Contra la meritocracia

En la discusión pública frecuentemente se asume que un régimen de igualdad de oportunidades es equivalente a un régimen meritocrático. Roberto Vélez Grajales y Luis Monroy-Gómez Franco nos explican que esto no es así.

Texto de & 11/03/24

Detalle de la portada de Por una cancha pareja | Ilustración de portada: Eréndira Derbez_contra la meritocracia

En la discusión pública frecuentemente se asume que un régimen de igualdad de oportunidades es equivalente a un régimen meritocrático. Roberto Vélez Grajales y Luis Monroy-Gómez Franco nos explican que esto no es así.

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Este texto forma parte del tercer capítulo de Por una cancha pareja. Igualdad de oportunidades para lograr un México más justo, de Roberto Vélez Grajales y Luis Monroy-Gómez-Franco, México, CEEY-Grano de Sal, 2023.

Los límites de la meritocracia

En The Rise of the Meritocracy, Young plantea como caso de análisis una sociedad en la que el mérito de sus miembros está definido por los resultados que obtienen en ciertas pruebas de habilidades cognitivas a lo largo de su vida. Ello implica que esta sociedad considera el mérito como la combinación de las habilidades y los talentos intelectuales que poseen las personas y del grado de esfuerzo que realizan para desarrollarlos. Si este escenario nos resulta relativamente familiar es porque Young se basaba en la sociedad británica de mediados del siglo xx, en la que las pruebas de habilidades y los exámenes de admisión habían adquirido un papel cada vez más predominante en la vida de las personas, pues determinaban el tipo de escuela al que asistirían y el tipo de ocupaciones que tendrían. Ese modelo de sociedad es, en parte, el que hoy se considera como meritocrático.

Con esa definición, un sistema meritocrático es aquel que identifica de forma certera las habilidades cognitivas y la preparación educativa de las personas. En el escenario que Young analiza, esa identificación adquiere la forma de un examen de habilidades cognitivas, las cuales dependen de la combinación del contexto de las personas y de sus capacidades naturales. A partir de esa identificación, y dependiendo del “nivel de mérito” obtenido en el examen, se determina el conjunto de ocupaciones a las que las personas podrían dedicarse y, por lo mismo, el abanico de recompensas al que tendrán acceso. En particular, Young plantea una sociedad en la que las ocupaciones de corte administrativo con capacidad de toma de decisiones y enfocadas en tareas cognitivas son exclusivamente el coto de las personas con el mérito que surge de las mayores calificaciones educativas y de la habilidad cognitiva. En cambio, las ocupaciones que realizan en su mayoría tareas manuales serán ocupadas por las personas en el otro extremo de dichas calificaciones.

“…en el límite, una meritocracia puede llevar a una sociedad tan rígida como aquella a la que originalmente buscaba combatir.”

De acuerdo con Young, ese modelo dota a la sociedad de una estructura estamentaria similar a la de la “aristocracia natural” de Thomas Jefferson. Esto ocurre por dos procesos que se dan de manera simultánea. Por un lado, la asignación de perfiles para cada ocupación, resultado de un examen, lleva a que de manera progresiva las historias de vida de las personas en cada una de las ocupaciones sean cada vez más similares entre sí. Esto sucede debido a que el nivel de “mérito” que alcanzan es el resultado mismo de esas historias de vida, que no son otra cosa que la combinación de ciertas circunstancias con ciertos grados de esfuerzo. Esta homogeneización de los perfiles en cada uno de los escalones de la jerarquía del mérito implica que, progresivamente, las personas de cada escalón van a convivir menos con las personas de otros estratos de dicha jerarquía. Es decir, se forman estamentos impermeables. Este proceso se enraíza cuando se considera que los miembros de cada uno de los escalones en la jerarquía del mérito tienen la capacidad de heredar, en mayor o menor medida, las circunstancias que les permitieron alcanzar dicho escalón. Si los padres están interesados en que sus hijos alcancen un nivel de condiciones de vida similar al de ellos, entonces buscarán transferir la mayor cantidad de circunstancias a sus hijos. Si a mayor mérito, mayores recursos disponibles, este proceso termina por hacer que los estamentos formados sean impermeables, en el sentido de que personas con padres con menos “méritos” parten en desventaja, en términos de los bienes y servicios a los que tienen acceso, respecto de aquellos cuyos padres tuvieron más méritos. Si todos los padres hacen esto al mismo tiempo, lo que termina ocurriendo es que la posición que cada familia ocupa en la escalera social tiende a mantenerse estática: se producen sociedades con muy escasa movilidad social entre las distintas posiciones de la escalera de ingresos, a pesar de que los mecanismos de selección ya no sean hereditarios, sino meritocráticos. De ahí que Jefferson no erraba al hablar de aristocracias: en el límite, una meritocracia puede llevar a una sociedad tan rígida como aquella a la que originalmente buscaba combatir. De ahí también que Young acuñara el término meritocracia, no para definir un estado deseable del mundo, sino para nombrar al esquema social cuyos efectos nocivos deseaba resaltar.

Un ejemplo puede servir para aclarar la forma en que ambos procesos operan y llevan al resultado expuesto por Young en su libro. Vamos a suponer que en una universidad los estudiantes de nuevo ingreso son asignados a los distintos grupos con base en el resultado que obtienen en un examen de conocimientos y habilidades cognitivas. En los semestres sucesivos, los estudiantes son libres de elegir en qué grupo inscribirse, pero lo harán en un orden que depende de la calificación obtenida en un examen estandarizado que se realiza al final del semestre anterior: mientras más alta sea su calificación, más temprano pueden inscribirse. Vamos a suponer además que todos los estudiantes tienen información sobre el cuerpo docente en términos de la calidad de sus clases y que el estudiantado tiene el mismo deseo de asistir a clase con los mejores profesores por lo que toca a la calidad de los cursos. Este sistema de asignación de clases cumple con los parámetros de un sistema meritocrático: asigna la mayor recompensa —la más alta probabilidad de inscribirse con un buen profesor— a los estudiantes que hicieron mayores méritos —los de mejor puntuación en el examen estandarizado—. Este tipo de sistema provoca una segregación del cuerpo estudiantil, en la que los estudiantes de mejor desempeño en el examen estandarizado tienen siempre la preferencia de acceso a los profesores de mejor calidad, mientras que los estudiantes de peor desempeño, de forma consistente sólo pueden tomar clases con los peores profesores. Si un estudiante del segundo grupo desea pasar al primero, tiene que hacer un esfuerzo mucho mayor que el de todos los estudiantes, pues sólo para alcanzar el nivel de arranque de los estudiantes del primer grupo tiene que estudiar para complementar las deficiencias de las clases que atiende, subsanar las carencias que arrastra de semestres previos y aprender lo suficiente como para ser de los mejores de su generación. Esto reduce la probabilidad de que el estudiante escale hasta llegar a una posición que le permita tomar clase con los mejores profesores, con lo cual la segregación inicial se mantiene en el tiempo. Esto es, justamente, a lo que se refiere Young con la creación de estamentos impermeables: se vuelve imposible escalar porque las raíces del mérito son sembradas desde el momento inicial y el sistema sólo refuerza la trayectoria que esas raíces, fuera del control de la persona, ocasionan.

Es cierto que el análisis de Young se basa en un caso extremo, pero, como muestra el ejemplo anterior, las dinámicas que su análisis revela están presentes por diseño en los sistemas meritocráticos: este tipo de sistemas establecen jerarquías con relativamente baja movilidad entre los escalones. El grado de movilidad social depende de lo que diferencia a la meritocracia de un régimen de igualdad de oportunidades: la definición misma que cada sociedad da a lo meritorio y qué tan democrático es el acceso a ello.

Más allá de la meritocracia: verdadera igualdad de oportunidades

Pensemos en la forma más común en que el concepto de meritocracia se lleva hoy a la práctica. En la actualidad, la definición de mérito suele hacer referencia a la combinación de habilidades “naturales” y de calificaciones formales (usualmente educativas) relacionadas con la actividad que se considera. Ésta es, por ejemplo, la caracterización que hace Adrian Wooldridge en The Aristocracy of Talent [La aristocracia del talento] del criterio con el cual los sistemas meritocráticos actuales asignan recompensas entre los participantes. Por lo general, estos sistemas meritocráticos asumen de entrada que el acceso a las calificaciones formales está disponible para todos y que las “habilidades naturales” están dadas por un factor fuera del contexto en el que se desarrollan las personas. Es decir, se trata de un factor aleatorio que favorece, o no, a las personas. Esto es más o menos una versión moderada de lo que Young concebía cuando acuñó el término. Cuando vemos esta definición de mérito bajo la lupa del enfoque de igualdad de oportunidades, se vuelve patente que el mérito de una persona no está determinado exclusivamente por ella, sino por la combinación de sus circunstancias y su esfuerzo. Como ya dijimos, las circunstancias son las características de la persona o de su entorno con base en las cuales la sociedad determina las oportunidades a las que puede tener acceso con su propio esfuerzo.

“Si el acceso a las calificaciones formales depende de las circunstancias, dar una mayor recompensa a las mayores calificaciones implica, a su vez, una mayor recompensa para las circunstancias que favorecen la adquisición de dichas calificaciones.”

Es justo debido a que las circunstancias determinan el acceso a aquello considerado meritorio que las meritocracias terminan volviéndose sociedades en mayor o menor medida estamentales. Si el acceso a las calificaciones formales depende de las circunstancias, dar una mayor recompensa a las mayores calificaciones implica, a su vez, una mayor recompensa para las circunstancias que favorecen la adquisición de dichas calificaciones. Esto les permite a quienes las poseen transmitirlas a su descendencia en forma de circunstancias favorables, y así sucesivamente. El resultado es que, con el paso de las generaciones, las oportunidades dependen cada vez más de las circunstancias y cada vez menos del grado de esfuerzo, al tiempo que el acceso a lo considerado meritorio se cierra para quienes parten de circunstancias diferentes de las que gozan aquellos que sí tienen ese acceso.

Volvamos a las dos definiciones de lo meritorio que presentamos al inicio del capítulo y a las críticas de Young. Bajo cualquiera de ellas, la diferencia con el enfoque de igualdad de oportunidades se mantiene, por una misma razón: el papel que tienen las circunstancias de las personas. En el caso de la primera crítica, referente a la “aristocracia natural” de Jefferson, hay que considerar que, incluso si para una generación en particular el esquema de selección que permite identificar a dicha aristocracia funciona de forma correcta, esas personas son recompensadas por la suerte de haber nacido con las circunstancias correctas —que las vuelven meritorias— y no por su esfuerzo. En ese sentido, el proceso de homogenización de los perfiles de las personas de cada estamento en torno al “perfil meritorio” correspondiente se vuelve, desde la óptica del enfoque de desigualdad de oportunidades, en uno en torno a las circunstancias de las personas en cada estamento. Es decir, cada estamento estaría compuesto de personas con circunstancias equivalentes, pues éstas determinan el grado de mérito que alcanzan sus miembros. Eso es justamente algo que quiere evitar un régimen de igualdad de oportunidades. Sin un esquema que compense la obtención de resultados menores debido a unas circunstancias adversas de origen, los “talentos” intrínsecos de las personas no resultan suficientes para contrarrestarlas.

La historia del futbolista Lionel Messi es un ejemplo de cómo ni siquiera el más grande de los talentos naturales puede revertir la preponderancia de las circunstancias de origen y cómo, de hecho, se necesitan intervenciones externas para lograrlo. Es innegable que Messi cuenta con un gran talento para jugar al futbol y que sin duda está entre los tres jugadores más destacados de la historia de ese deporte. Sin embargo, su biografía hace patente que la clave original que después le permitió obtener todos los trofeos y campeonatos que ahora posee fue una intervención, en este caso de una entidad privada, para reducir la importancia de sus circunstancias de origen sobre sus resultados de vida. Esa intervención fue la decisión del equipo Barcelona de pagar un tratamiento de hormona de crecimiento. Si bien desde su infancia Lionel demostró grandes habilidades en la cancha, siempre tuvo una menor estatura que sus compañeros de juego, lo que representaba una desventaja cada vez mayor. Inicialmente, su familia decidió pagar el tratamiento, pero el alto costo lo volvió prohibitivo después de un tiempo. Ante esto, sus padres buscaron que el club argentino Newell’s Old Boys se hiciera cargo del tratamiento, a lo cual el club se negó. Ni siquiera uno de los clubes más grandes de Argentina, River Plate, contrató a Messi, por la misma razón. Fue en ese momento que el Barcelona decidió aceptarlo en las fuerzas básicas del club y pagar su tratamiento hormonal. De no haber ocurrido esto, la carrera de Messi difícilmente habría llegado hasta los niveles que alcanzó. Su talento, por más inmenso que fuera en materia futbolística, no podía compensar la importancia de una circunstancia de origen como el déficit de hormona de crecimiento. Se requirió de una intervención explícita para contrarrestar esa circunstancia y que así Lionel pudiera convertirse en el gran jugador que hoy es. Es necesario subrayar que tuvieron que confluir muchos factores para que Messi llegara a ojos del Barcelona. Sin su conjunción, a la cual podemos llamar suerte, el desenlace feliz que todos conocemos no habría sido posible. Eso muestra cómo en las meritocracias, ante la ausencia de intervenciones que minimicen el papel de las circunstancias, incluso el mejor jugador de futbol del planeta necesitó un estímulo externo.

Ahora consideremos el caso en el que lo meritorio son las acciones de las personas, no las personas en sí. Esta noción de lo meritorio es más cercana a la noción de grado de esfuerzo a la que hace referencia el enfoque de igualdad de oportunidades. Si las acciones meritorias, y por lo tanto el grado de mérito, dependen exclusivamente del grado de esfuerzo de las personas, entonces no existe, de entrada, un factor que limite las posibilidades de ascenso o descenso social más allá de los deseos de las personas. Es decir, el acceso al mérito es completamente democrático porque todas las personas pueden tener acceso al nivel de mérito que más se ajuste a sus preferencias. Si consideramos sólo una generación, entonces podríamos decir que un régimen meritocrático, construido sobre la noción del mérito como grado de esfuerzo, es equivalente a una sociedad con igualdad de oportunidades. Sin embargo, esta equivalencia deja de ser necesariamente cierta cuando se toma una perspectiva intergeneracional. Como dice Young, bajo ese enfoque hay otro componente que entra en juego: la capacidad que tienen los integrantes de una generación de heredar a la siguiente la posición que hayan alcanzado. Mientras esa capacidad exista, la importancia de las circunstancias de origen participará en la determinación de los resultados de vida de las personas. Si bien en una generación inicial el mérito sólo era el grado de esfuerzo, en la siguiente las personas en la parte alta de la escala de mérito pueden transferir parte de él a sus hijos mediante bienes y servicios que reduzcan el grado de esfuerzo que los segundos deberán realizar en el futuro. Esto hace que, incluso una formulación de la meritocracia en la que el mérito sea equivalente al grado de esfuerzo, no necesariamente implique igualdad de oportunidades. Para ello se requiere un esfuerzo dedicado a contrarrestar la importancia de las circunstancias de origen y de su transmisión entre generaciones.

“…un régimen de igualdad de oportunidades exige cuestionar la idea del mérito como criterio de asignación y, en cambio, emplear la del grado de esfuerzo.”

En ese sentido, un régimen de igualdad de oportunidades exige cuestionar la idea del mérito como criterio de asignación y, en cambio, emplear la del grado de esfuerzo. El cambio en ese criterio de asignación implica reconocer que se busca contrarrestar la importancia, ya sea a favor o en contra, de las circunstancias. Así, una sociedad con igualdad de oportunidades busca tanto igualar los puntos de partida de las personas como eliminar los factores que hacen que el esfuerzo de unas personas valga más que el de otras respecto de los resultados de vida que dicho esfuerzo trae consigo. Es decir, se trata de una sociedad en la que el criterio por el cual se distribuyen los recursos sólo depende de la agencia individual. Mantener la noción de mérito como centro de los criterios de asignación implica introducir, así sea por la puerta de atrás, a las circunstancias en la determinación de los resultados de vida de la persona, lo que con el tiempo deriva en una menor movilidad social. Sólo bajo el supuesto de que el mérito es igual al grado de esfuerzo es que ambos regímenes distributivos coinciden, por lo que es un error identificar una sociedad con verdadera igualdad de oportunidades con una sociedad meritocrática. En ese sentido, y como respuesta a la pregunta del inicio del capítulo, coincidimos con quienes señalan que no es deseable un régimen meritocrático. Y añadimos que lo deseable es un régimen de igualdad de oportunidades.

Es necesario llevar las implicaciones de todo lo anterior a la arena de la acción pública. Si, como muchas veces sucede, sólo equiparamos el mérito con el grado de esfuerzo, no estaremos considerando la importancia de las circunstancias de cada persona en la determinación de sus resultados de vida. Al no considerarlo, en los hechos el Estado no concibe esta diferencia como un problema público a resolver, lo que tiene una consecuencia ineludible: una sociedad con desigualdad de oportunidades en la que prácticamente no hay opciones de movilidad social. Esta transición entre el pizarrón y lo que se juega día a día en la sociedad mexicana es la que planteamos en los siguientes capítulos. EP

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