Los medios y las nuevas formas de participación política

El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030 , presenta la sección Condiciones indispensables para la conformación de un Estado democrático y de derecho, coordinada por Susana Chacón, José Antonio Crespo y Guillermo Knochenhauer.

Texto de 15/01/24

El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030 , presenta la sección Condiciones indispensables para la conformación de un Estado democrático y de derecho, coordinada por Susana Chacón, José Antonio Crespo y Guillermo Knochenhauer.

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Las democracias viven una crisis cuyo origen más profundo se encuentra en el modelo de comunicación. La conversación pública se ha atomizado y robotizado, y el modelo de deliberación se ha complicado por una polarización creciente y la existencia de audiencias desatentas pero muy reactivas, incluso incendiarias.

La democracia requiere de comunicación fluida y saludable, pues en el fondo es  un sistema de toma de decisión colectiva; decidir quién nos gobierna, cómo y para qué es la esencia del modelo democrático. El sistema democrático se funda en cuatro elementos:

  1. La disposición de información por parte de todo el colectivo.
  2. La transparencia y el acceso a la información pública.
  3. Un sistema de transmisión de contenidos confiable y plural.
  4. Un espacio común (plaza pública, medios de comunicación) donde pueda darse la deliberación pública. 

Quiero recordar, de entrada, que algunos dilemas no son nuevos y que ese presentismo que tiende a etiquetar todo lo que ocurre como algo inédito y sin precedentes, no está siempre bien fundamentado. Algunos lo llaman “Adanismo” por el síndrome de ser el primero. Aprender de la historia es elemental para no enfrentar con ingenuidad el debate contemporáneo.

La problemática que atañe a los medios en este siglo XXI se ha discutido desde diferentes disciplinas y experiencias profesionales durante varias décadas. Hoy hace falta un diálogo amplio e interdisciplinario. Desde el periodista químicamente puro hasta el intelectual que rara vez ha visto una redacción, pasando por los medios y los políticos hoy deben entrar en una enriquecedora charla sobre los riesgos viejos y nuevos que hoy acechan a la democracia. Esta combinación de perspectivas y vivencias debe dar profundidad a la conversación y superar el plano de las denuncias genéricas que, por protagonismo o simple descuido, tienden a darse de forma fragmentaria. Para entender la crisis actual se requiere una convocatoria incluyente que se centre en lo esencial y es ver cómo el modelo democrático está cada vez más asediado desde dentro y desde fuera. La disposición a interactuar e incorporar puntos de vista diversos debe ser interdisciplinaria y también ideológicamente plural. Diferentes sensibilidades políticas y cosmovisiones deben entender el metalenguaje y la sintaxis de los tiempos que corren para evitar un corrimiento a una sociedad iliberal y enemiga del pluralismo. Para acometer esta tarea debemos armarnos de una irrefutable voluntad de escuchar.

“La disposición a interactuar e incorporar puntos de vista diversos debe ser interdisciplinaria y también ideológicamente plural”.

Ratifico aquello que hace algunos años apuntaba Michel Crozier en el sentido de que la crisis de la inteligencia tiene como origen el bloqueo del aparato auditivo. Cuando uno se niega a escuchar a los demás activa dos supuestos que bloquean el despliegue de la razón pública. El primero es la delirante creencia de que la verdad la posee uno y su complemento y consecuencia es que los demás no tienen nada relevante que aportar. Parece una obviedad, pero no lo es. 

Reconocer la necesidad de escucharnos es un aporte cualitativo a la forma en que discutimos en México. No faltan interminables filípicas (en primera persona del singular) que intentan sintetizar el sentir del “pueblo”, pero el ánimo colectivo es de escuchar con atención y con genuino ánimo de aprender lo que los otros actores aportan. 

Tres temas me parecen centrales para avanzar en la argumentación y los enuncio como nudos problemáticos, más que como debates concluidos. 

El primero es el impacto que la revolución digital ha tenido en los medios de comunicación y en particular en la prensa escrita. Las nuevas tecnologías plantean nuevos problemas a las viejas generaciones, pero la experiencia recuerda y nos permite constatar que no existe correlación entre la edad y las inercias. Preclaros personajes, con una impresionante carrera a sus espaldas, demuestran que en eso de la modernidad y los retos, su capacidad de entender y problematizar se mueve tan rápido como los modernos geeks.

Nadie escapa a los efectos de esta revolución y puedo constatar que hay tres grandes consensos entre aquellos que hoy hacen el periodismo día a día y también entre aquellos que estudian su evolución:

  1. Muy pronto habrá tantos dispositivos móviles con acceso a Internet como habitantes hay en el planeta.
  2. Es imposible determinar con precisión qué nuevas posibilidades ofrece una tecnología que avanza de forma vertiginosa; no sabemos bien a dónde pueda llevarnos la inteligencia artificial (IA). Hablamos de prácticas de comunicación que hoy ni siquiera imaginamos.
  3. La capacidad de programar, es decir, generar contenido para cada vez más actores no cesará de crecer en los próximos años. Hoy, la IA generativa es el gran tema de debate. En la medida en que la banda ancha se amplíe, más y más ciudadanos podrán subir videos cada vez más complejos y pesados a la red desde sus dispositivos móviles o aplicaciones como FB live, que permiten transmisión en directo, abrirán cada vez más posibilidades a una sociedad que depende cada vez menos de los medios tradicionales para generar contenidos y compartirlos con otros usuarios. 

Este es un desafío colosal que consiste en que, además de ser programadores, los ciudadanos se convierten también en conmutadores, es decir, tienen la posibilidad de conectar unas redes con otras con independencia de lo que los gobiernos o los medios de comunicación tradicionales dispongan.

Ante este escenario Kelly Born, de la Universidad de Stanford, ha hecho una pregunta relevante: “¿La IA generativa debilitará o fortalecerá la democracia?”. Y responde: “Si bien las herramientas de IA generativa podrían ofrecer beneficios significativos en campos como la medicina, la fabricación y la educación, la forma en que se aplican a la política electoral debe regularse cuidadosamente. De lo contrario, en lugar de fortalecer socavarán el gobierno del pueblo”.1

Este punto, todavía poco entendido, supone un desafío inmediato y de mediano alcance para los medios de comunicación. Durante siglos los periódicos tuvieron el enorme poder de determinar los temas de interés público e incluso de establecer el conjunto de actores autorizados (voces influyentes) para desahogar una temática y ofrecer a la sociedad lecturas y narrativas alternativas para entender sus dilemas. De esta manera las opciones de una colectividad de qué hacer, por ejemplo, con las políticas ambientales o el modelo de desarrollo económico, por citar un par de casos, eran encuadradas o enmarcadas por los editorialistas o articulistas que tenían acceso a los medios o por los actores a los que los medios entrevistaban para tomar su parecer. Hoy, detrás de cada tuitero, hay un comentócrata que emite opiniones sobre aquello que le interesa y enlazándose a los hashtags puede desarrollar conversaciones que nada tienen que ver con el gran cauce establecido por el gobierno, los técnicos y los medios de comunicación tradicionales.

“Hoy, detrás de cada tuitero, hay un comentócrata que emite opiniones sobre aquello que le interesa y enlazándose a los hashtags puede desarrollar conversaciones que nada tienen que ver con el gran cauce establecido por el gobierno, los técnicos y los medios de comunicación tradicionales”. 

Hay, pues, un desplazamiento del “cuasi monopolio” de la programación de contenidos a la existencia de multiprogramadores cada vez más activos y participativos, que tienden a autoorganizarse sin considerar prioritario pasar por las grandes avenidas de los medios de comunicación. La conversación nacional está atomizada. No es fácil para algunos aceptar esa realidad, pero no por ello es menos cierta. Para los medios es prioritario establecer una interacción virtuosa entre sus lectores o audiencias que hoy no solamente consumen información, sino que ayudan a generarla y tienen la posibilidad de entrar con mayor fuerza en el debate público. 

Una inquietud que ronda como fantasma por todas las mesas de redacción es si ante estas nuevas realidades hay que decretar la muerte del periodismo en su concepción tradicional. La respuesta a la pregunta: ¿Ha muerto el periodismo? Es un rotundo no. El periodismo, como profesión, tiene que expresarse por todas las vías que la revolución tecnológica ofrezca y en muchos sentidos deberá generar notas que se adapten a los nuevos soportes, pero la esencia de su labor permanece inalterada: generar contenidos útiles para hacer válido y vigente el derecho constitucional (hoy severamente amenazado) a la información y dar vida a una democracia. El periodismo tiene todavía muchas páginas que escribir como “espía ciudadano” que denuncie la concentración indebida de poder y haga públicas las componendas corruptas de los grupos de poder económico y político. En América Latina es particularmente importante el trabajo de denuncia del funesto vínculo entre crimen organizado y clase política.

“El periodismo tiene todavía muchas páginas que escribir como “espía ciudadano” que denuncie la concentración indebida de poder y haga públicas las componendas corruptas de los grupos de poder económico y político”. 

La vitalidad del periodismo profesional no está en duda; lo que está claro es que convivirá por muchos años con el “periodismo ciudadano” que facilitan la tecnología y las redes sociales, pero lo que no está tan claro es la viabilidad económica de los proyectos periodísticos que cultiven el trabajo independiente y de calidad. El dilema que plantea la revolución digital y la expansión del Internet es que los periódicos hoy tienen más lectores que nunca, pero paradójicamente tienen menos ingresos para retribuir decorosamente a los profesionales que empeñan su tiempo en realizar investigación relevante. Y eso no es un tema menor. Las crisis que viven algunas de las casas editoriales más importantes del planeta no se pueden pasar por alto. Los gobiernos de corte populista se resisten a apoyar con presupuestos públicos a los medios independientes. En consecuencia, es prioritario para los trabajadores y dueños de los medios, en primera instancia, pensar en un modelo de negocio que garantice ahora y en el futuro cercano la posibilidad de mantener la independencia editorial. En una segunda instancia, todavía sin contornos definidos, este es un problema de los derechos de las audiencias o de los públicos lectores a tener información de calidad. En el modelo clásico los lectores sufragaban conscientemente a su periódico al pagar el importe del ejemplar o la suscripción. En estos tiempos apostar por cobrar por los contenidos en Internet no es una opción ganadora, pero la pregunta de fondo permanece: ¿Cómo puede sufragarse una propuesta periodística independiente sin lectores (o anunciantes) que la fondeen y le den viabilidad? 

El dilema no ha sido resuelto ni en México ni en otra parte del mundo y en la exploración de alternativas se corre el riesgo de perder audiencias, o peor aún, perder el sentido original de nuestro trabajo. El primero de los riesgos es optar por el camino simplón de apostar por reconvertirnos a la industria del entretenimiento y desarrollar conceptos de infoentretenimiento que puedan ser fácilmente comercializables. El deslizamiento no es inocuo. Por la vía de la trivialización se va perdiendo la esencia de lo que antaño se llamaba la “prensa seria”. De esta manera, las noticias o los reportajes de fondo dan paso a la llamada información de “color”, anecdótica y efímera. El fotoperiodismo de fondo, pieza fundamental para las portadas de los diarios y las páginas web, cede espacio para la estereotipada fotografía de la modelo casi desnuda que hoy es asidua en muchos diarios. Apostar a la insoportable levedad del ser hará más espectacular la portada o la página, pero en el mediano plazo vaciará de contenido a los cabezales de diarios que caigan en esa tentación, como ha ocurrido ya con muchos semanarios que sucumbieron a la espectacularidad y descuidaron sus aportaciones de fondo. Pan para lo inmediato y hambre para el futuro.

Otro dilema de gran calado es la apuesta por un periodismo no de tendencia (que es lo tradicional y esperable en los grandes diarios y proyectos periodísticos) sino de justificación de un proyecto político. Como ocurre con la propuesta de FOX News en los Estados Unidos, el esquema de negocio no es informar con un principio de equilibrio y objetividad sobre lo que ocurre en ese país y el mundo, sino corroborar los prejuicios que un grupo determinado de la sociedad tiene. En otras palabras, garantizar a un público predispuesto un flujo constante de contenidos que confirmen, por todas las vías, sus concepciones. Una práctica, en suma, que envilece el periodismo, empobrece la deliberación pública y radicaliza a sectores importantes de la opinión pública. Optar por ese periodismo de “conformidad acústica”, es decir, “sólo oigo aquéllo que reafirma mis creencias”, es como inocular un veneno de efecto retardado a la cultura del pluralismo.  

Una palabra final sobre la responsabilidad de los medios en la confección de la agenda pública y el fortalecimiento de la democracia. Sin medios independientes y vigorosos las democracias están en riesgo, sobre todo ante gobiernos expansivos que mienten como parte del abanico del maquiavelismo posmoderno. Y no sólo por su carácter equilibrador en términos de la denuncia de abusos, fiscalizador del buen uso de los recursos públicos y gran cancerbero de las libertades. 

Los medios cumplen una función central en la organización del debate público. A pesar del creciente protagonismo de las redes sociales y el periodismo ciudadano, los medios tradicionales conservan una enorme capacidad de hacer (o no hacer) públicos ciertos temas. Tienen también una enorme fuerza (o liderazgo) para definir las opciones de política que tiene una comunidad en un momento determinado. Los medios siguen siendo un espacio fundamental para ordenar y dar profundidad al debate público y en consecuencia son un pilar del sistema democrático. El deterioro de la confianza ciudadana en las instituciones también se refleja en los medios y por ello es prioritario que asuman (como tarea impostergable), con rigor y profesionalismo, el ejercicio de su libertad e independencia, porque en el siglo XXI, como en el XIX, la libertad de pensamiento y expresión es la madre de todas las demás libertades. Luchar por la verdad es hoy una de las vías para defender la democracia. EP

  1. Born, Kelly (21 de agosto de 2023). “¿La IA generativa debilitará o fortalecerá la democracia?” El Economista. []
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