El síndrome de Neymar y nuestro problema con los migrantes

Con el nombre del famoso futbolista brasileño el autor de esta nota fabrica un síndrome que identifica actitudes comunes en quienes, al formar parte de un colectivo oprimido, aprovechan condiciones particulares para distanciarse de él y asumirse parte de los grupos dominantes, por ejemplo al distinguir entre migrantes y “expats”.

Texto de 05/08/19

Con el nombre del famoso futbolista brasileño el autor de esta nota fabrica un síndrome que identifica actitudes comunes en quienes, al formar parte de un colectivo oprimido, aprovechan condiciones particulares para distanciarse de él y asumirse parte de los grupos dominantes, por ejemplo al distinguir entre migrantes y “expats”.

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No, no se trata de fingir faltas o de una tendencia a la exageración. Antes de convertirse en uno de los futbolistas más famosos del mundo, Neymar da Silva Santos Júnior hizo una declaración que tocó una de las fibras más sensibles de Brasil: el racismo. Hoy que la migración vuelve a ser uno de los temas más importantes de nuestra agenda pública, ¿podemos aprender algo de esa historia? En 2010, cuando tenía 18 años, el joven Neymar dio una entrevista a un diario de São Paulo en la que se le preguntó si alguna vez había experimentado racismo o discriminación.1 “Nunca. Ni dentro del campo ni fuera de él”, respondió. “Como no soy negro, ¿sabes?”. Fue esta última parte de su respuesta, como cuenta Cleuci de Oliveira en The New York Times,2 la que en Brasil sonó como un disco rayado interrumpiendo una narración en off.

De Oliveira destaca la contradicción entre la manera en que Neymar aparentemente reniega de su identidad racial y, en la misma entrevista, relata el meticuloso régimen de cuidados al que sometía a su cabello, que incluía alaciarlo y aclararlo con regularidad. Sin embargo, el problema de su respuesta iba más allá de su vida privada: en un país que se asume como racialmente diverso pero que funciona en la práctica como una “pigmentocracia”, las declaraciones del futbolista contribuían a seguir enterrando la realidad del racismo como un tabú.3 Neymar pudo haber utilizado su experiencia para evidenciar un problema colectivo: la forma en que, en un país tan desigual como Brasil, el éxito para las personas de raza negra todavía es una excepción prácticamente reservada a los prodigios. No obstante, con su respuesta optó por una salida individual: mostrar que el éxito personal puede servir, en ciertos contextos, como un escudo para el racismo, como si al alcanzarlo se pudiera llegar a ser una especie de “blanco honoris causa”.

Eso es lo que propongo llamar el “síndrome de Neymar”: la reacción de un miembro de un colectivo sistemáticamente oprimido que, al encontrarse en una posición individual de privilegio, no utiliza esa circunstancia para visibilizar o combatir la discriminación que su comunidad sufre, sino que la aprovecha para tomar distancia y asumirse parte de los grupos dominantes. ¿En cuántos ámbitos aparecerá este síndrome? Sospecho que en más de los que nos gustaría admitir. Pensemos en el caso de los migrantes. México ha sido históricamente un país emisor de migrantes, principalmente hacia Estados Unidos y sobre todo desde el Programa Bracero, de 1942. Sin embargo, entre los mexicanos que migran hay diferencias enormes, al menos tan grandes como las que hay dentro de nuestro país. Por un lado, la palabra “migrante” se asocia automáticamente con los trabajadores poco calificados, ocupados en labores de baja remuneración y en muchos casos en situación irregular. Por el otro, hay un tipo distinto de mexicanos residentes en el extranjero: quienes al concluir su carrera en alguna universidad de prestigio salen del país para estudiar un posgrado o, tras estos estudios, permanecen fuera de México como trabajadores altamente calificados.4 Pero para nombrar a este colectivo no se usa la palabra “migrante”, o se usa con incomodidad. Para describir su situación se prefiere utilizar una serie de eufemismos: uno que he escuchado recientemente, sobre todo de modo autorreferencial, es el de “expats”.

Es una curiosa elección de palabras. Como explica Mawuna Remarque Koutonin,5 en el lenguaje de la migración existe un léxico jerárquico, establecido para colocar a las personas de raza blanca por encima de todos los demás. Una de las palabras que cumple esa función es la de “expat”. Si nos limitamos a su definición literal, como dice este activista africano, expatriado sería cualquiera que abandonase su país de origen para residir en otro. Sin embargo, el significado político de la palabra es muy distinto: los africanos, árabes y asiáticos son migrantes. No importa si trabajan recogiendo hortalizas o para una gran multinacional. Los europeos y los norteamericanos, en cambio, son expatriados, como si no pudieran estar en un mismo plano. La expresión es, en resumen, un vestigio de un sistema racializado aplicado a la movilidad humana.

¿Qué ocurre con los mexicanos en el exterior? ¿Somos migrantes o expatriados? Depende. En ciertos contextos un migrante mexicano puede hacerse merecedor del calificativo por medio de otros factores que compensen, por así decirlo, su origen geográfico: su apariencia, su riqueza o su capital cultural. Ocurre entonces una peculiar paradoja: muchos de quienes salimos del país para estudiar nos transformamos, tan pronto llegamos al extranjero, en el epítome de la mexicanidad; pero al mismo tiempo nos beneficiamos de que se nos trate de forma muy distinta que a la mayoría de los migrantes mexicanos. No es un asunto exclusivo de las personas que se van: recientemente, la migrantóloga Leticia Calderón Chelius describió en Twitter lo complicado que resulta, por ejemplo, que una madre mexicana admita que su hijo que vive en Barcelona es un migrante (“se fue a estudiar”, “tiene papeles”), como si la palabra fuese motivo de vergüenza. En mi caso, recuerdo que cuando estudiaba en España una amiga se cuidaba de diferenciarme de los trabajadores migrantes ecuatorianos que vivían en su edificio. Para ella, seguramente por cariño, no podíamos ser lo mismo. Curiosamente, no pensaba igual un grupo de adolescentes que amenazaron con devolverme a “mi tierra” en una ocasión

La cuestión va más allá de la semántica: cuando todo aquel que abandona su patria para buscar una mejor vida se enfrenta a una normalización de la xenofobia, algunas de las personas mejor posicionadas para desmontar los mitos sobre la migración y mostrar cómo este fenómeno resulta enriquecedor —cuando no imprescindible— para los países de acogida, deciden pasar por alto esta oportunidad. En lugar de ello prefieren desmarcarse y reproducir al interior del colectivo migrante una jerarquía moral, para distinguir un “nosotros” (quienes cumplimos las leyes y tenemos estudios) del “ellos” (los que llegaron ilegalmente y no logran integrarse a la sociedad). Al rechazar identificarnos como migrantes, actuamos como Neymar. Si lo que este futbolista dijo en aquella entrevista nos parece ridículo, ¿por qué lo reproducimos en otros ámbitos? El ascenso de la derecha autoritaria en el mundo hace necesario que, sin importar nuestras circunstancias personales, nos resistamos a alimentar los discursos xenófobos y aprovechemos cualquier oportunidad para combatirlos. No sólo los mexicanos somos usados como chivos expiatorios por el gobierno de un nativista como Trump; en nuestro propio país se extiende una peligrosa actitud de rechazo hacia los migrantes centroamericanos en tránsito, lo mismo dentro de algunos sectores del lopezobradorismo que entre sus críticos. En 2017, años después de su polémica entrevista, Neymar habló sobre racismo ante la ONU, como portavoz de una ONG. En su discurso reconoció que el problema existía y predominaba en el mundo del futbol. Fue un primer paso que, sobre la migración, también nos urge dar. EP

1 La periodista Agnese Marra me contó por primera vez esta historia.

2 Cleuci de Oliveira, “Is Neymar Black? Brazil and the Painful Relativity of Race”, 30 de junio de 2018, en nytimes.com.

3 En Brasil, el 1% más rico de la población está formado en cuatro quintas partes por personas blancas, mientras que tres cuartas partes del 10% de la población más pobre es negra o de “raza mixta”.

4 Una sexta parte de los mexicanos que llegan a Estados Unidos cuenta con licenciatura o posgrado, Camelia Tigau, “Migrantes mexicanos cada vez más calificados: uno de cada seis tiene licenciatura o posgrado”, Boletín unam-dgcs-456, en dgcs.unam.mx.

5 Mawuna Remarque Koutonin, “Why are white people expats when the rest of us are immigrants?”, 13 de marzo de 2015, en theguardian.com.

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