Las metáforas de la plaga

Pantalla dividida es la columna de Luis Reséndiz, que hace un balance de la más reciente entrega de los premios Oscar, de Jojo Rabbit a Mujercitas, Guasón, Parásitos y las demás películas nominadas.

Texto de 11/06/20

Pantalla dividida es la columna de Luis Reséndiz, que hace un balance de la más reciente entrega de los premios Oscar, de Jojo Rabbit a Mujercitas, Guasón, Parásitos y las demás películas nominadas.

Tiempo de lectura: 6 minutos

En tiempos de crisis, al filósofo se le consulta como se consultaba al oráculo. Buena parte de las intervenciones de nuestros filósofos contemporáneos durante la crisis actual están reunidas en Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias, un libro gratuito que fue antologado, editado y maquetado, según su propio compilador, durante la noche de un fin de semana. 

El índice de Sopa de Wuhan arranca con Giorgio Agamben, que en su primer texto dedicado al Covid-19 se internó en el pensamiento conspiranoico. Agamben aseguró, el 26 de febrero, que la pandemia había sido creada por los medios y el statu quo político y económico para suprimir libertades: “[…] agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites”. 

En otra dirección, Slavoj Žižek también encontró inusual al virus en su texto del 27 de febrero: “la epidemia de coronavirus es una especie de ataque de la ‘Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos’ [aparecida en Kill Bill: Vol. 2, de Quentin Tarantino] contra el sistema capitalista global”, escribió el filósofo. 

Para Franco “Bifo” Berardi, aunque menos optimista que Žižek, “el virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá”. Un mes después, la psicóloga boliviana María Galindo sugirió desobedecer las “absurdas” órdenes de distanciamiento social: “¿Qué pasa si pasamos del abastecimiento individual a la olla común contagiosa y festiva como tantas veces lo hemos hecho?”, se preguntó. 

No que uno deba leer literalmente a los pensadores, claro, pero resulta notable el rápido envejecimiento de estas observaciones. Tras unas semanas de pandemia, el estado de excepción resultó menos importante para el Estado que la economía, que agoniza si los ciudadanos no producimos y consumimos con relativa libertad. La sacudida de la economía no resultó ser una herida fatal al capitalismo, sino una confirmación de sus principios: el supuesto golpe mortal le llenó aún más los bolsillos a Jeff Bezos, dueño de Amazon. Y la cualidad inherentemente igualadora del Covid-19 pasó a segundo plano cuando resultó evidente que los más golpeados serían, como siempre, quienes menos tienen.

¿Qué pasa cuando algunos de los intelectuales más agudos del mundo no pueden avizorar las consecuencias de una pandemia, algo para lo que parecerían más preparados que casi nadie que no sea científico? Se pueden aventurar varias respuestas: una podría sugerir que los pensadores, de hecho, no tienen la responsabilidad y acaso ni siquiera las herramientas para leer de forma realista una pandemi1 —y tendría razón—; otra podría recordarnos que algunos pensadores sí leyeron la crisis con precisión2 —y también tendría razón—. Adicionalmente, yo añadiría la siguiente respuesta: este desfase es normal cuando los asuntos conceptuales se intentan trasladar a la realidad material, porque la realidad material no funciona bajo esos preceptos. El individuo es tan predecible como espontáneo, y es sencillo ver cómo a una lectura conceptual de la realidad se le pueden escapar esas minucias —y los filósofos mismos lo intuyen, aunque no quiten el dedo del renglón: tanto Žižek como Galindo reconocen que han sido ridiculizados por sus afirmaciones, pero eso no les compele a modificarlas—. Hay, sin embargo, un creador que, décadas antes de este desastre, logró predecir con cierta precisión algunos de sus rasgos, y al que quizá valga la pena regresar para comprender la actual crisis y sus implicaciones: George A. Romero, cuya filmografía zombi bien podría leerse como una antología de ensayos pandémicos. 

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En su blog Observations on film art el crítico y académico de cine, David Bordwell, afirmó recientemente que “los cineastas son psicólogos prácticos”. Casi como una confirmación de esa tesis, la filmografía de Romero está repleta de agudas observaciones, casi predictivas, sobre el temperamento humano en tiempos de pandemia.

En Land of the Dead (2005), por ejemplo, lejos de pensar que un derrumbe del sistema resulta en el ascenso de un nuevo orden mundial más justo y humano, Romero plantea una propuesta que se antoja verosímil: que ese derrumbe, más bien, provocaría un recrudecimiento de los peores instintos egoístas de aquellos que tienen más recursos. En la película, este recrudecimiento puede verse claramente en la metáfora del Fiddler’s Green, un rascacielos en medio de un enclave de sobrevivientes en Pittsburgh. En el Fiddler’s Green habitan los residentes adinerados de la ciudad que, fuera de peligro en las alturas, acaparan recursos y llevan una vida casi tan lujosa como la que sostenían antes de que comenzara la larga noche de los muertos vivientes. La clase gobernante se mantiene cuarentenada, a salvo de la plaga que se esparce allá abajo, donde aquellos que tienen que trabajar para sobrevivir se arriesgan a contraer el virus zombi. La pandemia nos ha dado imágenes de celebridades multimillonarias recluidas en mansiones gigantescas o en condominios de lujo, tan contrastantes como el estilo de vida de los millonarios del Fiddler’s Green y el de vagabundos, agricultores, vendedores de puestos ambulantes y tianguis, entre muchos otros que a diario han de habitar las calles de la ciudad obligados por la necesidad de sobrevivir. Romero supo ver mejor que algunos pensadores que el cataclismo no sería sucedido por una ola de igualdad, sino por una avalancha de interés propio.

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Veintisiete años antes de Land of the Dead, Romero estrenó Dawn of the Dead (1978), su segunda película dedicada a la epidemia zombi3. El director presentaba un mundo donde la plaga de muertos vivientes había arrasado con buena parte de la civilización, y donde los supervivientes tenían que pertrecharse en sitios abandonados para no ser mordidos por los zombis. 

Como suele pasar en la saga de Romero, la trama contiene al menos dos bandas de observación de la psique humana y su respuesta a la crisis: la primera derivada de la interacción de los personajes entre sí, una interacción que rara vez se muestra sencilla y donde las alianzas nunca duran mucho. La segunda es la que se desprende de la observación de la sociedad como conjunto, con conductas y actitudes colectivas. En Dawn of the Dead, una de las principales críticas implícitas a la sociedad afectada por la pandemia es su apego a los valores del consumismo: los zombis visitan el centro comercial donde los protagonistas se refugian. “Nos están buscando”, dice Stephen, “saben que estamos aquí”. “Están buscando el lugar”, contesta Peter, “no saben por qué, sólo lo recuerdan. Recuerdan que quieren entrar aquí”. 

Este rasgo de los zombis —la incapacidad para distinguir entre su consumo y su personalidad— ha encontrado su manifestación en la pandemia del coronavirus. No fueron pocas las personas —desde líderes empresariales como Ricardo Salinas Pliego hasta presidentes como Donald Trump— que buscaron detener las órdenes de distanciamiento social o que, una vez puestas en marcha, intentaron apresurar su fin para volver a abrir negocios y reactivar la economía. Peor aún, esas propuestas fueron respaldadas por protestas en las calles y en los canales televisivos de Estados Unidos, donde manifestantes y conductores de noticiarios de derecha reclamaron su derecho a desobedecer las órdenes de aislamiento por el deseo de obtener un corte de pelo. Como Romero alcanzó a vislumbrar en la metáfora del individualismo consumista del centro comercial, ni siquiera una pandemia tiene la capacidad para desprendernos de un día para otro de los reflejos condicionados que el culto al consumo ha inoculado en nosotros.

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No son, por supuesto, las únicas anotaciones agudas de la obra zombi de George A. Romero. Night of the Living Dead (1968) había criticado ya de forma sutil —y, dirían algunos, entre ellos el mismo Romero, un tanto involuntaria— las relaciones raciales en tiempos de epidemia, tan golpeadas en la época del coronavirus gracias a una serie de políticos racistas dispuestos a colocar la entera culpa de la pandemia en países asiáticos y no en sus propias respuestas —y gracias, también, al racismo popular que no ha tardado en encarnarse en memes, primero, y en manifestaciones abiertas de odio, después—. En la penúltima de sus películas de muertos vivientes, Diary of the Dead (2007), Romero se abocó a diseccionar el papel de los medios durante una crisis, a los que parece acusar de esparcir desinformación y saturar a una población que apenas puede procesar lo que está sucediendo. Las películas de Romero fueron filmadas y estrenadas a lo largo de cinco décadas, durante las cuales el cineasta supo integrar el contexto propio de cada época a su narrativa y a su crítica social. El director observaba el mundo sin barreras conceptuales ni esperanzas desbocadas. En su cine es posible encontrar apuntes que pueden servirnos para comprender los instintos en juego durante un evento excepcional como una pandemia de coronavirus —o un apocalipsis zombi—, y esos apuntes parecen tener tanta relevancia como los que hace el más célebre de los pensadores. En “Defensa del ensayo”, Anderson Imbert afirma: “descreo, por lo tanto, del prejuicio de que un ensayo no es tan digno como un tratado de filosofía”. Yo añadiría sin mayor recato que ahí, a la misma altura que esos dos, podríamos poner unas cuantas películas de zombis. EP

1 Bifo incluso se rehúsa voluntariamente a mirar con objetividad a la pandemia: “una hipótesis más realista”, dice, “no sería realista, porque subestima la dimensión subjetiva del colapso y los efectos a largo plazo de la deflación psíquica sobre el estancamiento económico”.

2 Alain Badiou, el 21 de marzo, ya hablaba de “Estas declaraciones perentorias, estos llamados patéticos […] que claman por el evento fundador de una revolución increíble, que no vemos qué conexión tendría con el exterminio del virus”. Judith Butler también mostró una envidiable claridad un par de días antes, el 19 de marzo: “el virus por sí solo no discrimina como los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo”.

3 Es una asunción generalizada que las películas de Romero, a pesar de compartir el epíteto “of the dead”, así como un par de personajes en algunas entregas, no ocurren en una misma cronología ni en un mismo universo; son, más bien, elucubraciones acerca de lo que sucedería en diversos escenarios de suscitarse una epidemia.

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