En este texto, Irene Álvarez explora la relación entre el estilo, la moda y el narcotráfico a partir de sus observaciones etnográficas en distintos sitios de Guerrero.
Estilo, moda y narcotráfico en Guerrero
En este texto, Irene Álvarez explora la relación entre el estilo, la moda y el narcotráfico a partir de sus observaciones etnográficas en distintos sitios de Guerrero.
Texto de Irene Álvarez 26/11/21
Durante durante 2019 y 2020, realicé observaciones etnográficas en distintas partes de La Montaña —situada al noroeste de Guerrero—, en la Costa Grande —una zona próxima al Océano Pacífico que tiene como ciudad principal Zihuatanejo— y en el Filo Mayor o La Sierra —en la parte alta de la Sierra Madre del Sur—; esta selección se debió a estos lugares son centros de producción de amapola o espacios que se han beneficiado indirectamente de la comercialización del opiáceo. A partir de esas observaciones, me percaté de que la participación de las personas en las economías ilegales está asociada a una necesidad de ampliar la experiencia de lo que significa ser un joven en un contexto campesino. En ese sentido, formar parte de la cadena productiva del narcotráfico posibilita maneras de consumir y vestir el cuerpo que son relevantes para los varones de medios rurales.
En Santa Cruz, una comunidad de La Montaña, observo un grupo de jóvenes que no superan los treinta años. Visten pantalones de mezclilla, playeras sin mangas —a las que a veces agregan mangas de estambre y dejan los hombros descubiertos—, cinturones con hebillas —que reproducen el logo de marcas como Gucci o Louis Vuitton— y zapatos de vestir.1 Algunos de ellos agregan gorras con estampados y pequeñas piedras brillantes. La indumentaria contrasta con la ropa que viste el resto de los jóvenes y señores de la localidad, quienes usan botas mineras o zapatos de trabajo, camisas desgastadas y chamarras de segunda mano. Curiosa, le pregunto a mi acompañante, un amigo originario de Tlapa, ¿quiénes son esos muchachos?, ¿por qué se visten así? Responde con desinterés: “Ah, es que esos son los que se van a trabajar a la sierra [en sembradíos de amapola] y regresan con el estilo narco”.
¿Cuál es el estilo narco? En Subculture: The Meaning of Style (2007), Dick Hebdige señala que algo que distingue a las subculturas es que usan las prendas de vestir como forma de comunicación deliberadamente desviada. Así, las subculturas se diferencian por sus formas de vestir intencionalmente confrontativas, bajo las cuales las prendas usadas no son necesariamente funcionales ni apropiadas al contexto. En ese sentido, el estilo de las subculturas nace como un rechazo o afrenta hacia un orden social y posteriormente se consolida como un estilo, es decir, como un “mapa de significados” —como afirma Hall— que es posible decodificar a través de una lectura semiótica.
Asimismo, el autor sostiene que el estilo puede comprenderse como un desafío a la hegemonía, la cual se experimenta como normalización o conocimiento de sentido común. A partir de esto, propongo comprender el estilo como una forma de cambio social, una manera de modificar la relación con el pasado: ¿qué tipo de tradición o trayectoria se cuestiona con el estilo narco?
“Los jóvenes se desesperan”: nos dijo el maestro rural jubilado Evaristo. “Antes tenían oportunidad de… ganaban mucho dinero. El día de hoy ya no hay dinero ni para zapatos ni para la ropa…”. Se refería a jóvenes como los que describo al inicio. Ese día, antes de nuestra entrevista con Evaristo, habíamos presenciado una conversación entre nuestros amigos en Santa Cruz —un periodista y un estudiante originario de la localidad, pero residente de Tlapa— y los muchachos que portaban el estilo narco. Como comentó Evaristo, parecían desesperados; hablaban de que lo único que los retenía en La Montaña era cumplir con su periodo de servicio como policías comunitarios de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC),2 después de eso, planeaban irse a trabajar a Sinaloa y Sonora como jornaleros agrícolas.
Estábamos en plena crisis de los precios de los opioides, los jóvenes se iban a trabajar a La Sierra a sembrar amapola y a extraer la savia que ya seca, se convertiría en goma de opio (Le Cour Grandmaison, et al.). Pasaban temporadas de aproximadamente cuatro meses y después volvían a su comunidad; aunque, en ocasiones, nunca regresaban.3 En poblaciones de La Sierra como Toro Muerto o Lindavista, en el municipio de San Miguel Totolapan, dicen preferir contratar peones de La Montaña porque tienen fama de ser más trabajadores que los de la región. Si bien los jóvenes de La Montaña pueden quedarse a trabajar en los campos de amapola próximos, en La Sierra los salarios son superiores.
La migración de los jóvenes de La Montaña hacia La Sierra inició con el boom del café que se desarrolló en las zonas serranas de la Costa Grande durante la década de los ochenta. Hasta 1989, el comercio internacional de café estaba regulado por un acuerdo internacional que, a través de un sistema de cuotas, controlaba la oferta en relación con la demanda; sin embargo, desde 1989 se impuso un régimen de libre mercado. Hubo dos periodos de crisis del precio del grano: de 1989 a 1993 y de 1999 a 2004. Fue precisamente a fines de la década de los ochenta cuando los precios del grano de origen guerrerense comenzaron a caer y muchos de los que fueran productores de cafetos comenzaron a dedicarse al cultivo de amapola. Así, los jóvenes de La Montaña que se empleaban como peones en la cosecha de café se transformaron en trabajadores que extraían goma de opio a través de métodos manuales.
Al interrogar a un periodista que vive en el municipio de Atoyac de Álvarez —uno de los municipios cafetaleros de Guerrero—, respecto a la naturaleza del trabajo realizado por los peones en los campos de amapola de La Sierra señaló: “el trabajo es sembrar, echarles agua [a las plantas] con rehiletes [aspersores], fertilizarlas y vigilarlas”. Además de emplearse como agricultores, los jóvenes son contratados para vigilar las parcelas. En sus palabras: “antes no había cuerno de chivo como ahora, aunque siempre ha sido regla que los dueños de la parcela les den su armita a los trabajadores. Sobre todo tienen que cuidar [la cosecha] cuando está por dar, porque a veces otro más vivo puede robársela”.
Durante las décadas de los ochenta y noventa, al boom del café le siguió la bonanza de la amapola. Se cuenta que aquellos que tenían fincas de café y después campos de amapola, bajaban de La Sierra a las ciudades y pueblos de las planicies vistiendo ropas caras y extravagantes. La gente recuerda que usaban sombrero tejano, botas y cinturón piteado o ranchero. Es común que se rememore con cierta admiración las camisas satinadas de colores brillantes con estampados, que usaban los hombres. Ciertamente, es probable que esa indumentaria fuera común entre varones de La Sierra que, de cuando en cuando, gastaban sus ganancias en lugares como la Colonia Acapulquito, en Atoyac de Álvarez. Se trata de un par de cuadras donde se concentran las cantinas y prostíbulos de la localidad. A la fecha, prácticamente todos estos negocios están cerrados; pero estos establecimientos eran sitios concurridos antes de la crisis del opio mexicano.
Entonces, ¿cómo definir el estilo narco entre los jóvenes de La Montaña? Lo primero que llama la atención al observar a los muchachos de Santa Cruz es su ropa mucho más ceñida que la del resto de los varones y mujeres del pueblo. La tela delgada de las playeras blancas deja ver su cuerpo, mientras que el uso de las mangas de estambre les cubre lo suficiente como para no tener que usar chamarras o sudaderas. No temen presentarse como varones que cuidan su apariencia. Su corporalidad puede ser apreciada estéticamente, no es únicamente un medio de trabajo. La ropa dibuja una distinción temporal entre el tiempo productivo ligado al espacio de La Sierra y el tiempo de descanso en La Montaña. En la serranía se usa ropa holgada, ropa de trabajo; en contraste con lo usado en Santa Cruz, donde se destaca por portar un tipo de vestimenta que resalta una silueta estilizada y limpia.
La ceñida playera de algodón realza el cinturón de plástico negro coronado por una hebilla con un logo de una marca reconocible. La prenda evoca prestigio y poder económico. Las iniciales de Gucci aluden a una capacidad adquisitiva superior a la de la mayoría. No se trata del cinturón piteado o ranchero, sino de un tipo de objeto que remite a su origen urbano y moderno. Del mismo modo, los zapatos de vestir refieren a un trabajo en la ciudad. Los mocasines no parecen adecuados a las calles lodosas de Santa Cruz; sin embargo, hablan de una ocupación que permite anteponer la forma antes que la utilidad. Establecen una distinción con las botas mineras o los zapatos deportivos de la mayoría de los campesinos, mientras que los pantalones de mezclilla remiten a una imagen juvenil y despreocupada.
El estilo narco de estos jóvenes es entonces un bricolage que hace del ocio, la modernidad y lo urbano, valores portados en el cuerpo. Del mismo modo, habla de una corporalidad poco vinculada al trabajo en el campo. Así, considerando los señalamientos de Hebdige (2007) respecto a la cualidad confrontativa del estilo de las subculturas, bien podríamos afirmar que se trata de una manera de desmarcarse o cuestionar el modo de vida campesino. La presentación de los varones que trabajan de modo estacional en La Sierra marca una diferencia respecto al modo en que se ganaban la vida sus padres y abuelos. En ese sentido, la afrenta a lo rural a través de la exaltación de símbolos urbanos, como el cinturón o los zapatos, es una forma de negar una economía de subsistencia que no permite comprar objetos de consumo de origen industrializado y masivo como los ostentados.
Igualmente, la silueta estilizada de los jóvenes contrasta con el cuerpo de trabajo que caracteriza al modo de vida campesino. No es sólo una corporalidad utilitaria, sino también estética. Arreglar el cuerpo, vestirlo con una intencionalidad deliberada, lo convierte en un medio expresivo. La indumentaria refiere, pues, a una forma de experimentar el mundo. El estilo narco de estos jóvenes guerrerenses se aleja de una noción de cuerpo que lo reduce a puro medio de producción para refrendar una concepción no-productiva de la corporalidad. Consecuentemente, tener dinero y tiempo libre redefine la relación que se establece con el cuerpo campesino.
De acuerdo con estos elementos, el dinero de la economía de la goma de opio se traduce en hábitos de consumo y uso del tiempo libre. En relación con esto, en contextos rurales, la prosperidad del narcotráfico está asociada a la ampliación de lo que es posible ser y experimentar. Si —como sugiere Lawrence Grossberg— la subjetividad o la posibilidad de ser sujeto, está distribuida de modo inequitativo, podemos decir que el modo de vida ligado a la producción de cultivos ilícitos permite ocupar más de una posición social. La escasez no sólo se experimenta en un plano económico, sino también en uno subjetivo. Hasta antes de la crisis, la economía de la goma de opio modificaba la relación entre experiencia y estratificación social, al permitir que campesinos jóvenes se transformaran en consumidores de mercancías “superfluas” y trabajadores remunerados en un contexto donde esto resulta imposible. EP
1 Algunos de los nombres de las personas y localidades han sido modificados para proteger su anonimato.
2 La CRAC-PC “es una institución de los pueblos indígenas de la Costa Montaña de Guerrero, creada el 25 de octubre de 1995, que garantiza la seguridad y la justicia de manera autónoma con base en el derecho propio. Esto se hace desde un complejo sistema regional que incluye cuatro sedes de justicia, más de 100 comunidades y alrededor de 100,000 personas. Tal cantidad de actores se distribuyen a través de 12 municipios de la Costa y Montaña de Guerrero” (Sierra 2015, 136). Es preciso decir que el cargo de policías comunitarios depende del sistema de cargos, por lo tanto, no se cobra un salario por llevarlo a cabo.
3 Ese fue el caso, referido por varias personas de Santa Cruz, de tres muchachos que se fueron a La Sierra cuatro años atrás y nunca más se supo de ellos.
Bibliografía
- Hebdige, D. (2007). Subculture: The Meaning of Style. Routledge: Cornwall.
- Grossberg, L. (2003). “Identidad y estudios culturales: ¿no hay nada más que eso?”. En Stuart Hall y Paul Du Gay (coords.), Cuestiones de identidad cultural, Amorrortu, Madrid y Buenos Aires: 148-180.
- Le Cour Grandmaison, R., Morris, N., & Smith, B. (2019). The last harvest? From the US fentanyl boom to the Mexican Opium Crisis. Journal of Illicit Economies and Development, 1(3), 312-329.
- Sierra, M. T. (2015). “Pueblos indígenas y usos contrahegemónicos de la ley en la disputa por la justicia: La Policía Comunitaria de Guerrero”. The Journal of Latin American and Caribbean Anthropology, 20(1): 133-155.
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