Médicos mexicanos: luchar desde dentro del sistema
Aunque en 1983 se promulgó la reforma a la Constitución que garantizaría servicios de salud para todos los mexicanos, todavía muchos millones carecen de ellos. Con el testimonio de médicos expertos, bajo la escala humana que les brinda la atención directa a los pacientes, Paris Martínez nos ofrece una óptica distinta de los desafíos que enfrenta el sistema de salud nacional.
Aunque en 1983 se promulgó la reforma a la Constitución que garantizaría servicios de salud para todos los mexicanos, todavía muchos millones carecen de ellos. Con el testimonio de médicos expertos, bajo la escala humana que les brinda la atención directa a los pacientes, Paris Martínez nos ofrece una óptica distinta de los desafíos que enfrenta el sistema de salud nacional.
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En 1983 el gobierno mexicano, en ese momento encabezado por
el presidente Miguel de la Madrid, impulsó una reforma legislativa para elevar
a rango constitucional el derecho a la protección de la salud, con la cual las
autoridades federales y estatales quedaron obligadas a establecer las acciones
necesarias para garantizar que toda persona contara con servicios médicos y de
atención sanitaria, sin distingos de ningún tipo, tales como la condición
social, procedencia o tipo de padecimientos. En su momento, esta reforma
aplicada al artículo 4º constitucional —con las firmas de los entonces
secretarios de Gobernación, Manuel Bartlett, y de Salud, Guillermo Soberón— fue
presentada por las autoridades como la revolución que México necesitaba para
eliminar uno de los rasgos más crueles de la desigualdad: la inequidad en la
cobertura de salud de la población. Desde que esa reforma constitucional fue
aprobada han transcurrido 36 años y, pese a ello, en México 18% de la población
aún carece de cobertura médica, tal como revela la Encuesta Intercensal 2015
realizada por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI). Se
trata de 21.5 millones de mexicanos y mexicanas para quienes, hasta la fecha,
el derecho constitucional a la protección de la salud es un mito que vive sólo
en las arengas políticas.
“Luego de que la reforma de 1983 fuera anunciada con bombo y platillo —recuerda Mauricio Sarmiento Chavero, médico y abogado privado especializado en derecho sanitario—, incluso se editó un libro compilado por Guillermo Soberón, Minerva Guízar y Viviane Brachet, Derecho constitucional a la protección de la salud (Porrúa, 1983) en el que los intelectuales del país salieron a decir que la patria estaba salvada, que ya no habría enfermos sin atención ni desigualdad; en fin, fue una lamida de pies de 170 páginas y entonces sólo un académico, Marcos Kaplan, se atrevió a advertir que en realidad con la reforma apenas se iniciaba el camino hacia la construcción de un verdadero sistema universal de la salud, pero que no implicaba que el problema quedara solucionado y que faltaba ver si se concretaba en algo. Y Kaplan tenía razón: desde el 83 se han dado avances, pero no los realmente necesarios. En México la gente pobre aún muere de diarrea, las madres pobres siguen muriendo durante los partos, la gente de ámbitos rurales aún debe trasladarse a las ciudades para recibir atención médica; y la gente de las ciudades es atendida en clínicas y hospitales saturados, con hacinamiento y sin recursos humanos y materiales suficientes.”
“Y es en oposición a ese mecanismo de control biopolítico que se aplica el concepto del ‘derecho a la protección de la salud’, concepto que surge precisamente como una forma en que las sociedades se defienden del poder del Estado y de esos métodos de control, e impone un criterio distinto, que debe aplicar en beneficio de todos”.
La reforma de 1983 y el discurso triunfalista con el que se
le recuerda, advierte el abogado, son un ejemplo de cómo el concepto “derecho a
la protección de la salud” lleva décadas usándose demagógicamente en México e
incluso, lamenta, se ha hecho creer a la población que es un derecho que existe
sólo porque está inscrito en el marco normativo, aunque no toda la población
tenga garantías plenas para su ejercicio. “Todos decimos ‘ay, qué bueno, el
derecho a la salud está reconocido’, y está bien, pero la cosa no queda ahí. Al
hablar del control biopolítico del Estado sobre las personas, Michel Foucault
señala que en la Edad Media el gobernante tenía el derecho de matar a sus
súbditos si violaban su ley, así ejercían control sobre las poblaciones. Al
finalizar la Edad Media el gobernante perdió el derecho de dar muerte, pero ese
privilegio se convirtió en el poder de decidir a quién rescata de la
enfermedad, a quién le brinda asistencia en servicios de salud y a quién no: si
tú eres pobre, no invierto en ti; si tú eres desempleado, no invierto en la
cobertura de tus derechos; si tú eres adulto mayor, si eres enfermo mental, si
ya no eres productivo, tampoco. Y es en oposición a ese mecanismo de control
biopolítico que se aplica el concepto del ‘derecho a la protección de la
salud’, concepto que surge precisamente como una forma en que las sociedades se
defienden del poder del Estado y de esos métodos de control, e impone un
criterio distinto, que debe aplicar en beneficio de todos. Este derecho humano
le quita al gobernante la facultad de decidir discrecionalmente sobre este
aspecto de la vida de los que están abajo de él.”
Sin embargo, advierte el especialista, en México este
concepto ha sido sustraído de su papel original de mecanismo de defensa social
contra el poder y todos los gobiernos; desde los años 80 hasta el presente, lo
han utilizado como consigna política, sin realmente aplicarlo. “El Seguro
Popular (sistema creado en 2004 para dar cobertura a la población no afiliada a
institutos de salud pública) es un buen ejemplo de eso —señala Mauricio—: el
gobierno dijo ‘vamos a atender los infartos de quienes tengan menos de 65
años’, y lo presentaban como una acción positiva. Pero nunca respondían por qué
a los mayores de 65 años no los contemplaban en el esquema de atención, ¿ellos
no tienen derecho a la protección de su salud?”.
Aunque en julio pasado el presidente Andrés Manuel López
Obrador anunció una reforma del Seguro Popular, ahora llamado Instituto de
Salud para el Bienestar, no se especificó si prevalece el esquema de cobertura
original que sólo atiende 66 enfermedades, o si se ampliará a todos los
padecimientos de los afiliados. De estas deficiencias en el diseño del sistema
de salud mexicano, subraya Mauricio, efectivamente deriva un juicio severo por
parte de la población. “Pero hay que subrayar una cosa: en términos políticos
el sistema de salud ha tenido un gran éxito: logró enfrentar al médico con el
paciente, logró que el paciente no vaya a quejarse del IMSS, del ISSSTE, del
Seguro Popular, sino del médico. La gente no dice ‘el instituto me atendió
mal’, lo que dice es ‘ah, ese doctor cabrón’”.
Desde los años 80, advierte el médico y abogado, “el Estado
ha promovido la idea de que el sistema de salud funciona, que es casi perfecto,
‘¡no me lo toquen!’, bajo la lógica de que es un sistema que deriva del reconocimiento
constitucional del derecho a la protección de la salud. Entonces toda la
responsabilidad sobre las fallas no recae en las instituciones, sino en los
médicos, todo el juicio social se restringe a lo que ocurre en el consultorio,
en el quirófano. Y la cosa no termina ahí: además, a ti como médico te
chantajea la institución, porque cuando señalas errores o abusos en el sistema,
en vez de que se corrijan la respuesta que recibes es: ‘si no aceptas estas
condiciones, a quien afectas es a la población’, y la mayoría de los médicos se
quedan callados, y luego, con esas condiciones de presión laboral, vienen los
errores”. Sin negar la existencia de innumerables casos de negligencia médica
por parte de los médicos y profesionales de la salud, dentro y fuera del
sistema público, el especialista destaca que la mayoría de esos casos podrían
evitarse si existiera una planeación responsable de los procesos formativos y
de selección del personal de salud. Es decir, incluso en los casos de
negligencia médica del personal, el germen del problema es una falla
institucional.
“El sociólogo canadiense Erving Goffman acuñó el término
‘instituciones totales’ cuando estudió cómo operaban los hospitales
psiquiátricos. Para realizar su estudio —señala Mauricio—, pasó una larga
temporada viviendo dentro de uno de estos hospitales y pudo conocer la forma en
que tratan a los internos. A partir de este estudio aseguró que existen
instituciones, como los centros de internamiento para la salud y las cárceles,
en donde las actividades de todas las personas están administradas: a qué hora
duermen, a qué hora comen, a qué hora van al baño, y siempre reguladas bajo
jerarquías. Goffman concluyó que el problema con estas ‘instituciones totales’
es que se cometen muchos abusos porque, cuando le otorgas autoridad a una
persona que no está preparada para ejercerla, suele abusar de ella. Y desde mi
punto de vista, el sistema de residencias médicas mexicano, mediante el cual
los médicos generales pueden estudiar una especialización, es precisamente eso,
una institución total, en la que gente que no está preparada para ejercer
autoridad y termina cometiendo serios abusos contra los estudiantes: acoso,
violencia laboral, violencia emocional, violencia sexual. Es una especie de
tradición que se repite con cada nueva generación de estudiantes, por lo que al
finalizar la residencia los médicos especialistas que egresan terminan
despersonalizados, con problemas de ansiedad y de empatía; salen ejerciendo la
misma violencia que sufrieron y con problemas para las relaciones
interpersonales.”
Si sólo ese aspecto de la mala planeación institucional
hubiera sido atendido desde los años 80, si al menos fuera corregido en este
momento, enseñando a los médicos a ejercer responsablemente su autoridad no
sólo en términos de jerarquía laboral, sino también ante el paciente, podrían
evitarse buena parte de aquellos casos de mala práctica atribuibles en lo
personal a los médicos. Pero el mayor problema en cuanto a mala atención no
recae realmente en el personal, concluye el especialista, sino en las
instituciones de gobierno, que son las culpables de las carencias humanas y
materiales presentes en prácticamente cada atención que se brinda, como
resultado de un mal diseño institucional o un mal ejercicio de los recursos
dispuestos para ello.
La lucha diaria
Luego de que padres de niños con cáncer se manifestaran en
agosto en las instalaciones del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de
México, para denunciar que las autoridades federales no habían dotado al hospital
en que son atendidos sus hijos de los medicamentos necesarios, el presidente
Andrés Manuel López Obrador aprovechó su conferencia de prensa diaria para
negar que faltase medicina para niños con cáncer, y paradójicamente también
para formular una propuesta de atención a este tipo de problemas de desabasto
de insumos en el sistema público que, según él, no existen. “Yo hago una
reflexión —dijo el presidente—, vamos a suponer que esté en un hospital una
niña, un niño y, aceptando sin conceder que no tienen el medicamento: ¿qué
sociedad somos si la enfermera, si el médico, si el director del hospital, si
cualquier ciudadano, no toma la decisión de comprar el medicamento para que no
pierda la vida la niña o el niño?”.
El doctor Felipe Guzmán, urólogo especialista del Centro
Médico Nacional 20 de Noviembre, suelta una sonrisa cuando se le consulta en
torno a esta propuesta del presidente. “Lo que dijo es irrisorio, es absurdo,
son tantos los pacientes que nadie en su sano juicio haría lo que el señor
comenta, no me rendiría el sueldo. Con lo que me pagan a la quincena apenas
podría comprar una dosis de uno de los diversos medicamentos que requiere, por
ejemplo, un muchachito con problemas oncológicos, cada pieza de medicamento es
carísima, es obvio que los papás se pongan muy enojados cuando les dicen
‘fíjese que no hay el medicamento’, porque, al final del día, no somos los
doctores ni los ciudadanos los que tenemos que pagar esos insumos, si se supone
que tenemos un sistema de salud planeado, con presupuesto.” Pero el problema de
desabasto, aclara, no inició realmente en esta administración federal, sino
desde mucho antes.
“Desde gobiernos pasados es muy común que falten insumos
para atender a la población —señala—, pero no es por falta de dinero, sino por
mala planeación, porque a veces el problema no ha sido que falte medicamento,
sino que sobra, es decir, no se racionaliza, y eso también tiene consecuencias
graves. En el pasado gobierno, por ejemplo, tú informabas que tenías 20
pacientes y te mandaban medicamento para dos meses. Y era muy común que a algún
otro compañero, quien también requería ese medicamento para sus pacientes pero
que había hecho la petición después que tú, pues no le llegara nada porque a ti
ya te habían entregado todas las piezas en existencia. Es decir, en vez de que
se hiciera un reparto racional, mandando a dos doctores el medicamento para un
mes, le mandaban a un sólo médico para dos meses. O te enterabas de que por un
medicamento se pagaban $50 pesos por unidad, cuando en las farmacias lo venden
a $10 pesos. Nada de eso es nuevo y, por el contrario, veo que en la actualidad
se está aplicando un sistema más estricto en el control de los recursos y tengo
la esperanza de que sean medidas que resulten en algo positivo: hoy ya no te mandan
montones de medicamento en unos momentos y nada en los otros; se están
aplicando los recursos de manera racional y con el nuevo gobierno te van
llegando en menores cantidades, pero de manera constante.”
Las compras de insumos médicos, advierte, son presupuestadas
con muchos meses de anticipación, y se realizan con recursos etiquetados desde
el Congreso, además de que cada institución de salud cuenta con una partida
anual para adquisiciones médicas extraordinarias o no previstas. Pero estos
procedimientos no son gestionados directamente por los médicos que dan atención
al paciente, sino por áreas administrativas que no necesariamente respetan o
conocen los tiempos en los que dichos insumos son consumidos por los
hospitales. Por encima de esas carencias, sin embargo, el doctor Guzmán pondera
el esfuerzo que los profesionales de la salud hacen por desempeñar su trabajo
eficazmente, no sólo en beneficio de los demás, sino primeramente en beneficio
propio. “Para ti, como médico, es muy importante ser parte del sistema público
de salud, aun si también realizas práctica privada, porque eleva tu calidad
laboral: tus habilidades quirúrgicas no son las mismas cuando ya realizaste un
tipo específico de intervención 300 veces, como ocurre con los médicos del
sector público, que cuando sólo llevas unas cuantas. Eso te da el sistema
público, la oportunidad de acumular mucha experiencia, ser cada vez mejor
médico y así competir por mejores oportunidades laborales, dentro y fuera del
sector público. Y la mayoría hacemos nuestro mejor esfuerzo, aun con las
carencias; por ejemplo, en Estados Unidos y en Europa ya está muy desplegado el
aprovechamiento de la medicina robótica y, aunque en México no existen muchos
robots, todos estamos intentando aprovechar estas tecnologías, pues en lo
quirúrgico aportan muchísimos beneficios. Esa es la parte que nos corresponde y
la estamos haciendo, mantenernos actualizados para dar una buena atención. Pero
no sólo por eso, sino porque las nuevas generaciones de médicos vienen con
amplios conocimientos y habilidades tecnológicas; entonces, si tú no te pones
al parejo, si no te subes al mismo barco, te quedas”.
Por ello, Guzmán enfatiza en que las deficiencias del sistema de salud no son realmente atribuibles al personal como gremio. “No faltamos doctores bien capacitados, ni faltan médicos generales que quieran hacer una especialización; el presidente dijo hace poco que va a crear nuevas escuelas de medicina, como si faltaran médicos. Pero no, lo que faltan son hospitales, espacios y también muchas más plazas laborales. ¿Qué pasa?, que hasta hace unos 15 años los médicos podían destinar media hora a cada paciente y, aunque no es mucho tiempo, podían sentarse a escucharlos, podían concentrarse en hacer una exploración amplia y conocer todos sus síntomas. Luego metieron más pacientes pero no más personal y los médicos ya no podían destinarle media hora a cada uno, sino sólo 20 minutos; después metieron todavía más pacientes y ya sólo quedaba tiempo para atenderlos 15 minutos. Porque, a pesar de que en las últimas décadas se han creado algunos hospitales nuevos, básicamente seguimos con la misma infraestructura de hace décadas y con el mismo personal, pero con muchos más pacientes por atender. Entonces, para cubrir la demanda actual de servicios de salud no se necesitan más escuelas para formar más médicos, se necesita construir más infraestructura y contratar más personal.”
“Ni siquiera con una mejor administración de los recursos actuales, advierte el especialista, puede resolverse el problema de suboferta de servicios públicos de salud que México padece desde siempre”.
Las estadísticas oficiales le dan la razón al doctor Guzmán.
Mientras que entre 2010 y 2015 la población mexicana afiliada al sistema de
salud pública aumentó 35%, al pasar de 72 millones de derechohabientes a 98
millones por la consolidación del Seguro Popular, el personal adscrito a los
servicios hospitalarios del sector público sólo aumentó 4% en el mismo lapso,
al pasar de 467 mil profesionales de la salud a 487 mil, tal como revela el
Sistema de Cuentas Nacionales del INEGI. Así, mientras en 2010 había un médico
del sistema público por cada 155 afiliados, para 2015 esta balanza pasó a un
médico por cada 201 afiliados. Con base en estas estadísticas oficiales, en
cinco años cada médico del sector público vio aumentar 30% su carga de trabajo,
en promedio, pero su día siguió en 24 horas.
Ni siquiera con una mejor administración de los recursos
actuales, advierte el especialista, puede resolverse el problema de suboferta
de servicios públicos de salud que México padece desde siempre. Para eso, la
única solución es ampliar las capacidades materiales y humanas del sector. De
lo contrario, puede que se resuelva el desabasto de medicamentos, pero no el
desabasto de médicos, personal técnico, consultorios, quirófanos, camas de
hospital y laboratorios.
“Por supuesto —reconoce el doctor Guzmán—, hay médicos a los
que no puedes defender de ninguna forma: si le tenías que quitar el riñón izquierdo
a tu paciente y le sacaste el derecho, pues ni cómo ayudarte. Pero también hay
que tener a la vista en qué condiciones de sobreexigencia están los médicos del
sector público desempeñando sus funciones. Uno podría decir: bueno, es culpa
del médico por aceptar que desde hace años le metan en su agenda más pacientes
de los que humanamente puede atender en un turno. Y sí, quien lo diga estará en
lo cierto; pero si haces eso como médico del sector público entras en un
dilema: si el médico no acepta atender a esa gente hoy, aunque sea en una
consulta de diez minutos, el sistema está tan saturado y los recursos son tan
limitados que probablemente esa gente no pueda recibir cita sino hasta dentro
de varios meses. Pero tú sabes que necesitan atención hoy, no en dos o tres
meses: los médicos terminamos aceptando que sobrecarguen nuestra agenda por
eso, porque sabemos que, independientemente de los problemas institucionales,
tenemos una responsabilidad personal ante la sociedad.”
Epílogo: la tradición
violenta
Montserrat Jiménez es una médico de 29 años que hace dos
ingresó a la residencia, en el Instituto Nacional de Psiquiatría, junto con
otros siete mil jóvenes integrantes de una generación más educada en la
exigibilidad de derechos, que topó de frente con un sistema añejo, acostumbrado
a violentar y explotar a los nuevos estudiantes. “Cuando entré a la
especialidad —recuerda— llegué con mucho ímpetu, con muchas expectativas, pero
ya que estuve ahí me encontré que hay personas, tus superiores, los médicos de
base, que empiezan a ejercer violencia, muchas veces exigiéndote aplicar
conocimientos que todavía no te proporcionan; yo creo que ellos están ya
cansados porque tienen que trabajar con recursos limitados en los institutos y
hospitales; y por otro lado está la parte de los residentes, de tus compañeros
que están encima de ti, porque llevan uno o dos años más que tú, y a los que se
les olvida que ellos estuvieron en tu lugar, porque también ejercen acoso
laboral y emocional. En Psiquiatría, por ejemplo, los mismos que se supone
deben enseñarte te etiquetan y para ello usan denominaciones de trastornos de
personalidad, lo cual es una triple burla: a ti como ser humano que merece
respeto, a nuestra profesión y a las personas que padecen estos trastornos. Y
el resultado es que tú, como especialista en formación, llegas a un punto en el
que ya estás tan cansado de todas estas situaciones, que te vuelves
intolerante”.
Es bajo este ambiente de acoso constante y tensión emocional, al que se suman jornadas extenuantes, lamenta Montserrat, que “atendemos 12 pacientes al día, y la frustración que vas acumulando es mucha, por todas estas condiciones desfavorables para el aprendizaje, y a ello súmale la frustración de que tú ves llegar graves a los pacientes, y aunque sabes que deben recibir una vigilancia médica constante, sabes que no podrás recibirlo nuevamente en una semana, como deberías, sino en dos meses, porque te saturan tu agenda”. En este caso, advierte, la saturación no es ni siquiera porque hagan falta más residentes para atender pacientes, sino que no se han liberado consultorios que, aun cuando están acondicionados, permanecen “apartados” y no se usan. Así, lo que satura sus agendas no es la insuficiencia de residentes, sino el poco tiempo de consultorio que cada uno tiene disponible.
“A diferencia de otras generaciones de residentes, la generación 2019 no estuvo dispuesta a tolerar las condiciones de sobreexigencia que aceptaron sus antecesoras y en abril surgió un movimiento de residentes que exigió una reestructuración del sistema de salud, para que los médicos en especialización dejasen de ser sometidos a jornadas de 12 a 36 horas de trabajo, sin un estatus laboral claro, como ocurre desde 1983, cuando fue creada la Comisión Interinstitucional para la Formación de Recursos Humanos para la Salud”.
“En el instituto hay espacio suficiente dónde dar consulta,
pero los mandos superiores no quieren soltar esos espacios. Cuando vieron que
había muchos residentes, en vez de ampliar el número de consultorios y
asignarles espacio a todos, establecieron un sistema de rotación de los
consultorios existentes, para que todos ocuparan los mismos espacios, y no
tener que usar espacios disponibles que están apartados. ¿Para qué?, no lo
sabemos”. A diferencia de otras generaciones de residentes, la generación 2019
no estuvo dispuesta a tolerar las condiciones de sobreexigencia que aceptaron
sus antecesoras y en abril surgió un movimiento de residentes que exigió una
reestructuración del sistema de salud, para que los médicos en especialización
dejasen de ser sometidos a jornadas de 12 a 36 horas de trabajo, sin un estatus
laboral claro, como ocurre desde 1983, cuando fue creada la Comisión
Interinstitucional para la Formación de Recursos Humanos para la Salud.
No obstante, advierte Eduardo Lugo, quien formó parte de
dicho movimiento, aun cuando dicha protesta derivó en la conformación de una
asociación de residentes, a su juicio sólo recibió “atole con el dedo”: aunque
se agregó un turno de guardia más, para que los residentes no tuvieran que
pasar hasta 36 horas de jornada, éstas siguen superando las ocho horas de labor
diaria, y siguen sin certeza sobre su futuro laboral al egresar de la
especialización.
“Ser médico —señala Eduardo con toda seriedad— es algo que
te motiva mucho. En mi caso, yo no me enganché verdaderamente de la Medicina
sino hasta que realicé el servicio social; hasta ese momento me di cuenta
realmente de las necesidades del país y de la importancia de lo que haces. Vas
a un centro de salud, en un medio rural y ves la necesidad de médicos que tiene
la población, eso te impulsa a seguir. Más que estudiar medicina, fue vivir lo
que implica ser médico lo que me hizo comprometerme con la carrera, el recibir
un bebé o estar en un servicio de vacunación; incluso tener que irte a otro
pueblo porque ya te amenazaron los narcos de la zona. Todas esas experiencias
te da esta carrera y te enamoras de esta aventura extraña y a veces horrible
que es la medicina, y que es también la aventura de la vida.”
Eduardo, sin embargo, decidió abandonar la especialización
en Psiquiatría justo a la mitad del trayecto, cuando ya llevaba un año y medio
como residente. “Mi personalidad no va mucho con esto de las reglas del
sistema, aguantar maltrato o abusos o la incompetencia de otros, pero yo quería
ser psiquiatra y me dije: voy a aceptar mi destino, voy a jugar con tus reglas,
sistema, para ser un psiquiatra chingón”. Por eso, advierte, se unió al
movimiento de residentes de abril de 2019, del que no se obtuvo nada, salvo
mayor acoso y acciones “pasivo-agresivas” por parte de las autoridades en
contra de los integrantes de la protesta.
Aunque no existen datos oficiales sobre los índices de
deserción o de las afectaciones que la sobreexigencia provoca en los residentes
médicos, en 2017 la Revista de
investigación médica de la Facultad de Medicina de la UNAM publicó los
resultados de una encuesta realizada por la misma institución, según la cual
84% de los residentes refirió haber sufrido maltratos, “siendo el más frecuente
el psicológico”; en concreto, 78% denunció haber sido víctima de
“humillaciones”; 16% fue sometido a “guardias de castigo”; 40% dijo haber
enfrentado “negación de la enseñanza; 16% recibió golpes; a 35% les negaron la
alimentación durante sus jornadas; 21% enfrentó castigos como la negación de
permiso para ir al baño durante guardias que se prolongan por más de un día.
Además, el estudio de la UNAM concluyó que 71% de los
residentes médicos consultados sufren depresión, 78% cuadros de ansiedad y 89%
el síndrome conocido como burnout,
caracterizado por agotamiento crónico, despersonalización y desmotivación. La
consecuencia directa de estas prácticas institucionalizadas en el sistema de
formación de médicos especialistas en México, concluye el estudio, es que 58%
de los especialistas en formación reconoció que brinda “mala atención a sus
pacientes”.
Es así como un problema institucional, sufrido por un sector
muy específico de la sociedad, el gremio médico, se vuelve un problema de
todos, sanos y enfermos, y se constituye también no sólo en un reto de salud
pública, sino también político. Existe un proverbio médico según el cual, para
recetar un buen tratamiento, es necesario contar con un diagnóstico acertado.
En el caso de los rezagos del sistema público de salud mexicano, los síntomas y
el diagnóstico están a la vista, lo que ha faltado, por décadas, es definir el
tratamiento. EP
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