Todo lo que usted quería saber sobre el racismo mexicano pero no se atrevía a preguntar

Por mucho tiempo se ha negado o desdeñado el fenómeno del racismo mexicano. De ahí que su documentación sea todavía muy escasa. Este texto habla de dos intentos para revertir esta tendencia: un libro de Federico Navarrete , México racista, y una exposición, “Imágenes para ver-te”. Agradecemos al Museo de la Ciudad de México por permitirnos reproducir algunas de las imágenes de dicha exhibición.

Texto de 02/06/20

Por mucho tiempo se ha negado o desdeñado el fenómeno del racismo mexicano. De ahí que su documentación sea todavía muy escasa. Este texto habla de dos intentos para revertir esta tendencia: un libro de Federico Navarrete , México racista, y una exposición, “Imágenes para ver-te”. Agradecemos al Museo de la Ciudad de México por permitirnos reproducir algunas de las imágenes de dicha exhibición.

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En una sociedad con marcada predilección por lo indefinido y lo turbio, no hay nada más indefinido y más turbio que el racismo. Es el proverbial elefante en la habitación que todo mundo pretende ignorar con estudiada indiferencia. Que México es un país marcado por la diferenciación racial es algo que salta a la vista de manera inmediata: la inmensa mayoría de los pobres son morenos, la inmensa mayoría de los ricos son blancos (o procuran parecerlo); la inmensa mayoría de los que sirven son morenos, la inmensa mayoría de los que son servidos por ellos son blancos (o procuran parecerlo); la inmensa mayoría de los obreros, campesinos y trabajadores no calificados son morenos, la inmensa mayoría de los empresarios, directivos y funcionarios de alto nivel son blancos (o procuran parecerlo); casi todas las personas que aparecen en nuestras revistas o pantallas de televisión, excepto cuando se trata de pedir limosna o de denunciar la barbarie, son hiperblancos (o procuran parecerlo). Donde pongamos los ojos habremos de constatar, con contadas excepciones, que la riqueza, el privilegio y el prestigio se reparten con inflexible uniformidad a lo largo de un continuo que corre de lo esencialmente indígena a lo idealizadamente europeo.

Y sin embargo solemos mostrar una tozuda resistencia a reconocer que esta realidad palmaria es racista. Tal vez porque asumimos que el que nuestra sociedad sea de ese modo no tiene nada que ver con el racismo, simplemente es el orden natural de las cosas: los blancos son inherentemente bellos, ordenados, honestos, inteligentes e industriosos; los indios (y demás variantes no europeas) son inherentemente todo lo contrario; lo cual no tiene nada de racista, así es y punto, sobran los indicios que nos lo confirman. El hecho es que los mexicanos tendemos a profesar que en México no hay racismo (ponle que clasismo), o que si lo llega a haber no es para tanto, con argumentos que recurren casi siempre al ejemplo de los Estados Unidos: ése sí es un país racista, para que veas.

También es común que se le dé la vuelta al asunto y se aluda anecdóticamente a episodios de animadversión hacia los blancos (o hacia quienes procuran parecerlo) motivados por el resentimiento, real o supuesto. Igualmente frecuente es que se nos prevenga de que llamar la atención sobre el racismo (aunque no existe) es despertar un monstruo de odio soterrado que podría cubrir de sangre al país. Todas estas etapas pueden cumplirse en una misma conversación, que empiece por la franca negativa, pase por la relativización chocarrera y termine con una advertencia histérica sobre la inminente restauración de los sacrificios humanos y nuestra rápida involución a la Edad de Piedra.

Donde pongamos los ojos habremos de constatar, con contadas excepciones, que la riqueza, el privilegio y el prestigio se reparten con inflexible uniformidad a lo largo de un continuo que corre de lo esencialmente indígena a lo idealizadamente europeo.

Así que tenemos por un lado una realidad de discriminación que parecería incuestionable, y por el otro un arraigado discurso ideológico-cultural que se empeña en negarla, diluirla y justificarla. Un discurso que ha adquirido con el tiempo carácter hegemónico y que no sólo dificulta la clara percepción de dicha realidad, sino que representa un considerable obstáculo para su análisis y discusión en todos los niveles. El libro de Federico Navarrete, México racista. Una denuncia, se dirige al centro mismo de esta problemática y aporta elementos fundamentales para su tratamiento crítico. No sólo demuestra con argumentos accesibles y difíciles de objetar que la sociedad mexicana es, efectivamente, racista, sino que alude a las graves consecuencias sociales, económicas y políticas de dicho racismo, analiza sus orígenes históricos y propone vías concretas para emprender su combate. Acaso aún más importante que las conclusiones a las que llega, sujetas por necesidad a un debate más amplio que apenas se comienza a dar, el libro tiene la virtud de establecer con claridad los parámetros fundamentales del fenómeno y de aportar un lenguaje coherente y efectivo para su discusión.

Historiador de profesión, adscrito al Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Federico Navarrete ha sabido combinar con fortuna una distinguida carrera académica con una activa vocación de narrador, dedicada hasta ahora sobre todo a la literatura infantil y juvenil. A ello suma en este caso una peculiar historia personal, directamente relevante al tema, que nos comparte en el libro con inusual valentía. Ya antes había abordado temas similares, desde una óptica más académica, en su libro Las relaciones interétnicas en México, obra sin duda lograda en cuanto a su propósito, pero que en su momento me dejó con ganas de que fuera el libro que finalmente nos entrega ahora.

México racista arranca por lo más candente: la incontenible ola de violencia que inunda nuestro país desde hace años y en particular su atrocidad más notable de los últimos tiempos, la desaparición forzada de decenas de estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa. El libro argumenta convincentemente que el racismo constituye un elemento central en el hecho de que buena parte de esta violencia desmedida, dirigida en su mayor parte contra los sectores marginales de la sociedad, se perciba como inevitable y permanezca impune. Sin las distorsiones que produce el racismo, refrendado de manera continua por una diversidad de agentes, es difícil entender cómo las decenas de miles de muertos, casi todos civiles, casi todos ultimados con la participación activa o pasiva de las diversas fuerzas armadas del Estado, pueden hacerse pasar entre nosotros como consecuencias obligadas de una supuesta “guerra contra el crimen”, a menos que asumamos como un crimen el hecho de ser pobre y moreno, como son la mayoría de las víctimas.

A partir del tema de la violencia, Navarrete dedica las secciones subsecuentes de su libro a definir el racismo, a refutar la validez científica de los principios en los que suele basarse, a documentar su incidencia en los diferentes ámbitos de nuestra vida social (que comienza en el seno de la familia) y a desmontar los principales argumentos que solemos aducir para rebatir o disimular su gravedad.

El panorama que nos presenta resulta desolador. No sólo somos un país que practica cotidianamente un insidioso racismo dirigido a denigrar el aspecto físico que comparte en alguna medida la casi totalidad de su propia población, sino que somos también una sociedad notablemente intolerante hacia cualquier otro tipo de diferencia: étnica, lingüística, nacional, religiosa, de orientación sexual o de género. El libro confirma también que dicha realidad social escindida y recelosa es apuntalada por un conjunto de poderosos factores arraigados en los medios de comunicación, la política y la vida intelectual, y que tiene consecuencias nefastas para nuestra convivencia, nuestro desarrollo, nuestra democracia, nuestra economía y nuestra seguridad personal. Quienes ya sospechaban que somos así, pueden acudir al libro en busca de claridad y argumentos; quienes estén seguros de que no lo somos, o de que serlo no tiene mayor importancia, deben contrastar sus convicciones con las evidencias y argumentos que reúne Navarrete. No creo que sobrevivan inalteradas a una lectura emprendida de buena fe.

El libro argumenta convincentemente que el racismo constituye un elemento central en el hecho de que buena parte de esta violencia desmedida, dirigida en su mayor parte contra los sectores marginales de la sociedad, se perciba como inevitable y permanezca impune.

¿Cómo es que llegamos hasta este punto? Navarrete atribuye buena parte de la responsabilidad a lo que llama la “leyenda del mestizaje”, tema que abordó ya, de manera más documentada y exhaustiva, en Las relaciones interétnicas en México, y al que dedica en este nuevo libro una sección importante. Como todos sabemos, la ideología oficial en nuestro país cuenta una versión de nuestra historia según la cual los españoles llegaron a México, violaron a nuestras madres y nos dejaron a todos traumados a morir. De ese encuentro violento y difícil de superar surgió, sin embargo, una raza superior, nada menos que cósmica, que combina lo mejor de sus respectivos ancestros y está llamada a ser un ejemplo para el mundo entero.

Aunque se supone que el mestizaje fue fifty-fifty y que en eso radica justamente su superioridad, en la práctica (es decir, en la elaboración ideológica y cultural) resulta que casi todo lo bueno nos viene siempre de nuestra mitad europea y casi todo lo malo de nuestra mitad indígena, fuera de las pirámides, la comida y una que otra costumbre pintoresca. De modo que bajo el manto del mestizaje lo que sigue operando hasta la fecha es la idea de que nuestra progresista mitad europea ha tenido que asumir la ingrata tarea histórica de asimilar a la modernidad a nuestra fea, resentida, oscura, inoperante y atávica mitad indígena. Modernización que no parece terminar nunca y que se sigue emprendiendo a balazos, como podemos constatar con sólo leer el periódico.La crítica del supuesto mestizaje como paradigma de nuestro origen histórico lleva ya tiempo gestándose al interior de los ámbitos académicos, de donde comienza a salir para cuestionar los pilares que sustentan la ideología oficial, que lo sigue siendo. El que tales ideas sobre nuestro origen étnico y la estructura profunda de nuestra identidad carecen de sustento científico resulta a estas alturas difícil de rebatir. Y en esa medida, no creo que sea inexacto calificarlas de leyenda. La naturaleza de su impacto político y cultural, en particular para el tema que nos ocupa, me parece, sin embargo, más difícil de valorar.

No estoy convencido de que México racista tenga la última palabra sobre el asunto, pero cuando menos cumple la tarea de articular una crítica sólida y de plantearla en términos accesibles para un público amplio, lo que esperemos que propicie una discusión a fondo que ya resulta impostergable. Porque lo que también parece irrebatible es que la ideología del mestizaje está agotada como modelo de interpretación, al igual que todas las teorías nacionalistas que han partido de postular una uniformidad inventada para reducir realidades que siempre terminan por revelarse más complejas, contradictorias y plurales; y que su endiosamiento como ideología oficial ha inhibido inevitablemente la investigación y el debate sobre la verdadera naturaleza de nuestras relaciones: ¿qué caso puede tener estudiar las diferencias en donde todos somos iguales?

Si el libro de Navarrete cae de pronto en apreciaciones que parecen anecdóticas o conjeturales es, cuando menos en parte, porque existe muy poca investigación de fondo sobre estos asuntos. Por lo visto, lo que figura en sus citas y en su bibliografía es casi todo lo que hay. Nada para la magnitud y la relevancia del tema. Lo cierto es que sabemos muy poco (y que lo que sabemos se divulga muy poco) sobre el verdadero origen demográfico de la mayoría de nuestra población y menos aún sobre el de las diversas minorías que la componen. Casi nada tampoco sobre nuestras actitudes en relación con la propia imagen, la ajena, el racismo y otras formas de intolerancia, que permean de diferentes modos todos los estratos de nuestra sociedad. Si nuestras teorías imperantes sobre la identidad parecen estar basadas en cuentos, es urgente que vayan siendo reemplazadas por elaboraciones con mayor sustento científico, que reflejen de manera más directa nuestra auténtica realidad.

A reserva de su genealogía, México racista establece de una manera difícil de rebatir que el racismo en México es una realidad cotidiana, de carácter sistémico, que se sigue propagando de manera interesada o cuando menos irreflexiva desde un variedad de plataformas, que Navarrete relaciona en primera instancia con los mecanismos de la sociedad de consumo, con la clase política y con la élite intelectual, para la que reserva palabras particularmente duras.

No sólo somos un país que practica cotidianamente un insidioso racismo dirigido a denigrar el aspecto físico que comparte en alguna medida la casi totalidad de su propia población, sino que somos también una sociedad notablemente intolerante hacia cualquier otro tipo de diferencia: étnica, lingüística, nacional, religiosa, de orientación sexual o de género.

En un mundillo cultural como el nuestro, ordenado en torno a figuras que se asumen como intocables, su irreverencia tiene mucho de refrescante y sus llamados de atención sobre la multitud de prejuicios contenidos en ciertas percepciones que solemos asumir como objetivas o neutras, son sin duda atendibles. Sin embargo, algunas de sus críticas personales se sustentan en citas a modo, que se abordan sin el suficiente contexto y que además de su carácter ilustrativo parecerían tener el propósito de provocar. Tal vez el ánimo polémico iba dirigido a propiciar un sano intercambio de ideas, pero su excesivo celo expone al libro entero a una fácil refutación. En eso se han centrado, predeciblemente, las primeras críticas a la obra, menos interesadas en el debate que en la descalificación. Lo cual, si nos detenemos a pensarlo un poco, es justamente el tema que nos ocupa. Por un camino acaso paradójico y circular, la recepción de este libro, tanto en sus argumentos como en su tono, va a decirnos mucho sobre la vigencia de las actitudes que denuncia.

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La aparición de México racista coincide, sin proponérselo, con la inauguración de una vasta exposición sobre el mismo tema en el Museo de la Ciudad de México: Imágenes para ver-te. Una exhibición del racismo en México, la primera que yo recuerde dedicada en exclusiva a este tema. A partir de premisas muy diferentes, la exposición nos conduce irremediablemente a la misma conclusión que el libro: desde su origen como nación y hasta la fecha, México es una sociedad estructurada en torno a concepciones para las que el origen étnico y el aspecto físico siempre han sido determinantes. Las notables diferencias de enfoque y de recursos, más visuales en este caso que argumentativos, ayudan a que ambos ensayos asuman un carácter complementario, más que reiterativo.

Imágenes para ver-te encuadra el tema del racismo en una perspectiva más amplia, tanto temporal como geográfica, que ayuda a inscribir nuestro racismo particular dentro del contexto del racismo en el mundo, cuyos perfiles actuales se definen en el curso del siglo XIX, aunque sus orígenes puedan rastrearse a la expansión colonial europea que comienza hacia finales del siglo XV. El empleo de mecanismos visuales para exponer un tema esencialmente visual le confiere a la exposición un impacto y una facilidad de acceso que el libro no puede tener. Al presentarse de manera concreta, a partir de objetos cuya realidad resulta indiscutible, sus conclusiones asumen una condición palpable. Por eso, aunque su tono es más mesurado, su ámbito de atención más amplio y sus denuncias menos categóricas, el mensaje de la exposición termina por asimilarse de una forma más irrebatible.

Desde su origen como nación y hasta la fecha, México es una sociedad estructurada en torno a concepciones para las que el origen étnico y el aspecto físico siempre han sido determinantes

Dicho mensaje, sin embargo, corre el peligro de difuminarse en la propia espectacularidad del montaje, cuya disposición “transversal” (diacrónica, yuxtapuesta) y variedad de recursos museográficos hacen que se pierda por momentos el hilo de la argumentación. La exposición es más eficaz cuando aborda el pasado, los orígenes coloniales del racismo, su justificación y aliento a partir de consideraciones económicas, militares, (pseudo)científicas y religiosas. La intención didáctica que indudablemente la anima se expresa con mayor soltura en lo ya consumado.

Así, tal vez sin la intención expresa, una de las cosas que mejor ilustra es la gradual desaparición de casi todas las culturas indígenas que apenas hace alrededor de un siglo tenían una presencia significativa a lo largo y ancho de nuestro territorio. Culturas que fueron compelidas por diversos medios (la servidumbre, el despojo, la criminalización, la violencia) a perder sus costumbres y sus lenguas para asimilarse en términos de subordinación a una modernidad muy dudosa, donde ahora se confunden en una indiferenciada cultura de la pobreza.

Por razones difíciles de dilucidar, dado el ánimo indagatorio mostrado por los curadores hasta ese punto, la claridad analítica parece diluirse conforme nos acercamos a la actualidad y los elementos objetivos que sustentaban el discurso curatorial van cediendo su lugar al arte, en particular a piezas que parecen haber sido comisionadas ex profeso para la exposición. Arte cuyo ánimo de denuncia es enfático, pero que no puede sustituir sin más a la narrativa documentada y concreta que lo antecede. Los elementos estructurales que sostienen y reproducen el racismo en el presente (medios de comunicación, sociedad de consumo, políticas públicas, elitismo cultural, etcétera) sólo se aluden de forma indirecta y podemos quedarnos con la sensación de que nuestro racismo de hoy es apenas un lastre residual de aquellos tiempos oscuros, camino de ser eliminado por una creciente conciencia combativa. Es así que la televisión y sus contenidos, sin duda el principal vehículo para la reproducción del racismo en nuestro tiempo, no figura por ninguna parte (aunque se le mencione en las cédulas).

Estas observaciones, que son en realidad de énfasis, no pretenden desmerecer un esfuerzo logrado en lo fundamental. Cualquier persona que recorra la exposición se verá obligada a reconocer el carácter central que ha tenido el racismo en nuestra historia y que sigue teniendo en nuestro presente, y contará además con elementos sustanciales para identificarlo, discutirlo y denunciarlo. Junto con el libro de Navarrete, Imágenes para ver-te. Una exhibición del racismo en México representa un primer tratamiento a fondo y dirigido a un público amplio de un fenómeno que hemos sido reticentes a ventilar y que por lo tanto apenas comienza a definir su ámbito y sus categorías. El carácter pionero de ambas iniciativas, a estas alturas, nos habla también de las poderosas inercias a las que se enfrentan, lo que las hace más dignas de encomio. Esperemos que marquen el inicio de una discusión prolongada, que propicie una percepción más crítica de nuestra realidad y contribuya a modificarla.

Culturas que fueron compelidas por diversos medios (la servidumbre, el despojo, la criminalización, la violencia) a perder sus costumbres y sus lenguas para asimilarse en términos de subordinación a una modernidad muy dudosa, donde ahora se confunden en una indiferenciada cultura de la pobreza.

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El día en el que termino de escribir esta nota, el periódico Reforma publica una caricatura de su dibujante estrella, Calderón, en la que se representa a los maestros de la cnte y a sus simpatizantes bajo la figura de un simio llorón. Sus cartones recurren con frecuencia a esta clase de estereotipos envilecedores, que en cualquier lugar de ese mundo civilizado que tanto preconiza y anhela difícilmente difundiría ningún periódico respetable. En eso consiste su opinión sobre un desalojo violento emprendido por grupos de choque de San Juan Chamula apoyados por diversas policías del estado de Chiapas.

En los comentarios del público a una nota sobre el mismo hecho, publicada en El Universal, un tal Octavio Neri deplora con sintaxis enrevesada que “la indiada” esté fuera de control, critica la debilidad del “chino Chong” y agrega que todos nuestros problemas son culpa de los españoles “por no haber acabado con estos piojosos”, a quienes propone que se extermine (no queda claro si a los de la cnte, a quienes los atacaron, o a todos por igual). Son dos cosas que encontré al azar, sin buscarlas, mientras repasaba por encima las noticias del día. ¿Se trata de expresiones racistas? Yo pienso que sí. ¿Son extraordinarias? No me lo parece. Ejemplos similares podrían encontrarse sin dificultad muchos otros días en muchos otros medios. Aunque nos cueste reconocerlo, ésta es nuestra normalidad, la que tantos siguen insistiendo que no tiene broncas. ¿Qué tan grave es que así sea? Yo creo que mucho, pero eso es justamente lo que se disputa con mayor intensidad. De ahí la enorme importancia de proyectos como los que nos ocupan, que documentan y elaboran el origen, la motivación, el impacto y las consecuencias de este tipo de expresiones. En lo personal, no veo por qué debamos asumir que existe una medida aceptable para el menosprecio y el odio. Siempre son degradantes para quienes los practican, para quienes los sufren y para quienes los toleran.

Referencias

Federico Navarrete, México racista. Una denuncia, Grijalbo, México, 2016.

Imágenes para ver-te. Una exhibición del racismo en México, Museo de la Ciudad de México, del 16 de mayo al 25 de septiembre de 2016.

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