el Mar del Sur de China, harán todo lo posible para defender sus intereses nacionales. Cuando la decisión de las grandes potencias es privilegiar sus propios intereses, excluyendo cualquier otra consideración, no queda mucho espacio para la concertación internacional. Esa es la razón de que los gastos militares, incluyendo los costos de una nueva carrera nuclear, estén aumentando incesantemente, y sean varias veces superiores al gasto que se destina a la cooperación internacional para el desarrollo, o los gastos para enfrentar la crisis climática.

“Cuando la decisión de las grandes potencias es privilegiar sus propios intereses, excluyendo cualquier otra consideración, no queda mucho espacio para la concertación internacional”. 

De acuerdo con el Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2022, el gasto total en armamentos de las principales seis potencias militares (Estados Unidos, China, Rusia, India, Reino Unido y Japón) superó los 1.52 mil millones de dólares, equivalente al 75 % de los gastos totales mundiales en armamento, que fueron de 2.25 mil millones de dólares. 

Mientras tanto, según la OCDE, el monto total de la Asistencia Oficial al Desarrollo alcanzó la suma récord en 2022 de 204 mil millones de dólares, que representa, en términos reales, menos del 10 % del gasto en armamentos.

La otra cara de Janus es la de una insuficiente cooperación internacional para hacer frente a los enormes retos globales, que ningún país puede enfrentar en forma aislada, como la emergencia climática y la destrucción de la biodiversidad; el aumento de los conflictos violentos; la multiplicación de las violaciones de derechos humanos y de los movimientos masivos de refugiados, migrantes y desplazados, así como el incremento del hambre y la malnutrición; las pandemias cada vez más frecuentes, y la expansión del terrorismo y del crimen organizado trasnacional. 

Los organismos internacionales, especialmente la ONU, y los organismos regionales, como la OEA, se fundaron para animar la colaboración entre sus estados miembros para enfrentar problemas comunes. Cualquier evaluación objetiva sobre su actuación, muestra logros innegables en sus propósitos de promover la paz y la seguridad internacionales, la solución pacífica de los conflictos, el desarrollo sostenible, y la protección de los derechos humanos.

Sin embargo, al inicio de 2024, la ONU y sus organismos especializados, así como la Organización Mundial de Comercio, el BM y el FMI lucen rebasados e ineficaces para enfrentar los principales retos globales. La sensación generalizada es que enfrentamos una verdadera crisis del multilateralismo. Puede ser. Pero nadie puede afirmar que los organismos internacionales no estén haciendo un gran esfuerzo. La ONU convoca a una intensa serie de conferencias internacionales para tratar de inducir una mayor colaboración internacional, entre las que destacan “La Cumbre del Futuro” (Nueva York, 23 y 24 septiembre); la COP29 sobre cambio climático (Bakú, Azerbaiyán, 11-22 noviembre); la COP sobre biodiversidad (Colombia, 21 octubre al 2 de noviembre) y otras conferencias internacionales, además de las reuniones anuales de la FAO, la UNESCO, la OIT y otros organismos internacionales. 

Si hay voluntad política en esos cónclaves internacionales, se puede avanzar para enfrentar la emergencia climática y la preservación de la biodiversidad, para fortalecer la lucha contra el hambre, la pobreza y la promoción del desarrollo sostenible, así como para regular el uso de tecnologías como la inteligencia artificial, y promover una transición hacia una digitalización más justa, ordenada e incluyente.

Se puede y debe evitar un mundo cada vez más dividido en un norte desarrollado, acompañado de un limitado grupo de países en desarrollo exitosos y un enorme grupo de países pobres abandonados a su propia suerte. No hay fórmulas mágicas, pero es un hecho que se requiere una inversión masiva de recursos en el desarrollo sostenible de los países. Esa es la mejor manera de prevenir nuevos conflictos violentos, disminuir las corrientes migratorias de personas desesperadas, dar viabilidad a nuevos programas de desarrollo local y crear espacios para la juventud de todo el mundo. Un financiamiento internacional masivo para los países pobres puede reducir las brechas de inseguridad e incertidumbre, y coadyuvar a combatir a los grupos terroristas y al crimen organizado trasnacional.

“Se puede y debe evitar un mundo cada vez más dividido en un norte desarrollado, acompañado de un limitado grupo de países en desarrollo exitosos y un enorme grupo de países pobres abandonados a su propia suerte”.

En 2024, veremos qué espacio le deja la confrontación entre las grandes potencias, a la cooperación global y regional. De entrada, se antoja lejano el fin de la guerra en Ucrania, del inhumano conflicto en Gaza y de la disminución de las tensiones por el futuro de Taiwán. Es muy posible que surjan nuevos líderes autoritarios en todas las regiones del planeta. En especial, preocupa el posible regreso de Trump a la presidencia de Estados Unidos, por todas las consecuencias que podría tener para la cooperación internacional en diversos campos: cero cooperación contra el cambio climático; mayor confrontación económica y estratégica con China; más recursos para la nueva carrera armamentista nuclear, ninguna reforma sustantiva del Consejo de Seguridad de la ONU, ni de los organismos financieros internacionales y políticas más duras frente a los migrantes y refugiados. 

Habrá que ver si la gravedad de los retos globales como el cambio climático, que exige acciones inaplazables, induce una mayor colaboración internacional. En cualquier caso, no hay que culpar a la ONU de no ser eficaz en la contención de los grandes retos globales. La responsabilidad principal está en las manos de los competidores por la hegemonía mundial. EP

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