¿Víctimas de sus victimarios o del sistema de justicia?

El país está en deuda con los adolescentes. Cuando tienen un conflicto con la ley, el sistema de justicia los engulle, sean o no culpables. En México, los jóvenes rara vez son considerados sujetos de derecho, es decir, personas.

Texto de 23/05/16

El país está en deuda con los adolescentes. Cuando tienen un conflicto con la ley, el sistema de justicia los engulle, sean o no culpables. En México, los jóvenes rara vez son considerados sujetos de derecho, es decir, personas.

Tiempo de lectura: 8 minutos

I

Bianca* llegó a la bodega sola. Entró con pasos torpes. Iba borracha, y encontró a Ivón llorando desesperada. Era la primera vez que la veía así; en otras ocasiones la había visto defenderse. Bianca pensó que algo grave había ocurrido, y que algo grave también podía ocurrirle a ella. Julián estaba furioso: su mirada era una premonición del infierno. Les dijo a las dos que ya no había vuelta atrás.

Bianca se sentó en un escritorio entre los materiales de la bodega y de manera instintiva agarró un fierro. Julián sujetó a Ivón del cuello con el brazo y avanzó hacia Bianca mientras ella le pedía explicaciones. Él no respondió nada; apretó con más fuerza el brazo alrededor del cuello de Ivón, asfixiándola.

—No, por favor. Por mis hijos —alcanzó a suplicar Ivón con la poca voz que le quedaba. Aunque sometida, trataba de defenderse.

Bianca se levantó del escritorio sin soltar el fierro, miró a Ivón a los ojos y no supo si traslucían odio o si le pedían ayuda. Tampoco supo qué hacer: si ayudar a Ivón o pedirle a Julián que se detuviera.

Julián le ofreció la cabeza de Ivón a Bianca y ella la golpeó. Bianca sintió el golpe seco y vio correr la sangre. Julián no se detuvo hasta sacar el último aliento de Ivón, y Bianca pensó que ella sería la siguiente. Julián puso el cuerpo de Ivón sobre el suelo mientras la mancha de sangre se extendía, y Bianca miraba a Ivón esperando, ingenuamente, que reaccionara.

—¡Limpia la sangre!

El gritó asustó a Bianca, que buscó un trapo y se hincó en el suelo a limpiar. Julián tomó una cuerda, amarró el cuerpo de Ivón, le tapó la cabeza y la cubrió con plástico. Por la seguridad que mostraba, no parecía que fuera la primera vez. Bianca supuso otra vez que ella sería la siguiente. Volteó a la puerta, que Julián había cerrado con llave, y se imaginó escapando. En realidad no había salida.

—Ya vámonos, ¿no? —le dijo Bianca a Julián.

Después de esa noche, Bianca no volvería a dormir tranquila.

Bianca tenía 16 años cuando conoció a Julián. No encontraba razones para vivir, creía que su vida no tenía sentido. Se refugiaba en el relajo, el alcohol y las drogas; faltaba a la escuela con frecuencia. No había ningún adulto cercano que la aconsejara: su madre trabajaba de sol a sol para sacar a sus dos hijos adelante y su padre siempre había sido una figura ausente.

Bianca fue juzgada por homicidio calificado. La autopsia de Ivón determinó que había muerto por asfixia y fractura craneoencefálica. Purga una condena de cuatro años y nueve meses

Julián había salido del ejército un año antes. Tenía una mujer y tres hijos. La primera vez que Bianca lo vio, no le pareció atractivo: tenía 10 años más que ella, era alto, delgado y de facciones finas, características que en conjunto no le gustaban. Aun así, accedió a sus propuestas, se dejó deslumbrar por sus regalos y se dio la oportunidad de conocerlo.

—¿Me das un beso?

Bianca accedió, y así comenzó su relación.

Su vida, entonces, cambió. Dejó de estar sola y dejó de beber para dedicarse a una relación de tiempo completo: desde las siete de la mañana, cuando Bianca llegaba a casa de Julián, hasta las dos o tres de la mañana, cuando él iba a dejarla.

Lo cierto es que Bianca prefería estar con sus amigas. Si inventaba algún pretexto para escaparse, Julián la convencía de que se quedara unas horas más con él. Las horas se convirtieron en días y Bianca comenzó a dormir con menos frecuencia en su casa; aunque sabía que Julián estaba en una relación con Ivón y que de él dependían los hijos de ella, la situación le resultaba cómoda, en algún sentido.

Así fue, hasta que Julián poco a poco dejó que se entrevieran sus lados más oscuros y violentos. Al volante enloquecía, hasta llegar a los golpes con otros conductores, y Bianca se preguntaba si alguna vez llegaría a golpearla a ella.

—Ándale, vamos a vivir juntos —le propuso Julián un día.

—Pero tú sigues con Ivón. ¿Así cómo vamos a vivir juntos? —dijo Bianca, y Julián enloqueció.

—A mí no me importa, tú te vas a venir a vivir conmigo, contigo paso más tiempo y por ti he descuidado a mi familia.

—Pero yo no te lo pedí.

Julián agarró a Bianca del pelo.

—Pues a ver cómo le hacemos, yo ya solo quiero estar contigo —hizo la declaración de amor y acto seguido le dio una cachetada.

—No me gusta que me pegues —alcanzó a decir Bianca.

—Te pego porque me haces enojar.

Esa frase fue el punto final de la conversación.

Bianca pensaba que para estar a salvo bastaría con no hacerlo enojar, aunque luego descubrió que eso era imposible. Julián era violento en las relaciones sexuales. Fue violento también cuando Bianca sufrió un sangrado tres semanas después de haberle anunciado un retraso en su periodo; creía que ella se había provocado un aborto y estaba colérico. Después obligó a Bianca a abandonar la escuela porque había muchos hombres en la secundaria nocturna, y un día, en una golpiza, le dejó marcado en la mejilla el dibujo de la suela de su tenis.

Bianca vivía con miedo y no sabía cómo escapar; era más fácil soportar las amenazas y los celos de Julián.

Un buen día, Ivón denunció a Julián porque tenía un negocio de armas y drogas y porque había matado a unas personas. Fue detenido pero lo liberaron el fin de semana siguiente.

—Ahorita vengo —le dijo Julián a Bianca.

Bianca llevaba horas bebiendo cuando sonó su celular.

—¿Puedes venir a la bodega de Hortensia en la colonia Santa María? Ven sola.

Aquella tarde Bianca fue cómplice del homicidio de Ivón.

Al día siguiente, Julián salió a las seis de la mañana y dio instrucciones de que nadie entrara en la bodega. A Bianca le dijo que no saliera hasta que mandara a alguien por ella.

Cuando Bianca llegó a la bodega, vio el cadáver de Ivón cubierto de hules y tendido sobre el suelo. En los cuatro extremos había unas velas prendidas.

—¿No le quieres pedir perdón? —le preguntó Julián a Bianca.

Ella no respondió; tenía miedo de acercarse al cuerpo y no entendía lo que estaba pasando.

—La vamos a ir a dejar a la carretera —dijo Julián.

Entre Julián y su primo la subieron a la cajuela del coche y tomaron la carretera. Julián iba enojado y manejaba rápido; se le salieron algunas lágrimas. Bianca guardaba silencio, muy asustada.

Pararon sobre un puente en la carretera hacia Chilpancingo y arrojaron el cuerpo a la barranca. Bianca recuerda el sonido del plástico mientras rodaba hacia abajo.

—Aquí no pasó nada. No nos van a agarrar, todo está bajo control y a ti no te va a pasar nada —le dijo Julián.

Él se sentía a salvo porque supuestamente estaba ayudando a las autoridades a buscar a Ivón. Esa seguridad duró cuatro meses, hasta que llegaron a detenerlo tras haber encontrado el cuerpo.

Después de él siguió Bianca. Cuando la detuvieron, no opuso resistencia y sintió la salvación, porque para ella esa era la única forma de librarse de Julián, y pensó que estaba bien pagar por lo que había hecho.

Bianca fue juzgada por homicidio calificado. La autopsia de Ivón determinó que había muerto por asfixia y fractura craneoencefálica. Purga una condena de cuatro años y nueve meses (ver la Tabla).

De acuerdo con UNICEF, la mayoría de los adolescentes mexicanos en conflicto con la ley responden a ciertas características: “De sexo masculino, de 15 a 17 años, presentan un retraso escolar de más de cuatro años o han abandonado la escuela, residen en zonas urbanas marginales, trabajan en actividades informales que no exigen calificación laboral, y con el producto de su actividad ayudan al sostenimiento de la familia. Además, suelen vivir en entornos violentos. Se trata, en definitiva, de adolescentes que viven en ambientes de desprotección, en los que por lo general varios de sus derechos se encuentran amenazados o vulnerados”.

II

Isael vivía en una bodega y compartía el espacio.

—¿Quieres una mona? —le ofreció un día el Troca, que estaba drogado.

—No, gracias —respondió Isael—. Ya me quiero dormir para trabajar mañana.

—Eres un tonto —dijo el Troca, provocador, mientras se metía en el cuarto de Isael—. Cualquier retrasado mental, eso eres.

Isael no respondió, trataba de no caer en las provocaciones.

—¿A poco sí te sientes mucho?

—No, ¿por qué?

—¿Por qué no sales y nos rifamos? A ver si muy valiente —insistió de nuevo el Troca—. Vamos a darnos en la madre.

—¿Estás loco? Si ni te estoy diciendo nada.

—¿Ya ves? Eres un cobarde, no les entras ni a los madrazos.

Isael dejó la televisión encendida y salió. Ya estaba enojado. Su historia con el Troca no empezó ese día; siempre había tenido que aguantarlo y aguantarlo.

—¡Eres un rajón! No sabes ni pegar —dijo el Troca, y acto seguido se lanzó a golpearlo.

Isael no sabía qué hacer y se dejó lastimar. Sintió los golpes y luego la sangre que le escurría de la nariz, y entonces comenzó a defenderse.

El Troca tomó un palo; Isael corrió hacia la bodega y agarró un cuchillo. Quería espantar a su rival para que todo terminara ahí, pero eso no sucedió: el Troca se abalanzó sobre Isael y este lo acuchilló dos veces.

Isael había llegado de San Juan, Puebla, a trabajar como albañil. Dejó de estudiar porque decidió que la escuela no era para él y porque el Troca no dejaba de molestarlo desde hacía tres años. Le quitaba su dinero y siempre era abusivo. Así era el Troca en la escuela con todos: los molestaba, amenazaba, algunas veces los golpeaba y se quedaba con su dinero.

Isael tenía 16 años, había terminado primero de secundaria, quería ganar su propio dinero y decidió viajar a la capital del país. Allí alcanzó al Micky, que amablemente le ofreció que viviera en uno de los cuartos de la bodega que custodiaba. Para Isael era un buen lugar porque quedaba cerca de su nuevo trabajo. Lo que nunca imaginó es que el Troca viviría a escasos 15 metros de él, en otra de las habitaciones.

Pensó que no debía tener miedo, aunque estaba seguro de que de un momento a otro comenzaría a molestarlo. Durante un tiempo, el Troca pasaba frente a él sin decir nada. A veces lo saludaba y luego cada quien se iba por su lado.

                   •

De otro cuarto salieron los hermanos de Isael y el Micky.

—¿Qué hice? —dijo Isael mientras la cabeza le daba vueltas. Todavía no podía comprender lo que había sucedido y ya comenzaba a arrepentirse. No quiso mirar; se alejó con el corazón atrapado en la garganta.

—Ya la regaste, carnal —le dijo uno de sus hermanos.

El Micky salió a buscar una patrulla y encontró una que pasaba frente a la bodega. Isael, que los miraba desde la azotea, pensó en huir, lanzarse hacia la otra calle y correr, pero no hizo nada de eso. Vio cómo esposaban a sus hermanos y bajó para decirles a los policías que había sido él, que los soltaran.

Al Trocas se lo llevó una ambulancia y murió en el hospital. Isael estuvo detenido 72 horas en la delegación y luego fue llevado a la Agencia 57.

Su sentencia por homicidio fue de cuatro años, seis meses y siete días. El abogado de oficio que se encargó de su caso le dijo que haría todo lo posible por que le dieran una sentencia menor, pero no fue así: se la redujeron solo cinco meses.

Cuando Isael llegó a la ciudad empezó a soñar con reclusorios de bardas altas. Al despertar, se preguntaba si algún día iba a terminar ahí. Su mirada es triste y no tiene ni un rincón para la esperanza. Isael afirma nunca haber robado y considera que tampoco ha hecho nada malo. Le gustaría que sus juzgadores tomaran en cuenta las agresiones del Trocas y el hecho de que él sacó el cuchillo en defensa propia. Ahora piensa en su familia, desearía volver a ver a sus padres. A veces sueña que juega con el Trocas, que todo está bien: bromean y se ríen. No sabe nada de su familia porque para visitarlo necesitan una identificación oficial, y nadie en su familia tiene una. No tiene un teléfono al que llamar ni una dirección a la cual escribir. 

* Todos los nombres fueron modificados por seguridad. La historia de Bianca ocurrió en 2009 y la de Isael en 2011.

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ALE DEL CASTILLO es periodista independiente y coautora de A mí no me va a pasarLos nadie y Amar a madrazos.

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