Una premonición con acento chileno en Cuba

“Aunque el Tri contó con jugadores mediáticos como Guillermo Ochoa o Javier “Chicharito” Hernández, La Roja (así le dicen a la selección chilena) le pasó por encima con el veloz gambetero Alexis Sánchez y con el incansable mediocampista Arturo Vidal.”

Texto de 22/06/20

“Aunque el Tri contó con jugadores mediáticos como Guillermo Ochoa o Javier “Chicharito” Hernández, La Roja (así le dicen a la selección chilena) le pasó por encima con el veloz gambetero Alexis Sánchez y con el incansable mediocampista Arturo Vidal.”

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Todo comenzó en Cuba casi un mes antes del estallido social en Chile. Francisco entró al balcón del hostal cuando yo ya tenía decidido irme a mi cuarto a vomitar y desfallecer: haber intentado fumarme de un sentón el primer puro de la caja que un mulato me vendió en la calle fue pésima idea. Mi estómago giraba sin cesar mientras mis ojos miraban a los cubanos, allá abajo, compartiendo el ron y perreando al ritmo del reguetón durante una calurosa noche dominical en el Boulevard de San Rafael, corazón de La Habana Vieja. 

—Buenas. ¿Cómo estai

Él era chileno. Ese modo de colocar una i al final de cada verbo conjugado en presente no dejaba lugar a dudas: comprai, encontrai, carreteai, pololeai. Más chileno que la piscola, me dije. Así que, pese a mi malestar físico, cambié mi decisión y me quedé un rato más en el balcón. La charla quizás ayudaría a superar el mareo provocado por un tabaco no apto para principiantes. 

—Eres chileno, ¿cierto? Hace mucho estuve de intercambio en una universidad cuica de Viña del Mar. Me costó hacer amigos chilenos, pero al final, hasta el modo de hablar se me pegó, po

Sipo, jajaja.

Ambos habíamos dado con ese céntrico alojamiento gracias a la temporada baja. “Lo bueno, chico, va maomeno de diciembre a julio”, había mencionado el cubano de la recepción al tiempo que me pasaba una cerveza fría a cambio de dos cuc (pesos cubanos convertibles). “Lo malo, chico, es que allá abajo tó el mundo va a querer sacarte la plata”. 

—Llevo acá desde el miércoles y, pucha la weá, que es molesto cruzarse con tanto weón chanta —dijo el chileno. 

Francisco resultó ser un loco por el futbol sudamericano. En su teléfono me mostró sus fotos en el Estadio Maracaná de Río de Janeiro, en el Morumbí de São Paulo y en el Nacional de Santiago de Chile. Hubo una imagen que me gustó más: era del pequeño estadio del Club Atlético Huracán en el barrio bonaerense de Parque Patricios. Tenía una fachada sencilla cuya arquitectura parecía de obsoleto estadio inglés. 

—Fui con mi primo. Cancha linda, pero para entrar al partido debimos hacernos socios de Huracán; así funciona la cuestión. Éste es mi carné —dijo mostrándome una tarjeta.

A diferencia de los equipos de futbol de México, en su mayoría propiedad de grandes empresas, los argentinos son clubes sociales donde el carné de miembro, más allá de boletos, da voz y voto. Mientras que en el futbol mexicano se establece una relación más comercial que deportiva, lo complejo del argentino es que fomenta una cultura política. Por eso sus estadios, patrimonio popular, propiedad de nadie y propiedad de todos, son reliquias de otra era. 

—¿Sabes?, creo que fui el único mexicano que no se ardió el día del Chile 7-0 México. Vi jugar a Alexis y a Vidal cuando todavía eran chicos y siempre supe que iban a romperla. 

Aunque el Tri contó con jugadores mediáticos como Guillermo Ochoa o Javier “Chicharito” Hernández, La Roja (así le dicen a la selección chilena) le pasó por encima con el veloz gambetero Alexis Sánchez y con el incansable mediocampista Arturo Vidal. Tras la derrota, la prensa mexicana exigió la picota para el entrenador sin mirar lo obvio: que si bien en México el futbolista se hace profesional a través de una red de representantes y moches, en Sudamérica debuta profesionalmente apremiado por la pobreza: el hambre de pan y la sed de triunfo. 

—Mira, Francisco, Chicharito es bueno, pero es privilegiado al haber nacido en una familia de futbolistas. ¿Cuántos chicos en México no se quedan en el camino por no tener el dinero o los enchufes? Mira a Alexis, que viene de un pueblo a medio desierto casi en la frontera con Perú. 

El balón ayudó a Alexis y a Vidal a salir de la periferia de la sociedad chilena. El primero nació y creció en Tocopilla, comunidad de mineros de cobre; y el segundo, en San Joaquín, comuna santiaguina donde el golpe de Estado dejó una estela de tortura y muerte. 

Apurando los últimos tragos de cerveza le dije a Francisco que aquel México vs. Chile fue un partido entre clases sociales: entre los “chavos bien” de un colegio privado y los “chavos banda” de un barrio sin alumbrado público. 

Así como Alexis regatea sobre el césped para un lado y sale hacia el otro, nuestra conversación giró 180° cuando, al día siguiente, fuimos andando hasta la Plaza de la Revolución. El chileno resultó ser un conocedor de su país y del balón, y ahora estaba en su lado de la cancha. 

—Francisco, en México estamos enfrentados en torno al gobierno de la 4T, y me sorprende cómo ustedes en Chile nunca tienen broncas con la alternancia: un día está Bachelet, al siguiente está Piñera; un día vuelve Bachelet, al siguiente vuelve Piñera. 

Nopo —sonrió él, compadeciéndose de mi inocencia—. Chile parece estable hoy día porque hay una Constitución ilegítima desde su origen, que es la de 1980. Esa weá la redactaron cuatro weones entre cuatro paredes y le metieron varios candados: primero, el sistema electoral sobrerrepresenta al statu quo; segundo, se necesitan supermayorías para hacer reformas importantes, y tercero, cuando la derecha pierde en el Congreso aún puede recurrir al Tribunal Constitucional por encima de la Corte Suprema. Igual, cuando tengai tiempo, googléalo nomás. El ideólogo de la Constitución se llamaba Jaime Guzmán y fue un tipo muy seco porque aprendió de la dictadura de Francisco Franco en España haciendo leyes de hierro. Llegó a decir algo así como que “la Constitución debe ser nuestro sostén para que, incluso no siendo gobierno, la estructura quede intacta”. En Chile no hubo una dictadura militar, ni los milicos ni los pacos redactaron la ley, sino que más bien hubo una dictadura cívico-militar —concluyó Francisco.

Siguiendo nuestro andar, de la Constitución guzmanista-pinochetista pasamos a temas que yo no habría de recordar sino hasta que, de vuelta en la Ciudad de México, ese Chile de mis años mozos desapareció para siempre cuando, el viernes 25 de octubre de 2019, más de un millón de manifestantes —Francisco entre ellos, lo supe después— salió a las calles para decir “basta”: Chile despertó. 

Pero esa tarde, yendo camino del memorial a José Martí, frente a las siluetas gigantes de Camilo Cienfuegos y el Che, frené el paso. 

—Aguántame, deja saco una foto de esa placa —dije—. ¿Qué es lo que dice? 

“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Sin saberlo, caminábamos por la Avenida Salvador Allende. EP

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