Prohibido asomarse: Lamento por Alepo

Primavera La Primavera de 2011 trajo un viento de renovación al que siguió un vendaval contrarrevolucionario acaudillado por los militares que al colapso de las dictaduras derrocadas se aliaron con quienes hasta entonces habían mantenido presos. Los mamelucos actuales no difieren gran cosa de los que siguieran a Tamerlán, cuando hacia finales de 1400 destruyó […]

Texto de 24/10/16

Primavera La Primavera de 2011 trajo un viento de renovación al que siguió un vendaval contrarrevolucionario acaudillado por los militares que al colapso de las dictaduras derrocadas se aliaron con quienes hasta entonces habían mantenido presos. Los mamelucos actuales no difieren gran cosa de los que siguieran a Tamerlán, cuando hacia finales de 1400 destruyó […]

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Primavera

La Primavera de 2011 trajo un viento de renovación al que siguió un vendaval contrarrevolucionario acaudillado por los militares que al colapso de las dictaduras derrocadas se aliaron con quienes hasta entonces habían mantenido presos. Los mamelucos actuales no difieren gran cosa de los que siguieran a Tamerlán, cuando hacia finales de 1400 destruyó Alepo. Hoy, sin embargo, no existe Ibn Jaldún, quien durante treinta y cinco días fue capaz de persuadir a la muerte de no levantar pirámides hechas con cabezas cercenadas.

Ante las exigencias para autodeterminarse, en Siria y en Egipto los tiranos liberan a los prisioneros islamistas y armándolos crean un nuevo Frankenstein que condena a los revolucionarios como la alianza de la impiedad y la prostitución. Luego, como quiere la historia, el monstruo adquiere vida independiente.

El sitio

Hace más de un mes se inició el sitio. Durante julio varios hospitales fueron destruidos con la esperanza de que no siendo viable tomar la ciudad casa por casa las víctimas morirán de sus heridas y los demás de inanición. No quedan sino ruinas que alzan contra el fulgor sus varas calcinadas entre las piedras y el polvo. Un hombre cruza la tierra baldía, la vista fija en su sombra tambaleante.

Reyerta teológica

Según los estudiosos, el caos proviene de una reyerta teológica entre otomanos e iraníes que batallan como parientes ambiciosos sobre la herencia del profeta Mahoma. Los sunitas apoyan a los primos omeya del iluminado mientras los chiitas prefieren al cuñado de Mahoma. Atareado como muchos y como ellos acaso supersticioso, el profeta descuidó ir al notario para hacer clara su voluntad. Un sangriento pleito familiar para dirimir la auténtica legitimidad que ya ni el vidente sabría aplacar.

Desolación

Una mujer y un hombre se encuentran. Ella abre la boca para gritar pero su gesto no altera el silencio de la noche. El hombre se esfuerza por comprender la desolación de la que forma parte y que ha sofocado sus voces, deteniéndolos en este abrazo afelpado, sordo y mudo y ciego. Un índice señala los crímenes. Con el resto de la mano es lo único que han logrado rescatar.

Asombro

Nadie creería que el centro estuvo rodeado de murallas altas y sólidas como una montaña que al atardecer brillaban como si fueran de plata y que los llenaba de orgullo contemplar desde las terrazas floridas cuanto habían construido pacientemente. Nadie creería tampoco que dentro de las murallas había mezquitas al lado de iglesias y sinagogas y que Avram Zova es el nombre hebreo de esta ciudad porque la leyenda quiere que Abraham ordeñara su rebaño aquí. Hititas, babilonios y asirios, persas, seléucidas y armenios y romanos: ésa es nuestra estirpe dilapidada. Sin embargo, aquí hubo consulados de países remotos y fuentes murmurantes al paso de los animales cargados con cuanto era deseable en el mundo. A la sombra de sus muros nos sentamos a conversar cuando el ajetreo de las calles había dado paso a la serenidad de la tarde todavía tibia y ya abierta al fulgor de las estrellas. ¿Dónde quedó Sigilla? ¿Dónde Calcis? ¿Y San Simeón?

Hallazgo

En Alepo ya no son necesarios los despertadores, que han sido sustituidos por los bombardeos. Puntuales, los aviones comienzan su tarea cada mañana a las siete, pero algunos, acostumbrados al zumbido que precede al estrépito, aprovechan el tiempo que les queda para dormir un poco más. Se aferran a imágenes que nunca serán tan lúgubres como las que les impone la auténtica pesadilla de la vigilia. La tregua es necesaria para extraer a las víctimas sepultadas entre escombros y aún para distinguir los lamentos de quienes yacen más abajo aplastados pero todavía con vida.

En lo que fue una calle flanqueada por comercios una mujer acuna tiernamente la pierna de una niña.

—¡Es mi hija! ¡La encontré! ¡No te volveré a perder jamás!

Esa madre ha engañado a la muerte otro día.

Encuentro

Al fondo pueden verse los restos calcinados de lo que fue un automóvil, ahora deformado por una explosión. Frente al despojo una mujer cubierta de la cabeza a los pies extiende el brazo derecho procurando palpar lo invisible. Vestida de negro, su cuerpo se confunde con la noche y sólo su rostro y sus manos pálidas y delgadas se distinguen. Frente a ella un niño aguarda su tacto, incierto de si se trata de una mujer ciega o de la muerte que habita Alepo. El niño espera serenamente el contacto. Es indiferente a la vida que hace tiempo le fue arrebatada.

Herencia

A la sombra de un muro que amenaza colapsarse, Hashem contempla las hormigas que, indiferentes a su añoranza, marchan una tras otra. “Ésas —piensa el despojado— tienen más de lo que nunca tuvimos nosotros y ni siquiera les importa”. Y entonces, ofuscado, se dedicada a atraparlas y triturarlas mientras murmura: “tampoco merecen estas piedras”. El dolor es intransigente.

Apariencias

Aquí todo es algo más. El muro no es tal sino un fragmento de la quijada monstruosa de una bestia que también fue abatida. Las ventanas son ojos vaciados o lloran astillas. Despojados de paredes los edificios que se sostienen precariamente son radiografías de interiores súbitamente expuestos. Las calles son banquetes de moscas golosas que no distinguen entre víctimas y agresores, todos al final igualados por su acre dulcedumbre.

Alguna vez

Alguna vez fue un emporio. Por aquí pasaban las caravanas siguiendo la Ruta de la Seda cuando por fin se aproximaba al Mare Nostrum. ¡Cuánta paciencia se necesitaba para salir a las calles estrechas, aglomeradas por camellos que venían de India, de Irán, del Golfo Pérsico y de la Península Arábiga!

Era aquí donde los agobiados comerciantes podían relajarse ante las puertas de Iskenderun en el Mediterráneo, de Esmirna en el Egeo y de la ya no tan remota Constantinopla. Ya no hay cuatro mil camellos que atraviesen las diez puertas ni parapetos desde los cuales admirar los jardines de la tercera ciudad en importancia después de Constantinopla y El Cairo, donde fuimos libres a pesar de que ya desde entonces el tufo de la sangre de los mártires envenenaba la atmósfera.

Nada en el Levante podía compararse con esta ciudad y es por ello que ahora la reclaman unos y otros, los de casa y los de fuera, los que se disputan intransigentes la legitimidad de una interpretación de la palabra y los que, más pragmáticos, tienden sus redes para probar la precisión de sus nuevas armas.

Conocimos los beneficios de la prosperidad pero no valoramos la serenidad y ahora es demasiado tarde.

Habitación

En la habitación hay una ventana con los vidrios rotos, algunos arrojados sobre una mesa cubierta de polvo y esquirlas. Del techo cuelga un trapo pardo y sobre el piso hay objetos abandonados por la prisa que impone esquivar a la muerte: juguetes de plástico derretidos por las llamaradas, aparatos electrodomésticos destripados, alguna sandalia, un bolso desinflado, el quicio de lo que fue una puerta que abre su sombra indiscernible. ¿En qué abismo insondable se precipitó el hombre que permanece inmóvil entre los desperdicios, la espalda apoyada sobre paredes ennegrecidas?

El tiempo disminuido

Hubo un tiempo en el que las palomas cruzaban el aire en seis horas trayéndonos nuevas del mundo. A caballo desde Iskenderun mediaban cuatro jornadas que incluso un ciego habría podido hacer con buen tiempo confiando en su olfato para reconocer las especias. Pero hoy todo es súbito. Los demonios del aire son instantáneos como el beso helado de la muerte.

Voluntad

Alepo está dividido entre los rebeldes y las fuerzas leales a Bashar al-Ásad, que se disputan, como las hienas, los restos del cadáver. Todavía hay trescientas mil personas atrapadas entre dos fuegos para roer. Los aviones rusos Tupolev Tu-22M3 y Sukhoi Su-34 despegan de Teherán para aislar a los rebeldes que desde la tierra disparan misiles antiaéreos que cargan sobre sus hombros. Encarnizados los hombres no dudan un momento en exterminarse con tal de hacer su voluntad. Pero ¿en qué consiste tal voluntad? En exterminarse.

Olvido

Hoy no recordamos la lingua franca, abierta a todas las ciudades y puertos del Levante que nos hacía semejantes sin que a nadie se le ocurriera afirmar su primacía alevosa. Pero preferimos ignorar las ruinas de Palmira porque sabíamos que en ellas yacía nuestro futuro. Han bastado unas horas para desfigurar lo que ni siquiera los siglos habían sido capaces de devorar.

Por la noche

¿Quién se atrevería a imaginar que estas ruinas albergaron festividades? ¿O que existieron bibliotecas donde los estudiosos taciturnos se acogían para meditar sobre su naturaleza caída? ¿Y qué de las cafeterías, sus domos cual colmenas centelleantes por la noche? ¿Qué de las opulentas putas y su desparpajo cordial y lascivo? Pocos se aventuran entre las ruinas de día pero por la noche los sobrevivientes deambulan absortos buscando a los desaparecidos.

En la oscuridad amaina el miedo y entre las ruinas los huérfanos se sientan entre escombros y escuchan sus historias en las que encuentran consuelo en el dolor compartido. Hacen planes para abandonar el infierno. Luego callan. La palidez de la luz lunar permite reconocerse aunque si permanecieran quietos, si no abrieran los ojos o voltearan el rostro no diferirían de los restos cenicientos de setecientas mil víctimas. A diferencia de los muertos, a quienes ya no mortifica el puñal que los degolló, los sobrevivientes saben que el nudo aprieta. Son trescientos mil los que ahora escrutan la oscuridad para distinguir un vivo entre tantos espectros.

El mercado

Los nombres de los ejércitos se suceden unos a otros clamando lealtad a un grupo o a otro pero las diferencias que afirman son intercambiables como las siglas que los acogen momentáneamente. Es claro el ánimo de conquista que los hace luchar por un Califato islámico regido por la intolerancia que deberá extenderse dominando el Levante y asfixiándolo dentro del cerco de su celo fundamentalista. En nombre de la única fe se reciben armas cuyo valor asciende a 1.3 billones de euros, adquiridas con el dinero de los mamelucos de Qatar, Turquía, Arabia Saudita y los Emiratos a precios razonables en Croacia, Eslovaquia, Rumania, Bulgaria y la República Checa. Dios tiene crédito.

Corredor humanitario

Los niños dejan sus refugios para prender fuego a llantas abandonadas en las calles y sobre las azoteas de los edificios que todavía se sostienen. Confían en que así dificultarán a los pilotos distinguir a sus víctimas. Y es que los rusos proponen un corredor humanitario para evacuar a los civiles atrapados, pero las áreas elegidas coinciden precisamente con las designadas para concentrar el fuego. Los asesinos a sueldo son compasivos.

Exilio

Aquí no hay brisa que refresque el aliento de los demonios del mediodía. No hay un árbol que mitigue la luz asesina. El fulgor lo ha devorado todo. Ni una gota de agua que alivie el fuego. En el estupor se preguntan por qué destruyeron cuanto habían amado. No son capaces de responderse ante las huertas abrasadas y entonces se revuelcan entre las cenizas de sus muertos. Por esto emprenden el camino aciago que no admite retorno. Así arde Alepo.  ~

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BRUCE SWANSEY cursó el doctorado en Letras en El Colegio de México y el Trinity College de Dublín, con una investigación sobre Valle-Inclán. Su publicación más reciente se titula Edificio La Princesa (UNAM, 2014).

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