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El sábado primero de diciembre fueron tan
importantes los símbolos como los mensajes emitidos por Andrés López Obrador
(AMLO) en su larga jornada de toma de protesta presidencial. Los mexicanos
presenciamos dos ceremonias de toma de asunción del poder de naturaleza
diferente: una secular y la otra religiosa. Por un lado asumió la Presidencia
constitucionalmente, bajo la liturgia republicana; por otro, en la tarde
protagonizó los protocolos religiosos, recibió el “bastón de mando”, así como
el ritual de purificación desde la cosmovisión de los pueblos indígenas, que no
distinguen la separación entre el poder político, el militar y el religioso.
Desde antes de las elecciones de 2018, en México
asistimos a una reconfesionalización de la clase política. Los políticos,
incluidos los del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), se mostraron
conservadores en materia moral al avalar la agenda tradicional de la iglesia
católica y de algunas iglesias pentecostales agrupadas en el Partido Encuentro
Social. Esta epidemia político religiosa está presente en toda América Latina
con la irrupción electoral de los evangélicos. El continuo recurso de apelar a
los símbolos religiosos por parte de AMLO, tanto en sus discursos como en sus
gestos, generaron polémica y hasta cierto desconcierto en las bases seculares
de Morena. ¿Se está clericalizando la cultura política en México o es un
recurso de legitimación?
Los símbolos en política lo son todo. Jesús
Reyes Heroles, un destacado liberal mexicano, encumbró la frase de que “En
política, la forma es fondo”, por tanto, los gestos, las señales y los giros
tienen un valor especial. ¿Cómo entender el leguaje simbólico de AMLO,
especialmente el primero de diciembre? ¿Cómo interpretar la incursión que ha
realizado en diversos símbolos religiosos? El símbolo es una señal
comunicativa, visual y axiomática para una comunidad que comparte significados.
Los símbolos van más allá de lo verbal, transmiten sentidos cuyos contenidos
son una gran metáfora de valores y sentimientos, críticas e intencionalidades.
La acción comunicativa del símbolo es entendible por una colectividad cultural,
pues sus contenidos significantes son representativos e históricamente
determinados. Por ejemplo, sería difícil para nosotros entender los símbolos
que se producen en China, como en la antigüedad los paganos no entendían la
simbología de los cristianos. Una imagen simbólica por sí sola puede resumir un
momento histórico y condensar una ideología. Recordemos la suástica que alude
al nazismo o la hoz y el martillo como una imagen representativa de la
ideología comunista en todo el mundo.
La repetición de símbolos en los Estados
modernos funciona como pedagogía de identidad nacional. Queda muy lejano el
pronóstico secularista de la extinción de la fe religiosa ante el avance de la
ciencia y el progreso técnico. Maquiavelo y Rousseau son dos autores distantes
en el tiempo, sin embargo comparten la tesis de que la religión es un
ingrediente esencial para la estabilidad de un Estado. Nicolás Maquiavelo
propone apoyarse en la religión para edificar una nueva república romana. Por
su parte, Juan Jacobo Rousseau expone la religión civil, cuya misión principal
es fortalecer los lazos de unión cívica entre los individuos, con el fin de
brindar un mejor soporte al Estado. La exaltación de la bandera, el escudo
nacional, la Constitución, los héroes patrios, las fechas épicas y patrióticas,
el himno y la inflamación de ceremonias solemnes como la transmisión de la
banda presidencial son rasgos civiles sustitutivos de la liturgia religiosa
tradicional. Los rituales y simbolismos del poder de la religión civil otorgan
cohesión social e identidad nacional.
La
ceremonia de transmisión de mando presidencial en San Lázaro es el ritual de
proclamación escenificando un pacto. La religión civil es la religión de
la polis, de la comunidad política. Pero no se queda
ahí, la simbología civil va más allá del Estado; está presente en los partidos,
en agrupaciones sociales como los masones, asociaciones civiles y de la
sociedad internacional, clubes deportivos, etcétera. Y por supuesto en las
diferentes iglesias. El concepto de religión civil en Rousseau tiene una
función fundamental en el contrato social, pues concebía la construcción de
nuevos símbolos orientados fundamentalmente a promover la consistencia social,
fortaleciendo así el espíritu cívico que él consideraba indispensable.
AMLO ha mostrado ser hábil para expresarse con
símbolos, signos y señales que encumbren su intencionalidad sobre los cambios
que quiere introducir en la cultura política del México contemporáneo. Como
animal político que es, AMLO, representa simbólicamente su apuesta. Sabiendo
que en la toma de posesión acaparaba la atención mediática, usó un lenguaje
emotivo cercano a la gente (“Me canso ganso”) y los símbolos
político-religiosos fueron la apuesta de construcción apoteósica del
“hombre-nación”. Los símbolos como recurso cognoscitivo, como mecanismo de
persuasión social que produzca empatía, legitimidad y solvencia. En la plaza
del zócalo hubo fervor. Miles de mexicanos en actitud de festejo con bailes,
música y desahogo de gritos que vitorearon con excitación al nuevo presidente.
Como si se tratara de un tlatoani, AMLO encarnaba a la persona todopoderosa del
sistema político. Los rituales del poder colocan al nuevo presidente como quien
puede hacer realidad las esperanzas y anhelos de justicia del pueblo. Vale la
pena la larga espera durante horas en la plancha del zócalo para verlo, para
tocarlo, para felicitarlo o para tomarse la selfie. Sí, ese pueblo herido, que
ha sido engañado, relegado por la clase política y por los poderosos grupos
económicos. Frente a la festiva esperanza colectiva AMLO reitera su oferta:
“¡No tengo derecho a fallarle al pueblo de México!”, “Con el pueblo todo, sin
el pueblo nada”, “No me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada o casi
nada; sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente. Yo les pido
apoyo, porque reitero el compromiso de no fallarles; primero muerto que
traicionarles”.
En emotiva ceremonia ritual de neomexicanismo,
los 68 pueblos indígenas y comunidades afromexicanas le entregaron al
presidente el bastón de mando, símbolo del reconocimiento mutuo de las demandas
los pueblos originarios, quienes exigieron ser tomados en cuenta en la ruta del
nuevo proyecto de nación. Aunque la supuesta representatividad indígena y la
pureza de la ceremonia fueron cuestionadas, el evento resultó impactante, el
vínculo que estableció AMLO con la postergada condición indígena fue evidente.
¿Una señal a la renuencia zapatista? En el ritual de purificación o limpia el
objetivo central fue liberar malas energías y espíritus antípodas para el
cumplimiento de su mandato de gobierno. En el corazón del Centro Histórico
rotaron con el brazo en lo alto, a cada uno de los cuatro puntos cardinales,
para agradecer a los ancestros y pedir por el bienestar de México. Cargada de
símbolos fue la ceremonia de sanación en medio de los colores, aromas a copal y
sonidos de caracoles en el mismo espacio físico dominado hace 500 años por los
rituales aztecas. AMLO respondió consintiendo que se manda obedeciendo al
pueblo y exclamó: “Buscaremos la purificación de la vida pública” como un
mandato misionero. Días después convocó a la elaboración de la llamada
constitución moral, en esta misma órbita. ¿En el zócalo se violó la
reglamentación en materia religiosa y el carácter laico del Estado? Sin duda,
pero a nadie le importó.
Sobre la pobreza y la austeridad AMLO emitió
poderosos mensajes y gestos: haber llegado a San Lázaro en el modesto Jetta sin
escolta, haber rechazado la confortable casa presidencial de los Pinos, haber
hecho realidad la venta del lujoso avión presidencial para 80 pasajeros y con
la absurda cama matrimonial. Imposible no hacer referencia a los gestos del
Papa Francisco. Ambos rechazan aparatosas escoltas, objetan ocupar las lujosas
residencias oficiales, usan vehículos sobrios, sus vestimentas son sencillas y
sin derroche. Ambos dicen combatir la corrupción de sus respectivos aparatos
administrativos y son fervorosos adeptos del pueblo bueno. ¿Austeridad
republicana y franciscana?
Estos
atrevimientos religiosos de AMLO han causado ecos y hasta preocupación en los
guardianes de la laicidad. A unos días de la elección, Alejandro Solalinde,
sacerdote cercano al presidente tabasqueño, movió las redes al declarar: “López
Obrador va a ser un pastor que va a dar la vida por sus ovejas”. El
entrevistador de El País se sorprendió y reaccionó: “¿No es
excesivo comparar a López Obrador con un pastor?” Solalinde no se retractó y
respondió: “Él no es Dios, pero es un facilitador”. Aún resuenan los tuits de
Porfirio Muñoz Ledo, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados
de la LXIV Legislatura, el mismo primero de diciembre, al escribir: “Desde la
más intensa cercanía confirmé ayer que Andrés Manuel @lopezobrador ha tenido una
transfiguración: se mostró con una convicción profunda, más allá del poder y la
gloria. Se reveló como un personaje místico, un cruzado, un iluminado”. En otro
tuit insiste en el tema: “La entrega que ofreció al pueblo de México es total.
Se ha dicho que es un protestante disfrazado. Es un auténtico hijo laico de
Dios y un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos”. ¿AMLO en la
ruta de la sacralidad o el culto secular a la personalidad? EP
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