La tormenta cuasi-perfecta

Artículo exclusivo en línea.

Texto de 25/01/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

Con la menor de las expectativas, como una boda de esas en que una parejita solitaria decide pagar cinco dólares y casarse en el acto frente a un Elvis Presley, así comenzó el Foro Económico Mundial 2019, llamada también la Cumbre de Davos.

Listos todos los preparativos, a la hora de hacerse oficial que el presidente Bolsonaro asistiría con todo y sus gorilas militares, más de una delegación de países, encabezadas por Jefes de Estado, decidieron mejor no asistir a la fiesta.

Razones: nadie, como están las cosas, se iba a echar el tiro de alabar las bondades de la globalización y el neoliberalismo, ni siquiera los neoliberales más prominentes —quienes a diferencia de muchos de nuestros neos mexicanos, han sido los primeros en hacer la crítica de sí mismos y de esa ideología económica, pues ya nadie, excepto un puñado de idiotas, que se trata de economía objetivamente matematizada y por lo tanto irrefutable.

Mi editora en este espacio me pasó un tweet de Paul Krugman (quien por fin descubrió que existe algo que se llama sentido del humor) que resume de qué estoy hablando:

Había, además, otras razones para que Davos 2019 no pasará de ser una boda sin novios.

Por ejemplo (y vaya ejemplo): Merkel defenestrada por su propio partido, y Macron enfrentando una de las crisis más crudas de la V República (los mundialmente célebres chalecos amarillos respondiendo a las impopulares política del mandatario francés, infiltrados por los porros de Marine Le Pen, más que dispuesta a hacer leña del árbol caído), se dieron a la tarea de mantener con respirador artificial a la Unión Europea.

Ajá, sí suena raro que la Unión Europea pueda disolverse. Les recuerdo que a principios de 1991 ni los más duchos analistas de la CIA les pasó por la cabeza que el colapso de la Unión Soviética estaba a las puertas del basurero de la historia.

La Merkel y Macron, ambos fregados en el ámbito doméstico, tenían entonces cosas más importantes que hacer que irse a helar a Davos. Se dieron a la tarea de proponer el Tratado de Aquistrán, 16 paginitas con 28 artículos que pueden ser el salvavidas de la Unión Europea ante el ascenso de las opciones de ultra-derecha en Europa y que abordan temas torales para la supervivencia de lo que parece —hasta ahora, y eso dependiendo del día— todavía una fantasía, retratado el asunto a grandes brochazos: convergencia económica, fiscal y social; paz, seguridad y desarrollo; cultura, educación, investigación y movilidad, y cooperación regional transfronteriza. En otras palabras: vaya chambita de ambos mandatarios. Davos ni siquiera figuró en la agenda de ambos.

Otro ejemplo, proveniente de alguien que sí llegó: el Secretario General de la ONU, el portugués António Guterres, político excepcional a quien la crisis venezolana le vino a aguar la ya de por sí aguada fiesta en las aguadas nieves de Davos.

En plena sesión para discutir, así en términos genéricos, “la crisis humanitaria en Latinoamérica”, se desató la tormenta venezolana —no entro en detalles, que el lector vaya y se entere, si es que no lo ha hecho— y al instante Guterres se quedó como novia de pueblo: Lenin Moreno, el bruto brasileiro Jair, Iván Duque, Carlos Alvarado, Chrystia Freeland, entre otros, salieron disparados dela sesión a tomar llamadas de sus capitales. Sorpresa: algunos de ellos no sólo no regresaron, sino que bajaron esquiando a toda velocidad para alcanzar el primer trineo sin escalas hasta el aeropuerto más próximo.

“Nothing to miss”, nada de que perderse. Lo dijo Paul Krugman como lo hubiera podido decir también con toda autoridad, quizás con mayor autoridad, el ex-Beatle Paul McCartney. EP

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