¿Nadie es inocente en Nezayork? (Fragmento)

“Mi hijo estaba en un carro con tres muchachos y dos muchachas. Sus nombres, no me sé los apellidos, eran Eric, Eduardo Olvera López, alias el Lalito, Vicente, Jocelyn y América. ¡Tengo fotos de todos ellos! Era sábado para amanecer domingo cuando habló mi nuera después de las 12 de la noche: “¡Balacearon a Efrén!”. Me dijo que fuera rápido a la Cruz Roja de Nezahualcóyotl.”

Texto de 18/06/20

“Mi hijo estaba en un carro con tres muchachos y dos muchachas. Sus nombres, no me sé los apellidos, eran Eric, Eduardo Olvera López, alias el Lalito, Vicente, Jocelyn y América. ¡Tengo fotos de todos ellos! Era sábado para amanecer domingo cuando habló mi nuera después de las 12 de la noche: “¡Balacearon a Efrén!”. Me dijo que fuera rápido a la Cruz Roja de Nezahualcóyotl.”

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A punto de bajarnos del taxi, mi amiga y vecina Luz María me informa sobre algo grave. Asesinaron al hijo de Felipe de Jesús Larios, nuestro periodiquero de toda la vida. El asesino está libre y a Felipe le dio diabetes por la pena. 

—¡Por eso está tan flaco! ¿Crees que se deje entrevistar? 

—Yo creo que sí. Pregúntale. 

Estamos en la colonia Condesa, en plena Ciudad de México, y la noticia cae como balde de agua fría. Una violencia atroz ha invadido la vida del señor Larios. Ahora cobran sentido varios detalles observados durante el último año. ¿Por qué no me habrá dicho nada? Seguramente fue el dolor. Avanzo unos pasos y decido abordarlo. 

—Hola, señorita, ¿cómo está? 

—Hola, Felipe. ¿Tiene mi periódico del fin de semana? —pido con cierto nerviosismo. 

—Se me terminaron todos —explica al tiempo que entrega un diario a otro cliente. 

Hablo sin pensar: —Me acaban de contar que mataron a su hijo Efrén hace un año. Lo siento muchísimo. No supe. 

—Sí, caray —responde en voz muy baja. Su expresión cambia súbita, infinitamente. Tiene apenas cuarenta y siete años. 

—¿Podemos hablar? Puedo publicar algo para hacer ruido. Se lo pido en voz muy baja. No quiero que escuchen los otros clientes, pero, sobre todo, estoy segura de que se va a negar. —Claro que sí. El periodista Humberto Musacchio, ya ve que es vecino, habló conmigo, pero no sirvió porque sólo fue él. El que mató a mi hijo anda suelto, publicando en Facebook que los que se metan con él van a morir igual que mi Efrén. 

Habla cada vez más rápido, como en off. Observo su rostro delgadísimo; siempre fue gordito y gozaba enormemente de las comilonas que su exesposa hacía alrededor del puesto para hijos, vecinos y amigos del barrio. Observo también su cuerpo esbelto y, en especial, cómo entrecierra los ojos al buscar, casi automáticamente, una credencial en el bolsillo de su chamarra: es la última credencial del Instituto Federal Electoral (IFE) —ahora ine (Instituto Nacional Electoral)— tramitada por su hijo asesinado. 

—Usted lo conocía. ¿Se acuerda? 

Miro la foto: el rostro joven, los ojos oscuros, la boca bien delineada con buen encaje sobre la mandíbula casi triangular, la piel tersa y aceitunada. Claro que lo conocí. Me dice su papá que murió tres días antes de cumplir veinte años. Lo vi correr y patear pelotas en el futbolito de la esquina, hacer berrinches, reír y bromear con sus hermanos desde muy pequeñito. Vivo en esta calle hace más de veinte años. El puesto de Larios es el más interesante porque siempre hay gran variedad de revistas. En la foto, la carita de Efrén es la misma de siempre. Forever young. ¿Cómo que murió asesinado si, ya púber, era él quien me entregaba las publicaciones en 2006? Sus padres no lo verán nunca más. Y me entero de su muerte un año después, carajo. Habría publicado algo inmediatamente. 

Mi atención se divide. O miro las expresiones de mi interlocutor o escucho sus palabras. Su párpado derecho se contrae y se expande con cierta rapidez. Sus labios se estrechan o se ensanchan y producen un sonido confuso. “Sólo tenía veinte años”. Cuánta tristeza. Felipe insiste en que necesita mucho apoyo porque en el Ministerio Público lo trataron mal: 

—Parecía yo el delincuente, ¿usted cree? Me decían que dejara de molestar o algo me iba a pasar. 

Permanezco callada. Intento sacar el celular de su estuche pero una súbita torpeza me lo impide. ¿Lo grabaré ahora? Mi estimado interlocutor. Cómo no le voy a tener cariño a Felipe si lo he visto a diario durante veinte años, si me ha fiado alguna vez, si ha conseguido las publicaciones pedidas, si he visto crecer a sus hijos a la vera de esta banqueta por donde siempre pasa gente, si lo he visto defenderse de los abusos de la Delegación, como cuando en 2007 quisieron quitarle su puesto de periódicos, su fuente de trabajo, porque se negaba a comprar un mueble más lujoso para realizar las ventas.

Felipe está a punto de llorar. 

Dios mío: ¿cuándo se jodió México? Pero la muerte de Efrén, el hijo de Felipe, ¿se debe a la miseria?

Reconstrucción de los hechos 

Varias semanas después vuelvo a hablar con Felipe de Jesús Larios. 

—Aquí está el nombre del senador al que me envió a ver el periodista Humberto Musacchio —señala Felipe. 

—¿Cuándo sucedió esto tan lamentable? 

—Fue el 29 de septiembre para amanecer el 30. Se llamaba Efrén Larios Almonacil. Él estaba en la colonia Campestre Guadalupana, que está pegada a la colonia San Felipe de Jesús, por donde se ubica el mercado grandote de la Gustavo A. Madero. Esta colonia casi colinda con la Avenida Central. Son varias versiones las que andan por ahí. Mi hijo estaba en un carro con tres muchachos y dos muchachas. Sus nombres, no me sé los apellidos, eran Eric, Eduardo Olvera López, alias el Lalito, Vicente, Jocelyn y América. ¡Tengo fotos de todos ellos! Era sábado para amanecer domingo cuando habló mi nuera después de las 12 de la noche: “¡Balacearon a Efrén!”. Me dijo que fuera rápido a la Cruz Roja de Nezahualcóyotl. 

—¿Alcanzó a hablar con él? 

—No, él ya no alcanzó a hablar. Me fui rápido y vi a mi hijo mayor afuera de la Cruz Roja, y me dijo que su mamá estaba adentro. Cuando yo entré, ella ya venía saliendo. Un doctor me pidió que entrara yo a reconocer el cuerpo. Lo reconocí, me salí y me empezaron a decir lo que había pasado. Una de mis concuñas me contó que ella lo había visto, que estaba tirado en la esquina de donde ella vive. Eso se me hace raro. Primero dijeron que los habían correteado y balaceado. Después, que se habían peleado y que el tal Eric se arrancó y una persona ubicada afuera del carro tiró un balazo y le tocó a mi hijo. Pasado el tiempo fui a recoger el cadáver, le di cristiana sepultura y ya con el paso de los días levanté el acta. Yo quería que se investigara y se hiciera justicia. El comandante Juan Granjeos no me trató bien. Cuando yo llegaba, el señor se ponía molesto, ofendido. Nunca nos trató como se debería tratar a un ciudadano que tiene un problema. Parecía que fuéramos los culpables. Yo llevé a un licenciado que le tuvo que decir que él era mi abogado, y entonces el comandante le bajó, pero incluso al licenciado lo quiso espantar. Y así continuamente pasaban cosas. En una ocasión me dijeron que habían agarrado a una de las muchachas, a Jocelyn, y que la tenían detenida en La Perla, allá en Neza. Cuando el licenciado y yo nos fuimos rápido en un taxi, de aquí de la Condesa hasta Neza, tardamos más de dos horas en llegar. Para ese entonces ya habían soltado a Jocelyn. El licenciado se molestó y preguntó por qué la habían dejado ir sin que él la interrogara. Nos dijeron que ella había llegado por su propia voluntad, pero anteriormente un agente, Carlos, aunque no recuerdo sus apellidos, había informado que ella iba en dirección a la escuela cuando la detuvieron y la bajaron de la combi. Pero ellos insistían en que Jocelyn había llegado por su propia voluntad a declarar y que por eso la habían dejado ir. Yo vivía casi en la desesperación por tener que ir al Ministerio, todo era dar vueltas y vueltas. El comandante me decía que cuando encontraran a las personas involucradas, yo tendría que hablar con ellas. Me dijo que mandara a mi hijo grande a que se pusiera cerca de las casas donde vivían los asesinos para que, cuando éstos salieran, él avisara a la policía para que fueran por ellos. Ni modo que les dijera: “Espérate porque vienen por ti”. 

En este momento la risa de Larios tiene un sonido ácido. Lo dejo continuar. 

—Luego como que se aclararon las cosas. Aquí hay una persona que mató a mi hijo: El Pecas. Mi nuera vio en su Facebook unas amenazas: decían que lo mismo que le pasó a Efrén les iba a pasar a los que le debieran. El Pecas y su papá se dedican a vender celulares y otras cosas, todas de piratería. Mi hijo Pepe, de veinte años, sugirió que yo fuera a hablar con los judiciales para que detuvieran al Pecas, pero los judiciales siempre me dijeron que no pueden privar de su libertad a la gente. Las primas de Efrén y mi nuera saben dónde vive El Pecas, ahí en la Campestre Guadalupana. Siempre anda armado. Son las primas las que viven en la Campestre. Por su parte, Eric se dedica a vender con otros, por allá en la carretera, ese tipo de celulares de imitación. Hacen como que se les descompuso el coche: “Se nos paró el carro pero traemos un buen celular y te lo vendemos”, dicen a quienes se bajan a ayudarlos. Y muchas veces la gente cae. Los celulares parece que los consiguen fácilmente, porque el papá del tal Pecas se los lleva por montones a su casa. Según ellos hasta compran lotes de teléfonos. Con los antecedentes que tienen es como para que la policía ya les hubiera puesto un hasta aquí, pero no hacen nada. La licenciada Adriana Ayala Rivera, agente del Ministerio Público, había dado la orden de presentación, lo que los agentes nunca hicieron. Yo les reclamaba: “¿Por qué si a mi hijo lo privaron de la vida, a ellos no los pueden presentar?”. Era una presentación, no una aprehensión. Me dijeron que si teníamos a alguien que los señalara, entonces sí podían hacerlo. Todos saben quién fue; muchas personas me han dicho que fue El Pecas quien mató a Efrén. Pero la gente que vio todo lo que pasó tiene miedo y no quiere ir a declarar. Ahora yo me digo: en la esquina donde lo tiraron vive Eric de un lado, en otra casa vive Vicente y, enfrente, Lalito; América vive igual a un lado y Jocelyn como a dos cuadras de ahí. Todos son vecinos de las mismas calles y no han hecho nada hasta la fecha. No quieren. En una ocasión, una de mis concuñas llevó a los agentes a las casas de estas personas. Me acuerdo de que había varios carros de policía. Nos paramos en una explanada y desde ahí el comandante mandó a unos agentes con mi concuña y mi sobrina para que ellas señalaran los domicilios de cada persona. Eso fue todo lo que ellos hicieron, pues era yo quien tenía que ir a investigar. Incluso cuando fue Rocío Cosío, la secretaria del senador Luis Hernández, le dijeron lo mismo que a mí. Ella se molestó mucho y les preguntó por qué tenía que ir yo a investigar. El comandante dijo que porque eran muy pocos elementos los que tenían, y yo, de verdad, con el dolor tan grande que he tenido, me desanimé. ¿Qué tengo que hacer? ¿Al rato quién va a seguir? ¿Y cómo le digo a este tal Pecas, de veintidós o veintitrés años, que ya involucró también a Eric, a Vicente, a Lalito, a Jocelyn y a América, porque ese día andaban en el carro con Efrén? Dicen que llegó El Pecas y empezó a discutir con Efrén. Para mi ver, y como el balazo lo traía mi hijo en la parte de atrás de la cabeza y le salió casi por el ojo, El Pecas sacó la pistola y le dio por la espalda. Yo digo que Efrén se dio la vuelta y el otro disparó. Cuando le hicieron la autopsia no tenía la adrenalina alta, sólo traía las uñas raspadas. No sé si fue cuando lo subieron al carro para tirarlo en la esquina. Incluso dicen que El Pecas disparó al coche para fingir que los habían balaceado. Escondieron el carro y desaparecieron todos ellos por unos días, nada más. Luego volvieron a la colonia. El que no ha aparecido es Eric, al que le echaban toda la culpa. Yo sólo los conozco por las fotos que tomaron los primos de Efrén. 

Las autoridades ponen pretextos, aceptan que los anónimos que nos han mandado con información del asesinato los destantean. Muchos son precisamente para eso. Incluso cuando yo llevé el primer anónimo, uno de los agentes me gritó muy molesto. Yo quería explotar, abalanzarme contra ellos. No sé si era lo que pretendían lograr. 

El licenciado siempre me decía: “Felipe, no te salgas de tus casillas”. Yo les decía, más que nada, que se pusieran en mi lugar. Un caso como el de mi hijo es nada para ellos. Yo veía que a mucha gente le hacían lo mismo. No nos atendían. Cuando esto lo platiqué con Humberto Musacchio, él me contestó: “Felipe, vamos a echarles un periodicazo porque algo anda mal”. 

***

El 30 de septiembre se cumplió un año del asesinato. La mamá de Efrén está destrozada. La relación de Felipe con ella terminó mucho tiempo antes de la muerte del hijo. De hecho, Larios tiene otros hijos pequeños con una mujer mucho más joven. 

—Yo no lo puedo creer. Siento que estoy viviendo una pesadilla —dice Felipe—. Él muchas veces estaba aquí en el puesto de periódicos con nosotros. Siento que va a llegar a trabajar aquí conmigo y va a estar cuidando los carros, atendiendo a la gente como siempre. Ora cada quien sabe lo que tiene en su casa. Podría pensar que tal vez Efrén era flojo, pero vicioso no era, no lo fue jamás. Malo no era tampoco. 

Fíjese que aquel sábado que le pasó eso a Efrén, él ya había empezado a visitar a sus tíos de la Campestre Guadalupana, la colonia donde vivíamos antes. Fue cuando entró a trabajar con este tal Pecas vendiendo teléfonos. Yo le decía: “Efrén, eso no está bien. Ustedes venden imitaciones, no algo que es real, es piratería como los discos”. Incluso le pegué para que entendiera. Ese sábado me dijeron que por la mañana los detuvieron en la Delegación La Bola. Fue y lo sacó el papá del tal Pecas. Yo con todo eso me imagino que El Pecas le estaba cobrando y por eso lo mató cuando se pelearon. Tal vez Efrén le debía lo que el papá pagó en la mañana para dejarlo salir de los separos. Yo imagino al tal Pecas diciendo: “Le tienes que pagar a mi papá, Efrén”. Y mi hijo: “No, pues yo no le debo nada”, y ahí fue cuando el otro le dio por la espalda. 

Los amigos de la Campestre Guadalupana 

—Al Pecas y a su papá, por lo mismo que andaban en esos pasos, los corretearon y los balacearon, y los dejaron con algunas heridas —relata Felipe—. Dicen que el suegro del Pecas es o fue judicial de La Perla, entonces yo creo que, a lo mejor, este señor tuvo algo que ver, que se vendieron los policías, que les dieron dinero para que nos fabricaran los hechos a su modo. Siento que dijeron: “Háganlo caer en la desesperación, denle vueltas y vueltas”. Siento que así fue. Y siempre que voy y hablo con ellos me dicen: “En cuanto encuentren a los involucrados le van a hablar”. 

En la Campestre Guadalupana mis hijos vivieron con su mamá unos diez años. Nunca tuvieron problemas cuando eran unos niños. Luego nos fuimos a vivir a Tulpetlac, en Ecatepec, porque yo ya estaba separado de su mamá. Pero Efrén iba continuamente a la Campestre. Ahí había nacido, ahí había hecho los amigos. A pesar de que nos fuimos a Tulpetlac, él frecuentaba a sus amigos de la Guadalupana. No hacía nada, no quería estudiar, era por lo que luego yo le pegaba: “Efrén, tú no trabajas, tú no estudias”. Sí me llegaba a dar coraje, y pues le pegaba un trancazo. Llegaba aquí al puesto y se ponía a trabajar. Luego dejaba de venir, uno o dos días, y era cuando yo me molestaba. 

El señor Óscar, el dueño de los tacos del Tizoncito de aquí enfrente, en Campeche y Tamaulipas, fue el que me puso al licenciado que trabaja con él. Me ayudó en todo, tiene un expediente donde guardó todo. Incluso tiene aquel anónimo que me mandaron. El señor Óscar tendrá unos cincuenta y seis años. Su mamá fue la primera dueña de los tacos; acaba de morir. Él estimaba mucho a Efrén. Me decía: “Felipe, lo que sea. Tú por dinero no pares. Necesites lo que necesites, tú avísame. Esto no se va a quedar así”.

Pero volviendo al Pecas, como él daba trabajo a todos, les aventó la pelota. “Si hablan les va a pasar lo mismo”, puso en su Facebook. Como no hay consecuencias, ha de decir: “¡Ahora el que sigue!” Pienso que, puesto que se atrevió a meterle el balazo por la espalda a mi hijo, no es la primera vez que mata. Creo que las autoridades lo están tapando porque su suegro es un judicial. Eso me hace pensar todo esto. De mis hijos sólo está en casa Pepe. El Efrén todavía no se casaba. 

Cuando platico con mi nuera me pregunta qué he arreglado. A raíz del susto, de la impresión, me dio diabetes. Estoy viendo al médico. Mi hijo mayor se vio muy afectado. Hasta la fecha ve al psiquiatra. Al principio era puro llorar y llorar. Tenía miedo y no quería ni salir de su casa. Al ver todo eso, también yo me deprimía. 

—Ha sido un año muy duro. 

—Bastante —termina Felipe su relato con un suspiro profundo. EP

*Está crónica forma parte del libro Nezakidi, Neza sicótico, Neza del sol, próximo a publicarse bajo el sello de Turner

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