EUA, China y las sillas musicales

Juan Carlos Baker analiza el panorama actual entre Estados Unidos y China para desempeñar un rol hegemónico en la escena comercial internacional.

Texto de 03/04/23

Juan Carlos Baker analiza el panorama actual entre Estados Unidos y China para desempeñar un rol hegemónico en la escena comercial internacional.

Tiempo de lectura: 6 minutos
Introducción

Todos lo conocemos y seguramente en algún momento de nuestra infancia llegamos a participar en el juego de las sillas musicales. En este, se acomoda un cierto número de sillas para que los niños y niñas participantes (siempre uno más que el número de sillas existentes) caminen o bailen alrededor de ellas durante una canción. El objetivo es que cuando la música se detenga, los participantes ocupen las sillas disponibles, y aquel que no lo logre, queda fuera del juego. Se retira una silla, y los participantes que permanecen repiten el proceso hasta que solamente queda un ganador.

Adaptando esta simple alegoría, por momentos parecería que los países están permanentemente jugando a las sillas musicales, bailando al tono de los acontecimientos que todos los días escuchamos: la invasión rusa a Ucrania, la pandemia del COVID-19, el cambio climático, las guerras comerciales, la relocalización de inversiones y un largo etcétera.

Cuando la música se detenga algún país invariablemente queda fuera en este reordenamiento internacional. Ahora imaginemos, siguiendo con la metáfora, que una de las sillas lleva la etiqueta “China” y la otra “EUA”. ¿Cómo podemos entender esta dinámica, y más importante aún, qué pueden hacer los países para evitar quedarse “sin silla” al final del juego? 

¿#TeamChina o #TeamUSA?

La teoría realista de las relaciones internacionales sugiere que cuando un país es capaz de imponer su visión y valores sobre los demás países, se convierte en el actor hegemónico de las relaciones internacionales, y las acciones de los demás países del entorno internacional deben de entenderse o contrastarse contra la visión del poder hegemónico. Siguiendo este razonamiento, después del colapso de la Unión Soviética, EUA efectivamente se convirtió en un actor hegemónico, ya que no parecía existir ningún país que compitiera por ese liderazgo detentado, por lo que habíamos llegado al fin de la historia (Fukuyama, 1992).

El rol de EUA como líder absoluto y actor hegemónico está desde luego a debate, pero es claro que el mundo no llegó al fin de la historia. Bajo el liderazgo único estadounidense, por poco más de dos décadas (1990 – 2008), las cosas parecían ir razonablemente bien, con un sistema económico que privilegiaba la liberalización comercial, los flujos de capitales y el mínimo involucramiento del aparato gubernamental en el manejo y administración de los países.

Efectivamente, durante esa época parecía que todas las naciones deseaban copiar el modelo estadounidense y aplicarlo lo más rápido posible en sus países. En el año 2000, la casa encuestadora Latinbarómetro reportaba que la democracia era el régimen político más apoyado, a la vez que había un sentimiento de optimismo en que las generaciones futuras vivirían mejor que las anteriores. 

“El sistema liberal que EUA promovía sí creó riqueza, se argumentaba, pero no del mismo modo para todos”. 

Lamentablemente, mucho de ese apoyo a la democracia, junto con las expectativas económicas optimistas para las generaciones futuras, se ha erosionado en la medida que se deterioró el desempeño económico y se agravó la distribución del ingreso. El sistema liberal que EUA promovía sí creó riqueza, se argumentaba, pero no del mismo modo para todos. 

Adicionalmente, el liderazgo de EUA ha sido puesto a prueba por eventos tan diversos como los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, pasando por la crisis financiera del 2008–2009 a la elección de Donald Trump como Presidente de EUA en 2016. Pero ningún suceso ha generado en Washington la alarma y el llamado a la acción que ha provocado el ascenso de China. 

Con su riqueza y enorme mercado interno, China promueve un nuevo entendimiento internacional, que incorpore y tome en cuenta de manera más efectiva a los países en vías de desarrollo, con una narrativa que rechaza el colonialismo y explotación que muchos países en vías de desarrollo asocian con el capitalismo y los valores occidentales. Este nuevo “sur global”  pugna por una mejor distribución del ingreso y, sobre todo, otorga nuevamente al Estado un rol importante para el desarrollo económico. 

Es innegable que la influencia China se ha expandido por todo el mundo: con excepción de México, la nación asiática es el principal socio de todos los países de América Latina, mientras que en África, China se encuentra a punto de rebasar a la Unión Europea como el socio comercial más importante del continente.

Sin embargo, EUA y no pocos países occidentales consideran que China ha logrado esos avances debido a su abuso constante y permanente del sistema internacional. Las acusaciones en contra de China incluyen el robo de la propiedad intelectual, acoso a las empresas para apropiarse forzosamente de su tecnología, uso de subsidios industriales ilegales, daños irreparables al medio ambiente, así como el abuso de  los derechos humanos y laborales de sus ciudadanos. Naturalmente, China lo niega y considera esas acusaciones como una muestra de la hipocresía occidental. 

Es imposible afirmar en estos momentos quién prevalecerá en esta carrera por el liderazgo mundial, pero una cosa sí es evidente: el mundo será totalmente diferente como resultado de esta tensión. Por ejemplo, EUA está empeñado en que los próximos grandes avances tecnológicos sucedan en su territorio, y no en China. Para ello, ha desplegado una estrategia legislativa y financiera que busca atraer a las empresas más innovadoras del mundo. EUA no es el único país con estas ideas: reducir la dependencia en productos y tecnología china se repite también ahora un mantra en muchas capitales europeas.

“Es imposible afirmar en estos momentos quién prevalecerá en esta carrera por el liderazgo mundial, pero una cosa sí es evidente: el mundo será totalmente diferente como resultado de esta tensión”.

El problema con este enfoque es que resulta profundamente ingenuo tratar de vivir en un mundo donde China no exista. Adicionalmente, dicho pensamiento y las acciones que se derivan de él parecen asumir que Beijing no tiene ningún tipo de interés en el mundo más allá de beneficiarse de sus intercambios comerciales con los demás países. 

Estas premisas son falsas. Primero, aunque el comercio internacional como porcentaje del PIB de China ha disminuido en los últimos años – en parte por la pandemia y en parte por las guerras comerciales– dicha participación es aún de casi el 40%. Para China es fundamental tener buenas relaciones con otros países, ya que el comercio exterior representa una importante fuente de empleos en el país. 

Segundo, independientemente de que podría beneficiar a sus intereses, no se puede negar que China ha aumentado sus incursiones diplomáticas en todo el mundo, notablemente ayudando al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán. Asimismo, aunque el conflicto en Ucrania está lejos de resolverse, el hecho de que China presentara un plan de doce puntos específicos para abrir canales de diálogo fue recibido con un ligero optimismo, y de alguna manera terminó con la ambigüedad que Beijing había mantenido desde el inicio de la invasión. 

Pero China no es omnipotente, ni tampoco es posible asegurar que su coronación como líder mundial está garantizada. Al igual que EUA, China también tiene retos grandes, pero hay dos que destacan: la necesidad de generar un crecimiento económico suficiente para la población y el administrar una sociedad que fue profundamente estresada por la política de “Covid Zero”, y que parece estar cada vez más insatisfecha con la censura y el control ejercido por los políticos chinos. 

¿Por cuánto tiempo tendrá el mundo que seguir bailando alrededor de estas dos sillas? Existen algunos escenarios, que aunque son totalmente especulativos, nos dan alguna idea de lo que podría suceder en los siguientes años: China y EUA pueden seguir en esta carrera competitiva por varias décadas, sumiendo al mundo en un estado permanente de incertidumbre y con el riesgo de iniciar un conflicto militar a gran escala. Otra posibilidad es que el mundo se fragmente aún más, con los países alineándose con China o EUA dependiendo de sus intereses (o amenazas) estratégicos.  

Estos escenarios obligan a países como México y otras potencias emergentes a caminar sobre una línea muy delgada. Resulta un lugar común pensar que los países emergentes deben mantener buenas relaciones con ambas potencias, como se hizo durante la Guerra Fría. Pero los eventos del siglo XXI —el avance de la tecnología, las comunicaciones, el comercio, las redes sociales, etc.— ya no responden a las herramientas analíticas que en su momento fueron útiles para entender la Guerra Fría.

“Resulta un lugar común pensar que los países emergentes deben mantener buenas relaciones con ambas potencias, como se hizo durante la Guerra Fría”. 

Para cualquier nación, aliarse con un país puede automáticamente ponerlo en contra del otro. Es por eso que la creación de instituciones fuertes, con ascendencia sobre las decisiones de los países, debe ser una prioridad. Los países emergentes deben pugnar por convertir este ambiente de incertidumbre y aparente caos en una plataforma para renovar el orden mundial internacional, tomando en cuenta las críticas legítimas e incorporando las mejores prácticas mundiales en materia de gobernanza, crecimiento económico y sustentabilidad. 

Mientras tanto, la música sigue sonando y parece que no queda otro remedio más que seguir bailando alrededor de las sillas. EP

Referencias
Fukuyama, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta, 1992.

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