Conjuros musicales: El ritual de vivir

Adrián Díaz Hilton reflexiona en este texto sobre cómo la vida y la música se entrelazan a través de “rítmicos” y “melodiosos” rituales cotidianos.

Texto de 17/08/23

Conjuros musicales

Adrián Díaz Hilton reflexiona en este texto sobre cómo la vida y la música se entrelazan a través de “rítmicos” y “melodiosos” rituales cotidianos.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Vivimos inevitablemente rodeados de música. Suena desde que se enciende el despertador y nos acompaña hasta en nuestros sueños. Caminamos a un paso dictado por nuestros afectos, pero fijado por un pulso; respiramos, masticamos, deglutimos, parpadeamos, todo esto enmarcado en un tempo, o incluso en un ritmo. Nuestro corazón y cerebro tienen pulsaciones a un tiempo constante y también nuestra fisiología presenta un orden temporal. Esto está tan entrañado en la mente que no podemos evitar imitar el pulso de una canción cuando suena en la radio, aunque sea una que nos provoque disgusto o repulsión; nuestro oído siempre nos traiciona. Queramos o no, siempre hacemos y seguimos algún tipo de música durante nuestra vida cotidiana.

¿Hay, entonces, algún momento en el que seamos libres del ritmo y la música? Todo indica lo contrario: desde antes de nacer y hasta el instante en que fallecemos hay una canción que, aparte de sonar en nuestra mente, es creada por nosotros mismos cada segundo de cada minuto de cada hora de nuestra conciencia; la vida, por sí misma y sin necesidad de lo externo, tiene un soundtrack tocando; a veces está en el fondo, a veces es muy ruidoso y domina al pensamiento.

¿Hay, entonces, algún momento en el que seamos libres del ritmo y la música?

Por eso mismo todo ritual es conducido por un mito y, en especial, por la música: ella propicia que el feligrés se pierda en un trance y se aproxime gradualmente a una experiencia mística o divina bastante satisfactoria. Suele comenzar lentamente, muy “quedito”, y conforme la trama del mito hace crecer la tensión dramática, la música a la par se amplifica en alguno de sus planos, de manera que una y otra simpatizan armónicamente en un crecimiento donde el escucha no tiene otra opción que desbordarse pasionalmente junto con el ritual.

Habrá de saberse que los rituales no son exclusivos de las religiones o la catarsis medicinal. En realidad podemos encontrarlos en la vida diaria; tal vez no en algo tan simple como una rutina para ir a trabajar o al gimnasio, pero sí lo vemos en acciones cuya función es encontrarnos con nuestro espíritu, por ejemplo, al prepararnos para leer un buen libro, escuchar una canción que nos mueve las entrañas o encontrarnos en una cita con alguien a quien apreciamos.

Para estas acciones enfocadas en un reto total de nuestro espíritu también diseñamos una rutina, pero la esencia del ritual no es la secuencia de eventos, sino la intención y el objetivo hacia donde queremos que nos lleve. La meta de una misa católica es la experiencia divina concentrada especialmente en un sentimiento de redención o de calma, de allí que al menos una versión del Padre nuestro insista en repetir al final la plegaria “perdónanos” y de igual modo sucede con una del Cordero de Dios y su “danos la paz”, oraciones climáticas del ritual. Por eso mismo se colocan cerca del final y se les compone la música más pasional.

De la misma manera, el estribillo final de cualquier canción de música popular suele ser ejecutado un tono más agudo; la razón de ello es que la repetición devalúa la estructura, pero presentarla con algún cambio renueva la emoción que pretende proyectar y provoca la catarsis buscada por el escucha. Así es como se obtiene del ritual una purificación espiritual: comienza en un punto relajado desde el cual puede aumentar la tensión hasta llegar a una explosión pasional. Es de notar que la estructura está tan arraigada en el cuerpo y la mente que a través de una construcción gradual es como se logra ideal y fisiológicamente un orgasmo; si esta curva “tensiva” acompaña nuestra fisiología, sería imprescindible que también lo haga con nuestra mente.

Esto nos dice que el ritual es una estructura repetida que, a diferencia de la rutina, contiene dentro de sí la intención de obtener una catarsis y liberar presión de la “olla” mental. También significa que tiene un ritmo cuya función es empatar nuestra mente con nuestro cuerpo; es una estructura viva que siempre se encuentra dispuesta a lo largo del tiempo, lo ordena en secciones repetidas y atrapa por medio de ellas la concentración de quien lo escucha. Esta es la música de un ritual: el ritmo, cuyo espíritu nos acompaña mientras tenemos la facultad de pensar.

Entonces, por ejemplo, la manera más efectiva de alcanzar la experiencia estética deseada de una novela de terror no es precisamente la imaginación, esa es solamente la vía para llegar al operador mental que nos llevará en el viaje musical. Las imágenes, conforme las leemos, se recuperan del cerebro a través del tiempo y, con el afán operacional de construir un punto climático, son ordenadas por el autor para que apunten hacia la más impresionante. Por eso se guarda el rasgo más fuerte y cruel del fantasma hasta el último capítulo de la novela gótica, donde el clímax podría ser que el personaje primario muera grotescamente; se construye gradualmente ese rasgo para agrandar el miedo y la satisfacción del susto.

La razón por la cual vale la pena ritualizar una lectura es para tener la mejor posibilidad de alcanzar la explosión pasional cuando llegamos al clímax diegético. Así, también es valioso hacer de las acciones que más nos importan un ritual, una música. Realizar una tarea que parece no ser ritualizable por medio de la música bien puede transformarla en algo mucho más agradable. En este momento escucho “I am” del grupo Novallo, y cuando comencé a escribir escuchaba el poema sinfónico Francesca da Rimini de Chaikovski; así construí a la par del texto un clímax musical.

“[…] es valioso hacer de las acciones que más nos importan un ritual, una música”.

Al escuchar alguna pieza musical mientras hacemos una tarea común nos agarramos de su pulso y, tarde o temprano, simpatiza nuestra mente con este y la ejecución del trabajo; así un proceso cualquiera toma un ritmo. Aún mejor, si nos dejamos llevar por la construcción tensiva de su melodía y armonía, hasta barriendo la casa se llega a la catarsis; en ese sentido, no es una pésima idea tener una compilación casera de “corridos pa’ chachear” o “thrash metal pa’ limpiar baños con enjundia”.

Tal vez no es necesario ritualizar toda la vida, pues eso lograría que dejemos de apreciar el ritual y lo percibiríamos como rutina. Pero con esas operaciones mentales podemos sincronizar nuestras labores importantes y las acciones que nos interesa disfrutar con una música agradable o, como dicen los estadounidenses, con un soundtrack de la vida. La música desde su esencia convierte nuestras vidas en un ritual. EP

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