Olímpicas Laurel Hubbard, la pesista transgénero que resiste la furia

El periodista Aníbal Santiago retrata a una serie de mujeres que están haciendo historia en el deporte. Son las Olímpicas y, en esta entrega, presentamos a Laurel Hubbard. Laurel no quiere ser bandera de nada: “Soy quien soy y no estoy aquí para cambiar el mundo. Solo quiero ser yo y hacer lo que hago”.

Texto de 22/07/21

El periodista Aníbal Santiago retrata a una serie de mujeres que están haciendo historia en el deporte. Son las Olímpicas y, en esta entrega, presentamos a Laurel Hubbard. Laurel no quiere ser bandera de nada: “Soy quien soy y no estoy aquí para cambiar el mundo. Solo quiero ser yo y hacer lo que hago”.

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El magnate Richard Hubbard quiso que su hijo Gavin acudiera al Saint Kentigern College, una institución privada de la ciudad de Auckland exclusiva para niños y adolescentes, todos hombres. Estaba seguro que ahí los ministros presbiteranos consiguen que con la fe en Cristo los estudiantes alcancen la gracia, pongan en práctica la supremacía de Dios y admitan la autoridad de La Biblia. Político prominente y dueño de Hubbard Foods, poderosa empresa alimenticia de Oceanía, el empresario lo criaba con holgura económica, pero algo le importaba más: quería para Gavin una enseñanza religiosa. Por eso confió en que en aulas y templos de esa escuela de la capital de Nueva Zelanda crecería con principios cristianos el tímido niño al que su esposa, Diana Reader, dio a luz el 9 de febrero de 1978 y al que el médico asignó sexo masculino. 

Cuatro décadas después, Gavin Hubbard ya no existe; existe ahora Laurel Hubbard, levantadora de pesas, la primera atleta transgénero en 125 años de Juegos Olímpicos, la mujer cuya asistencia a Tokio 2020 ha detonado una controversia feroz.

Mucho antes que activistas, médicos, periodistas, deportistas, youtubers, opinaran exaltadamente si por ser transgénero Laurel tiene derecho o no a ser parte del olimpismo y a ocupar un lugar en la selección neozelandesa de halterofilia que desde esta semana buscará medallas en el gran evento deportivo mundial, Gavin, chico de pocas palabras y una corpulencia mayor al promedio de su edad, ingresó en 1994 al gimnasio del colegio. Comenzó a levantar barras con peso, es decir, a apropiarse de uno de los deportes a los que la sociedad ha asociado históricamente a la virilidad: la halterofilia. 

Blanco de burlas, críticas, memes, de todo el fuego de las redes sociales desde que hace cuatro años apareció en eventos de su especialidad ya como mujer, Laurel se resiste a dar entrevistas. No quiere explicar los motivos para la reasignación de su sexo, ni defenderse de los ataques, ni reflexionar sobre si sus 35 años desarrollándose físicamente como hombre son una ventaja ante las demás adversarias.

En 2017, sin embargo, hizo la excepción: aceptó dar una entrevista de apenas minutos al periodista John Campbell, en la que recordó por qué en la secundaria entró al gimnasio. “Empecé a hacer pesas porque era una actividad de hombres. Pensé que si intentaba algo tan masculino quizá me convertiría. Pero no fue el caso”. Casi siempre inexpresiva, acabó la frase con una risa: su “estrategia” para ser hombre fue un fracaso. No fue tan así su desempeño deportivo: a mediados de los ‘90 era el capitán del equipo escolar de pesas, con el que fue campeón en la categoría 99 kilos del Campeonato Nacional Junior. Y en 1998, con 20 años y un cuerpo de 105 kilos, rompió el record junior neozelandés alzando un acumulado de 300 kilos. El punto más elevado de su desempeño se produjo, quizá, al ser nombrado reserva de la selección nacional, aunque nunca compitió.

Cuando en junio pasado el Comité Olímpico de Nueva Zelanda confirmó que Laurel representaría a ese país en Japón dentro de la Categoría de más de 87 kilogramos, el sensacionalista diario británico Daily Mail buscó a sus compañeros de generación para que relataran cómo era Gavin. El tabloide indicó: “Hubbard ‘nunca pareció cómodo’ entre sus compañeros, luchaba por crear lazos a través de la típica ‘charla de chicos’ y rara vez participaba en actividades grupales. Los compañeros con quienes se vio obligado a compartir una tienda de campaña no le recuerdan ni una palabra en los campamentos. Estaba incómodo al pasar tanto tiempo en lugares cerrados con otros chicos. ‘Debió odiar eso’, dijo un ex compañero de clase”.

Los ex alumnos no pudieron recordar nada más salvo su espíritu retraído, sus silencios, su soledad en las rutinas del gimnasio. Quizá no veían señales porque la tormenta de Gavin ocurría por dentro. “Dejé de levantar pesas en 2001 porque era demasiado”, relató hace cuatro años Laurel. ¿A qué se refería con “demasiado”? Quizá la lucha inútil por ser quien no era.

De su vida desde 2002 hasta 2011 no se ha publicado nada. No existe un solo dato conocido de Gavin entre sus 24 y 34 años, aunque suena razonable que en ese periodo decidiera ya no ser hombre. La transición anatómica para ser mujer, para ser Laurel, llegó en 2012, a sus 35 años. No hay claridad sobre si tuvo cirugía de reasignación de sexo pero sí sabe que se sometió a una terapia hormonal para bajar su testosterona. 

Y entonces, cuatro años más tarde, Laurel decidió volver a la halterofilia después de 15 años de abandono. Las directrices del Comité Olímpico Internacional (COI) eran claras: durante 12 meses antes de un evento oficial debía tener menos de 10 nanomoles de testosterona en suero, por litro. Lo consiguió. 

En la rama femenil retornó al deporte de sus días adolescentes pero ya en la alta competencia. Hubo flashes, grabadoras, cámaras, aficionados y reporteros que hicieron notas sobre la atleta transgénero. Entre mujeres, sus éxitos deportivos fueron inmediatos. Ganó el oro en el Australian Open en la categoría 90 kg+: levantó 268 kilos, es decir, más del doble de su peso. Cuando sus éxitos se multiplicaron la indignación comenzó. Las pesistas Iuniarra Sipaia,Toafitu Perive y Deborah Acason reclamaron que a Lauren se le dejara participar en la rama femenil. Desde su óptica, no tenían modo de vencer a alguien que hasta los 35 años creció como hombre. Su estructura ósea es más robusta y de mayor dimensión, su masa muscular es más voluminosa, su fuerza es superior y su corazón más grande que cualquier mujer.

Laurel jamás entró en polémica y siguió contendiendo. Fue plata en el Campeonato del Mundo de Anaheim de 2017. Y ahí levantaron la voz los equipos de Egipto y Australia. Una destacada pesista belga, Anna Van Bellinghen, que por la presencia de Laurel también se sintió marginada de las posibilidades de medalla, negó que su clamor fuera transfobia: “Respaldo completamente a la comunidad transgénero y lo que diré no es un rechazo a la identidad de esta deportista, pero cualquiera que entrene halterofilia sabe que esta es una injusticia para el deporte y las deportistas”. La secundó la mítica Martina Navratilova, la tenista más ganadora de todos los tiempos, acusada de discriminadora tras decir esto: “No puedes simplemente proclamarte mujer y poder competir contra mujeres. Debe haber estándares, y tener un pene y competir como mujer no encajaría en ese estándar”. En contraparte, Laurel declaró: “Yo satisfago los requerimientos del Consenso de Estocolmo de 2003”. Aunque nadie prestó demasiada atención a lo que decía, se refería al consenso al que la Comisión Médica del COI llegó el 28 de octubre de 2003 sobre la inclusión deportiva de personas con sexo reasignado. El primer punto establece: “Los cambios anatómicos deberán estar completos, incluyendo los cambios genitales externos y la orquioectomia (la extirpación de los testículos)”. En definitiva, al aclarar eso Laurel quizá insinuó que antes de competir como mujer se operó, aunque hoy el COI elimina la obligatoriedad de cirugías.

Las activistas transgénero tienen un argumento central para defender a la pesista neozelandesa: aunque su poder físico sea superior al de las deportistas nacidas mujeres, Laurel también es mujer. En definitiva, según esa comunidad, la idea de proteger el deporte femenino o a las mujeres de otras mujeres es discriminatorio. Laurel no condena, sino intenta comprender a quienes se oponen a su acceso al deporte femenil de alto rendimiento: “Cuando la gente está expuesta a algo diferente y nuevo es instintivo estar a la defensiva”.

Al coro contra ella se unieron voces no especialistas, pero sí célebres y que catapultaron el rechazo internacional en masa, como la del presentador británico de televisión Piers Morgan, que repudió su inclusión en la halterofilia femenil. Y entonces el embate vino desde las redes sociales, que crearon infinidad de memes. Impasible, frente a las críticas incontenibles Laurel es escueta: “Tengo que bloquear, tener foco y levantar las pesas”.

El movimiento contra su ingreso al deporte de mujeres pareció tener un alivio en los XXI Commonwealth Games de 2018. Primero, todo bien, como de costumbre: sus rivales levantaron 100 kilos; Laurel, 120. Y luego, para marcar un récord histórico del certamen, fue por 132: al levantar la barra las cámaras grabaron la espantosa dislocación de su codo izquierdo. Su brazo flotó como un pedazo de trapo bajo el metálico peso monumental que soltó de golpe, subyugada por el dolor y la impresión de ver una extremidad fuera de su sitio. 

Al día siguiente los reporteros la buscaron para que diera sus impresiones. Con una sonrisita resignada, Laurel confesó: “La ruptura de mis ligamentos probablemente sea el fin de mi carrera, es una pena”.

Pero los ligamentos no se habían roto. En meses, Laurel ya había dejado atrás una lesión más horripilante en lo visual que lo físico.

Otra vez se sucedieron los metales preciosos. Fue oro en los Pacific Games 2019 y en la Copa del Mundo de Roma en 2020. Las pesistas nacidas mujeres veían cómo Laurel las dejaba atrás con relativa facilidad. 

Destacadísima deportista y símbolo de la halterofilia femenil de Nueva Zelanda, Tracey Lambrechs se integró al reclamo: “entrenamos toda la vida para ser las mejores atletas. Es devastador que (mujeres) estén perdiendo su lugar. Rompe el corazón. Y no hay transfobia, solo pedimos igualdad de derechos”. Laurel no quiere ser bandera de nada: “Soy quien soy y no estoy aquí para cambiar el mundo. Solo quiero ser yo y hacer lo que hago”.

Ante los medios de comunicación, ha encontrado el respaldo de una científica trans estudiosa del deporte transgénero de la Loughborough University, Joanna Harper, coautora de las reglas para deportistas trans del COI. No hay certeza, considera, de esas ventajas que denuncian otras atletas: “que la halterofilia esté dividida en diferentes pesos significa que la diferencia entre las mujeres trans y las demás esté mitigada”. Y para señalar que Laurel es vulnerable pone como ejemplo a la pesista china Li Wenwen. “Ella puede vencer a Laurel”, asegura. De  21 años, Wenwen tiene múltiples records mundiales y en la suma de los dos modalidades olímpicas, arrancada (levantar las pesas de un tirón) y envión (en dos tiempos), es capaz de levantar un total de 335 kilos, mientras Hubbard promedia un acumulado de 285. ¿Es justo que las mujeres trans sean parte de ramas femeniles? “Aún no está claro –responde Harper-. Requerimos más datos para una conclusión”.

Quizá el 1 y 2 de agosto algunas dudas se disipen: Laurel y sus rivales de la categoría 87 kilos entrarán al Foro Internacional de Tokio para ver quién es mejor en una disciplina que, como nunca antes, entrará a los ojos de millones por todas las implicaciones no solo deportivas, sino sociales, para el mundo contemporáneo.

A días de que sobre la plataforma Laurel alce sus brazos con cientos de kilos sobre la cabeza, la petición en Change.Org para que sea relegada de Tokio 2020 supera las 37 mil firmas. ¿Y ella? Siempre serena, se abstiene de discutir matices sobre si encarna una injusticia: “No puedo hablar por otras personas, por lo que sienten y piensan. No es mi trabajo cambiar lo que piensan, sienten o creen”.

Está claro que hay diferencias genéticas por nacer hombre o mujer, y también que la ciencia trabaja para atenuarlas. ¿Es eso suficiente? 

Aunque cumpla las reglas del COI, no es raro que Laurel compita teniendo que aguantar los gritos de rechazo en la tribuna y los de alegría si falla. Su respuesta es siempre un beso al aire.

Esta vez, por el coronavirus, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 le darán silencio y tribunas desoladas, aunque sabe que del otro lado de las cámaras habrá multitudes viéndola en todos los rincones de la Tierra. Ella, tímida y discreta como era Gavin en 1994, buscará una medalla a sus 43 años: si la gana deberá resistir las consecuencias. 

Su única demanda, la que hizo a la cadena Radio New Zealand, es simple: “Solo pido que la gente me trate con respeto. ¿Qué más puedo decir?”. EP

+ Con información de Daily Mail, Radio New Zealand, insidethegames.biz, COI, JRE Clips, News Hub, New Zealand Olympic Committee, Weightlifting NZ, Good Morning Britain, CBS, Saint Kentigern College.

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