Sinapsis: Heno

La columna mensual de Daniela Tarazona, escritora reconocida como uno de los 25 secretos literarios de América Latina en la FIL 2011. En esta ocasión, nos habla del azar y el porvenir.

Texto de 13/12/19

La columna mensual de Daniela Tarazona, escritora reconocida como uno de los 25 secretos literarios de América Latina en la FIL 2011. En esta ocasión, nos habla del azar y el porvenir.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Recuerdo el cuerpo blanco con negro de mi gata Siringa sobre el tronco grueso de la jacaranda de la casa. Era una gata sabia y se iba de paseo por los tejados, como suele ocurrir. 

Deseo revelar aquí mi declaración fundamental: los animales importan. No sólo los domésticos, desde luego. Los feroces son, también, imprescindibles en cualquier reino. Hace días, durante la presentación de la nueva edición de mi primera novela: El animal sobre la piedra, bajo el sello de Almadía, un hombre del público me dijo que “los animales están de moda”.

Considero que hay algo de verdad en su apreciación: hablar de animales se ve bien, del mismo modo que los tenis blancos son celebrados ahora en sociedad, pero ¿a qué se deberá? Los animales huelen feo, están sujetos a sus instintos, la mayoría presentan un lenguaje pobre, suelen actuar sin distinguir el bien del mal, son sucios, entonces ¿por qué están de moda? 

La moda opera por contagio. Me gusta lo que veo y compro en consecuencia. Me hago de la mercancía. Me gusta lo que escucho y lo repito; me hago de la idea como si fuera mía también. No hay otra temporada tan vinculada a la moda como la Navidad, porque la moda significa consumir. Los animales navideños son el burro y la vaca del pesebre y los renos que acompañan a Santa Claus: bichos arrimados sin demasiada relevancia, a pesar de que Rodolfo el reno tenga la nariz roja como la grana y el burro y la vaca sean testigos del nacimiento. 

El mundo prenavideño parece haber olvidado que somos animales. Olemos mal, también, y estamos sujetos a nuestros instintos, aunque hagamos como si no fuera así. Distinguimos el bien del mal, pero se trata de una discusión que me llevará, con probabilidad, a elaborar las columnas del año que viene, si es posible seguir escribiéndolas. Los animales que hemos olvidado se extinguirán, y con ello los animales que somos. Estoy harta de ver guadañas, cuchillos y espadas en el universo de las redes sociales. Suelen aparecer gatitos, con frecuencia retratados como seres chistosos y que provocan ternura, pero un gato furioso es una máquina de terror, la velocidad con la que puede mover sus patas y deshacer el cuerpo que tenga enfrente con las uñas afiladas es cosa seria. Tuve otro gato cuyo cuerpo era robusto y una vez lo vi lleno de rabia. Le grité pero no consiguió escucharme porque él estaba sobreviviendo, defendía su territorio, y yo sólo intentaba interrumpir su vida desbordada. 

Le puse ese nombre a Siringa porque cuando la encontramos yo estaba estudiando mitología griega. Siringa es una musa y el dios Pan desea poseerla. Entonces, la convierte en flauta para llevar a cabo sus planes, y sopla dentro de los canutos. Siringa fue convertida en algo que no era. Clarice Lispector habla de eso en una crónica titu- lada “Amor”, y recupera la historia de un hombre que lleva por mascota a un coatí como si fuera perro. Ojalá, dice Lispector, el coatí perdone al hombre por haberlo convertido en una cosa que no era. El amor es así. 

Se acerca el final del texto y no he conseguido responder la pregunta o la he eludido: ¿Por qué los animales están de moda? Quizás en tiempos de crisis convenga adoptar un animal para ponerle suéter, llevarlo a terapia y hacerlo una criatura que no es. Convertir al otro produce un poco de alivio, de la misma manera que ingerir un tranquilizante. El otro es lo que deseamos que sea. Alguna vez, Siringa se comió un globo desinflado que encontró en el jardín de la casa. Había venido desde la fiesta de los vecinos. La culpa no fue de ella, sino del globo. Tuve que llevarla a urgencias y luego darle cucharadas de agua cada tres horas durante una semana. A Siringa le gustaba tumbarse en el nacimiento, bajo el árbol de Navidad, entre el musgo, el heno y los protagonistas del suceso.

En tiempos confusos como estos que nos ocu- pan bien vale la pena adoptar un reno y que sea él quien nos lleve por el cielo. Los animales están de moda para que nos curemos en salud. Ya entre nosotros van borrándose de manera implacable las diferencias para convertirnos en cosas que no somos. Y Santa Claus está de moda otra vez, pero no los instintos. EP

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