Viñetas de la desigualdad

Por medio de viñetas elaboradas a partir de testimonios y consultas con especialistas en desarrollo, Galia García Palafox nos ofrece un escenario de los profundo problemas de desigualdad que enfrenta México.

Texto de 04/04/19

Por medio de viñetas elaboradas a partir de testimonios y consultas con especialistas en desarrollo, Galia García Palafox nos ofrece un escenario de los profundo problemas de desigualdad que enfrenta México.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Para efectos técnicos, pobre es quien tiene al menos uno de los siguientes rezagos: educativo, de acceso a la salud, de seguridad social, de vivienda, de servicios básicos, que tiene una alimentación deficiente o, aunque dedicara todo su ingreso a comer, no le alcanzaría para la canasta básica. Ultramillonario es aquél que tiene al menos 30 millones de dólares, unos 600 millones de pesos. México tiene 53 millones de pobres y 2 mil 778 ultramillonarios.

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Elizabeth vive con sus tres hijas en un departamento con una recámara, cocina y baño en Chimalhuacán. En una semana, sin trabajos extra, gana $1,900 pesos y cada dos meses recibe $980 de Prospera. Su vida y la de su segunda hija, Cris, transcurren en la Ciudad de México. Moverse es su mayor gasto. Cris gasta $40 diarios, Helen $50 y la misma Elizabeth $32. Sólo ir a estudiar y a trabajar les cuesta al menos $122 pesos diarios. Elizabeth gana a veces $300, a veces $350 diarios limpiando casas. El 40% de su ingreso es para moverse. La desigualdad de ingreso mide el porcentaje del ingreso que acumulan los más ricos y cuánto los pobres. En México, explica Miguel Székely, doctor en Economía del Desarrollo y director del Centro de Estudios Educativos y Sociales, el 10% más pobre llega a tener 1% o 2% del ingreso nacional y el 10% más rico ha llegado a acumular casi la mitad.

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Elizabeth tiene una cosa clara: después de comer, el gasto tiene que irse a que sus hijas estudien, especialmente las dos mayores. Una en el sistema público —ingeniería química en la UAM Azcapotzalco— y la otra gastronomía en una escuela privada de bajo costo, en el Estado de México. “Mis hijas, yo siempre me he esforzado por ellas y lo único que les voy a dejar es su escuela, porque yo no tengo casa. Entonces siempre les he dicho que tienen que acabar su carrera, porque es lo único que les voy a dejar”. Ella hubiera querido ser enfermera, pero quedó embarazada en preparatoria. Si hoy tiene que vivir con poco y estirar el último peso es para que sus hijas tengan otra vida.

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La educación ha sido el gran reductor de la desigualdad y un motor de movilidad social, o al menos así se piensa. Pero en México el nivel educativo ha aumentado sin que la desigualdad se reduzca. En la opinión de Roberto Vélez, director del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), aunque tenemos una población mucho más preparada, la estratificación se ha mantenido. Székely lo explica así: en México la dinámica de la economía no permite que se aproveche la educación, si la economía no crece al mismo tiempo que la gente se educa, el mercado no es capaz de absorber a la gente más preparada. Lo que ha sucedido es que los salarios se comprimen, porque hay más oferta y se vuelve fácil conseguir a alguien más calificado. Y aunque cada vez este es un país más educado, llegar hasta la preparatoria en términos generales está definido por el hogar de donde uno viene. “No importa quiénes sean tus padres para llegar a la secundaria, pero sí importa para que cruces la línea a la prepa y universidad”, dice Vélez. Padres educados aumentan la posibilidad de sus hijos de ir a la preparatoria o de obtener una licenciatura. Más aún, aquellos que asisten a una escuela privada tienen más probabilidades de terminar el ciclo escolar.

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Elizabeth quería ser enfermera pero el embarazo la hizo dejar la escuela. Cuando sus hijas eran niñas dejó a su marido y su madre, una mujer fuerte que siempre se ha empleado como trabajadora del hogar, le consiguió un trabajo limpiando casas. Era temporal, pensaba, terminaría la preparatoria y seguiría estudiando…

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No todo se trata de mérito y esfuerzo. El decil de ingresos en el que una persona se ubique durante su vida adulta está en gran medida determinado por las oportunidades que tuvo. Es lo que llaman expertos desigualdad de oportunidades y tiene que ver con la cuna donde se nace, más allá del esfuerzo y las capacidades que se logren adquirir a lo largo de su vida. Vélez la llama oportunidad mala porque “no te la puedes quitar de encima”, y provoca que el piso sea disparejo. Según sus propios estudios, en México esa desigualdad mala determina al menos el 40% del resultado final en la desigualdad de ingresos y va desde la riqueza de origen hasta el color de la piel. La cuna en la que una persona nace —los ingresos, la educación o la formalidad o informalidad laboral de los padres— determina la educación que esa persona tendrá, los servicios médicos que recibirá, sus accesos. El color de la piel es condicionante en el trato que se recibe, por ejemplo, en el mercado laboral, especialmente entre las mujeres. Un estudio de Eva Arceo y Raymundo Campos encontró, por ejemplo, que las empresas llaman más a solicitantes de empleo de piel clara.

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Esas desigualdades de las que uno no puede deshacerse sólo pueden anularse con mecanismos que las vuelvan inoperantes y que le tocaría al Estado implementar. “El argumento del CEEY es que debemos establecer un primer piso de igualdad, constituir pilares que se manifiesten a través de sistemas universales, pisos de arranque y avance a lo largo del ciclo de vida que reduzcan la persistencia en la desigualdad de oportunidad”, opina Vélez. Es responsabilidad del Estado emparejar los pisos mediante programas de salud, educación, seguridad social o protección social. Y aquí hay dos asuntos que atender: cuánto gastamos y cómo lo gastamos. México no gasta poco en esos temas, o sí. Seis de cada 10 pesos del gasto programable son sociales, 11% de lo que gastamos se va a educación, 9.1% a salud, 3.6% a vivienda. Sólo en educación el país gasta 4.2% del PIB un nivel similar al de Reino Unido. El primer problema es que el Estado tiene poco dinero. La política fiscal es la forma de redistribuir el ingreso, de transferir a los que menos tienen a través de servicios. Pero México es un país con tasas de impuestos bajas y mala recaudación. “La lógica de los impuestos es de equidad. Cobremos impuestos a quienes más tienen para darles oportunidades a quienes menos tienen y conseguir una sociedad más equitativa”, dice Székely. En México, el que logra mayor ingreso es menos probable que pague porque posee instrumentos para evadirlo. “Lo que debería ser un círculo virtuoso acaba siendo perverso en nuestro caso”, asegura.

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El gasto social de México no ha disminuido, este año es 6% mayor al aprobado en 2018. En educación, salud y protección social ha aumentado; este último rubro creció 10.7% en el presupuesto 2019, el primero del presidente Andrés Manuel López Obrador. Pero México gastará en educación el mismo porcentaje del PIB que Reino Unido, solamente que con un PIB mucho más pequeño; es decir, hay poco qué gastar. Ese poco habría que gastarlo de manera eficiente. “Aún con corrupción cero, los ingresos no son suficientes”, dice Carlos Brown, Investigador de Fundar, experto en justicia fiscal y desigualdad. El gobierno de López Obrador tiene como bandera la inclusión y el ataque a la corrupción. Para Székely atacar la corrupción no necesariamente genera mayor igualdad, porque se puede ser honesto pero inepto al gastar el dinero. “A eso se tiene que agregar un gobierno eficaz y eficiente que pueda utilizar recursos de manera que tengan alto impacto”. Brown da un ejemplo de falta de eficacia en el gasto: arriba del 85% del gasto en educación se va a sueldos. Pagarles bien a los maestros es una política correcta, pero en estos sueldos van también los de la burocracia sindical. Queda menos del 15% para infraestructura educativa. “Claramente, el Estado mexicano tiene un problema para la garantía de los derechos económicos, sociales y ambientales”, dice Brown. 

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Cada dos meses Elizabeth recibe $980 de Prospera. Ese es su mes tranquilo, porque con eso paga la renta. Pero el siguiente tiene que ahorrar $250 a la semana para pagarla. De los $1,900 semanales le quedan $1,650, en pasajes se van $782 y le sobran —sobran es un decir, claro— $868 para comida, luz, agua, internet, libros… ¿Qué pasaría si Elizabeth no trabaja un día al mes y dejara de ganar $300? No saldrían las cuentas y me da el ejemplo perfecto: una vez cada dos meses tiene que ir a una plática de Prospera y no alcanza a ir a trabajar, así que de los $980 tiene que descontar $300 por el día que no labora. Lo mismo pasa si se enferma y tiene que perder todo el día en el seguro popular.

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Hay dos modelos de política de gasto. Uno es el Estado de bienestar, para que con el gasto público todos los ciudadanos tengan derechos a bienes y servicios, sin importar si trabajan o no. El otro, el que sigue México, es ligar todos los beneficios al trabajo. El asunto aquí, explica Székely, es que en los países donde ese modelo funciona no hay problemas de desempleo ni informalidad. Con altos índices de informalidad, México creó programas para dar acceso a quienes no tenían recursos: programas para adultos mayores, estancias infantiles, seguro popular, programas contra la pobreza, y muchos más. Programas que cambian cada sexenio, que los gobernantes capitalizan políticamente y son una dádiva, un favor, no un derecho adquirido. Este gobierno, particularmente, ha incrementado el presupuesto de esos programas y de las transferencias directas, que no garantizan el ejercicio de los derechos. El ejemplo perfecto son las estancias infantiles que atendían a hijos de trabajadores no afiliados al imss o a algún otro sistema de seguridad social. López Obrador acabó con ellas y anunció la entrega directa de recursos a los padres, para pagar por el cuidado de sus hijos. “Tener dinero en el bolsillo no es suficiente”, dice Brown y explica: “Los bienes y servicios públicos son un ingreso virtual al bolsillo, un gasto que dejas de hacer. Si tienes un hospital adecuado con los medicamentos, eso es dinero que terminas no gastando en caso de que te enfermes, lo mismo que si tienes una guardería cercana a tu trabajo o a tu hogar”. No basta con tener dinero para contratar una estancia, el Estado debe garantizar que sea cercana, agrega Brown. En México, cuando un niño nace, algo tan burdo como que el padre esté o no afiliado al imss marca una diferencia en la forma en la que arranca su vida, dice. Una lotería genética.

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Las desigualdades de acceso y calidad en los servicios públicos son transmisibles a la siguiente generación. Lo mismo pasa con la formalidad o la informalidad laboral. Estas y otras desigualdades hacen que en México quien nace pobre seguramente muera pobre y que sus hijos sean pobres. Un estudio de Vélez sobre movilidad social divide a la población en cinco grupos de ingreso. Los grupos en los extremos —los de mayores y menores recursos— son los que menos se mueven. Es decir, los ricos, lo mismo que los pobres, mueren como nacen. Los grupos intermedios se mueven más, lo mismo para arriba que para abajo, pues están más cerca entre ellos, y la desigualdad es menor. “Desde arriba puedes tener una distancia tan abismal que me puedo quedar parado y no me van a alcanzar. Eso tiene implicaciones en términos de esfuerzo. Si la tengo asegurada no me tengo que esforzar, si la tengo imposible, para qué me esfuerzo”.

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En casa de Elizabeth el bote de leche va en el piso, junto al refrigerador. El piso es de cemento. Y el refrigerador está descompuesto. “Porque el piso es frío, entonces ayuda un poco”. Hace tres meses que se descompuso el refrigerador. Después de dos arreglos de $800 cada uno, Elizabeth prefirió no seguir metiéndole dinero a un aparato viejo, pero tampoco tiene dinero para comprar uno nuevo. Sin cuenta de banco ni historial crediticio, sólo tiene acceso a ciertos créditos diseñados para gente como ella, como Elektra, donde el precio del refrigerador que le gusta inicia en $6,400, pero la cifra crece y crece hasta que el vendedor le anuncia el número final: $12 mil pesos. Casi el doble del precio original. Elizabeth prefiere quedarse uno más barato con el que sólo se pagan $172 semanales, tal vez eso sí lo consiga cada siete días, por el tiempo que sea necesario. Porque ya es verano y el piso, aunque sea de cemento, se calienta, y la leche se le está echando a perderEP

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