Tres preguntas, una de ellas sin respuesta

Sergio Zermeño, Las trampas de la belleza, MAPorrúa, México, 2014. Puede decirse que uno de los derechos humanos es escribir un libro. Además, “todos debemos escribir una novela”, me dijo el poeta Eduardo Casar. Y hacerlo es, dice Paco Ignacio Taibo II, llegar a “un territorio libre y democrático”. Sergio Zermeño ya ha escrito varios libros, como el […]

Texto de 23/03/16

Sergio Zermeño, Las trampas de la belleza, MAPorrúa, México, 2014. Puede decirse que uno de los derechos humanos es escribir un libro. Además, “todos debemos escribir una novela”, me dijo el poeta Eduardo Casar. Y hacerlo es, dice Paco Ignacio Taibo II, llegar a “un territorio libre y democrático”. Sergio Zermeño ya ha escrito varios libros, como el […]

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Sergio Zermeño, Las trampas de la belleza, MAPorrúa, México, 2014.

Puede decirse que uno de los derechos humanos es escribir un libro. Además, “todos debemos escribir una novela”, me dijo el poeta Eduardo Casar. Y hacerlo es, dice Paco Ignacio Taibo II, llegar a “un territorio libre y democrático”.

Sergio Zermeño ya ha escrito varios libros, como el imprescindible México: una democracia utópica. El movimiento estudiantil de 1968, el cual es la obra clásica que con herramientas de la sociología nos ha dado una visión certera por analítica de ese movimiento. Publicado en el décimo aniversario de los hechos permitió al autor una reflexión pausada y equilibrada de los mismos.

Imposible no mencionar también La sociedad derrotada. El desorden mexicano del fin de siglo, un lente para interpretar lo que los habitantes de este país vivimos en nuestros días.

¿Por qué escribir una novela se convirtió ahora en el objetivo de un sociólogo tan reconocido como Sergio?, es mi primera pregunta. Desde las páginas iniciales de Las trampas de la belleza, su primera incursión en la narrativa, el lector puede darse cuenta de todo lo que tiene el autor para contar puesto que las tramas surgen aquí y allá y van hilvanándose. Pero antes de adentrarnos más a fondo en la obra está la segunda pregunta: ¿por qué, a partir de una conversación con Zermeño, decidí leer y reseñar este trabajo? Es cierto que soy sociólogo como él, pero también, además de mis libros académicos, he incursionado en la ficción con mi novela En el verano, la tierra (Seix Barral, 2014). Me di cuenta de que soy un testigo de calidad de muchas de esas andanzas que sirven de trasfondo o escenario a las historias que se van urdiendo. Da la casualidad de que debo encontrarme entre los amigos de más larga data del escritor dado que hace casi cincuenta años tuvimos nuestro primer encuentro en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es cierto que 1968 nos aproximó más, cuando en mi brigada íbamos a recoger la propaganda que él elaboraba, pero definitivamente sería nuestro reencuentro en París en 1973 lo que permitió que a partir de entonces tuviésemos un contacto más frecuente. Aún recuerdo el momento en que, tras descender del avión, me encontré con él en el departamento de la calle de Odesa. Y es allí, o más bien allá, dónde su novela comienza.

El “yo me acuerdo”, tan presente también en la narrativa actual, es el recurso utilizado tanto por el narrador omnisciente como por la voz de Roberto, su personaje central. Y como el cine ha sido un recurso para la narrativa de nuestra generación, la novela abre el telón con una escena llena de tristeza y desazón —que recuerda a la de Doctor Zhivago— en que la madre del protagonista muere cuando este y su hermano son unos niños, lo que se convertirá en un trauma que marcará la vida del segundo. No se trata, sin embargo, de la Rusia de crudo invierno de la película, sino de la calurosa Ciudad Valles en las montañas de la Huasteca.

La siguiente escena se aleja de ese prefacio y Roberto adulto se abre paso entre las primeras trabas a las que se enfrenta un mexicano que descubre París y la vida parisina con sus sabores más que sus sinsabores. Porque al personaje no le va nada mal: ha llegado enamorado de Natalia (“cómo quisiera tenerte aquí”), pero al poco tiempo comienza el asedio de la hermosa Zula, una griega que radica en la Casa de México de la Cité Universitaire de París, y a cuyos encantos Roberto termina por sucumbir en una historia apasionada y atizada por el fuego de la juventud.

El 68 está presente a lo largo de la narración, pero el centro de la novela es el amor, como lo dice el propio autor: “la relación amorosa que allá entabla Roberto lo lleva a la plenitud, a su alrededor lo admiran y lo envidian, pero desde el inicio la belleza lo atrapa, lo desgarra, comienza a cargar su albatros. Una barrera intangible le impide regresar a sus orígenes, a su país, donde en ausencia va logrando un éxito remarcable […]”.

Resulta revelador cómo el estudiante de sociología va rompiendo las amarras marxistas de la formación adquirida en México para encontrarse con el estructuralismo de Poulantzas y de Althusser, reivindicar a Barrington Moore y finalmente asumirse como discípulo del sociólogo Alain Touraine, quien le proporcionará las herramientas para el estudio de los movimientos sociales desde la Escuela de Altos Estudios.

En torno a estos pensadores se dirigirá el seminario de los amigos, todos latinoamericanos, que se han agrupado en París. Con ellos, Roberto hablará de México, de “ese Estado fuerte que surgió en nuestro país como producto del violento levantamiento popular [que] no logró convertirse en una ‘revolución por lo alto’ como en Alemania”.

Ese es el contexto en el que tendrá lugar una entrevista clave para el desarrollo de su trabajo sobre el movimiento estudiantil, cuando para entender mejor la matanza del 2 de octubre se reúne con el agregado militar de México en la sede de la embajada de ese país en Francia. Dicho personaje reorientará el trabajo del joven aprendiz de sociólogo.

El autor se detiene en el 68 para comentar los hechos en los que Roberto se vio involucrado como estudiante de licenciatura en años previos a su partida hacia París. Relata los deseos y cambios experimentados por esa generación porque sin duda el personaje ha sido marcado como muchos otros por ese momento libertario de una juventud con nuevos bríos para construir una utopía. El sociólogo nos da una interpretación coherente del pasado, pero sus personajes no han sido capaces de prever lo que les deparará el México violento que se descubría ya en los últimos tiempos. Contar el desenlace sería traicionar el espíritu de la novela, pero creo que ustedes, como yo, no lo podrán imaginar antes de haber llegado a la última página.

Hago entonces la tercera pregunta: ¿por qué preferir una novela y no escribir una historia de vida, un relato autobiográfico, o bien por qué no solo imaginar sin tomar nada de la realidad? Cada quien es libre a este respecto, pero lo que es posible en un relato de ficción se vuelve muy difícil, si no es que imposible, cuando hablamos de una historia en la que tanto el escritor como los lectores se reconocen en cada tramo.

Tal vez no viví los pasajes relatados por el autor, pero esto poco importa dado que cualquiera puede hacerlos suyos. La trampa es precisamente contar una vida que puede ser la de cualquiera que haya vivido esos años con la misma intensidad.

Como Roberto, también otros habrán realizado ese viaje y, cual modernos Odiseos, habrán regresado más sabios. Las trampas de la belleza, tan atractivas, no hacen otra cosa que ocultar las trampas de la vida que nos obligan a repasar y repasar nuestra historia, reflexionar sobre lo vivido y saber en dónde estamos, porque la vida no es más que un viaje en el que al final nos conocemos mejor.  ~

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Carlos Martínez Assad es investigador emérito de la UNAM y del Sistema Nacional de Investigadores. Ha publicado más de 50 libros, alrededor de 183 artículos en revistas especializadas y más de mil trabajos periodísticos y de divulgación. Es Premio Nacional de Ciencias y Artes 2013 en Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.

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