Las coyunturas de la diplomacia cultural mexicana y las oportunidades en la relación bilateral México – EUA

El profesor-investigador César Villanueva Rivas hace un análisis de las oportunidades que hay en el sector cultural para la relación entre México y Estados Unidos.

Texto de 26/09/22

El profesor-investigador César Villanueva Rivas hace un análisis de las oportunidades que hay en el sector cultural para la relación entre México y Estados Unidos.

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Hace algunos años realicé una investigación sobre las preferencias y percepciones de los agregados culturales mexicanos que habían desempeñado sus funciones en la Secretaría de Relaciones Exteriores, durante la primera década de este siglo. Los resultados, que se pueden consultar en el libro Una Nueva Diplomacia Cultural para México (2016), eran reveladores de la manera cómo se conceptualiza este campo especializado de trabajo diplomático en México. Los resultados de la investigación dicen que, en general, la diplomacia cultural mexicana tenía una visión tradicional que entraba en conflicto con opiniones de agentes diplomáticos más jóvenes, quienes proponían una especie de “modernización” de la profesión cultural diplomática, tomándola con mayor seriedad y ajustándola a los retos que globalización nos imponía en aquellos años.

“…la diplomacia cultural mexicana tenía una visión tradicional que entraba en conflicto con opiniones de agentes diplomáticos más jóvenes”.

Resalto tres aspectos fundamentales del estudio: la diplomacia cultural seguía fuertemente asociada con las actividades artísticas, particularmente de autores y corrientes del período de la posguerra; la inercia temática del estilo desarrollado fundamentalmente por Fernando Gamboa, de una amalgama entre mundo prehispánico, mundo colonial y autores clave de las vanguardias culturales posrevolucionarias, hasta los noventa; y finalmente, la poca importancia otorgada a los institutos culturales de México, a la promoción del español, y el poco trabajo con las diásporas mexicanas. Mucho del trabajo cultural realizado en esos años tuvo como objetivo clave a algunos países del continente europeo, como Francia, España, Reino Unido, Italia o Alemania y también, en el hemisferio, primordialmente a los Estados Unidos de América, teniendo como epítome la desproporcionada, pero valiosa, exposición México Esplendores de Treinta Siglos entre 1990-1992, como lubricante para la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.

El comentario anterior es un punto de fuga para entender cómo se ha desarrollado la diplomacia cultural dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores en años recientes. Lo primero es revisar las que considero son cinco coyunturas críticas fundamentales para la diplomacia cultural mexicana en lo que va del milenio y que permiten ubicar cómo se desarrolla actualmente, a la luz de la próxima reunión bilateral. La primera de estas coyunturas es con el Ex secretario Jorge G. Castañeda y su Director de Asuntos Culturales, Gerardo Estrada, quienes no solo le otorgan una posición privilegiada a esta área, sino que atraen proyectos que resultan muy relevantes para la cancillería: la selección de gestores y artistas con experiencia para ubicarlos como diplomáticos de la cultura mexicana (2000); la creación del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME, 2003), teniendo como una de sus funciones la cultural; y la configuración de una red de Institutos Culturales Mexicanos en el exterior (2002). En esta coyuntura incluyo la importante aportación de Andrés Ordoñez en la segunda parte del sexenio, cuando como director del área (2003-2006) le corresponde desarrollar actividades de cooperación cultural, debates sobre las industrias culturales y, especialmente, dar entrada a una discursividad de nuevas expresiones culturales en el exterior.

La segunda coyuntura es la que se da entre 2007 y 2010 con Alberto Fierro y Luz Elena Baños al frente de la Dirección de Asuntos Culturales, donde las expresiones culturales mexicanas presentes en la programación se hacen más incluyentes, contemporáneas y apelando a la diversidad, lo que en muchos sentidos es una discontinuidad con la visión más tradicional. Asimismo, en este mismo equipo diplomático, por primera vez de manera consciente se ubica el tema de la diplomacia pública y el poder suave (soft power), e intenta perfilarlo como parte de un trabajo especializado de comunicación y proyección internacional de México dentro de la SRE. El trabajo que deriva también en la creación de la Dirección General de Vinculación con las Organizaciones de la Sociedad Civil (DGVOSC, 2009) como parte de una diplomacia pública al interior del país, que atendía aspectos de orden más amplio y connotaciones internacionales.

La tercera coyuntura crítica sería el surgimiento de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID 2012), donde el tema de la diplomacia cultural pierde una jerarquía institucional y pasa a ser un tema periférico, con objetivos muy difusos. Con la puesta en operación de la AMEXCID, los fondos propiamente dedicados a “promoción cultural” caen drásticamente en favor de aquellos dedicados a la “cooperación cultural”, con lo que acciones importantes de posicionamiento cultural se derrumban en beneficio de los intercambios académicos, la asesoría técnica y científica y el “turismo cultural” (sic). Entonces, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes entra en acción y toma el testigo de la promoción cultural internacional, con resultados decepcionantes, en gran medida por la falta de una estrategia y coordinación diplomática adecuada. Es importante decir que la relación binacional México-EUA se vio fortalecida desde México por la mayor importancia otorgada a la cohesión identitaria y cultural de los mexicanos, a partir de la extensa red de consulados en ese país, pero también, por el paulatino fortalecimiento del IME, tanto al interior de la SRE como en el trabajo comunitario en ciudades y regiones estratégicas.

La cuarta coyuntura a la que quiero referir es la de la incorporación, a principios de 2014, de las diplomacias pública y cultural como un objetivo del Plan Nacional de Desarrollo, particularmente para la promoción del “valor de México en el mundo” a través del fomento económico, turístico y cultural. En la administración de Enrique Peña Nieto se le dió una importancia creciente a la estrategia de fijar una “marca país México” mediante un plan mixto de diplomacia pública y en menor medida, cultural. En esta estrategia, el turismo externo (especialmente de Norteamérica y la Unión Europea), los deportes en los que participaban atletas nacionales, algunos eventos masivos de cultura mexicana y la promoción de inversión hacia el país, fueron desarrolladas por agencias como ProMéxico, la Coordinación de Marca País y Medios Internacionales, el Consejo de Promoción Turística de México, la Secretaría de Turismo y el área de asuntos internacionales de CONACULTA, posteriormente transformado en Secretaría de Cultura, y en menor medida el propio Fondo de Cultura Económica. La enorme falta de transparencia en el uso de los recursos en diversos eventos de diplomacia pública y cultural fijaron el destino de muchas de estas estrategias que, sin embargo, dejaron también aspectos positivos para México: posicionamiento internacional como uno de los mejores destinos turísticos, atracción de inversión extranjera directa, reconocimiento de algunas tradiciones culturales mexicanas como expresiones de la cultura global, el caso específico del Día de muertos.

“…la desaparición de algunas de las agencias que le habían dado mucha fuerza a la promoción exterior de México, como ProMéxico, fue algo que ha marcado de manera clara la ruta de la nueva administración”.

En un proceso más acabado, la llegada a la presidencia de México de Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena, trajo consigo una nueva coyuntura para la diplomacia cultural y las oportunidades de trabajar con EUA y el mundo desde ese flanco. La llegada de Enrique Márquez como Director Ejecutivo de Diplomacia Cultural y Turística (sic) y de Alfonso Zegbe, como su contraparte en Estrategia y Diplomacia Pública, hacían pensar que habría una planificación mejor armada para atender estos temas al interior de la cancillería. Sin embargo, la desaparición de algunas de las agencias que le habían dado mucha fuerza a la promoción exterior de México, como ProMéxico, fue algo que ha marcado de manera clara la ruta de la nueva administración, que se ha caracterizado por eliminar, limitar o disminuir considerablemente áreas administrativas y recursos en diversos espacios de la administración pública. Añadido a esto, los presupuestos para el trabajo que puede pensarse articularía un poder suave mexicano en el exterior, particularmente en EUA, han sido en extremo limitados y desarticulados. Baste señalar que los presupuestos para la Diplomacia Cultural de México en los primeros años de este gobierno han tenido un promedio de 10 millones de pesos anuales, en números redondos (equivalentes a medio millón de dólares al año aproximadamente) es decir, una aportación meramente testimonial.

Los retos para la diplomacia cultural de México en relación con los EUA en estos momentos los puedo caracterizar en seis puntos, todos de muy difícil consecución. Lo primero es reinsertar el dialogo cultural binacional, donde los temas comunes a su agenda tengan una necesaria renovación, especialmente después del desastre de la diplomacia coercitiva de Donald Trump hacia México y en cierta medida, del desaire de México hacia el gobierno de Joe Biden. No basta con las tener ceremonias protocolarias, exposiciones para las élites cultivadas, las prestigiosas becas Fulbright-García Robles, o el trabajo de la muy relevante biblioteca Benjamín Franklin o el Instituto Cultural de México en Washington. Hay necesidad de articular una visión mucho más amplia y estratégica en temas culturales amplios, en una agenda que es más o menos obvia, pero inoperante. Por ejemplo, se podría insertar un diálogo de alto nivel referido a una integración cultural regional desde las ciudades, con las veredas culturales entre Puebla y Nueva York, Michoacán y Houston, Oaxaca y Chicago, Ciudad de México y Miami, entre muchas tantas.

Lo segundo es atacar el tema de la educación binacional en varios niveles, la densificación de los intercambios universitarios y docentes entre mexicanos y estadounidenses desde la cooperación binacional, para ampliar los márgenes de apoyo y entendimiento desde la base social. Históricamente, esta red educativa binacional ha sido subutilizada y poco atendida como una de las áreas prioritarias para el desarrollo del libre comercio y la prosperidad regional entre los dos países.

Lo tercero sigue siendo ampliar la vinculación de las diásporas mexicanas y estadounidenses, radicando cada cual del otro lado de la frontera. Estas diásporas tienen características únicas de entendimiento binacional, con un capital bicultural importantísimo para tejer las relaciones simbólicas, económica y de diálogo fructífero, con vías a una necesaria convergencia.

En cuarto lugar, veo necesario propiciar el tema de la cultura como uno de los ejes del desarrollo binacional, pensando en las maneras de articular cadenas de valor productivas para enriquecer el comercio, la provisión de servicios y la promoción de una equidad de ingresos en la distribución, todos en la dimensión cultural. Aquí, la función de la AMEXCID parece tener más sentido, especialmente en los temas de sustentabilidad, y los asociados a la promoción de energías limpias, la incorporación de productos textiles, de audio y video, así como la complementariedad binacional en algunos segmentos culturales, por ejemplo en la producción cinematográfica, sería muy útil en ambos sentidos.

Un quinto aspecto es todavía más profundo en el campo social de la cultura, y tiene que ver con una mayor discusión de los derechos humanos de migrantes, usando a la diplomacia cultural como una palanca de diálogo con la cual se establezcan políticas de asimilación comunitaria. Entiendo que no es fácil, pero este es un espacio privilegiado para lateralizar el debate, que generalmente tiende a ser más un tema de seguridad y alta política, y no uno de significación y cultura.

Finalmente, el diálogo entre los dos países tendría que regresar al inicio de lo que comentaba yo en este artículo, y es proponer que los diplomáticos culturales de los dos países discutan las maneras de representar “al otro” en sus países, apoyándose en la experiencia de la convivencia, alejando los estereotipos y estigmas de la política en tiempos electorales, haciendo uso de lo mejor de la tecnología actual (ciencia de datos, virtualidad, teleconferencias) y fundamentalmente apelando a la diversidad común, a la complementariedad y a la construcción de una región norteamericana fortalecida. EP

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