Juegos Olímpicos Aremi, la halterista que dijo: no se olviden de mí, aquí estoy

El periodista Aníbal Santiago narra una crónica sobre el momento decisivo para que la halterista Aremi Fuentes obtuviera un lugar en el podio durante estos Juegos Olímpicos.

Texto de 03/08/21

La levantadora de pesas Aremi Fuentes cruza el sombrío túnel con la vista clavada en el piso, viendo sin distracción sus pasos, como si demandara algo a las entrañas del Foro Internacional de Tokio que en unos segundos recibirá a su propio peso más el de la barra y los discos. Cuando sale, sube a la plataforma de competencia y enfrenta a los lentes de los medios, la mexicana murmura algo para sí misma. Aunque el movimiento en su cara es mínimo, casi imperceptible, las cámaras de los Juegos Olímpicos registran el ondular de sus labios en su diálogo interno. Alguna vez, ya convertida en una constante viajera entre continentes para disputar torneos internacionales, le preguntaron algo sobre su nacionalidad, y en vez de soltar lo habitual (“es un orgullo representar a mi país”, por ejemplo) dijo: “siento mucha valentía de ser mexicana”. Cuando era una adolescente, hace más de una década, empezó a ser valiente: un entrenador, Roberto Moreno, supo que esa joven chiapaneca que practicaba atletismo ya había regresado de su segunda Olimpiada Nacional Infantil y Juvenil sin lograr un podio. Al observar su estructura física, se acercó para explicarle que le veía futuro en la halterofilia. Amante de las carreras en pista, Aremi se negó. “Insistieron dos años y me animé. A los seis meses obtuve el bronce en la Olimpiada Nacional: fue muy emocionante porque lo que yo siempre quise, el atletismo, nunca se me dio”. Ahora, a sus 28 años, el arrojo debe adquirir otra magnitud: el Olympic Channel la enfoca en el evento de clean and jerk (o dos tiempos), donde enfrentará a la ecuatoriana Neisi Dajomes, a la estadounidense Kartherine Nye, a la coreana Kim Su-hyeon y a otras cuatro halteristas top del mundo. Muy seria, abrocha su cinturón, se acomoda las muñequeras y enrosca con sus gruesas manos empolvadas de magnesia las barras que sostienen 135 kilos, el doble de lo que pesa su cuerpo. Suena la señal y Aremi ya levanta la barra mordiéndose el labio inferior, entrecierra los ojos, se agacha en la sentadilla del primer movimiento, el clean (cargada), y aunque al incorporarse le cuesta fijar las piernas, lo consigue, y mantiene el tubo sobre la cabeza: codos rectos, brazos rectos, un-dos-tres-cuatro segundos. Atrás, a unos metros, sus entrenadores la aplauden fuerte. Desde lo alto, ella deja caer las pesas con coraje para que el suelo sienta lo que acaba de alzar esta mujer nacida en la pequeña ciudad de Tonalá, en el extremo meridional de México, en lo más pobre del territorio. La morena de melena dorada ha dado otro paso hacia la excelencia impulsada por su pasado: “Altas y bajas, lesiones y mil cosas”, sintetizó hace poco, y entre esas mil cosas está el cambio de coordenadas en su vida. Cuando su carrera como halterista empezaba a despuntar, el Instituto del Deporte del Estado de Chiapas le advirtió que no tenía recursos económicos para apoyarla. En cambio, sí los tenía el Instituto del Deporte y la Cultura Física de Baja California, que le ofreció un nuevo hogar. No fue sencillo: Aremi dejó el mar del Pacífico en el extremo sur del país y viajó 3 mil 517 kilómetros hasta el desierto del límite norte para residir definitivamente en Mexicali. Tuvo que decir adiós a sus padres, sus eternos cómplices, y fundar una vida en un sitio desconocido, no apacible como el de su selva sino agitado y áspero en uno de los cruces fronterizos más convulsionados de la Tierra. Ya desde entonces lo decía: “Mi sueño es ser medallista olímpica”. La capital japonesa está por atestiguar el segundo levantamiento de la nutrióloga de uniforme blanco que resopla con la barra bajo sus ojos, cierra los ojos y se da cinco segundos de meditación antes del esfuerzo descomunal. Ahora irá por 137 kilos, apenas dos más que en la primera vuelta: un gesto “conservador” según unos expertos; “prudente”, según otros. Está más tranquila, o al menos esas son las señales que mandan sus gestos antes de subir la barra. Otra vez hace perfecto el clean, y el jerk (envión) sin fallas. Aremi abandona veloz la plataforma, choca los puños con sus entrenadores y se sienta para tomar aire minutos antes de la tercera y definitiva ronda. Nuevamente, retorna cruzando el túnel hacia la plataforma, y ahora oye fuerte los gritos de sus coaches: “Venga, velocidad, los codos”, alcanza a oír cuando se inclina y va por 139 kilos. Como si estuviera aceitada, la barra se le escabulle: aún en el movimiento inicial se desliza por sus hombros en cuanto busca acomodársela en la clavícula. Furiosa, la medallista en el Campeonato Mundial de Halterofilia Pattaya 2019 y tres veces medallista panamericana, se desabrocha de un movimiento el cinturón y recibe las palmaditas de su equipo que le quiere dar consuelo. Pero nada la consuela. Por delante, en el rato que queda, solo tiene dos retos: calmarse y esperar que la coreana falle. Kim Su-hyeon ocupa el gran escenario rojo y descarga un estremecedor grito de aliento a sí misma antes de ir por los 140 kilos que dejarán a Aremi sin medalla. El clean no tiene problema, solo le falta el jerk para derrotar a la mexicana. Dramáticamente, la asiática se desvanece, cae y rebota en suelo; la barra se encaja sobre su cuello mientras con dolor mira al cielo. En vestidores, Aremi ya sabe que es la tercera mejor halterista del mundo. Hace solo un año volvía a los entrenamientos después de seis meses inactiva por sendas desgracias: primero, un doble desgarro en sus piernas, y segundo, el coronavirus. Superó el confinamiento temerosa de no ganarle la carrera al tiempo. Se la ganó. En menos de un año recobró la forma física que convirtió una corredora promedio en una levantadora extraordinaria. La medallista de bronce, primera en la historia de Chiapas, se abraza llorando con sus entrenadores Javier Tamayo y José Zayas. Y cuando más tarde le preguntan la esencia de su triunfo, responde: “la creencia en uno mismo”. No obstante, hay algo más: tuvo una tercera entrenadora, fallecida pero que le dejó enseñanzas en los videos de Sídney 2000, secuencias con 21 años de historia pero aún llenas de enseñanza, y a las que suele acudir: la primera mujer mexicana medallista de oro, Soraya Jiménez, número uno del mundo cuando Aremi tenía siete años y bajo cuyas fotos entrenó en su gimnasio. “Admiro su valor —dice— (en aquellos Juegos Olímpicos) ni siquiera la tomaban en cuenta, no era rival. Y fue: no se olviden de mí, aquí estoy”. A Aremi muy pocos la tomaban en cuenta, y también está. EP

El periodista Aníbal Santiago narra una crónica sobre el momento decisivo para que la halterista Aremi Fuentes obtuviera un lugar en el podio durante estos Juegos Olímpicos.

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La levantadora de pesas Aremi Fuentes cruza el sombrío túnel con la vista clavada en el piso, viendo sin distracción sus pasos, como si demandara algo a las entrañas del Foro Internacional de Tokio que en unos segundos recibirá a su propio peso más el de la barra y los discos. Cuando sale, sube a la plataforma de competencia y enfrenta a los lentes de los medios, la mexicana murmura algo para sí misma. Aunque el movimiento en su cara es mínimo, casi imperceptible, las cámaras de los Juegos Olímpicos registran el ondular de sus labios en su diálogo interno.

Alguna vez, ya convertida en una constante viajera entre continentes para disputar torneos internacionales, le preguntaron algo sobre su nacionalidad, y en vez de soltar lo habitual (“es un orgullo representar a mi país”, por ejemplo) dijo: “siento mucha valentía de ser mexicana”. Cuando era una adolescente, hace más de una década, empezó a ser valiente: un entrenador, Roberto Moreno, supo que esa joven chiapaneca que practicaba atletismo ya había regresado de su segunda Olimpiada Nacional Infantil y Juvenil sin lograr un podio. Al observar su estructura física, se acercó para explicarle que le veía futuro en la halterofilia. Amante de las carreras en pista, Aremi se negó. “Insistieron dos años y me animé. A los seis meses obtuve el bronce en la Olimpiada Nacional: fue muy emocionante porque lo que yo siempre quise, el atletismo, nunca se me dio”.

Ahora, a sus 28 años, el arrojo debe adquirir otra magnitud: el Olympic Channel la enfoca en el evento de clean and jerk (o dos tiempos), donde enfrentará a la ecuatoriana Neisi Dajomes, a la estadounidense Kartherine Nye, a la coreana Kim Su-hyeon y a otras cuatro halteristas top del mundo.

Muy seria, abrocha su cinturón, se acomoda las muñequeras y enrosca con sus gruesas manos empolvadas de magnesia las barras que sostienen 135 kilos, el doble de lo que pesa su cuerpo. 

Suena la señal y Aremi ya levanta la barra mordiéndose el labio inferior, entrecierra los ojos, se agacha en la sentadilla del primer movimiento, el clean (cargada), y aunque al incorporarse le cuesta fijar las piernas, lo consigue, y mantiene el tubo sobre la cabeza: codos rectos, brazos rectos, un-dos-tres-cuatro segundos.

Atrás, a unos metros, sus entrenadores la aplauden fuerte. Desde lo alto, ella deja caer las pesas con coraje para que el suelo sienta lo que acaba de alzar esta mujer nacida en la pequeña ciudad de Tonalá, en el extremo meridional de México, en lo más pobre del territorio.

Suena la señal y Aremi ya levanta la barra mordiéndose el labio inferior, entrecierra los ojos […] mantiene el tubo sobre la cabeza: codos rectos, brazos rectos, un-dos-tres-cuatro segundos.

La morena de melena dorada ha dado otro paso hacia la excelencia impulsada por su pasado: “Altas y bajas, lesiones y mil cosas”, sintetizó hace poco, y entre esas mil cosas está el cambio de coordenadas en su vida. Cuando su carrera como halterista empezaba a despuntar, el Instituto del Deporte del Estado de Chiapas le advirtió que no tenía recursos económicos para apoyarla. En cambio, sí los tenía el Instituto del Deporte y la Cultura Física de Baja California, que le ofreció un nuevo hogar. No fue sencillo: Aremi dejó el mar del Pacífico en el extremo sur del país y viajó 3 mil 517 kilómetros hasta el desierto del límite norte para residir definitivamente en Mexicali. Tuvo que decir adiós a sus padres, sus eternos cómplices, y fundar una vida en un sitio desconocido, no apacible como el de su selva sino agitado y áspero en uno de los cruces fronterizos más convulsionados de la Tierra. Ya desde entonces lo decía: “Mi sueño es ser medallista olímpica”.

La capital japonesa está por atestiguar el segundo levantamiento de la nutrióloga de uniforme blanco que resopla con la barra bajo sus ojos, cierra los ojos y se da cinco segundos de meditación antes del esfuerzo descomunal. Ahora irá por 137 kilos, apenas dos más que en la primera vuelta: un gesto “conservador” según unos expertos; “prudente”, según otros. Está más tranquila, o al menos esas son las señales que mandan sus gestos antes de subir la barra. Otra vez hace perfecto el clean, y el jerk (envión) sin fallas. Aremi abandona veloz la plataforma, choca los puños con sus entrenadores y se sienta para tomar aire minutos antes de la tercera y definitiva ronda. 

Nuevamente, retorna cruzando el túnel hacia la plataforma, y ahora oye fuerte los gritos de sus coaches: “Venga, velocidad, los codos”, alcanza a oír cuando se inclina y va por 139 kilos. Como si estuviera aceitada, la barra se le escabulle: aún en el movimiento inicial se desliza por sus hombros en cuanto busca acomodársela en la clavícula.

Furiosa, la medallista en el Campeonato Mundial de Halterofilia Pattaya 2019 y tres veces medallista panamericana, se desabrocha de un movimiento el cinturón y recibe las palmaditas de su equipo que le quiere dar consuelo. Pero nada la consuela.

Por delante, en el rato que queda, solo tiene dos retos: calmarse y esperar que la coreana falle. Kim Su-hyeon ocupa el gran escenario rojo y descarga un estremecedor grito de aliento a sí misma antes de ir por los 140 kilos que dejarán a Aremi sin medalla. El clean no tiene problema, solo le falta el jerk para derrotar a la mexicana. Dramáticamente, la asiática se desvanece, cae y rebota en suelo; la barra se encaja sobre su cuello mientras con dolor mira al cielo.

En vestidores, Aremi ya sabe que es la tercera mejor halterista del mundo. Hace solo un año volvía a los entrenamientos después de seis meses inactiva por sendas desgracias: primero, un doble desgarro en sus piernas, y segundo, el coronavirus.

Superó el confinamiento temerosa de no ganarle la carrera al tiempo. Se la ganó. En menos de un año recobró la forma física que convirtió una corredora promedio en una levantadora extraordinaria. La medallista de bronce, primera en la historia de Chiapas, se abraza llorando con sus entrenadores Javier Tamayo y José Zayas. Y cuando más tarde le preguntan la esencia de su triunfo, responde: “la creencia en uno mismo”. No obstante, hay algo más: tuvo una tercera entrenadora, fallecida pero que le dejó enseñanzas en los videos de Sídney 2000, secuencias con 21 años de historia pero aún llenas de enseñanza, y a las que suele acudir: la primera mujer mexicana medallista de oro, Soraya Jiménez, número uno del mundo cuando Aremi tenía siete años y bajo cuyas fotos entrenó en su gimnasio. “Admiro su valor —dice— (en aquellos Juegos Olímpicos) ni siquiera la tomaban en cuenta, no era rival. Y fue: no se olviden de mí, aquí estoy”. 

A Aremi muy pocos la tomaban en cuenta, y también está. EP

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