Peter por Pedro. Epílogo para Peter Pan traducido por Pedro Henríquez Ureña

En el curso de la investigación que llevaría a la edición de la correspondencia intercambiada entre Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes (1914-1944), que se encuentra en prensa en el Fondo de Cultura Económica para ser coeditada con El Colegio de México, descubrí en el Archivo Histórico de éste, en el acervo de Henríquez Ureña legado por su hija Sonia, los recortes de la traducción de Peter Pan que el escritor dominicano publicó en el periódico El Mundo en noviembre de 1923. Marie, mi esposa, me ayudó a tomar las fotografías que luego serían transcritas por Alma Delia Hernández, mi colaboradora. Tuvimos la fortuna de que Miguel D. Mena, el editor de las Obras completas de Henríquez Ureña, hiciera una primera edición de esta preciosa traducción que ahora se recoge en el sello de Bonilla Artigas Editores. AC

Texto de 18/07/17

En el curso de la investigación que llevaría a la edición de la correspondencia intercambiada entre Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes (1914-1944), que se encuentra en prensa en el Fondo de Cultura Económica para ser coeditada con El Colegio de México, descubrí en el Archivo Histórico de éste, en el acervo de Henríquez Ureña legado por su hija Sonia, los recortes de la traducción de Peter Pan que el escritor dominicano publicó en el periódico El Mundo en noviembre de 1923. Marie, mi esposa, me ayudó a tomar las fotografías que luego serían transcritas por Alma Delia Hernández, mi colaboradora. Tuvimos la fortuna de que Miguel D. Mena, el editor de las Obras completas de Henríquez Ureña, hiciera una primera edición de esta preciosa traducción que ahora se recoge en el sello de Bonilla Artigas Editores. AC

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Peter por Pedro. Epílogo para Peter Pan traducido por Pedro Henríquez Ureña

Al pensar en el futuro y el presente por venir, se ha de reflexionar necesariamente en la educación y en la escritura de y para los niños. La preocupación por la literatura infantil, por los textos escritos para niños y desde la infancia, se remonta, en la tradición hispanoamericana, al ilustre precedente de la revista mensual para niños La Edad de Oro, de José Martí, en 1889. El nombre de Rubén Darío no puede ser soslayado en este ámbito. El interés por despertar la atención leyente de los niños se manifiesta en las obras de mexicanos de ayer como María Enriqueta Camarillo, Manuel Toussaint, Alfonso Reyes, Julio Torri y Miguel N. Lira, y, entre los de hoy, Felipe Garrido, Francisco Hinojosa, Juan Villoro y Verónica Murguía; así como en el trabajo de la chilena Gabriela Mistral, el de la venezolana Teresa de la Parra y el de la española Ana María Matute.

Peter Pan fue originalmente una obra de teatro compuesta por el escritor escocés James Matthew (J. M.) Barrie, quien luego, en 1911, la transformó en libro. Desde 1917, el travieso e inasible personaje recorrió los escritorios mexicanos. Julio Torri dio noticia a Alfonso Reyes de haber traducido la obra para su hijo: “Saluda cariñosamente a Manuelita de mi parte y a tu hijo de quien debes contarme siempre, pues en vista de él traduzco el Peter Pan de Barrie”.1 En carta del 17 de noviembre de 1919, Genaro Estrada informó a Reyes que Francisco González Guerrero esperaba entregar la traducción hecha por Julio Torri a la colección Lectura Selecta, en la cual se publicarían las Divagaciones literarias de José Vasconcelos y que había sido concebida como una suerte de competencia para la colección Cvltvra.

Finalmente, la traducción de Peter Pan sería realizada por Pedro Henríquez Ureña, amigo y maestro tanto de Reyes como de Torri. La versión en español la hizo el dominicano a partir del arreglo que F. O. Perkins practicó sobre el original de J. M. Barrie, y la publicaría en el periódico El Mundo, fundado y dirigido por Martín Luis Guzmán en 1922. Ese año, Henríquez Ureña compartiría en dicho diario las entregas de los quince Cuentos de la nana Lupe (tan afines a los relatos de Las memorias de Mamá Blanca, de Teresa de la Parra). Estas luminosas narraciones se nutren de la sustancia poética de la fábula, al estilo de Esopo y La Fontaine, pero también se inspiran en las narraciones lugareñas, a la manera de las que más tarde escribirían José Rubén Romero o Antonio Mediz Bolio; asimismo, abrevan en la literatura fantástica, de la cual es trasunto H. G. Wells, y de cierta narrativa traviesa derivada de la picaresca española y alemana. Llama la atención que en el cuento “En Jauja” aparezca Dom Escarragut, un personaje de “En las repúblicas del Soconusco”.2 No sólo eso. En los Cuentos de la nana Lupe se habla del país de “Jauja” y de un curioso duende, “Don Yo de Córdoba”, que de alguna manera está conectado con el universo de Peter Pan y trasluce la comunicación literaria que existía entre Reyes, Henríquez Ureña y las lecturas que iban haciendo juntos. Los Cuentos fueron escritos en los tiempos en que Henríquez Ureña había encontrado a su joven y atractiva novia Isabel Lombardo, quien, en la casa-hacienda familiar de Teziutlán, se había alimentado de las narraciones orales de los habitantes. No es improbable que los Cuentos de la nana Lupe hayan sido una suerte de dote literaria brindada a Isabel con los relatos que ella misma recordaba y que probablemente le había contado a Pedro.

Pedro Henríquez Ureña

En Pedro Henríquez Ureña: Apuntes para una biografía, Sonia Henríquez Ureña, hija del escritor, recuerda que: “Durante la travesía, algunas mañanas nos llamaba a cubierta para leernos algunos cuentos de La nana Lupe, en el libro rojo de recortes. A nosotros nos encantaba que nos leyera. Lo recuerdo sereno y dulce, interesado en nuestro interés”. Se refiere al viaje que hiciera la familia en el segundo semestre de 1931 de Argentina a Santo Domingo vía Río y Nueva York en el barco M. S. Easter Prince.

La traducción de Peter Pan al español —al español americano— no sólo fue la primera traducción a nuestra lengua, sino que quizá también se destiñen en ella los ámbitos rurales aquí mencionados. El interés por ésta quizá sea indisociable de las investigaciones sobre la difusión del romance tradicional en México.3 Desde luego, una obra tan aplaudida no podía quedar perdida en un periódico. Se han hecho numerosas versiones de la pequeña novela, entre las que destaca la de Sergio Pitol, Peter Pan y los piratas (adaptación de Bob Moore, Novaro, 1976).4

Cuestión aparte es la desafortunada historia editorial del periódico. El 18 de marzo de 1922 apareció el primer número de El Mundo: Diario vespertino de política e información. Luis G. Malváez comenzó como director gerente y, el 19 de abril, Martín Luis Guzmán asumió la dirección, la cual abandonaría a finales de octubre de 1923. Esta salida fue precipitada por el distanciamiento entre Álvaro Obregón y Adolfo de la Huerta a raíz de los Tratados de Bucareli. Durante el año que duró su publicación, el periódico se convirtió en un instrumento de promoción de la campaña de De la Huerta (1881-1955) a la presidencia de México. En 1923 Henríquez Ureña publicó ahí veinte crónicas y artículos sobre temas de arte, música y pintura; por ejemplo, acerca de Diego Rivera, de El demonio, de Rubinstein, y del estreno de Eugenio Onegin, así como su influyente texto “El hermano definidor”. Muchos de los trabajos de Henríquez Ureña fueron firmados con el seudónimo “Gogol”. La aventura de El Mundo duraría poco, pues éste desapareció al estallar la rebelión de Adolfo de la Huerta y salir precipitadamente de México su director Martín Luis Guzmán, dejando a sus colaboradores confusos y desanimados, como puede verse en las cartas entre Reyes y Henríquez Ureña: “Martín se fue a Nueva York con el ministro De la Huerta y volverá con elementos para mejorar su diario de la tarde ‘El Mundo’, el cual, durante su ausencia, ha decaído algo. En él hice reproducir tus poesías de la ‘Amapolita’ y de la ‘Sierva Enemiga’”. Ese año de 1923 fue por demás agitado para Pedro, ya que sería en esa fecha en la cual se distanciaría definitivamente de José Vasconcelos. En carta a su amigo Daniel Cosío Villegas, Pedro Henríquez Ureña expresa su sentir sobre México y su experiencia:

Yo decidí salir de México país intranquilo a causa de las revoluciones, aunque también las haya: es un país de intranquilidad moral, intranquilidad que se refleja en todos. Si siquiera en México se tolerara mejor al extranjero, yo podría haberme quedado a trabajar por el país: creo que la expresión no resulta presuntuosa en mí. Pero es demasiado el esfuerzo (y además generalmente inútil) de hacerles comprender allí a muchas gentes lo que es el acto desinteresado. Para agravar las cosas, mi único o principal modo de trabajar en México tiene que ser en puestos oficiales, y eso hace todavía más difícil hacer comprender las cosas a la gente acostumbrada a juzgar a los demás según su propia mezquindad. Yo hice una carrera que iba a permitirme el trabajo independiente, pero en el momento en que la concluí (1914) la situación en México me obligó a salir y todos aquellos estudios me resultaron inútiles: al volver en 1921, nunca tuve tiempo, aunque tuve el propósito de trabajar como abogado. Se me echaron encima tareas muy superiores a los sueldos que yo cobraba, como tuve ocasión de mostrarle a Vasconcelos en una carta donde le enumeraba diez trabajos que estaban a mi cargo, mientras sólo cobraba tres.5

Los textos publicados por Henríquez Ureña en el periódico El Mundo se encuentran reproducidos en el tomo VIII (1921-1928) de las Obras completas.6 En este volumen aparece mencionado J. M. Barrie por el dominicano como una de las figuras a quien P. P. Howe dedicó uno de sus “Retratos dramáticos” en su libro sobre el teatro inglés.

El nombre de Barrie era bien conocido entre los autores mexicanos de aquella época, y desde luego muy familiar entre el público inglés de entonces. El novelista y autor dramático nació en Escocia el 9 de mayo de 1860 y murió en Londres el 19 de junio de 1937. Cuando estrenó Peter Pan, Barrie tenía cuarenta y cuatro años. La producción de esta original fantasía que coronó su carrera teatral fue el fruto de su asociación con el empresario Charles Frohman. Primero se estrenó el 27 de diciembre de 1904 con Nina, la hija del dramaturgo Dion Boucicault, y unos meses más tarde, en 1905, fue montada en Broadway con la actriz Maude Adams. Un éxito arrollador hizo de esta obra de un autor ya conocido una de las preferidas del público inglés.

Maude Adams como Peter pan en la producción de Broadway de 1905

Barrie empezó su carrera como escritor alentado, si no es que apremiado, por su madre; publicó artículos en la célebre London Gazette. A los veinticinco años se estableció en Londres y a los treinta y uno conquistó una primera celebridad con The Little Minister (1891), a la que siguieron Margaret Ogilvy y Sentimental Tommy (1896), y Tommy and Grizel (1900), relatos encantadores donde se mezclaba un realismo humorístico con ciertas efusiones sentimentales, en las mejores tradiciones heredadas de Charles Dickens, aunque también influidas por George Meredith, Robert Louis Stevenson y los grandes novelistas y cuentistas rusos. A Barrie le quedaban estrechos los géneros estrictamente literarios y muy pronto descubrió que no se encontraba mal dotado para el teatro. Se dio a conocer con El admirable Crichton (1902). En las obras dramáticas de sir J. M. Barrie afloran y florecen los mundos del imaginario infantil, la fantasía, los “juegos de escondidas con los ángeles”, que son uno de los aspectos más familiares del espíritu inglés; ciertos tonos de nostálgica melancolía y un humor que es quizá la cualidad más original de su teatro. Los duendes, los ángeles, las hadas, los gnomos… Barrie tuvo un matrimonio desgraciado con una actriz de la que se separaría en 1909. Las maliciosas lenguas del rumor decían que ese divorcio estaba en la raíz de una vaga leyenda que se fue formando en torno a su persona y que lo representaba como una especie de Peter Pan ya envejecido, desprovisto de ilusiones, mitad juicioso mitad loco, evasivo, fugitivo, taciturno, reticente ante la contundente realidad pero adicto a la eterna pipa que masticaba entre sus dientes. La vejez del escritor fue serena: lo rodearon los honores y la riqueza, pero poco a poco su universo encantado se fue transformando; por ejemplo, en Dear Brutus (1917) y Mary Rose (1920) presenta un mundo oscuro, casi lúgubre, poblado de inválidos y de espectros dolientes y fantasmas dolorosos, víctimas de una realidad demasiado cruel en la cual la fantasía ya se había agotado.

Barrie tenía un peculiar sentido del humor, entre cínico y candoroso. Alfonso Reyes supo leer muy bien el prólogo que el escocés escribió para la novela que la niña Daisy Ashford publicó a los nueve años, The Young Visiters (Los jóvenes visitantes). Parte de la ironía y del sentido del humor que manejaba Barrie se trasluce en el texto escrito por Reyes, quien insinúa que en realidad la supuesta novela escrita a lápiz con faltas de ortografía por la niña Daisy era una creación de Barrie. Así evoca y traduce Reyes al autor de Peter Pan: “La actual poseedora del manuscrito —dice Barrie— garantiza que Los jóvenes visitantes (en inglés, y en la ortografía de la niña, The Young Visiters) es un esfuerzo novelístico llevado a cabo, sin auxilio de nadie, por una escritora de nueve años”. Y a continuación se corrige:

Esto de “esfuerzo”, sin embargo, resulta una palabra impropia en el caso, como todo el mundo puede ver, con sólo observar el triunfal semblante de la niña, según aparece en el frontispicio de esta obra sublime. No es éste el retrato de un escritor que consume el aceite hasta el filo de la media noche (y, de hecho, hay pruebas documentales de que, a nuestra autora, la metían en cama todos los días a eso de las seis). Al contrario: esta fisonomía revela un fácil poder, una complacencia tan evidente, que el lector severo no dudaría en calificarla de presuntuosa… No, la autora que tal cara tiene no ha necesitado esforzarse para labrar una obra maestra. Y por ventura el retrato nos da la cara que se admiraba en la autora al acabar algún capítulo de su libro. Porque yo me figuro que, a la hora de trabajar, la expresión sería más solemne.7

Más adelante, Reyes sigue comentando al autor de Peter Pan:

Barrie escribió una vez una “tragedia”: una madre que mata a un hombre en defensa de su hija. ¡Tremendo asunto! Figuraos: la pobre niña tenía catarro, y viajaba, acompañada de su madre, en un coche del ferrocarril. Un mal hombre se empeña en abrir una ventanilla. La madre le exige que la cierre. El mal hombre se niega. Entonces, la madre ¿qué hace? ¡Arroja por la ventanilla al mal hombre! Más tarde, ante sus jueces, la madre contesta a todas las preguntas: “Pero ¿no ven ustedes, señores, que ese hombre no quería cerrar la ventanilla?”. La razón es obvia: había que echarlo de cabeza. La madre es absuelta; el público llora de emoción. El Barrie de estas humoradas no está lejos de Daisy Ashford: por eso, tal vez, se han encontrado. Mayor semejanza hay todavía entre la Corte de The Young Visiters y la Corte soñada por una muchacha del pueblo en una obra de Barrie: Un beso para la Cenicienta.8

¿No resulta curioso que el luminoso Peter Pan traducido por Pedro Henríquez Ureña en 1923 haya convivido con el melancólico y risueño novelista británico que moriría casi tres lustros después?

Post scriptumPeter Pan no sólo ha sido objeto de muchas representaciones y ediciones. Ha llegado a dar nombre en España a una “Generación Peter Pan” de treintañeros que no tienen trabajo formal y que viven con sus padres. También se les conoce como “ninis”, que “ni estudian ni trabajan”.  ~

J.M. Barnie, 1892

NOTAS

1. Julio Torri, Epistolarios, ed. de Serge I. Zaïtzeff, UNAM, México, 1995, p. 105.

2. Alfonso Reyes, “En las repúblicas del Soconusco”, en El plano oblicuoObras completas, t. III, FCE, México, 1995, pp. 41-54.

3. Véase Sonia Henríquez Ureña de Hlito, Pedro Henríquez Ureña: Apuntes para una biografía, Siglo XXI Editores, México, 1993, p. 87.

4. Otras traducciones son: Peter Pan, trad. de Gabriela Bustelo, Santillana, México, 2006; Peter Pan: amigos, ¡al abordaje! (por Walt Disney), adaptación de Ronald Kidd, trad. de Beatriz Stellino; Peter Pan y el capitán Garfio, adaptación de Mary Carey, trad. de Jorge Anaya Roa, Novaro, México, 3ª ed., 1980; Peter Pan (por Walt Disney), Fernández Editores, México, 6ª reimp., 1993.

5. Pedro Henríquez Ureña: Apuntes para una biografía, p. 99. La carta está fechada el 13 de enero de 1928 en la Estancia “La Pascuala”, en Tandil, y se encuentra incluida en el tomo VI (1926-1934) de las Obras completas de Pedro Henríquez Ureña, con recopilación y prólogo de Juan Jacobo de Lara, Santo Domingo, R. D., 1979, en las pp. 396-397. Cabe apuntar que en ese mismo pueblo de Tandil, Alfonso Reyes pasaba algunas temporadas cuando fue embajador en Argentina entre 1927 y 1930.

6. Miguel D. Mena, compilador y editor, Santo Domingo, República Dominicana, 2015, 263 pp.

7. Alfonso Reyes, “Un novelista de nueve años”, en Simpatías y diferenciasObras completas, t. IV, p. 112.

8. Ib., p. 115.

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ADOLFO CASTAÑÓN (México, 1952) es poeta, ensayista, narrador, crítico literario, traductor y editor. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua.

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