Lo que sucede en Las Vegas no se queda en Las Vegas

La matanza que ocurrió en Las Vegas el pasado 1 de octubre tuvo resonancias mundiales muy importantes. Y también en Estados Unidos, una nación que reacciona tardíamente a las catástrofes del momento y que vive en el pasmo por los desvaríos que se suceden a diario en la Casa Blanca. Como se sabe, una de […]

Texto de 22/11/17

La matanza que ocurrió en Las Vegas el pasado 1 de octubre tuvo resonancias mundiales muy importantes. Y también en Estados Unidos, una nación que reacciona tardíamente a las catástrofes del momento y que vive en el pasmo por los desvaríos que se suceden a diario en la Casa Blanca. Como se sabe, una de […]

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La matanza que ocurrió en Las Vegas el pasado 1 de octubre tuvo resonancias mundiales muy importantes. Y también en Estados Unidos, una nación que reacciona tardíamente a las catástrofes del momento y que vive en el pasmo por los desvaríos que se suceden a diario en la Casa Blanca.

Como se sabe, una de las promesas de Donald Trump desde los primeros días de su incandescente campaña presidencial fue terminar con el terrorismo. Y una de sus primeras medidas dentro de su disparatada gestión fue cerrar las fronteras a los ciudadanos de un puñado de naciones árabes que, a su juicio, serían los futuros terroristas incubados en el suelo de Estados Unidos. Pero al centrar su estrategia antiterrorista contra el islam y sus versiones más radicales, el nuevo ocupante de la Casa Blanca dejó fuera la violencia que se ha gestado desde siempre en las esquinas más recónditas de los cerebros estadounidenses que viven armándose febrilmente para aniquilar a sus enemigos fantasmales, y, sobre todo, ignoró la violencia que su propio discurso ha atizado como un combustible diario para los grupos xenófobos y racistas.

La primera llamada de atención de todo esto llegó el 5 de agosto pasado a las 5 de la madrugada en Bloomington, al sur de Minneapolis, donde un sujeto arrojó una bomba al interior de una mezquita. La explosión regó el fuego y dañó las oficinas del imán a cargo del templo, pero no hubo lesionados. Las 12 personas que aguardaban por los rezos matutinos al interior del recinto lograron apagar el fuego mucho antes de que llegaran los bomberos.

La mezquita de Dar Al-Farooq, a la que asiste una comunidad árabe de Somalia tranquilamente, se encontró bajo fuego después de la conclusión más diáfana de los discursos presidenciales. Mohamed Omar, el director del centro islámico, dijo a la prensa local que había recibido todo tipo de amenazas, pero que dudaba que se fuesen a llevar a cabo. Y ahora teme que puedan repetirse.

El fbi llegó al lugar de los hechos para investigar el caso. Hay una indagación oficial en curso. ¿Eso no es terrorismo? El sentido común dice que sí, pero en Estados Unidos nadie ha hablado del suceso en esos términos. Por varios motivos. Primero, porque no fue un acto cometido por algún creyente del islam. Fue un acto cometido contra los creyentes del islam. Segundo, porque su objetivo no era la población cristiana, ni blanca, ni anglosajona. Tercero, porque el Estado Islámico no estuvo involucrado. Y cuarto, porque fue una explosión incruenta. Sin muertos. Sin heridos. Sin decesos que lamentar. Sin llanto por las víctimas. No, señor. Eso no es terrorismo. ¿Y las llamas? ¿Y la población que iba a rezar? ¿Y la bomba? Bueno, pues para eso las autoridades se encuentran investigando.

Lo que siguió en la agenda de los regueros de sangre fue una verdadera carnicería. Stephen Paddock —el hombre que disparó contra una multitud que escuchaba un concierto de música country en Las Vegas— impuso un récord en los registros criminales de Estados Unidos: 58 muertos en un solo día. Y en unas cuantas horas. Una cifra ciertamente espeluznante.

Pero la matanza desatada en Las Vegas no camina sola por los números y renglones de las estadísticas de la nación. Una organización en contra de la libre venta de armas, llamada The Gun Violence Archive, publicó un recuento de los asesinatos que se han llevado a cabo este año en muchas otras ciudades, enfatizando solamente el número de días en los que los crímenes llegaron al número fatídico de 58. Los resultados son amargos y sorprendentes.

Haciendo un recuento de las muertes perpetradas con armas de fuego en varias ciudades, partiendo del 29 de septiembre hacia atrás en el calendario, resulta que la ciudad de Chicago llegó a las 58 muertes en apenas 28 días. Baltimore, en 68 días; San Luis, en 70 días; Filadelfia, en 105; Kansas City, en 117; Houston, en 118; Detroit, en 121; Indianápolis, en 122; Los Ángeles, en 125; Nueva York, en 130; Memphis, en 138; Nueva Orleans, en 158; Louisville, en 177; Columbus, en 179; Dallas, en 180; Miami, en 185; Milwaukee, en 186; Cleveland, en 187; Birmingham, en 188; Baton Rouge, en 198; Atlanta, en 206; Washington, en 208: Jacksonville, en 213; San Antonio, en 226; Nashville, en 226; Phoenix, en 244; Richmond, en 259, y Cincinnati, en 293.

En total, en este pequeño recuento —que de ninguna manera incluye a todas las ciudades y poblados ni a lo que ha sucedido todo el año—, hubo mil 682 asesinatos con armas de fuego en 29 ciudades en poco más de nueve meses.

¿Esto significa que Estados Unidos es un país en guerra? Parecería, pero no es así. Es simplemente una nación donde cualquiera puede comprar todas las armas 
que quiera en la tienda de abarrotes que se encuentra a la vuelta de su casa. Y si no hay dicha tienda, cualquiera puede comprar rifles en Walmart.

Los baños de sangre que han empapado al territorio de Estados Unidos están confluyendo en un tema común y rancio: el derecho de armarse para defenderse de cualquier enemigo. Al elaborar la Constitución de ese país, los llamados padres fundadores de la patria tuvieron la cavernaria idea de que el derecho a las armas era parte de los derechos humanos fundamentales. No se imaginaron que ese supuesto derecho podría desembocar en masacres como las del cine de Aurora, el bar de Orlando o el concierto de Las Vegas.

El tema, por el momento, ya no es la amenaza omnipresente del Estado Islámico sobre la civilización occidental. Lo que ocurre es otro tipo de terrorismo. Las ráfagas disparadas por la mente febril de Stephen Paddock sobre la explanada de Las Vegas pusieron en todos los medios el asunto siempre controversial de la libertad de vender y comprar armas para todos los ciudadanos. Los equilibrados y los desequilibrados. ¿Es necesario volver más estricta la legislación para distinguir a los sicópatas de los que simplemente quieren defender a sus familias? Hoy en día, fuera de Estados Unidos, ya son pocos los que muerden ese anzuelo. El tema de fondo es la libre venta de armas o su prohibición definitiva. En Inglaterra la libre venta de armas se prohibió en 1997. Desde ese año, los ataques de sicópatas a masas desprotegidas disminuyeron drásticamente. Y es un caso entre muchos.

Cada vez es más claro que Stephen Paddock tendrá un lugar muy destacado en la historia universal de la infamia. No cualquiera es capaz de segar la vida de 58 personas en un tiempo récord, como si planeara ingresar en El libro Guinness de los récords por su capacidad asesina. Y era un hombre que no estaba en guerra. Sus blancos no estaban armados, eran una masa reunida por la música y el sudor, el vaivén de las baladas country y, en el mejor de los casos, unos tragos alegres de cerveza y whiskey.

Con su puntería asesina, Paddock ha invertido los polos de los análisis sobre las masacres masivas que han inundado Estados Unidos en los últimos años. El protagonista no era un militante de los grupos radicales del islam. Tampoco era un hombre negro, asediado por los estragos de la marginación y la violencia de la policía. Ni siquiera era un hombre pobre, de esos que viven en los suburbios más sombríos de las grandes ciudades, viendo la televisión y anhelando la vida alegre y rutilante de las celebridades y el American way of life. No. Nada de eso. Paddock era un hombre próspero, un verdadero ejemplo del progreso de la clase media estadounidense.

El ahora célebre asesino ya no necesitaba trabajar. Lo tenía todo. Era dueño de un importante capital. Tenía propiedades a montón, un conjunto de bienes raíces cuya última venta le dejó 2 millones de dólares. También tenía una novia a quien cumplirle los caprichos. Se sabe que Paddock transfirió a Filipinas, a la cuenta de su novia, la nada despreciable cantidad de 100 mil dólares. Vivía de sus rentas. Aumentaba su capital con los consejos de los asesores por internet. Y, como buen vecino de Nevada, sabía valorar el juego en los casinos. Apostaba entre 10 mil y 30 mil dólares en cada visita al póquer y las ruletas. A veces ganaba, a veces perdía. Pero se supone que se divertía como buen apostador. Y aquí cabe una pregunta: ¿realmente disfrutaba con la expectación de las apuestas? ¿O era una salida falsa de sus frustraciones?

Otra de sus aficiones eran, por supuesto, las armas. Y el sistema le permitió acumularlas por decenas. Paddock tenía un arsenal de pistolas, rifles, cartuchos. Cuando ingresó a la suite del hotel Mandalay Bay para desde la ventana liquidar a la multitud, llevaba diez maletas llenas con en total 25 armas. AR-15, AR-10, AK-47. Puesto en dólares, las armas tenían un valor mínimo de 125 mil dólares. Y puesto en vidas humanas, 58.

Hay un cúmulo de preguntas sin respuesta. ¿Por qué un hombre rico, pudiente, dueño de una lista importante de bienes raíces, se embarca en la aventura final de su existencia, llevándose en su carrera la vida de decenas de inocentes? No se sabe. Pero con su ejemplo, Stephen Paddock hizo la crítica más severa al capitalismo estadounidense. Puso de relieve que el sueño americano, la meta de llegar a tener dólares a racimos, ni resulta ser un sueño, ni constituye un propósito de vida que arroje un poco de paz para la vejez. Paddock obtuvo dinero, lo invirtió, tuvo propiedades, un amor para compartir su fortuna, la capacidad de apostarlo todo en el casino, y al final, su vida se abrió en un vacío sin fondo. Un hueco enorme que, según su atribulada conclusión final, sólo se puede llenar asesinando a 58 personas indefensas.

Y ni así.  EP

1. <http://www.excelsior.com.mx/global/2017/08/05/ 1179852>.

2. <http://www.gunviolencearchive.org/>.

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