Seis símbolos de la cenita de Lozoya

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 13/10/21

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Tiempo de lectura: 3 minutos

El juicio social (el legal es aún un sueño) ya era implacable: por eso, Enrique Peña y su novia Tania Ruiz tuvieron que disfrazarse como personajes de Woodstock, él con pelo largo y gorrita, y ella con blusa de arcoíris y pañoleta roja atrapando su larga melena rubia.

Para entonces ya les era insoportable ser identificados como el expresidente y su novia modelo: si pretendían degustar manjares apaciblemente en el restaurante asiático Blue Ribbon de Nueva York requerían hacerse pasar por personas distintas. Es decir, el presidente, señalado al menos por Fuenteovejuna como delincuente, escondía su identidad al lado de su pareja, y comían haciéndose chiquitos porque ser quienes en la realidad eran podía desatar una escena en el propio establecimiento y un escándalo en redes sociales. El problema fue el vestuario, tan burdo y gracioso que alguien los identificó y grabó: el video más que indignarnos nos enterneció.

Dos años después vimos un video en otro restaurante asiático, el Hunan de Las Lomas de Chapultepec, también de un político prominente –Emilio Lozoya, ex director de Pemex-, junto a quien al parecer es su novia, la también rubia Doris Beckmann. La escena donde aparecen tres personajes más desparrama simbolismos. ¿De qué? De lo que son nuestro país y su justicia. Veamos:

1.- A Lozoya, delincuente confeso, funcionario que recibió 10 millones de dólares en sobornos para otorgar a la compañía brasileña Odebrecht contratos petroleros, pagar a legisladores para obtener su voto a favor de la reforma energética y financiar la campaña electoral del PRI en 2012, el gobierno que dice encarnar la revolución de la honestidad lo convirtió en testigo protegido y eso, por lo visto, es la autorización para darse la gran vida abiertamente mientras urde su acusación a otros 17 políticos. Cuántas visitas a restaurantes de alta cocina internacional y otros escenarios de placer no habrá registrado el brazalete que el fiscal Alejandro Gertz Manero le puso.

2.- Lozoya pudo comer en el Hunan siendo él mismo. En todo el proceso, la autoridad le debió mandar el mensaje de que estaba bien que fuera él (sin necesidad de vestirse de hippie, pirata u Hombre Araña). Podía ser Emilio, como lo conocemos: pelo rizado, afeitado impecable, camisita de vestir y saco como cualquier mañana entrando a su despacho de Pemex. ¿Por qué podía ser él mismo? Porque su libertad tiene el patrocinio del poder, y aunque la sociedad le diga mil veces ¡ladrón! (y “¡corrupto!” lo llame el presidente), posee la armadura del gobierno federal, y eso es lo único que vale e importa. En síntesis: exponerse públicamente en nada lo expone.

3.- Frente a una botella de vino (no debió ser un Moras de 120 pesos comprado en el Oxxo), Lozoya hacía sobremesa. No se alimentó tímido, enconchado, atemorizado -como Peña Nieto-, para después, en cuanto diera el último bocado, escapar sigiloso. Por el contrario, pese a que un juez ya lo imputó por cohecho, lavado de dinero y asociación delictuosa, gozaba ese tiempo estirado que el cuerpo aprovecha para digerir, recobrar energía tras el esfuerzo masticatorio, ese tiempo en el que se habla con serenidad sobre la vida y se filosofa sin prisa sobre los avatares de la existencia.

4.- Lozoya descubrió la cámara que lo tomaba por la espalda, volteó a su izquierda y no se alteró. Privilegiado por el sistema, amparado por la impunidad de esta era autonombrada transformadora, de ningún modo se puso de pie enfurecido, interpeló a la/el fisgón/a de la cámara, tapo el lente, se disculpó con sus cuates para huir solitario hacia la salida, soltó un improperio. No, en lo absoluto: únicamente volteó otra vez hacia la mesa, hacia su pareja, para continuar la velada. A lo suyo. Por el brazalete, la Fiscalía General de la República sabía que estaba en el Hunan, y evidentemente era correcto que estuviera en el Hunan. Lozoya no estaba haciendo nada que indignara a sus “captores”, y nada había que ocultar.

5.- Según el portal Emeequis, en la FGR hubo furia y sorpresa por la libertad que Lozoya se tomó al acudir a un restaurante de lujo pese a su situación legal. “¡Mira con lo que salió!”, fue lo que dijo al medio de comunicación una “fuente de la dependencia” cercana a Gertz. Chistoso: el aparato del estado es incapaz de enterarse, pese a su personal, su trabajo de inteligencia y el brazalete, a dónde va el protagonista del más grande caso de corrupción en la historia de México. ‘¡Dios bendito, no nos imaginamos de lo que era capaz este muchacho travieso!’. Ajá.


6.- Por lo que muestra el video, Doris, su pareja, sí alargó su brazo en un gesto de complicidad y protección a su hombre, y al mismo tiempo exclamó algo, quizá asustada, preocupada. Seguramente cuando pagaron la cuenta, emprendieron el regreso y llegaron a casa para dormir en calma, él le dijo, “No era necesario enojarse, mi amor. Está todo bien”. EP

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