Sofía Viramontes nos comparte cómo la rehabilitación de algunas zonas en Sotuta, Yucatán, a partir de técnicas agroforestales representan un cambio a nivel ambiental, pero también social. El reaprendizaje de las prácticas que se han normalizado y que deterioran el medio ambiente nace desde un grupo de mujeres que descubre que su vida tiene orígenes diferentes a los que se han amoldado por la voraz y errada idea de progreso.
Las solaristas de Sotuta
Sofía Viramontes nos comparte cómo la rehabilitación de algunas zonas en Sotuta, Yucatán, a partir de técnicas agroforestales representan un cambio a nivel ambiental, pero también social. El reaprendizaje de las prácticas que se han normalizado y que deterioran el medio ambiente nace desde un grupo de mujeres que descubre que su vida tiene orígenes diferentes a los que se han amoldado por la voraz y errada idea de progreso.
Texto de Sofía Viramontes Molina 21/09/21
“Lo que le hacemos al suelo nos lo hacemos a nosotros mismos” – Vandana Shiva
María Graciela Canté, “Chela”, se levanta todos los días antes de las cinco de la mañana. Se alista rápidamente y sale al traspatio de su casa, donde desde hace algunos meses crecen flores de cempasúchil, arúgula, maíz azul, rábano, pepino, calabazas, chiles y un poco de cilantro. En esas primeras horas de la mañana se encarga de regar y, antes de que den las nueve de la mañana, ya está al resguardo de la sombra, pues ahí donde vive, en Sotuta, el sol arrecia y es mejor dejar que bañe sólo a la tierra.
Sotuta es una ciudad en el centro-sur del estado de Yucatán, donde viven 2835 mujeres y 2923 hombres. Tiene catorce calles de norte a sur y otras trece de este a oeste, un cenote, unas grutas y tres capillas católicas. El termómetro rara vez marca menos de 26º centígrados y con frecuencia anuncia los 30º. Es húmedo, bochornoso.
Chela regresa cerca de las cuatro de la tarde a su solar —como se les llama a los huertos de patio con técnica de policultivo, que son de herencia maya—, acaba de regar si en la mañana no lo hizo, siembra y quita las malezas. Si es tiempo, cosecha. Deja de trabajar pasadas las siete.
Así como ella, hay otras tres mujeres de Sotuta que, desde inicios de la pandemia, repiten esa rutina. Convirtieron terrenos baldíos y traspatios en espacios de agroforestería, donde crecen alimentos para ellas y sus familias —casi siempre numerosas—, tanto para su propio consumo como para la venta. Son parte de Cultiva, una cooperativa de mujeres del municipio donde se conserva la sabiduría ancestral aplicada a la agricultura.
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Cuando llegó el COVID a Sotuta, la cuarentena arrasó con los ingresos de la gente. En casi todas las familias el aporte viene de fuera: la gente se va a trabajar a Mérida, Playa del Carmen, Tulúm y Cancún para tener mayores salarios.
En casa de Cristina Chuc Cámara tanto ella como su esposo se quedaron sin sus trabajos cuando empezó el encerrón. Se acercó a dos amigas, Daniela Mussali y María José Rivera —chilangas que llevan en Sotuta ya muchos años— para pedirles ayuda con un trámite por internet para recibir un apoyo del gobierno. El problema era crítico, pues en la casa Chuc viven diez personas. Pero los recursos gubernamentales no llegaron.
“Nos pusimos a pensar qué hacer, cómo la podemos apoyar que no sea nada más prestar o dar un dinero, sino que realmente exista una solución o una alternativa a largo plazo”, platica María José a través de una pantalla, desde el caluroso Yucatán. Empezaron con una recaudación de fondos para solventar los gastos de despensa, de emergencia, una canasta básica. Pero en una de las visitas, se les ocurrió retomar la tradición de los solares, que son huertos familiares ubicados en las partes no construidas de los terrenos, en los patios.
En casa de Cristi —como le gusta que le digan— instalar un solar y empezar a sembrar fue una excelente idea. Sin embargo, no fue tan sencillo. En el patio —que hacía 26 años ya había sido un espacio de cultivo— alguna vez se empezó la excavación para hacer una alberca, pero ese proyecto se detuvo y el agujero se convirtió en el basurero familiar.
“Hay muchos servicios que en Sotuta no funcionan como se esperaría y el sistema de recolección de basura es uno de ellos. Ahí la gente tiene dos opciones: o entierra su basura o la quema.”.
Hay muchos servicios que en Sotuta no funcionan como se esperaría y el sistema de recolección de basura es uno de ellos. Ahí la gente tiene dos opciones: o entierra su basura o la quema. La familia Chuc estaba encaminándose a hacer su propio relleno sanitario en el patio, y llevaban ya, aproximadamente, un metro y ochenta centímetros de basura apilada: pañales, empaques, comida orgánica, latas, botellas… todo.
“Sacamos dos bateas de una camioneta muy grande de bolsas de basura, dos camiones de basura”, dice Daniela Mussali en la entrevista. La limpieza la hicieron entre toda la familia y amistades que llegaron a ayudar, y en dos días el espacio estaba listo para reconstruir el solar en el que los ancestros de Carlos —el esposo de Cristi— sembraban.
Acarrearon piedras para rellenar, buscaron tierra en el monte y empezaron por sembrar unos plátanos. Después instalaron unos cuantos canchés —camas de cultivo elevadas— y construyeron un domo que sirve de invernadero. Un año después, ya han podido cosechar albahaca, chiles habaneros, plátano, pepino, arúgula, y pronto llegará la jamaica, cilantro, acelga, espinaca, girasoles y estafiate.
Daniela y María José animaron a otras mujeres a seguir los pasos de Cristi. Las dos chilangas instauraron la organización Cultiva, Alternativas de Regeneración, que busca reactivar la economía local de Sotuta a través de una cooperativa de mujeres del municipio. Se unieron Melanie Peña Cauich, Graciela Canté Peraza y Argimira Jiménez Canché Arge.
Empezaron yendo a tomar un curso de agroforestación a Zutut’Há, una comunidad a la que los oriundos de Sotuta les llaman cariñosamente “los jipis”. Llegaron en el 2016 y empezaron a crear lazos y a buscar una nueva forma de hacer vida, diferente a las que se enseña en las ciudades. Fundaron un espacio en la selva y crearon el Centro de Agroecología, Artes y Oficios Zutut’Há (CAAOZ), donde comparten saberes y prácticas “para llevar un modo de vida saludable, digno y sostenible”, explican en su página de internet.
“Los solares y las milpas son sistemas agroforestales —que básicamente es un sistema donde se cultiva sin lastimar ni interrumpir los procesos de la tierra y los ciclos de vida natural— y son parte crucial de la cultura yucateca.”.
Las mujeres solaristas tomaron ese primer taller, en donde mucho de lo que se les dijo no eran cosas completamente nuevas. Tanto Cristi como Graciela tuvieron padres sembradores, que les enseñaron lo que ellos mismos aprendieron de sus papás. Los solares y las milpas son sistemas agroforestales —que básicamente es un sistema donde se cultiva sin lastimar ni interrumpir los procesos de la tierra y los ciclos de vida natural— y son parte crucial de la cultura yucateca.
Sin embargo, los de Zutut’Há llevan años estudiando y perfeccionando las tecnologías y técnicas para entender las necesidades del suelo y poder adaptarlos a las necesidades actuales y al cambio climático. Una de las técnicas que usan —que nació en Brasil hace apenas unos 30 años— es la sintropía: creación de ecosistemas agrícolas inspirados en los bosques, con el objetivo de producir alimentos y recuperar la naturaleza.
Ahora las solaristas implementan estas técnicas en sus terrenos. Lo que alguna vez fue un basurero ahora se está convirtiendo en un lugar de reforestación
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El 19 de junio del 2021 se cumplió un año del primer curso de agroforestación y recuperación de la tierra que las cuatro mujeres tomaron. Ahora sus traspatios son fértiles y generosos, y la producción les exigió dar un siguiente paso.
El Centro de Transformación para la Soberanía Alimentaria de Sotuta abrió las puertas en las primeras semanas de agosto. La cooperativa se movió para rentar un lugar, lo limpiaron, arreglaron y pintaron. Adentro y afuera tiene murales que amigos de la cooperativa donaron, y la cocina ya está equipada con los instrumentos necesarios para que las cosechas estacionales de los solares se conviertan en recetas que combinan ingredientes locales y tradicionales con técnicas contemporáneas de cocina. En el menú de esta temporada tienen: tomates deshidratados, brownie vegano, berenjenas en escabeche, Dzikilpak de Doña Cristi, pan de plátano bárbaro, queso untable de semilla de girasol, mermelada de guayaba, mango y jengibre; hojuelas de habanero orgánico y kombucha de jengibre o fresa.
Este espacio tiene el objetivo de crear un ciclo productivo que genere empleos para mujeres y jóvenes, y además dan talleres, hacen campañas informativas de nutrición, tienen una biblioteca de semillas y organizan trueques de alimentos en los que participa toda la comunidad de Sotuta.
Cristi platica sus recetas favoritas y repite que está muy contenta. Su especialidad es el Dzikilpak, un dip de tomate asado con pepita de calabaza yucateca. “Cuando mi papá vivía, todo lo que él cosechaba era lo que comíamos”, cuenta. Después de casarse, ella dejó de cosechar porque la familia de su esposo no acostumbraba a eso, pero lo extrañaba mucho. “Mi esposo no sabía qué es sembrar, no sabe qué es tumbar una milpa, sembrar un elote o sembrar las cosas que ahorita hacemos”. Insiste en que está muy orgullosa de lo que ha hecho.
A las manos de Daniela y Maria José llegan las solicitudes para que les ayuden a volver a activar los solares; hace poco se sumó otra mujer a la cooperativa, pero por falta de recursos e insumos aún no pueden trabajar con toda la gente que quisieran. Flor, la hija de Chela, cree que con el cambio de administración municipal recibirán más apoyo. Mientras tanto, las mujeres de Cultiva se siguen levantando todos los días antes del amanecer a regar, cocinar, aprender de agroforestación y transformar tierras que habían sido tragadas por el “progreso”, en espacios vivos y generosos. EP
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