Lo que sí podemos hacer: Un vaso medio lleno

Cuando era niño me encontré con un libro, de hecho, el favorito de mi niñez: Corazón, de Edmundo de Amicis. Crecí de la mano del pequeño Enrique, el protagonista de la historia, leyendo los relatos “de una acción buena y verdadera, llevada a cabo por un niño”, y viendo, a la par, la dura realidad a […]

Texto de 17/02/17

Cuando era niño me encontré con un libro, de hecho, el favorito de mi niñez: Corazón, de Edmundo de Amicis. Crecí de la mano del pequeño Enrique, el protagonista de la historia, leyendo los relatos “de una acción buena y verdadera, llevada a cabo por un niño”, y viendo, a la par, la dura realidad a […]

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Cuando era niño me encontré con un libro, de hecho, el favorito de mi niñez: Corazón, de Edmundo de Amicis. Crecí de la mano del pequeño Enrique, el protagonista de la historia, leyendo los relatos “de una acción buena y verdadera, llevada a cabo por un niño”, y viendo, a la par, la dura realidad a mi alrededor. Mi pequeño pueblo situado al oriente del estado de Morelos se parecía mucho al pueblo de Enrique: la marginación y el rezago social estaban presentes en ambos mundos.

Ese libro y mi familia me enseñaron que se debía y se podía hacer algo para mejorar, aunque tuviera únicamente siete años. Pero ¿qué era lo que debía hacer? La respuesta la encontré en las palabras de la madre de Enrique: “Valor, pues, pequeño soldado del inmenso ejército. Tus libros son tus armas; tu clase es tu escuadra; el campo de batalla, la tierra entera; y la victoria, la civilización humana. ¡No seas un soldado cobarde, Enrique mío!”.

Con estas palabras me lancé a conquistar la empresa de la educación, y, como en toda buena batalla, los obstáculos no se hicieron esperar. Debido al rezago educativo de mi localidad, decidí estudiar en una secundaria que quedaba a una hora y media de distancia de mi casa (Fundación El Peñón, A. C.). ¿El primer obstáculo a vencer? Desde los 12 años mi rutina fue levantarme a las 5:00 a.m. para ir a estudiar, aunque descubrí que no estaba solo. En esta parte del viaje había muchos niños, que después se hicieron mis amigos, que se levantaban cada mañana para conseguir una mejor educación. El objetivo para mí era ya claro.

En esta secundaria profundicé en mi entendimiento el significado de comunidad. Aunque El Peñón es una escuela privada, daba becas a todo aquél que lo necesitaba, y yo no era la excepción. La beca que obtuve ayudó enormemente a la economía de mi familia. Sin embargo, el mayor valor que vi en ella fue que había gente que creía en nosotros, estudiantes de una de las regiones más marginadas del estado, y que apostaban a favor nuestro en lugar de apostar por las utilidades que podría darles una inversión en un banco o en una empresa. Éste fue uno de los grandes motivadores para esforzarme y dar lo mejor de mí, inscribiéndome incluso a todos los concursos para los que había una convocatoria: oratoria, física, matemáticas, química, biología.

Dos de estas convocatorias tuvieron un significado especial. En 2010 tuve la oportunidad de entrar al programa nacional 1,000 Becas Generación Bicentenario. Ahí conocí a personas que como yo que buscaban mejorar la realidad de sus comunidades.

Después, mientras cursaba la preparatoria, inicié junto con un par de amigos un proyecto para desarrollar un mecanismo que intentaba ayudar a la rehabilitación de aquellas personas que necesitaban de un soporte físico para el brazo. Debido a nuestros escasos conocimientos, el proyecto no prosperó. Fracasamos. Pero esta palabra no tuvo un significado negativo; todo lo contrario. Se convirtió en sinónimo de esperanza y esfuerzo porque lo habíamos intentado y en el camino habíamos aprendido.

Durante todo este trayecto la moraleja había sido la misma: “tus libros son tus armas”. Así que al final de la preparatoria sabía que era importante estudiar en una de las mejores universidades. Consideré como una opción al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Después de investigar su oferta educativa y visitar sus instalaciones, supe que debía hacer mi carrera ahí. Sin embargo, las posibilidades económicas de mi familia hacían que ese sueño se viera muy lejano. Pero como escribió Octavio Paz: “mereces lo que sueñas”, así que volví a investigar. Esta vez descubrí que el ITAM tenía un amplio sistema de becas. Cuando perseguía esta posibilidad mucha gente me decía: “para qué lo intentas, nadie que conozcamos ha podido entrar ahí”, pero mis amigos y familiares me alentaron. Tenían razón. Como en el pasado la idea de fracaso no me había detenido, por qué tendría que hacerlo ahora. Actualmente curso el quinto semestre de Derecho en el ITAM y agradezco el increíble apoyo que se me ha brindado, entre otras cosas, a través de mi beca.

Si algo he aprendido a lo largo de este tiempo es que la sociedad avanza mejor unida. Es por esto que junto con algunos amigos del programa 1,000 Becas Generación Bicentenario nos constituimos en Asociación Generación Bicentenario A. C., la cual hoy es nuestro instrumento de transformación nacional. El objetivo es reducir la reproducción de patrones de violencia en niños y jóvenes. De una u otra forma, quienes integramos la asociación recibimos el apoyo de nuestra sociedad y buscamos compartir eso que nos han dado, no como una obligación, sino como una vocación.

Cuando inicias una campaña para mejorar tu realidad, te das cuenta de que no eres el único soldado que lucha en esa empresa. Mi familia, amigos, maestros, compañeros y benefactores me han enseñado que no importa si el vaso esta medio vacío, lo realmente importante es aquello que puedes hacer para llenarlo. ¡Gracias por esto! EstePaís

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JOSÉ DAVID CAMAÑO GALVÁN  es coordinador nacional de la Asociación Generación Bicentenario A. C.

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