El color del odio: feminismo y sociedad

Ana Paola Zuban —miembro de Red de Politólogas (@RedPolitologas)— reflexiona sobre cómo se construyen los discursos de odio y se crean las condiciones sociales para un clima de polarización política e ideológica, con especial atención a la persecución que sufre el feminismo.

Texto de 11/06/24

blanco y negro

Ana Paola Zuban —miembro de Red de Politólogas (@RedPolitologas)— reflexiona sobre cómo se construyen los discursos de odio y se crean las condiciones sociales para un clima de polarización política e ideológica, con especial atención a la persecución que sufre el feminismo.

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El color del odio, tal es el título de la novela en la que su autora, Malorie Blackman, imagina un mundo completamente polarizado, todo en blanco o negro. Los negros son ricos y poderosos y los blancos, pobres y oprimidos. Ellos no se mezclan. Nunca. Pero claro, es ficción. En la sociedad real (no de ficción) estamos asistiendo, y en todo caso contribuyendo, a intensos procesos, más o menos estables, más o menos elásticos, de polarización. Sobre todo, ideológica.

“[…] no toda la sociedad, incluida la clase política, comulga con ideas de comunidad, inclusión e igualdad…”

En esa lógica binaria, quedan atrapados los movimientos sociales que pugnan por impulsar una agenda basada en el cuidado del medio ambiente, los feminismos, la economía popular, los derechos de la juventud, etc. En definitiva, una agenda de igualdad, inclusión y multiculturalismo como paradigmas emergentes de un nuevo clima de época en que los movimientos feministas son grandes protagonistas.

En este escenario, el uso masivo de las redes sociales como nuevo canal horizontal y democratizador opera como herramienta de comunicación accesible que permite la viralización de consignas alrededor del mundo en segundos, y promueve la formación de redes de vínculos entre las personas. Se produce, entonces, una militancia sin adhesión partidaria que incorpora voluntades que no tenían participación política previa. Así, surgen movimientos masivos como #NiUnaMenos (Argentina, 2015) y #MeToo (EE. UU., 2017), entre otros, que convirtieron el activismo feminista y muchas de sus consignas en tema internacional de gran visibilidad.

Pero no toda la sociedad, incluida la clase política, comulga con ideas de comunidad, inclusión e igualdad; tampoco es internet el paraíso democratizador que, como planteaba Manuel Castells (2000), opera como forma privilegiada de acción y de organización y en el que cada individuo puede expresarse en las mismas condiciones de igualdad. O al menos no es solo eso: es mucho más. 

Esa misma facilidad de acceso, capacidad y velocidad de viralización de contenidos, sumados a la posibilidad de anonimato, son las condiciones que suponen canal abierto a las agresiones online, espacio en el que se expone lo peor de los discursos machistas, sexistas y misóginos. También, en el mundo offline, algunos medios de comunicación y ciertos discursos políticos abonan, no siempre de manera explícita, posiciones sexistas, rechazos y expresiones veladas.

Los avances feministas han generado debates, controversias y también reacciones adversas que, muchas veces, alimentan discursos de odio que pretenden restarles importancia y anular su carácter político de reconocimiento de derechos. Las actitudes negativas hacia los feminismos responden a múltiples causas y, por tanto, pueden ser explicadas desde diferentes disciplinas, pero lo cierto es que los feminismos suponen un motor de cambio en una relación de desigualdad entre varones y mujeres, construida a base de estereotipos y prejuicios sociales.

En concreto, los discursos de odio, en tanto discurso social, hacen foco en la disputa sobre una concepción del mundo y los comportamientos que la sostienen. Una característica de estas conductas es que se traducen en narrativas discursivas que delinean formas de rechazo hacia las diferencias y, como consecuencia, a los derechos de libertad e igualdad de otros. Pero no todos los que no reconocen estas desigualdades son odiadores.

¿Quiénes son? O más precisamente, ¿que los motiva? ¿Son individuos aislados o grupos organizados? Las ideas políticas conservadoras tienen un papel protagónico en este fenómeno. El historiador Thomas Frank (2004) se pregunta en su libro, ¿What’s the Matter with Kansas?: How Conservatives Won the Heart of America, cómo fue que el Partido Republicano dio un giro en las últimas décadas, convirtiéndose en un partido cuyos núcleos discursivos están en oponerse al avance de las minorías. El autor encuentra que las adhesiones a discursos de odio logran crecer en poblaciones golpeadas económicamente, donde el resentimiento y la necesidad de encontrar culpables se vuelven factores determinantes para que el odio a las minorías y a determinadas políticas se convierta en mainstream.

Muchos líderes conservadores a nivel mundial, de rápido ascenso en los últimos años, como Trump (Estados Unidos), Putin (Rusia), Meloni (Italia), Erdogan (Turquía), Le Penn (Francia), Bolsonaro (Brasil) y recientemente Milei (Argentina), han manifestado públicamente y abonado, con sus declaraciones y políticas, posturas claramente discriminatorias, xenófobas, misóginas y machistas, convirtiéndose en una pésima noticia para los feminismos y colectivos LGBTIQ+.1 Estos discursos resultaron útiles para sus triunfos electorales, pero resultan insuficientes para explicar el apoyo social que obtuvieron y por qué han generado un fuerte impacto en la conversación pública.

“[…] las adhesiones a discursos de odio logran crecer en poblaciones golpeadas económicamente…”

Las crisis que enfrentan las clases trabajadoras, la inestabilidad, la inseguridad y el deterioro de la calidad de vida pueden ser parte de la explicación. La incertidumbre creciente profundizada durante la pandemia de covid-19 ahonda la necesidad de protección del statu quo: un conservadurismo que se orienta, por definición, a mantener y proteger tradiciones culturales, religiosas y de familia convencional. Es una invitación a regresar a valores tradicionales que representan un escudo protector ante tanta incertidumbre y consolidan una identidad comunitaria, tan necesaria en momentos de fragmentación.

El odio es contagioso

Marc Angenot (2010) afirma que la conversación pública produce “encadenamientos discursivos” que se hacen un lugar en el “murmullo social” y tienen “eficacia social y públicos cautivos”. En este marco, los adherentes a los discursos de odio no se autoperciben como productores de un discurso agresor, sino que se consideran víctimas de un sistema político que les niega el carácter de mayoría y que pretende empoderar a minorías a las que consideran peligrosas. Sienten que su estilo de vida y sus creencias son atacadas y que el discurso de odio es una justa reacción a eso.

Uno de los principales efectos de estos discursos circulantes sobre la conversación pública es que construyen un marco de interpretación de los feminismos que contribuye a perpetuar valoraciones negativas y profundizan la noción de inferioridad de la mujer, lo que colabora a su discriminación y lesiona la convivencia social.

Resulta preocupante el efecto que los discursos de odio hacia los feminismos pueden producir en las personas, grupos y el entramado social porque erosionan la dignidad de los/las afectados/as, perpetúan estereotipos discriminatorios, contribuyen a la estigmatización y marginación de colectivos, y les niegan su condición de ciudadanía en condiciones de igualdad.

El rechazo, la discriminación, las actitudes violentas y hasta la agresión, además del daño psicológico y emocional que provocan en las víctimas, generan efectos muy potentes a nivel social y legitiman un ambiente hostil y violento, hecho que contamina la conversación pública.

Sin embargo, estos discursos anti-género no son reacciones solo de individuos aislados, sino que se combinan con intereses políticos y religiosos en sus variantes más extremas. La politóloga brasileña Flavia Biroli (2019) explica que las reacciones anti-género ya han mostrado su capacidad de impactar en “la política estatal, el debate público y las disputas electorales”; de ahí que sea necesario estar alertas respecto a su circulación e impacto general. Estos procesos no son estancos ni lineales y pueden responder a climas de opinión imperantes en distintos momentos políticos y sociales, como los contextos electorales o debates y acontecimientos públicos donde se reactualizan las discusiones sobre el género y las sexualidades.

En otras palabras, el desconocimiento, los prejuicios históricamente asentados en nuestra cultura, la “mala prensa” o la valoración social negativa sobre los feminismos, conjugados con intereses políticos, económicos y religiosos, producen un clima de opinión adverso a las demandas de los movimientos feministas y son el germen de los discursos de odio.

Algunos organismos internacionales, como la Corte Europea de Derechos Humanos (CEDH), la Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP), la Asamblea General de Naciones Unidas con la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial (CERD), así como algunos Estados han podido identificar estos discursos de odio y han avanzado en una legislación que los sanciona legalmente. Pero el aspecto jurídico no puede ser el único ángulo de abordaje de este problema, puesto que solo propone medidas punitivas una vez cometido un acto considerado como delito.

“[…] los adherentes a los discursos de odio no se autoperciben como productores de un discurso agresor, sino que se consideran víctimas…”

Algunos países, como España, también han comenzado a implementar estrategias no jurídicas para contrarrestar la difusión y circulación de discursos de odio, como programas de formación, campañas de sensibilización, estrategias de monitoreo e investigación. A veces basta con otorgar visibilidad a un/a representante de un colectivo, jerarquizando su posición, para lograr una valoración social positiva. Como en la novela de Blackman, los protagonistas, uno blanco y otro negro, tendrán una hija que será el símbolo de una sociedad que lucha por el cambio. Deberemos encontrar el símbolo y luchar por él. EP

Referencias

Angenot, Marc. (2010). El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible. Buenos Aires: Siglo XXI.

Biroli F. (2019). The crisis of democracy and the backlash against gender. UN Women: Beijing +25: “Current context, emerging issues and prospects for gender equality and women’s rights”.

Castells, M. (2000). Internet y la Sociedad Red. Conferencia de Presentación del Programa de Doctorado sobre la Sociedad de la Información y el Conocimiento. Universitat Oberta de Catalunya. Recuperado de: https://www.alfabetizaciondigital.redem.org/wpcontent/uploads/2017/05/Internet-y-la-sociedad-red..pdf

Frank, T. (2004). What’s the Matter with Kansas? How conservatives won the heart of America. New York: Henry Holt and Company.

  1. Las siglas del acrónimo LGBTIQ+ se refieren a lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero, travesti, intersexual y queer. El símbolo + incluye a todos los colectivos que no están representados en las anteriores. []
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