Los abismos de un continente

América Latina está en un borde peligroso: las diferencias sociales son muchas y los gobiernos no parecen acusarlas o buscar soluciones que realmente sirvan. Felipe Restrepo Pombo revisa para nosotros los abismos de desigualdad y la locura de los últimos tiempos en bares ocultos mexicanos y desbordamiento en Chile y Colombia.

Texto de 02/06/21

América Latina está en un borde peligroso: las diferencias sociales son muchas y los gobiernos no parecen acusarlas o buscar soluciones que realmente sirvan. Felipe Restrepo Pombo revisa para nosotros los abismos de desigualdad y la locura de los últimos tiempos en bares ocultos mexicanos y desbordamiento en Chile y Colombia.

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Hace un par de semanas, un portal estadounidense publicó un artículo en el que describe a la Ciudad de México como uno de los destinos más atractivos del mundo para hacer turismo. El texto menciona los restaurantes, bares, museos, tiendas y otros lugares que ofrece la capital mexicana. La compara con ciudades europeas, como Milán, y dice que es un “paraíso para los expatriados” por sus precios. En un momento, la autora dice que “El coronavirus solamente ha cimentado la seducción de la Ciudad de México”. Parece ignorar que en la capital han muerto, según cifras oficiales, unas 220 mil personas por culpa de la pandemia. Para rematar, el artículo fue publicado apenas unas horas antes del colapso de un tramo de la línea 12 del metro. El trágico desplome, culpa de la incompetencia y corrupción de las autoridades locales, dejó otras 23 víctimas.

Desde luego que no tiene nada de malo que las industrias del entretenimiento, la gastronomía y el turismo sigan trabajando en medio de una crisis devastadora. Tampoco está mal escribir sobre una ciudad que, en efecto, es una de las capitales más divertidas del mundo. Lo molesto es la abierta negación de una realidad: el abismo de los privilegios en México y el resto de Latinoamérica. Este ha quedado claro desde el inicio del virus. Muchos decidieron ir a “pasar la pandemia” en playas paradisíacas como Tulum. De hecho, en el famoso destino costero nunca pararon las cenas, los raves, las ferias de arte y las comidas frente al mar. Muchos nacionales y extranjeros rentaron casas por meses, y ni se enteraron de las cuarentenas o de los tapabocas.

“Un conocido mío organiza fiestas en bodegas abandonadas todos los sábados en Bogotá. En noviembre le pregunté si estos eventos le parecían irresponsables. Su respuesta me dejó helado: “Vive y deja vivir. Mi generación no puede estar sin bailar”.”

Quienes no pudieron acceder a un exilio caribeño también encontraron diversión ilegal en sus colonias. Las fiestas clandestinas se volvieron comunes en muchas capitales. La mecánica de estos eventos es similar en todos los países: por lo general, se organizan en locaciones que se distribuyen entre usuarios de Instagram u otras redes sociales. Un conocido mío organiza fiestas en bodegas abandonadas todos los sábados en Bogotá. En noviembre le pregunté si estos eventos le parecían irresponsables. Su respuesta me dejó helado: “Vive y deja vivir. Mi generación no puede estar sin bailar”. Otro joven asistente a fiestas clandestinas en la Ciudad de México y Guadalajara me dijo que: “Todos los que asisten ya tuvieron Covid”. También me contó que muchos de los invitados eran extranjeros que viajaban a México durante dos o tres días sólo para ir a fiestas.

“Este turismo sanitario es muy comprensible teniendo en cuenta la lentitud de la vacunación en el continente. Pero, de nuevo: pone en evidencia una diferencia de oportunidades entre ciudadanos ricos y pobres.”

Este mayo, el diario El País publicó una crónica sobre los locales clandestinos en Ciudad de México. “¿Cuántas chicas de esa mesa ya se han ido a vacunar a Houston?”, dice un entrevistado, socio de uno de los antros visitados por el diario, después de lanzar la pregunta retórica, “esta gente tiene mucho dinero y van a seguir saliendo y gastando con o sin pandemia. Si lo hacen, que lo hagan aquí”. Es bien sabido que miles de latinoamericanos han ido a vacunarse en los últimos meses a Estados Unidos. Antes incluso de que el gobierno de ese país anunciara que estaba permitido, muchos viajaron a Florida, Texas o Nueva York. Este turismo sanitario es muy comprensible teniendo en cuenta la lentitud de la vacunación en el continente. Pero, de nuevo: pone en evidencia una diferencia de oportunidades entre ciudadanos ricos y pobres. 

El descontento por este abismo es latente en las calles de Latinoamérica. Los estallidos sociales en Chile y, más recientemente, en Colombia, son la prueba de que la situación ya no es sostenible. Un reportero bogotano me contó que hace unas semanas entrevistó a varios manifestantes en las calles para saber qué querían. Uno le dijo que su única voluntad era “quemar todo”. Si no hay pronto un cambio de modelo, donde las oportunidades estén mejor repartidas, nuestro continente será un enorme incendio que nadie va a poder apagar. EP  

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