Los árboles: protagonistas del patrimonio biocultural

En este texto, Alejandra Atzín Ramírez discute sobre el valor biocultural de los árboles y la necesidad de reconocer su imprescindible papel en nuestras vidas.

Texto de 08/07/24

Arbol del tule

En este texto, Alejandra Atzín Ramírez discute sobre el valor biocultural de los árboles y la necesidad de reconocer su imprescindible papel en nuestras vidas.

Tiempo de lectura: 8 minutos

En El árbol, un cuento escrito por Elena Garro, un personaje femenino llamado Pilar abraza una jacaranda para aminorar sus penas. Días después, el árbol muere tras absorber sus lamentos. Aunque esto es solo un cuento, en la cosmovisión de ciertas regiones de nuestro país sigue vigente la tradición de abrazar árboles para sanar lamentos o mejorar porvenires. Cuando viajé a la reserva de la biosfera Tehuacán-Cuicatlán, la persona que fungió como guía del recorrido nos explicó que en esa zona existe la costumbre de abrazar el árbol conocido como pata de elefante, un árbol ancestral que se encuentra amenazado según la NOM 059 SEMARNAT 2010. Este acto tiene un significado cultural y espiritual profundo; las personas de la región tienen la creencia de que abrazar tal clase de árbol les brindará energía y bienestar. Yo también lo abracé.

“[…] la Tierra conoce la vida sin plantas y árboles, pero los seres humanos no conocemos el planeta sin árboles.”

Los árboles no solo nos brindan oxígeno, sino que han sido nuestros compañeros desde que los seres humanos habitamos este planeta, y también son protagonistas de nuestra historia. Nuestro planeta no es ni ha sido estático; todo lo que nos rodea ha sido parte de un largo y complejo proceso evolutivo de miles de millones de años. Se estima que la vida en la Tierra comenzó por lo menos hace 3.500 millones años y que tuvo que pasar mucho tiempo y muy diversos procesos evolutivos para que fuera tal y como ahora la conocemos. Los primeros seres vivos fueron diminutos organismos como bacterias y arqueas; los primeros árboles, por su parte, surgieron hace alrededor de 385 millones de años durante el Silúrico tardío y el Devónico temprano. Esto significa que la Tierra conoce la vida sin plantas y árboles, pero los seres humanos no conocemos el planeta sin árboles.

Desde los primeros pasos de los homínidos en el planeta hasta las sociedades modernas, los árboles han sido esenciales para nuestra supervivencia, pues nos brindan recursos, refugio, alimentos y oxígeno. Son parte de nuestras culturas, cosmovisiones e identidades; nuestra interacción y relación con ellos ha sido constante a lo largo de nuestra evolución y desarrollo como especie.

Los árboles son testigos silenciosos y permanentemente activos de nuestra historia. Su presencia no sólo embellece nuestro entorno sino que también sostiene un invaluable patrimonio biocultural. Cada árbol cuenta una historia; algunos son sobrevivientes de épocas precolombinas, otros testigos de la colonización española y otros, más jóvenes, nos remiten a recientes políticas de reforestación y revegetación.

El valor sociocultural de los árboles

Los árboles tienen un valor per se, por su existencia misma, pero también por el vínculo que las sociedades hemos generado con ellos. Es muy frecuente escuchar que los árboles son importantes porque nos dan oxígeno y alimento. Esto es cierto, sin duda, pero los beneficios que nos proporcionan van más allá de estos ciclos biológicos. Los árboles también nos brindan provisión de alimentos, regulación climática, soporte en lo relacionado al ciclo de nutrientes y la formación del suelo, e incluso beneficios vinculados directamente con la cultura.

Es cierto que es más sencillo identificar los beneficios directos y tangibles que los árboles nos brindan, por ejemplo, los denominados servicios ecosistémicos de provisión, que se refieren a aquellos beneficios palpables como el alimento, la medicina y la madera; en contraste con aquellos servicios ambientales, se encuentra una dimensión cultural de los árboles que no es del todo tangible —pues se encuentra asociada a nuestra percepción o valoración sociocultural— como el valor estético, la belleza escénica, la espiritualidad, las cosmovisiones e incluso los sentipensares asociados a ellos. Tal es el caso del disfrute de las jacarandas de la Ciudad de México en tiempos de primavera y el valor turístico que han adquirido en los últimos años; o el valor histórico y cultural que tiene el Árbol de la Noche Triste —ahora llamado Árbol de la Noche Victoriosa— para las y los mexicanos; o bien el íntimo vínculo que algunas personas generamos con ciertos árboles por nuestra propia historia de vida o familiar: por ejemplo, en algunas regiones de nuestro país las personas tienen la tradición de enterrar el ombligo o el cordón umbilical de los recién nacidos junto a un árbol como símbolo de conexión con la naturaleza o pertenencia a un territorio. 

Nuestro patrimonio biocultural

El valor cultural de nuestro país se encuentra íntimamente ligado a nuestro patrimonio natural, es decir, a nuestra gran biodiversidad. Existe evidencia de que los países con mayor biodiversidad suelen tener mayor diversidad cultural e incluso lingüística. De esta relación ha surgido el término de “patrimonio biocultural”, el cual pone evidencia y hace explícita la relación entre la biodiversidad, la cultura y su importancia. La Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad define el patrimonio biocultural como “el conocimiento y prácticas ecológicas locales, la riqueza biológica asociada […], la formación de rasgos de paisaje y paisajes culturales, así como la herencia, memoria y prácticas vivas de los ambientes manejados o construidos”. 

En este sentido, los árboles son protagonistas del patrimonio biocultural de nuestro país por la gran diversidad de conocimientos asociados a ellos en las comunidades rurales e indígenas, por su presencia en la diversidad lingüística y también por su importancia en el arte y la cultura: en las pinturas del Dr. Atl, de José María Velasco y de María Izquierdo, en los cuentos de las prominentes escritoras Guadalupe Dueñas y Elena Garro, o en los poemas de Octavio Paz, por mencionar tan solo unos ejemplos.

Árboles icónicos en la Ciudad de México

Sabemos que en nuestros tiempos es casi imposible encontrar ecosistemas prístinos, que la mayoría de ellos ya han sido manipulados por los seres humanos y que eso ha dado paso a los “socioecosistemas”, es decir un sistema que integra aspectos sociales y ecológicos, y que se encuentran en interacción e influencia constante. Las ciudades, por ejemplo, son socioecosistemas que combinan en su paisaje elementos del mundo natural y del paisaje urbano y arquitectónico.

“[…] el patrimonio arbolado de la Ciudad de México enfrenta diversas problemáticas, entre las que destacan la expansión urbana, las plagas, el cambio climático, la poda indiscriminada y las fuertes sequías…”

Ante los retos de la urbanización parece todo un desafío garantizar la permanencia de elementos naturales como los árboles; sin embargo, hay individuos arbóreos que existen y resisten el paso del tiempo. Por ejemplo, el Taxodium mucronatum, mejor conocido como ahuehuete, que se encuentra presente, desde el Códice Badiano hasta nuestros tiempos, en el Bosque de Chapultepec, en la Glorieta de los Ahuehuetes del Pueblo San Juan Tlihuaca en la Alcaldía Azcapotzalco o en el Centro Histórico, con el famoso Ahuehuete de Moctezuma. 

Además de estos, hay un sinfín de árboles que nos podrían contar la historia de nuestra ciudad, como los ahuejotes (Salix bonplandiana) que, desde tiempos prehispánicos, con sus ramas largas y colgantes han jugado un papel cultural y agrícola único en el ecosistema acuático de los canales de Xochimilco: la configuración del sistema de chinampas, todo un símbolo del paso del tiempo. También podemos mencionar los fresnos y cedros que tienen mayor representación en el centro de la ciudad y que resisten el crecimiento de la mancha urbana; ejemplares icónicos de estos los podemos ver en el Parque Lincoln y el Parque México, presentes en la crónica urbana desde José Emilio Pacheco hasta Valeria Luiselli; o los pinos, que tienen una mayor presencia en Tlalpan y en la Magdalena Contreras, en el paisaje boscoso de la zona de conservación de esta urbe, y que son un recordatorio permanente de que la Ciudad de México también es un bosque. En la ciudad encontramos árboles con exuberantes flores, como los colorines (Erythrina coralloides), un árbol de llamativas flores rojas que algunas personas cocinan con huevo, o la pata de vaca (Bahuinia forficata), un espécimen con grandes flores rosas que últimamente es recomendado en la paleta urbana ya que atrae polinizadores.

A pesar de su gran valor histórico, el patrimonio arbolado de la Ciudad de México enfrenta diversas problemáticas, entre las que destacan la expansión urbana, las plagas, ciertas enfermedades, el cambio climático, la poda indiscriminada y las fuertes sequías que amenazan su supervivencia.

Ahuehuete de la Noche Triste / José María Velasco (1885).
Legislación, conservación y retos

En la Ciudad de México existen diversas leyes que pugnan por salvaguardar el patrimonio biocultural. En el año 2000 se promulgó la Ley De Salvaguarda Del Patrimonio Urbanístico Arquitectónico Del Distrito Federal, que, entre otras cosas, reconocía como monumentos a ciertos individuos vegetales, arbóreos, arbustivos, herbáceos y cubresuelos identificados como ahuehuetes, sauces, ahuejotes, fresnos y cedros. Esta ley tuvo retos significativos, como la falta de recursos financieros y técnicos para la conservación y saneamiento de los árboles catalogados, pero sobre todo presentaba limitaciones conceptuales e incluso un notable reduccionismo en su planteamiento, lo que acotó, como consecuencia, el margen de acción de dependencias dedicadas al desarrollo urbano y trajo consigo poca vinculación con instituciones ambientales, con la ciudadana y también con los pueblos y barrios originarios.

Recientemente, en el año 2020, fue publicada la Ley de Patrimonio Biocultural de la Ciudad de México, que hace explícita la necesidad de reconocer y salvaguardar el patrimonio biocultural de la ciudad. Sin duda, esta ley es un gran avance para el reconocimiento y protección de los árboles y de otros elementos naturales, ya que muestra una visión más integral sobre el patrimonio biocultural. Sin embargo, a cuatro años de su promulgación, esta ley requiere mayor impulso y visibilidad ya que aún faltan mecanismos para su aplicación e instrumentación, como la instalación de un consejo social para su manejo o la creación de un fondo para el cuidado del patrimonio cultural, natural y biocultural. Un fondo de este calibre podría impulsar programas de conservación del patrimonio biocultural de la Ciudad de México, como la zona chinampera con sus poéticos y majestuosos árboles ahuejotes que fungieron como sostén de esta zona desde tiempos prehispánicos.

Uno de los logros recientes derivados de esta ley lo podemos ver representado en la declaratoria del árbol Eugenio —un fresno de más de 150 años y 30 metros de altura— como patrimonio natural y cultural de la Ciudad de México, con el fin de salvaguardar su integridad e impulsar acciones de protección y reconocimiento ante el crecimiento inmobiliario que ya ha mutilado miles de árboles en la ciudad, en especial en la zona de Coyoacán y Benito Juárez, como lo pudimos constatar en la tala irregular de decenas de árboles en el barrio de Xoco en el 2021.

“Tiene la noche un árbol con frutos de ámbar” es un verso que escribió José Gorostiza y que retomó la escritora Guadalupe Dueñas; es un recordatorio de que hoy es importante visibilizar que nuestro país tiene un invaluable patrimonio biocultural que salvaguardar, y de que tenemos la obligación de proteger cientos de individuos arbóreos, protagonistas de nuestro patrimonio biocultural e histórico. Para proteger este invaluable patrimonio, es necesario adoptar medidas concretas en materia de sustentabilidad, implementar la normatividad ya existente y formular políticas públicas que promuevan la conservación de nuestros ecosistemas, así como la siembra de especies nativas; además, es imperativo contar con una ciudadanía ambiental más activa que vigile el equilibrio ecológico y cultural de la ciudad.

“[…] es importante visibilizar que nuestro país tiene un invaluable patrimonio biocultural que salvaguardar…”

Reconocer la importancia del patrimonio biocultural y el valor intrínseco de la naturaleza nos permitirá avanzar a categorías de protección, conservación y reconocimiento del patrimonio biocultural. El gobierno entrante de la Ciudad de México y de la futura administración de la Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad de México tiene el inmenso reto y oportunidad de impulsar mecanismos de protección. Nosotros y nosotras como ciudadanía tendremos el reto de exigirlos y acompañarlos. EP

Bibliografía
  • Lopátegui, P. R. (2008). La magia innovadora en la obra de Elena Garro. Revista Casa del Tiempo1(10), 42-46.
  • Rincón-Ruiz A., Arias-Arévalo P., Clavijo-Romero M.(Eds). 2020. Hacia una valoración incluyente y plural de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos: visiones, avances y retos en América Latina. Centro Editorial – Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia.
  • Toledo, V. M., Barrera-Bassols, N., & Boege, E. (2019). ¿ Qué es la diversidad biocultural?
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