Cuando la 4T te patea la cabeza

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 01/09/21

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Chelo, Lupita, Martha o Silvia habían vivido de cerca las matanzas de la Plaza de las Tres Culturas y El Halconazo porque eran jóvenes cuando esos episodios sucedieron y porque ellas ya se formaban en la Normal de Maestros para, entrados los ‘80, darnos clase a los niños. Poco importaba: aunque hirvieran en su sangre esas tragedias, esa historia negra, de aquello se hablaba poco o nada en las primarias mexicanas.

Y no es que las docentes hubieran sufrido ataques súbitos de amnesia. No, a sus bocas las paralizaba una mordaza transparente amarrada y apretada por el PRI, es decir, la Secretaría de Educación Pública y el presidente en turno, y entonces las maestras tenían que tener muy clarito que la historia de México era otra, muy diferente: los pies quemados de Cuauhtémoc, Hidalgo llamando a la libertad en el campanario de Dolores, el Pípila protegido por una piedra en la espalda para tomar la Alhóndiga de Granaditas, el mito del cadete Juan Escutia lanzado al vacío con la bandera durante la invasión estadounidense, Lázaro Cárdenas expropiando el petróleo, Zapata alzando a los campesinos pobres. Hitos de nuestro pasado que sí venían en los libros de texto.

Aunque los estudiantes heridos o asesinados fueran héroes patrios pues también luchaban por la justicia y la libertad de todo un país, de ellos mutis en las aulas, mutis en la tele, mutis en el discurso oficial. El PRI se negaba a que conociéramos al propio PRI, se resistía a la divulgación de ese pantano macabro en el que se erigía.

Pero, como el agua, la historia escurre inexorable, y nos termina mojando aunque se intente ocultar. Y también la sangre escurre y no es fácil lavarla. Nuestros padres, abuelos, los libros, los activistas que aún vivían, las universidades, el cine, el periodismo, nos fueron enseñando en los años que siguieron a nuestra niñez lo que ocurrió en 1968 y 1971, y fueron llenando con sus relatos los imperdonables y ridículos vacíos escolares. Por todos esos “maestros” alternativos supimos qué había sucedido ahí porque oímos cada detalle, como novelas de terror sin ficción. La represión a tiros, torturas y golpes nos llegaron a través de las palabras pero, muy importante, también a través de las imágenes. Creo que no hay mexicano adulto en cuya cabeza no aparezcan, en blanco y negro, los paramilitares con tubos persiguiendo inocentes, disparando parapetados en esquinas, tanques irrumpiendo, granaderos con escudos y macanas, cadáveres abandonados, jóvenes prisioneros semidesnudos con los brazos en alto, cuerpos ensangrentados, soldados apuntando. Nos las ocultaron, pero al final esas imágenes definieron para siempre una época. Y nos acompañarán hasta el último de nuestros días, y por esas imágenes, una manera de “hacer política” que tomó forma en los 60 pero que perduró, con otros matices, en la masacre de 17 campesinos en Aguas Blancas o la represión en San Salvador Atenco con 26 mujeres violadas- y muchos eventos más, por todas esas imágenes tristemente inolvidables, no hay modo de que otra vez votemos al PRI. La violencia contra civiles, inocentes, perdurará en nosotros y la venganza, tímida pero convencida, será nunca estar de ese lado del poder.

Y también para acabar con esa identidad terrible de nuestra historia hace tres años votamos a Andrés Manuel. Cuando aún era presidente electo agradeció a la sociedad su voto con las palabras que queríamos oír: “Vamos a ofrecer empleo, trabajo, a migrantes centroamericanos. El que quiera trabajar en nuestro país va a tener apoyo, va a tener una visa de trabajo; no atender el asunto sólo con deportaciones o con medidas de fuerza”. El nuevo gobierno sería distinto.

Pues bueno, trabajar para Trump o Biden tiene sus costos, y el costo es engañar: el gobierno que prometió humanismo -que se llenó la boca con un discurso de paz donde los migrantes no eran delincuentes sino mujeres y hombres dignos que buscaban una vida sin miseria y lejos de la violencia- está ayudando a perpetuar su miseria y a sus caravanas pacíficas las aplasta con violencia.

La Guardia Nacional creada por el presidente, además del Instituto Nacional de Migración y el Ejército, ya no en un episodio aislado sino en un patrón de conducta que vuelve y vuelve y vuelve, atacan con una violencia salvaje a los migrantes centroamericanos y haitianos. Para ellos, nada de lo prometido: ni apoyo, ni trabajo, ni visas, y sí deportaciones y violaciones a los derechos humanos. Para ellos -aunque sean ancianas y niños- macanazos, detenciones, esposas en las muñecas, hacinamiento en estaciones migratorias, gases lacrimógenos, repliegues a la fuerza con escudos, puñetazos y patadas a la cabeza si es necesario. Una 4T bañada en sangre, como en los tiempos de Díaz Ordaz. De a poquito, con la violencia que se repite una y otra y otra vez, este gobierno lucha por parecerse a lo que juraba repudiar. A ver si esas imágenes de represión inhumana que estos días todos vimos -como en su momento las de Tlatelolco o El Halconazo- no terminan definiendo a esta época. EP

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