¿Qué hacer frente a Donald Trump?

El país se encuentra en una situación doblemente complicada: por un lado, nos enfrentamos a un enemigo muy poderoso y que ha mostrado de manera recurrente su hostilidad y animadversión hacia México y los mexicanos: Donald Trump, el recientemente electo presidente de los Estados Unidos; por el otro, nos encontramos con un Gobierno sumamente débil […]

Texto de 17/03/17

El país se encuentra en una situación doblemente complicada: por un lado, nos enfrentamos a un enemigo muy poderoso y que ha mostrado de manera recurrente su hostilidad y animadversión hacia México y los mexicanos: Donald Trump, el recientemente electo presidente de los Estados Unidos; por el otro, nos encontramos con un Gobierno sumamente débil […]

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El país se encuentra en una situación doblemente complicada: por un lado, nos enfrentamos a un enemigo muy poderoso y que ha mostrado de manera recurrente su hostilidad y animadversión hacia México y los mexicanos: Donald Trump, el recientemente electo presidente de los Estados Unidos; por el otro, nos encontramos con un Gobierno sumamente débil y con un nivel de aprobación históricamente bajo (12% de acuerdo con una estimación reciente). Esto último como resultado de una combinación de factores: las acusaciones de corrupción en las que se ha visto envuelto, la violencia e inseguridad imperantes, el magro desempeño económico de los primeros cuatro años de la administración y, más recientemente, por el significativo aumento en el precio de la gasolina.

El Gobierno del presidente Peña Nieto, tan alicaído y falto de apoyo popular, ha resultado por lo tanto incapaz de ejercer el liderazgo necesario para poder coordinar los esfuerzos para hacer frente a la amenaza que representa Trump para los intereses mexicanos. Hace algunos días, diversos miembros de la sociedad civil intentaron tomar la estafeta y convocaron a una marcha en diversas ciudades del país en pro de la unidad nacional y en contra del presidente Donald Trump. Muy pronto, los convocantes se enfrentaron a una enorme resistencia proveniente de diversos frentes. Quizá el factor que más desalentó a muchos sectores de la población a participar en dicha convocatoria fue el hecho de que percibían que una marcha cuyo único destinatario fuera el presidente estadounidense, podría haber sido interpretada como una marcha en favor del Gobierno mexicano. Al final del día, para desánimo de algunos de los convocantes, la asistencia a las marchas fue relativamente escasa (20-22 mil asistentes en la Ciudad de México), y éstas resultaron hasta cierto punto desangeladas.

Aquí cabe entonces preguntarse, ¿por qué ni el Gobierno ni la sociedad civil han sido capaces de articular un apoyo masivo en contra de Donald Trump? La respuesta no es simple. Partamos de la siguiente premisa: para que haya un movimiento colectivo que promueva de manera exitosa la unidad nacional en medio de tanta discordia y polarización interna deben cumplirse tres condiciones: (1) debe haber una amenaza externa o exógena claramente identificable que atente contra los intereses nacionales, (2) debe haber una estrategia clara para enfrentar a esa amenaza, y (3) debe haber alguien que lidere al país para enfrentarla.

En el caso en el que nos encontramos sólo se cumple la primera condición. Tenemos a la amenaza enfrente y está claramente identificada: se trata de Donald Trump y de sus propuestas de política (construir un muro, deportar migrantes indocumentados y/o con antecedentes criminales, hacer que México pague por el muro, gravar a las remesas de los migrantes mexicanos, etcétera). No hay, sin embargo, ni estrategia clara para enfrentar esta situación ni, por ende, liderazgo alguno que la encabece.

Abordemos el tema de la estrategia. ¿Hay alguna? No parece. Es cierto que la elección de Donald Trump resultó sorpresiva para muchos. Sin embargo, entre el 8 de noviembre de 2016 en que fue electo y el 20 de enero de 2017 en que tomó posesión, algo pudo haberse hecho. En ese lapso (más de 70 días) tendría que haberse diseñado una estrategia que permitiese enfrentar a Trump en los distintos escenarios que podían preverse: desde uno moderado, en donde sólo insistía en algunas de las cosas que había propuesto en su campaña, hasta uno pesimista, en el que Trump trataba de cumplir todas y cada una de sus amenazas hacia México. Este último, lamentablemente, parece ser cada vez más posible.

En cambio, en lugar de diseñar una estrategia clara ante esos posibles escenarios, el Gobierno actual optó por la pasividad y por una cierta indolencia. Aparentemente le apostó a una moderación del presidente estadounidense y, sobre todo, le apostó a un cambio de táctica: el cambio de canciller. Así, a unos días de que tomara posesión Trump, el presidente Peña Nieto cambió de táctica sin que necesariamente tuviera una estrategia. La nueva táctica consistía en utilizar las supuestas relaciones personales del nuevo canciller, Luis Videgaray, con el yerno de Donald Trump, Jared Kushner.

Desde entonces (e incluso desde antes de que fuera electo), podría decirse que la táctica del presidente Peña ha sido la de hacerle guiños amistosos a Trump. Lo hizo cuando lo invitó a México siendo apenas candidato a la presidencia. Lo volvió a hacer, a unos cuantos días de haber tomado posesión y sin que hubieran terminado de hacerse los nombramientos de su equipo de gobierno, cuando envió a Washington a dos de los miembros de su gabinete en un aparente gesto de disposición y buena voluntad. También lo hizo cuando, al dar un discurso sobre la posible respuesta de México para enfrentar la orden ejecu­tiva de Trump de construir el muro, habló de diversificar
el comercio y las relaciones con otros países y regiones y prefirió mencionar a África antes que mencionar a China (lo cual seguramente habría contrariado al Gobierno estadounidense).

Ahora bien, ¿qué estrategia podría seguirse para enfrentar a Donald Trump? Para poder responder a esta pregunta hay que establecer las diferentes dimensiones del problema.

* Ilustración de María José Ramírez

Por ejemplo, en el tema migratorio, México debería haber echado a andar, de manera casi inmediata, una campaña de apoyo a la población de origen mexicano residente en Estados Unidos. Esto implica no sólo más recursos económicos a los 50 consulados en Estados Unidos, sino también una campaña intensa, masiva, de difusión de información útil, de credencialización, de contratación de abogados y gestores que apoyen a la población migrante, etcétera. Tendría que haber, por ejemplo, una cosa tan simple como un número único en todo Estados Unidos al que pudieran llamar los migrantes que estén en peligro de ser deportados o al que pudieran comunicarse sus familiares en caso de necesitar ayuda o para presentar una denuncia (una especie de 01-800-CONSULMEX o algo así). También debería tenerse un plan detallado en la frontera para auxiliar a los migrantes que son dejados allí. Este programa debe ayudarles a comunicarse con sus familiares (en México o en el extranjero) o a reintegrarse a sus comunidades de origen, si es que así lo desean. En general, este programa debería asistirles en todas las dimensiones necesarias para facilitar su reinserción al país (documentación, vivienda, salud, educación, alimentación, etcétera).

Por otro lado, el Gobierno mexicano debería buscar minar el apoyo de los votantes estadounidenses a las propuestas de Donald Trump. Debería, por ejemplo, diseñarse una estrategia de comunicación en los principales medios de comunicación estadounidenses (mediante entrevistas del presidente o de miembros de su gabinete) en donde se explique, por ejemplo, que México no contribuirá de ninguna manera a pagar el muro y que no hay nada que pueda hacer que un país pague por algo que se construirá fuera de su territorio. Por ende, debe convencer al público de Estados Unidos de que el muro será tarde o temprano pagado enteramente por ellos mismos, ya sea mediante mayores impuestos (como de hecho ocurriría en una primera instancia) o a través de mayores precios (si es que el presidente Trump intentara poner aranceles extraordinarios a los productos mexicanos).

En el ámbito internacional, el Gobierno debería denunciar de manera clara y sistemática la idea de construir un muro en la frontera. México debería declarar esto como
un acto hostil de parte de un país vecino y debería buscar el apoyo de otros países latinoamericanos y de las organizaciones multilaterales. Podría buscarse el apoyo de instancias internacionales, como la onu o la Corte Internacional de Justicia, para que se pronuncien sobre un tema que, si bien puede corresponder a la decisión de una nación soberana, también puede tener implicaciones negativas para el desarrollo económico, humano y social de sus vecinos. Es posible que una campaña en esta dirección genere el apoyo y la solidaridad de muchos países y organizaciones de todo tipo.

En el ámbito comercial, México debió de haber esperado a que Estados Unidos diera el primer paso. No debimos haber iniciado un periodo de consultas con el sector privado mexicano sobre una potencial renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLCAN), si ni siquiera sabemos qué es lo que pretende el Gobierno de Donald Trump. Por lo pronto, es claro que debemos descartar la idea de que podríamos convencer a Trump de la importancia del comercio México-Estados Unidos o de la idea de una posible alianza México-Estados Unidos para enfrentar a China (es decir, algo en la lógica original del TLCAN, el cual fue concebido como un instrumento para volver más competitiva a toda la región frente a otros bloques que se estaban formando en ese entonces). Estos escenarios deben descartarse porque es evidente que Trump no los entiende o no los concibe así. Para él, el comercio internacional es un tema de suma cero, en donde lo que uno gana, el otro lo pierde. En ese sentido, para él, el TLCAN fue un acuerdo mal negociado en el que México ganó y Estados Unidos perdió. Esto, sin embargo, no debe ser un obstáculo para que nuestro país busque lograr el apoyo de empresas, sectores productivos o gobiernos estatales estadounidenses que podrían verse muy afectados ante una eventual cancelación del acuerdo de libre comercio. Por ello, México debe aprovechar todo tipo de foros para plantear cuán costoso podría ser para Estados Unidos una política comercial proteccionista o una guerra comercial contra México. Ambos países saldrían perjudicados y la región en su conjunto podría perder competitividad frente al resto del mundo. Esto hay que seguirlo diciendo para alimentar la oposición interna en Estados Unidos a las propuestas de Donald Trump.

No obstante lo anterior, México debe estar preparado para un escenario sin TLCAN. No es del todo improbable que las demandas de Trump sean tan excesivas que sean de plano inadmisibles para nuestro país, con lo que el TLCAN podría previsiblemente ser cancelado. En principio, de acuerdo con el propio tratado, esto no ocurriría de inmediato, sino que deberían transcurrir por lo menos seis meses antes de su cancelación. Es por eso necesario que desde ahora empecemos a pensar qué hacer en un escenario sin TLCAN. Para ello necesitaremos seguramente de empezar a diversificar nuestros mercados, tanto de exportaciones como de importaciones. Lo primero para reducir el impacto negativo a los productores domésticos, y lo segundo como un mecanismo de retaliación a Estados Unidos. Esto implica, sin embargo, tomar medidas que no hemos adoptado en años: invertir mucho más en la construcción de puertos, aeropuertos, carreteras, etcétera; también implica mejorar los procesos de logística a lo largo de todo el territorio nacional. Esto es algo que debimos haber hecho desde hace décadas y que desafortunadamente pospusimos todos estos años. Este retraso, por cierto, explica también por qué el TLCAN dejó tanto que desear en relación con sus promesas de desarrollo. No es algo atribuible específicamente al TLCAN, pero es algo que limitó severamente la obtención de beneficios de un acuerdo de esta naturaleza. También deberemos empezar a hacernos cargo de otros efectos indirectos e indeseables del TLCAN: el desarrollo regional tan desigual, por ejemplo. Esto es algo de lo que se habla poco, pero es algo que ha sido uno de los efectos más visibles del tratado: zonas de desarrollo económico muy intenso (vinculadas sobre todo a la actividad manufacturera exportadora) que coexisten con enormes regiones de estancamiento o rezago proverbial.

En suma, la estrategia para enfrentar a Trump debe contemplar las siguientes áreas: apoyar aquí a los migrantes que hayan sido deportados, pero, sobre todo, apoyarlos allá para evitar la deportación misma; tratar de minar el apoyo estadounidense a las políticas de Donald Trump; denunciar y oponerse activamente a la idea del muro; y, finalmente, tratar de evitar la cancelación del TLCAN, pero, al mismo tiempo, estar preparados por si ello ocurre.

Todo lo anterior requiere de una serie de definiciones claras y de un comportamiento congruente. No es posible seguir haciendo guiños amistosos al presidente Trump cuando éste ha sido clara y abiertamente hostil a los intereses mexicanos. No se trata por supuesto de declararle la guerra a Estados Unidos. Se trata, simplemente, de tener una postura firme y clara en torno a cuáles son los intereses de México y de los mexicanos. El presidente Peña Nieto no podrá ejercer ningún tipo de liderazgo en esta materia mientras que no haya claridad en los posicionamientos del Gobierno mexicano frente a estos temas. La amenaza allí está. La estrategia y el liderazgo es lo que falta. Esto último no podrá ser ejercido por nadie mientras que no haya claridad en la estrategia a seguir. De ahí la importancia de definir cuanto antes la estrategia que vamos a asumir, como país, frente a Donald Trump. EstePaís

* Ilustración de María José Ramírez

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GERARDO ESQUIVEl es maestro en Economía por el Colegio de México y doctor en Economía por la Universidad de Harvard. Es profesor de la UNAM y de El Colegio de México. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel III.

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