Predeciblemente sin precedentes. Discursos de medios sobre COVID-19 y violencia doméstica en México
Al empezar los confinamientos alrededor del mundo, reportes de una posible escalada en la violencia doméstica comenzaron circular de manera abrupta. Y, pronto, fueron confirmados. En nuestra ya de por sí normalizada narrativa patriarcal, esta escalada se vio como algo que debía aceptarse.
Al empezar los confinamientos alrededor del mundo, reportes de una posible escalada en la violencia doméstica comenzaron circular de manera abrupta. Y, pronto, fueron confirmados. En nuestra ya de por sí normalizada narrativa patriarcal, esta escalada se vio como algo que debía aceptarse.
Array
Comparte:
La pandemia provocada
por el COVID-19 ha traído cambios sin precedentes a nuestros estilos de vida.
O, tal vez, la pandemia ha simplemente resaltado nuestra normalidad ya vivida, aunque
a niveles absurdos. El manejo y el impacto de la pandemia no existen en un vacío.
Una de las cuestiones que los confinamientos alrededor del mundo han ocasionado
es que los espacio donde se espera que habitemos permanezcan invisibles. Cuando
los gobiernos y medios de comunicación nos piden quedarnos en casa, olvidan —y
por ende normalizan— que no todos tienen el privilegio de un espacio seguro a puerta cerrada. En estos
tiempos sin precedente hay un fortalecimiento de lo ya de por sí percibido como
normal, sólo que con “mejores” excusas: la desigualdad social, la disciplina
impuesta a los ciudadanos, la vigilancia irrestricta de los gobiernos. Aunque
sea el distanciamiento físico, y no social, la única estrategia probada para
detener la propagación del virus, esto no debe impedirnos ser críticos de las
características de la vigilancia y la disciplina de los gobiernos. El
fortalecimiento de lo considerado como normal se muestra también por la
respuesta, y hasta la anticipación, global al alza de violencia doméstica
debida a la cuarentena[i].
El sufrimiento y la
vulnerabilidad de las mujeres en el mundo es contextual, no obstante, hay
características comunes. Sabemos que las mujeres, tanto en países ricos como
pobres, reciben usualmente salarios inferiores que sus contrapartes masculinas
por la misma ocupación y, al mismo tiempo, están sobrerrepresentadas en trabajos
de baja paga[ii]. Encima de realizar
trabajos mal pagados, se espera que las mujeres sean las responsables del
trabajo doméstico, social y reproductivo, sin recibir remuneración alguna.
Desde que inició la pandemia las mujeres han tenido que sumar aún más trabajo
doméstico sin paga, como labores de cuidado y educación en el hogar —existe
aquí la suposición sin cuestionar sobre que son ellas quienes deben hacerlo[iii]—.
En otras palabras, en estos tiempos sin precedentes se espera que las mujeres
continúen haciendo todo su de por sí ya mal pagado trabajo, sumándoles aún más
trabajo sin paga, que deben realizar gustosas.
Es en este contexto que, al empezar los confinamientos alrededor del mundo, reportes de una posible escalada en la violencia doméstica comenzaron circular de manera abrupta. Y, pronto, fueron confirmados. En nuestra ya de por sí normalizada narrativa patriarcal, esta escalada se vio como algo que debía aceptarse: después de todo, si lo admitimos en tiempos libres de pandemia, ¿por qué no ahora? —el fortalecimiento de lo ya normal—. Un país que siguió este predecible escenario fue México. Marzo (el inicio de las medidas de cuarentena) vio un alza del 23% en las llamadas de emergencia hechas a policía para denunciar violencia doméstica[iv]. Luego de que los medios reportaran dichas cifras, el presidente, López Obrador, aseguró que el 90% de esas llamadas eran falsas[v] y que, aunque “México ha sido un país históricamente violento, los mexicanos son fraternales antes que violentos, por lo que si hay algo que ha aumentado en la cuarentena es dicha fraternidad”[vi].Los medios de comunicación fueron rápidos en señalar la falsedad de las declaraciones del presidente, pero sus reportes no fueron más allá, como si el único problema fueran las declaraciones del presidente y no el hecho de que la violencia doméstica aumentó drásticamente en el primer mes de confinamiento.
“Cuando los medios reportan el alza de la violencia doméstica durante el confinamiento como algo normal, algo esperado, fallan al no ofrecer un lugar de posible resistencia, normalizando aún más la negación de los espacios para que las mujeres mexicanas puedan existir.”
Los medios no parecen
estar verdaderamente interesados en el horror que es ser mujer en México;
parece haber poco o nulo interés en servir como portavoces que permitan contar
las historias de las mujeres mexicanas. Y así, durante la pandemia, los medios
han tratado la escalada de la violencia de una manera casi obvia, como si se
tratara de un fenómeno banal, como si dijeran: “En un ya de por sí violento
país para las mujeres, ¿qué esperaban que pasara durante el confinamiento?” No
es sorpresa, pues la violencia de género y doméstica —y la violencia en
general— son cubiertas por los medios en México como una normalidad, y la
sociedad ha llegado a percibirlo de la misma manera. Un ejemplo trágico de esto
es cada vez que los medios reportan que nueve mujeres son asesinadas al día en
México, sin dar contexto, deshumanizando por completo a las víctimas, sin
darles nombre ni derecho a que sus vidas sean relatadas[vii].
Desde el 2018 el
movimiento feminista mexicano tomó las calles alzando la voz para poder ofrecer
sus propios relatos sobre lo que significa ser mujer en un país tan mortal para
las mujeres. En esta coyuntura, las feministas estaban teniendo un momento
particularmente activo, retomando el espacio público del que habían sido
borradas de manera histórica. La cobertura de los medios de dichos momentos de
resistencia activa fue enmarcada por comentarios casi exclusivos respecto a los
repertorios “violentos”, como la vandalización de las calles y la vía pública. López
Obrador mismo descalificó las protestas y las acusó de ser una provocación para
la represión. Los medios desatendieron el mensaje haciendo el centro de sus reportes
los vidrios rotos y las paredes pintadas, antes que intentar entender el enojo
y frustración de aquellas que protestaban. Las mujeres en México intentaban
enseñar que no estaban seguras en ningún lado, no en las calles, no es sus
casas. Y, luego, empezó el confinamiento, y las mujeres fueron una vez más
recluidas a un espacio que acababan ellas mismas de denunciar como mortal —y
más aún durante una pandemia.
Importa resaltar
esto, y construir una discusión en torno a ello, porque cuando los medios
reportan el alza de la violencia doméstica durante el confinamiento como algo
normal, algo esperado, fallan al no ofrecer un lugar de posible resistencia,
normalizando aún más la negación de los espacios para que las mujeres mexicanas
puedan existir. El manejo de estos tiempos sin
precedentes no es accidental: al decir que todo es justificable debido a la
pandemia, se normaliza la erradicación de los espacios públicos y privados para
la resistencia de las mujeres. Debemos ser críticos
de cualquier narrativa que suponga que la eliminación del virus depende de que
la ciudadanía obedezca sin posibilidad alguna de retar al discurso dominante. Mejor,
permitámonos ver cómo estos tiempos han desenmascarado aún más la crudeza del
capitalismo neoliberal. El
hecho de observar que la pandemia ha mostrado con mayor crudeza el capitalismo
neoliberal, debería impulsarnos a crear una nueva realidad. EP
Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.
Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.
Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.