El hechizo de Morgana

La soprano Cecilia Eguiarte relata el descubrimiento de su sexualidad a partir de un primer beso con una mujer durante una puesta en escena. #VisibleEnEstePaís🌈

Texto de 12/02/21

La soprano Cecilia Eguiarte relata el descubrimiento de su sexualidad a partir de un primer beso con una mujer durante una puesta en escena. #VisibleEnEstePaís🌈

Tiempo de lectura: 4 minutos

Desde la primaria hasta la preparatoria estuve en una escuela solo para mujeres. Cada tarde, al terminar los deberes, no podía perderme las clases de música, mi pasión. Tuve un ritmo de vida apresurado, clase aquí y clase allá, el tiempo adquiría significado para mí en la sala de canto, mientras estaba cantando. Tuve la imaginación ocupada por el sonido. ¿Mi vida social? Quedó relegada a un segundo plano. Pensar en el amor o tener una relación sexoafectiva nunca estuvo en mis prioridades, ni siquiera me lo cuestionaba… ¿O sí? En la intimidad había una sensación lejana, casi transparente, que también era prohibida.

Tenía 16 años, iba en la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México y estábamos montando Alcina de Georg Friedrich Händel, una ópera barroca caracterizada por la aparición de nuevos recursos expresivos que articularon la sensación de la que hablo al inicio: la libertad de mi ser. Inspirada en los cantos VI y VII del poema épico Orlando furioso de Ludovico Ariosto, la ópera es protagonizada por Alcina, hechicera de una isla, que mantiene embrujado a Ruggiero su nuevo amado. Bradamante, prometida de Ruggiero, se aparece en la isla disfrazada de su hermano Ricciardo para rescatarlo pero Morgana, la hermana de Alcina, se enamora del supuesto caballero. Los ensayos comenzaron. En la ópera es común que cuando hay un papel de niño, joven o caballero éste sea interpretado por una mujer mezzosoprano ‘travestida’ de varón (también hay casos de sopranos, sopranistas y contratenores). En esta ópera Bradamante está escrita para ser intrepretada por mezzosoprano. Ahora soy soprano pero, en ese entonces, era más joven y tenía el registro para interpretar el papel. Cuando Morgana terminó de cantar “Tornami a vagheggiar” (“¡Vuelvo a estar enamorada!”), la directora de escena dijo:

—En esta parte Ricciardo-Bradamante besa a Morgana.

En las puestas escénicas todo se vale. Ese beso no estaba escrito, era una propuesta, una distinta que me descolocó del personaje y de mí misma, volví a mi cuerpo. Abrí una posibilidad de algo que no tenía muy racionalizado, no tenía ningún referente. Pasaron mil pensamientos por mi mente: “¿Besar a una mujer? ¡Que nervios!, Morgana (interpretada por mi compañera Yael) es hermosa, claro que quiero pero no puedo ser descubierta, me siento atraída hacia ella, tengo miedo de ser vista por todos los demás, pero soy hombre aquí y quiero ser una mujer besándola, yo nunca he besado a una mujer.”

A punto de practicar el gran acto, yo estaba ansiosa, Yael me tomó de las manos y me miró fijamente a los ojos y, mientras yo me reía de los nervios, con un tono decidido me dijo:

—Bésame.

Yo no sabía dónde meterme, las piernas me temblaban, sentía que me derretía, los demás cantantes se reían conmigo, era un momento de tensión que les parecía cómico y yo me estaba muriendo de miedo.

Teníamos la puerta del salón abierta, todo mundo pasaba, el cielo estaba despejado, se escuchaban los alientos y los metales ensayando, mayormente de los saxofones. De haber sido una cita romántica, hubiera sido perfecta, pero no, era un simple ensayo y ahí estaba yo, enfrente de ella, a la vista de todos siendo Cecilia-Bradamante, una mujer disfrazada de hombre a punto de besar a la gran reina nacida del mar. Respiré y lo intenté. Me quité faltando menos de un silencio de semicorchea. Yael me tomó de la cara y me besó, sentí mi cuerpo rodeado de todos los acordes mayores de la historia, quería vivir en ese calderón infinito. Terminó el ensayo, Morgana se fue. Esa escena plasmó la vida real, ¿o era la vida interactuando con la ficción escénica? Caminé hacia la salida de la facultad, sabía que en los siguientes ensayos Bradamante “actuaría” el beso pero no sabía si Cecilia lo podría hacer con alguien más. Me sentí confundida.

“¿Besar a una mujer? ¡Que nervios! (…) Yo nunca he besado a una mujer.”

Llegó el día de la función, toda mi familia iba a verme, tenía miedo de que se escandalizaran. Sonaron los últimos acordes y los comentarios fueron: “¡Muy buena actuación! ¡Qué chistoso que besaras a una mujer! ¡Excelente la música y el canto!”. Todo había sido aceptado porque no era real y yo, en silencio, me perdía entre esa realidad, entre el deseo y esa ficción, sin saber bien en dónde prefería estar, aún no compartía con nadie que el beso me seguía resonando.

Pasó el tiempo y durante dos años estuve evadiendo ese hechizo, aquel beso de Morgana, y un silencio se quedó conmigo. Cumplí 18 años y me preguntaba si sólo había sido el momento, si ser heterosexual era mi destino, si vivir sin enamorarme era normal. Me preguntaba si era lesbiana y si esto afectaría mi vida de alguna manera, mi carrera, mis vínculos familiares, mis relaciones interpersonales. Viajé a Miami, Estados Unidos, donde nuevamente la música estuvo presente. Ella, mi siguiente sacudida, cantaría como Julieta y yo había ido a verla. William Shakespeare, Charles Gounod, Jules Barbier y Michel Carré se habían unido para plasmarnos la historia de amor más conocida: Roméo et Juliette. Y, como un cliché, ella y yo estábamos en un balcón, frente a frente, platicando después de un largo ensayo. Me descuidé un segundo, se acercó y me besó. Yo, perpleja, me quedé quieta. Pero también sentía que estaba flotando. Duró poco, cada una estábamos en procesos diferentes, lejanos al romanticismo shakesperiano. Yo todavía estaba a la mitad del camino, tenía claro lo que me gustaba y sólo lo sabían unas cuantas personas más. Tampoco es que lo debía saber el mundo pero en muchos espacios (como con mi familia) seguía actuando para no ser descubierta, no ser juzgada, no tener problemas, no salirme de ese deber heteronormado.

Después, llegó otro fuerte movimiento que me sacudió. La conocí en una fiesta de la Marcha del Orgullo. Teníamos 21 años. Bastó una cita y la excusa de la lluvia para quedarme a vivir con ella (#CosasDeLesbianas). Estaba enamorada, fue la primera vez que no me cuestioné absolutamente nada, no tuve miedo, sentía que vivía en un mundo paralelo pero, a la vez, era mi vida real… Duramos 4 años en donde me construí y deconstruí (bueno, sigo en el camino), me compartí y, entre las ficciones y las realidades, entonces me reconocí.

Hoy me encantaría poder representar mi cotidianidad en escena, con la misma naturalidad que puedo representar un papel heterosexual como mujer o travestida de hombre. El mundo de la ópera se alimenta de historias, lejanas o cercanas, y merecemos que también cuente nuestras historias con personajes ficcionalizados. Christoph Glück, Richard Strauss, Alban Berg, Benjamin Britten, Mark Simpson, entre otros, han mostrado interés en temas de diversidad sexual. También se han hecho adaptaciones de las grandes óperas con guiños lésbicos pero solamente la compositora Paula M. Kimper ha escrito una ópera abiertamente lésbica Patience and Sarah (1998), la cual es muy poco representada. Sin lugar a dudas espero en un futuro cercano poder revivir el hechizo de Morgana a través de la libertad artística, disfrutándome desde el vínculo y el cúmulo de experiencias. EP

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