Varianza: La falacia del fiscal

El tercer sábado de marzo del 2007, el diario británico The Guardian informó a sus lectores sobre la muerte de Sally Clark. Sus familiares la habían encontrado sin vida un día antes por la mañana, tendida en la cama de su habitación. Unos meses más tarde, el mismo diario comunicaría la conclusión del forense acerca de la […]

Texto de 22/09/17

El tercer sábado de marzo del 2007, el diario británico The Guardian informó a sus lectores sobre la muerte de Sally Clark. Sus familiares la habían encontrado sin vida un día antes por la mañana, tendida en la cama de su habitación. Unos meses más tarde, el mismo diario comunicaría la conclusión del forense acerca de la […]

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Varianza: La falacia del fiscal

El tercer sábado de marzo del 2007, el diario británico The Guardian informó a sus lectores sobre la muerte de Sally Clark. Sus familiares la habían encontrado sin vida un día antes por la mañana, tendida en la cama de su habitación. Unos meses más tarde, el mismo diario comunicaría la conclusión del forense acerca de la causa del deceso: una aguda intoxicación alcohólica. La bbc, en cambio, anunció el fallecimiento con un encabezado más sugerente: “El alcohol mató a la madre Sally Clark”.

Con ese motivo, John McManus, uno de los pocos que, años antes, estuvieron en favor de Sally, dijo: “todos piensan que es como en la película Sueños de libertad, sales de la cárcel y la vida es brillante. Uno no puede simplemente salir y recoger los pedazos de la vida. Yo creo que esta mujer murió porque su corazón fue destrozado. Acudió al alcohol para ahuyentar los horrores de su vida”.

Sally fue hija única del matrimonio entre un oficial de policía y una estilista. Nació en Devizes, un pequeño pueblo en el sur de Inglaterra, donde se organiza cada semana un mercado abierto. En el pueblo aún se cuenta la historia ocurrida en 1753 en la que tres mujeres acordaron comprar un saco de trigo pagando cada una cantidades iguales del costo total. Cuando una de ellas reunió las partes de las otras, descubrió que faltaba dinero. Le pidió, entonces, a una de sus compañeras, llamada Ruth Pierce, la cantidad faltante. Ésta protestó diciendo que ella había dado lo que le correspondía y añadió: “que me caiga muerta ahora mismo si no es así”. Fue en ese momento que, ante las miradas consternadas de la gente, cayó al suelo muriendo al instante y con el dinero oculto en la mano. El juez declaró entonces que la mujer “cayó muerta por venganza de Dios”.

Sally debió de haber escuchado esta historia muchas veces durante su infancia, y más tarde, siendo ya abogada en ejercicio de su profesión, debió de haber reflexionado sobre la declaración histórica del juez.

Cuando Sally tenía 26 años, se casó con Steve, un abogado con quien habría de tener a Christopher, su primer hijo, el 26 de septiembre de 1996. Unas semanas más tarde, Sally llamó a la ambulancia porque el niño había perdido la conciencia mientras lo acostaba en su cuna. Christopher murió mientras era transportado al hospital.

Sobre esos días de tristeza y desesperanza, Steve recordaría años más tarde: “Pensé entonces que la vida no podía ser peor, pero me equivoqué”.

Sally y Steve decidieron que la mejor manera de sobreponerse al terrible dolor por la pérdida de su hijo era tener otro bebé, y en noviembre de 1997 nació Harry, con tres semanas de anticipación. Dos meses más tarde, Harry se colapsó en su silla muriendo instantáneamente.

En las dos ocasiones desafortunadas en que sus hijos murieron, Sally estaba a solas con ellos. Cuando el primero falleció, Steve había ido a la cena navideña de la oficina donde trabajaba. Esa noche después de alimentar a Christopher a las 7:30 p. m., Sally lo acostó en su recámara. Un poco más tarde, a las 9:30, fue a la cocina a prepararse una taza de té; cuando regresó vio que el niño se había puesto gris. Llamó a emergencias a las 9:35, y la ambulancia llegó en dos minutos. Sally se puso histérica y no podía abrir la puerta que se encontraba con seguro. Fue su vecino quien, al escuchar la conmoción, acudió con la llave que le habían confiado.

La mañana de enero en que Harry, su segundo hijo, murió, Sally lo había llevado a vacunar contra difteria, tosferina, tétanos y polio. Ese día Steve llegó del trabajo a las 8:00 p. m.; 90 minutos después, mientras preparaba el biberón, escuchó gritos provenientes de la recámara donde Sally veía horrorizada cómo su hijo se desplomaba en la silla poniéndose azul. La ambulancia llegó nueve minutos después de que la llamaran. Los paramédicos encontraron a Steve tratando de resucitar a su hijo de acuerdo con las instrucciones que había recibido por teléfono.

Uno puede pensar que cuando los hijos mueren, ya todo está perdido, pero no siempre es así. Sally tenía más que perder. Poco tiempo después de la segunda muerte, Steve y Sally fueron arrestados bajo sospecha de asesinato. Harry presentaba traumatismos con desprendimiento de retina y contusiones en el cerebro, y aunque los daños que presentaba el bebé fueron consecuencia de los intentos de resucitación, el caso le fue presentado al profesor Roy Meadow, entre otros especialistas. Meadow era conocido por su campaña pública en la cual alegaba que hasta el 40% de las muertes súbitas en bebés son en realidad casos de abuso de los padres. Después de revisar el expediente, el activista recomendó asentar la causa de muerte como “incierta”. Por supuesto, todo esto llevó a la revisión de la muerte de Christopher, lo que acabó con la decisión de cambiar el certificado de defunción que originalmente decía “muerte natural”, por una causa nueva: “sofocación”.

Steve salió libre casi enseguida, pero Sally fue acusada del homicidio de sus dos hijos y sentenciada a cadena perpetua. Durante el proceso tuvo otro niño que quedó bajo cuidado institucional. Sally perdió así la custodia de su tercer hijo al mismo tiempo que la libertad.

El caso fue ampliamente discutido, revisado por especialistas y expuesto al público durante los años en que se fueron dando los sucesos. Los argumentos que la llevaron a la cárcel se fueron desvaneciendo con las declaraciones y la opinión de expertos, hasta que el prominente profesor y pediatra Meadow tomó nueva cuenta de la persecución y testificó en contra de Sally.

Roy Meadow había llegado a la cumbre de su carrera científica con la publicación de un trabajo académico en el que describió el Síndrome de Münchhausen intermediado o por poder. El Síndrome de Münchhausen, a secas, ya había sido estudiado antes. Consiste en la adopción de conductas en las que se asume el papel de enfermo. Quien lo padece puede generarse lesiones a sí mismo para adquirir los síntomas
de una manera consciente con el fin de ser considerado y asistido por terceros de una forma especial. Meadow mostró una nueva modalidad del síndrome a la que llamó “intermediado”. En dicha modalidad, el “cuidador” induce problemas físicos o mentales en aquellos a quienes cuida. El Síndrome de Münchhausen intermediado a menudo se presenta como una forma de abuso a niños por parte de quien los cuida. Tan destacado trabajo fue ampliamente reconocido y, en 1998, Roy Meadow fue nombrado caballero del Imperio Británico por sus servicios en favor de los niños. Para entonces ya había escrito un capitulo en el libro El ABC del abuso infantil, en el que se puede leer: “una muerte súbita en una familia es una tragedia, dos es una sospecha, tres es un asesinato hasta que se pruebe lo contrario”.

Roy Meadow era considerado una autoridad en abuso a menores y muerte súbita, por lo que su declaración tuvo un peso decisivo en el jurado. Según él, la muerte súbita se presenta en 1 de cada 8 mil 500 familias en Inglaterra, y por tanto la probabilidad de que ocurra en dos ocasiones en la misma familia es el cuadrado de 1 en 8 mil 500, lo que significa 1 en 73 millones. El pediatra fue aún más preciso: según sus estudios estadísticos, en el caso de una familia pudiente de no fumadores, como era el caso de los Clark, la probabilidad es de 1 en 8 mil 543, y el producto de este número por sí mismo arroja la extremadamente pequeña probabilidad de que el evento se repita. Ya que cada año nacen en Inglaterra 700 mil niños, Meadow dijo a la corte que una familia británica sufriría la muerte súbita de dos bebés cada 100 años.

Ante un tal despliegue de erudición, ocho de los diez miembros del jurado pensaron que la probabilidad de que Sally fuera inocente era 1 en 73 millones, y por tal motivo fue condenada a pasar el resto de su vida en prisión.

Las normas jurídicas representan los valores que una sociedad quiere preservar, pero en ocasiones el juez no está interesado en encontrar la “verdad”, sino sólo aquello que puede ser demostrado con las pruebas que se le presentan. Los jueces quieren llegar a lo que es irrefutable con base en los hechos e independientemente de lo que realmente haya ocurrido.

Sally era abogada y en todo ese tiempo debió recordar la declaración del juez que en 1753 había dicho: “cayó muerta por venganza de Dios”, refiriéndose a la mujer que unos segundos antes había comprometido su vida como moneda de cambio por la verdad. Los hechos estaban ahí y eran contundentes para los ojos pasmados de una muchedumbre que lo vio todo. Ahora, las estadísticas del pediatra no eran menos convincentes. En ambos casos —el de Sally y el de Ruth
Pierce— el elemento común es probabilidad y estadística.

Es cierto que la probabilidad de que dos eventos independientes ocurran es igual al producto de la probabilidad de cada uno de ellos. Sin embargo, lo que el prestigioso pediatra Roy Meadow ignoró es que, para proceder a estimar la probabilidad de ocurrencia de dos eventos como el producto de las probabilidades, éstos deben ser independientes entre sí. El eminente pediatra nunca presentó datos sobre la incidencia de muertes súbitas en familias que ya habían tenido una entre sus ascendientes o familiares actuales.

Ray Hill, matemático de la Universidad de Salford, quien como mucha gente en Inglaterra seguía la historia en los periódicos, analizó los datos y estimó que la probabilidad de una segunda muerte súbita en la misma familia estaba en el intervalo que va de 1 en 60 a 1 en 130. Es decir que de cada 60 o 130 casos en que se presenta el fallecimiento por muerte súbita en una familia, se produce la muerte de un segundo bebé. De tal manera que la probabilidad de dos muertes no es 1 en 73 millones, como había calculado el delator Meadow, sino el producto de 1/8,500 por 1/100, es decir, 1 en 850 mil.

La Sociedad Real de Estadística hizo público el error de las estimaciones. El presidente del panel agregó: “Sir Roy es un eminente pediatra, pero no debió alejarse de su ámbito de competencia”. Muchos matemáticos consideraron lamentable la manera de razonar con probabilidades y hubo quien publicó en The British Medical Journal un artículo titulado: “¿Convicta por error matemático? Los médicos y abogados deben entender la teoría de probabilidades”.

No obstante, más de uno puede pensar que, si bien 1 en 850 mil es más grande que 1 en 73 millones, la cantidad sigue siendo muy pequeña. Después de todo, la probabilidad de dos muertes súbitas es casi de 1 en un millón. Ray Hill, como profesor universitario de matemáticas, llevó a cabo un detallado análisis de los datos proporcionados por el Confidential Enquiry for Stillbirths and Deaths in Infancy (CESDI). Con esa información estimó que la probabilidad de que un niño elegido al azar sufra muerte súbita es de 1 en mil 303. Cortar la muestra para que esta probabilidad caiga a 1 en 8 mil 500 en familias de no fumadores donde la madre es mayor de 26 años no es una buena práctica. Uno puede siempre encontrar criterios para reducir la muestra tanto como se quiera. Si ahora usamos estos números, tendremos que la incidencia de doble muerte súbita es de alrededor de 1 en 130 mil, que ya es mucho menor que 1 en 73 millones. Para ver lo que significa “mucho menor”, en este caso consideremos que —como bien decía el pediatra Meadow— cada año nacen en Inglaterra 700 mil niños, entonces esperamos que cada año, cinco familias británicas sufran la muerte súbita de dos niños. Esto coincide con la declaración de la Fundación para el Estudio de Muerte Infantil que dice saber de dos casos cada año. Tener cinco casos de doble muerte súbita cada año es muy diferente a la estimación del pediatra, que esperaba 1 caso cada 100 años.

Roy Meadow no sólo tomó una muestra estadística modificada haciendo que los hechos fueran más improbables, también ignoró la condicionalidad de las probabilidades. No obstante, nada de esto es tan asombroso como el hecho de que ni la defensa, ni el fiscal, ni el forense repararon en que la autopsia original del primer hijo de Sally dio como resultado muerte natural, aun cuando en el certificado se declaró muerte súbita como diagnóstico de exclusión. Este certificado fue posteriormente cambiado por el de “sofocación” a petición del acusador. La disputa se había centrado, pues, entre la muerte súbita o sofocación, cuando en realidad la muerte súbita fue introducida posteriormente por eliminación.

Más aún, se buscó mostrar cuán improbable es la muerte súbita de dos niños en una familia inglesa ignorando los factores que la hacen más probable. Por ejemplo, el especialista Roy Meadow debía saber que la muerte súbita en niños es más común que en niñas, ocurre en 2 de cada 3 casos. En el caso de Sally, ambos bebés eran niños.

Toda esta argumentación resulta insignificante cuando consideramos la manera como el jurado interpretó los análisis estadísticos. La mayoría de los jueces pensaron que si bien 1 en 73 millones es tan pequeño como incorrecto, 1 en 130 mil es aún un número muy pequeño. La probabilidad de que los dos niños de Sally sufrieran muerte súbita es muy pequeña, debe por tanto tratarse de un homicidio. Este tipo de razonamiento es equivocado. El proceder ilógico de este juicio es conocido como “la falacia del fiscal”: la probabilidad de dos muertes súbitas en una familia inglesa no es la probabilidad de que Sally sea inocente.

Las evidencias médicas se habían desvanecido, y en octubre del 2003, Sally fue liberada después de haber pasado tres años en prisión. Mientras se leía el veredicto, Sally lloró amargamente.

Durante los cinco años previos, su esposo había tenido que vender la casa para poder cubrir los gastos administrativos y los honorarios legales. Se había mudado a una casa cercana a la prisión y se había dedicado a elaborar la defensa y una campaña pública en favor de su esposa.

Cuando Sally salió de la cárcel tenía 38 años y una vida completamente deshecha.

Al publicarse el reporte que utilizó el doctor Meadow para hacer sus estimaciones estadísticas, se pudo ver con lo ahí asentado que una familia que ha sufrido la muerte inexplicable de un bebé tiene una probabilidad mayor de un segundo caso en el futuro. Más aún, en ese mismo reporte se daban a conocer cinco casos de muerte súbita doble el año anterior.

El pediatra persiguió a muchas mujeres con su teoría del Síndrome de Münchausen intermediado, según la cual éstas maltratan a sus hijos para llamar la atención.

En julio del 2005, el Consejo General de Médicos (GMC, por sus siglas en inglés) deliberó en contra del pediatra, a quien encontró culpable por conducta profesional inapropiada. En esa ocasión el mismo Meadow admitió que fue insensible en el uso de la estadística para el caso de Sally Clark.

Angela Cannings fue la primera de varias madres que luego consiguieron la libertad. Ella había pasado 18 meses en prisión por la muerte de sus tres hijos. El caso de Angela llegó más lejos que el de Sally en términos jurídicos porque nunca hubo evidencia física. El fiscal había argumentado “comportamiento sospechoso por parte de la madre”, quien había llamado por teléfono a su marido en lugar de al servicio de emergencias cuando ocurrió la muerte de uno de sus hijos. El doctor Meadow dijo que no había antecedentes de muerte súbita en este caso. El veredicto de culpabilidad fue emitido en apenas nueve horas de deliberación y una solicitud de apelación fue rechazada. Cuando Sally fue liberada, la nueva solicitud de apelación fue aceptada de inmediato. En las semanas siguientes la bbc hizo público que, contrario a la argumentación del pediatra Meadow, había en la familia de Angela Cannings por lo menos dos ancestros por vía paterna con casos de muerte súbita.

Meadow había sido borrado de la lista de médicos a petición del GMC, y entonces el pediatra apeló ante la corte de justicia que dictaminó en su favor. El jurado se pronunció en contra de la cancelación de su nombre del registro de médicos, aunque sí justificó el criticismo del GMC.

La exesposa de Meadow lo acusó de ver por doquier mujeres con Síndrome de Münchhausen intermediado. En sus declaraciones, la mujer dejó ver que el pediatra tenía problemas de misoginia, aunque seguramente existen razones para una carga emocional en los pronunciamientos.

En el 2009, el doctor Meadow renunció a su registro en el GMC, y como consecuencia no podrá ejercer más como médico ni testificar como experto en casos de justicia.

Cuando Sally murió tenía 42 años. Había intentado inútilmente reconstruir su vida acudiendo a clínicas y hospitales en un intento por superar sus problemas psiquiátricos. Durante sus años de prisión, fue asaltada y maltratada por otras convictas que se enfocaron en ella como una madre que asesinó a sus propios hijos. Todo ese tiempo vivió en el temor de ser envenenada con la comida.

Cuando Sally murió, ya todo estaba perdido. Y, ¿a dónde van los que todo lo han perdido? ¿Qué pueden querer y qué van a decir?

Quizá lo que pueden hacer es morir cuando el cielo es blanco. Quizá pueden dejar para otras mujeres las llanuras verdes que se pierden en el horizonte y la primavera que comienza la tercera semana de marzo. EstePaís

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