Olímpicas Yanina Martínez: los pies equinovaros vuelan

El periodista Aníbal Santiago retrata a una serie de mujeres que están haciendo historia en el deporte. Son las Olímpicas y, en esta entrega, hablamos de Yanina Martínez: “Como si se fuera de vacaciones con amigos y no rumbo a la competencia que podría transformar su existencia, respondió como si nada: “Estoy contenta, nos vamos a Río. Si traigo una medalla, bien”.”

Texto de 21/01/21

El periodista Aníbal Santiago retrata a una serie de mujeres que están haciendo historia en el deporte. Son las Olímpicas y, en esta entrega, hablamos de Yanina Martínez: “Como si se fuera de vacaciones con amigos y no rumbo a la competencia que podría transformar su existencia, respondió como si nada: “Estoy contenta, nos vamos a Río. Si traigo una medalla, bien”.”

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En la Nochebuena argentina, vaporosa, caliente y sofocante, Claudia Chávez fue madre por segunda vez. Cuando en la ciudad de Rosario las familias se alistaban para sus festejos ruidosos entre vitel toné, matambre a la parrilla, damajuanas de vino tinto y postres con dulce de leche, el silencio del hospital le llevó a sus brazos una niña morena con mucho de su cara afilada pero con algo muy distinto a lo que dos años antes percibió en su primer hijo al nacer: Yanina, la bebé que acababa de dar a luz, era livianísima. Demasiado. 

A la orilla del río Paraná horas más tarde, en la Navidad de 1993, los 900 mil habitantes de la capital de la provincia de Santa Fe se recuperaban entre sueños de los festejos. En ese momento Claudia ya estaba en casa junto a su niña de proporciones minúsculas, pero a la que nada se le había diagnosticado. Nada fuera de orden, pese a que transcurrió un año, dos, y el crecimiento de Yanina era mínimo, su peso no distaba del de un bebé y no podía caminar ni empezaba a hablar. 

Cuando luego de 24 meses sufrió una extraña convulsión y hubo que llevarla de urgencia al médico para salvarla, los estudios genéticos eran impostergables. Había que entender por qué, a diferencia de los otros niños de su edad, no podía sentarse, girar, no digamos caminar, sino gatear, y sus músculos no crecían ni se fortalecían. No podía comer, salvo leche y alimentos blandos. “No deglutía y se ahogaba”, explica su madre.

Y entonces sí, llegó el diagnóstico: parálisis cerebral. El irregular desarrollo de su cerebro era la razón de las graves limitaciones corporales y del casi nulo avance cognitivo y de comunicación. Y quizá como en ninguna otra parte de su cuerpo, su malformación brotaba en la luxación de su cadera y, sobre todo, en los pies equinovaros, torcidos hacia adentro y abajo. Por los daños en su sistema nervioso central no había certeza de si un día caminaría. 

Por lo pronto, los intentos implicarían un trabajo arduo para ella, su madre, y su hermano mayor Javier. Impensable, entonces, que la imaginaran casi dos décadas después en la salida de los 100 metros planos de los Juegos Paralímpicos Río 2016. La adoradora de los perros callejeros que el humilde barrio de Belgrano había visto avanzar en las calles sobre una andadera, como es usual en los ancianos pero a una edad en que los niños van a la Primaria, se alistaba a oír el disparo con el que sus dos “pies equinovaros” buscarían vencer en los 100 metros planos a las más poderosas corredoras del planeta —de Corea del Sur, Alemania, Brasil, Hong Kong— y volverse la campeona paralímpica ante miles de argentinos absortos ante las pantallas.

Muecas y sonrisas

Incansables, laboriosas, las terapias corrigieron su postura y redimensionaron las capacidades de sus extremidades. Desde los 4 años y medio Yanina ya caminó sin auxilios. Y aunque no hablaba, las palabras las sustituyó por un catálogo de muecas con que se daba a entender, y a las que sofisticaba con sonrisas que informaban diferentes estados de ánimo. Y a los cinco años, finalmente, pudo tragar comida sólida. 

Claudia pensó que el deporte formal ayudaría a su hija a hacer amigos, algo necesario para avivar su relación con los demás (“volcarla al deporte para que se integre”, dice) y claro, reforzar su evolución física. En el pequeño Club Echesortu de Rosario, austero, pequeño y barrial pero con alberca, se zambulló. Además de liberar tensiones mentales y corporales, flotar es curativo para las personas con discapacidad: las partes del cuerpo trabajan con homogeneidad. En el agua el cuerpo se ejercita simétricamente y los músculos se desarrollan de modo integrado. 

Fue ahí donde Martín Arroyo, joven estudiante de Educación Física que incursionaba en el entrenamiento en el deporte adaptado, vio la lucha de la pequeña nadadora y le propuso entrenar con él. La encaminó así por una especie de tour deportivo de la ciudad Rosario, preámbulo de lo que ha sido un recorrido por el mundo. Primero, hacia 2005, la hizo parte del Club Social y Deportivo Río Negro, donde en los espacios verdes al aire libre Yanina jugaba con pelotas, botellas y corría breves tramos en un grupo recreativo. Debía jugar mucho, el juego reverdecía sus facultades. 

Y fue en el 2006 cuando ella probó que, de a poco, estaba sometiendo a su tetraplejia parcial: como daba visos de gobernar su cuerpo, él la invitó a mudarse al Estadio Municipal Jorge Newberry, catapulta de los grandes atletas rosarinos. 

Al ejercicio lúdico de sus primeros entrenamientos con saltos o lanzamientos —que mejoraban su habilidad motriz— se sumó una disciplina diaria e inclaudicable. Y no solo sobre la pista. La paciencia, el trabajo físico, inician desde que hace su maleta y abre la puerta de su casa. “Tiene que tomarse cuatro colectivos para ir al entrenamiento”, dice su hermano. A lo que se refiere es que ella y su madre abordan el autobús K, al rato bajan y conectan con el 113. En total, de ida y vuelta, dos horas. 

No pasó mucho para que la potencia de Yanina insinuara que no sólo derribaba los muros de la parálisis cerebral, sino que su cuerpo era prodigioso. En dos años pasó de sentir por primera vez con los pies un ovalo atlético, a ser la campeona de los Juegos Nacionales Evita 2008 (lo que en México es la Olimpiada Nacional Infantil y Juvenil) en atletismo adaptado. 

Magnética, enérgica, de sonrisa fácil, la deportista con el tic de agarrarse la cola de caballo arrancaba una carrera trepidante hacia la excelencia. 

Verano lindo

Martín, su entrenador, encaraba la preparación de su discípula con una premisa: si Yanina mejoraba su socialización, los efectos en su desempeño deportivo serían instantáneos. “¿Qué queríamos mejorar? Mucho. El habla, los tratos, su personalidad, la concentración de Yani”, declaró. 

Y hay algo en su concentración que es visual. Habituada a correr entre tribunas con mucha gente, a ser apuntada por cámaras que transmiten internacionalmente, a ver su nombre en los diarios u oírlo en la televisión, su mirada minutos antes de competir en los 100 o 200 metros planos es hacia ella misma: observa la nada, con los ojos perdidos, como para que no exista en el mundo algo que la distraiga. Sus gestos la delatan abstraída en su cuerpo: estira los brazos, eleva las rodillas, salta, se palmea los muslos como si les exigiera despertar, estira la musculatura con que recorre el mundo. 

En los Juegos Juveniles Parapanamericanos Bogotá 2009 se colgó oro y plata: por primera vez sintió fuera de su país el peso de las medallas. Y ese año acabó por siempre con la dependencia económica. Por su trabajo, a los 16 años comenzó a recibir dinero. Los gobiernos federal y provincial le asignaron psicopedagogos, médicos, nutrióloga, psicólogo, fisioterapista.

“Al salir del túnel la esperaban montones de niñas y niños —sus amigos y compañeros— que le gritaban “¡Grande, Yani!”. Se habían colocado en fila para que les chocara la manos.”

A los dos años recorrió la mitad del globo terráqueo para aterrizar en Nueva Zelanda, unirse a los mil atletas más brillantes del mundo y debutar —a unos días de volverse mayor de edad— en el Campeonato Mundial de Atletismo Adaptado Christchurch 2011. Después, como décima del mundo vino a los Juegos Parapanamericanos Guadalajara 2011 y fue dos veces plata. Su mamá, su hermano y Tamara, su hermana menor, se habituaron a reunirse en casa, incluso de madrugada, para tomar mate y ver en la computadora a Yanina ganar en latitudes insólitas.

La rosarina que vivía el fin de adolescencia se había vuelto una figura entre corredoras de larga tradición en la categoría T36, para personas con trastornos de coordinación física como hipertonía, ataxia, atetosis y parálisis cerebral. Algunas rivales superaban el 1.80 m. Yanina mide 1.50 m, lo que la obliga a dar muchas más zancadas si pretende seguirles el ritmo.

El paratletismo de los Juegos Paralímpicos Londres 2012 era impensable sin ella, que ascendió a cuarta del mundo y logró record parapanamericano.

El regreso a la Argentina no fue como otros: Yanina, que estaba a nada de la cumbre, conmovía a su país por su compromiso para la victoria. Pero además lo hacía en Latinoamérica, un continente en el que las dificultades socioeconómicas y físicas son, salvo excepciones, un tormento eterno. 

Pero el deporte, como cualquier actividad en la vida, también traiciona, o abre pozos inesperados en los que es imposible no caer. Yanina se lesionó. El trabajo diario se entorpeció al inicio de 2013 por las férulas, yesos. “Verano lindo, pasamos”, ironiza Martín. No obstante, en meses ella se había repuesto. Y las mejoras no únicamente se vieron en las piernas que a mediados de año la alzaron cuarta en el Campeonato Mundial de Atletismo Adaptado Lyon 2013. A esa altura no solo era una mejor corredora que entrenaba seis veces por semana hasta en doble turno; ahora entendía más a los otros y les decía cosas. “Tiene más oralidad y se relaciona mucho mejor”, celebró Martín, su entrenador, hoy un personaje habitual de los diarios y la televisión deportiva.

En su contacto con los medios no está solo. Yanina se coloca a su lado durante las entrevistas, en las que ríe mucho e intercala, aunque breves, sus respuestas. “Voy a correr fuerte”, “Siempre lo cuido (a Martín), o “¡Vamos, Argentina!”, si es que pronto va a competir. 

A ese gritito alegre con múltiples rictus la atleta que irá a los Juegos Paralímpicos Tokio 2020 lo siguió honrando. En los Juegos Parapanamericanos Toronto 2015 obtuvo dos oros y en realidad uno más, aunque no metálico: estaba clasificada a los Juegos Paralímpicos Río 2016. 

“Dejé a las otras”

En el aeropuerto, la periodista Mónica Musa le preguntó sus expectativas. Como si se fuera de vacaciones con amigos y no rumbo a la competencia que podría transformar su existencia, respondió como si nada: “Estoy contenta, nos vamos a Río. Si traigo una medalla, bien”.

Días después de ser la abanderada de su país, estaba en la final. Aquella tarde, en la línea de salida la cámara del Olympic Channel pasó frente a su carril, el cinco, donde calentaba instantes antes de luchar contra las otras siete mejores del mundo. Yanina estaba relajada. Vio el lente y alzó los brazos, los agitó y sonrió. 

Arrodillada, oyó el disparo de salida. Como en cada una de sus carreras, arrancó con una amplia y violenta extensión de brazos, casi una brazada de natación, como si con ese jaloneo ancho jalara aire y se proyectara hacia el frente. Y entonces sí, a dar infinidad de braceos cortos, con la técnica de un ser marino pequeñito pero que avanza vertiginoso gracias a su remar incesante. 

Esta vez, sin embargo, la explosiva partida no bastó. Inició como tercera después de la brasileña Tascitha Oliveira y la colombiana Martha Hernández, y ahí se mantuvo 30, 40, 50, 60 metros. De pronto, a los 70, lo impensable: Oliveira, la líder, sintió un dolor en la pierna, trompicó y abandonó. 

Ya no hubo clemencia. Desde el segundo 10 Yanina se fue en punta. 20 braceos más, 20 zancadas más, y sería la ganadora. Seguida por la cámara dolly que avanzaba sobre su riel, con distancia cómoda dejó muy atrás a las adversarias, la mexicana, la coreana, hongkonesa y a la alemana Claudia Nicoleitzik, que la superaba en estatura por unos 30 centímetros. Impulsada con sus trancos breves sonrió antes de llegar a la meta. La cruzó, iluminada bajo las luces del estadio. 

Con su tiempo triunfante de 14.64 se agarró la cara feliz y mostró los pulgares a la cámara mientras el narrador del Olympic Channel exclamó: “Yanina Martínez, who is the Paralympic Games champion, from Rosario, from Argentina. What a marvelous success”. 

En un pasillo solitario del Estadio Olímpico Nilton Santos su madre abrazaba llorando a su otro hijo, Javier, mientras en la zona mixta Yanina Atendía a la prensa. Algún medio le preguntó el secreto para obtener el primer oro paralímpico argentino en 20 años: “Dejé a las otras —dijo simplificando la hazaña, y la dedicó—. Es para ellos (los argentinos), los quiero mucho”.

Escuchó emocionada su himno en un podio que mostró su sonrisa al mundo entero entre la bandera celeste y blanca. Días después la esperaba otro podio. Justo cuando el crudo invierno de su tierra acababa, la campeona paralímpica volvió a entrenar al Estadio Municipal de Rosario, el de todos los días desde que con dificultades, una década atrás, apenas podía correr. 

Al salir del túnel la esperaban montones de niñas y niños —sus amigos y compañeros— que le gritaban “¡Grande, Yani!”. Se habían colocado en fila para que les chocara la manos.

En el centro de la pista que meses después la alcaldía de Rosario bautizó con su nombre, había un podio. Subió. “De parte de todos los chicos de acá del estadio, que pensaron en hacerte un recibimiento: unas flores en el Día de la Primavera”, le dijeron entregándole un ramo. 

La aplaudieron y Yanina, conmovida entre flores, alzó su puño. 

“Me emocioné”, declaró al bajar.

Y las alegrías seguirían: fue doble oro en los Juegos Parapanamericanos Lima 2019.

Pero no todas la costumbres de la monarca paralímpica y parapanamericana cambiaron. Siguió con su rutina del doble autobús para llegar al estadio, aunque las escenas sí variaron. En la misma ciudad donde Lionel Messi nació brotaba una nueva idolatría. Por eso, dentro de los autobuses populares ya todos querían su selfie

La iniciativa privada detectó a la heroína y el Banco Provincia comenzó a patrocinarla. En castigo, el gobierno de Mauricio Macri le retiró la pensión de 260 dólares por discapacidad. Pronto, por la inaudita presión social la recuperó.

La pandemia la obligó a entrenar en casa guiada a distancia por Martín, y con la horrible incertidumbre de si Tokio 2020 se esfumaría por el virus. Pero en septiembre pasado él recibió un comunicado oficial: con vacuna o no, los Juegos Olímpicos se harán. “Fue para nosotros un estímulo muy grande”, declaró el entrenador a la televisión. Nadie le preguntó, pero si lo hubieran hecho, con la mente puesta en Japón seguramente la corredora argentina de 27 años hubiera respondido, sonriendo y como si nada: “Si traigo una medalla, bien”. EP

Fuentes: YouTube Por Amor a la Camiseta, Canal Metro, Télam, Olympic Channel, Comité Paralímpico Argentino, Televida con Salud, Infobae, diario La Nación, Paradeportes.com, Deportv, Facebook.

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