Biografía poética
Yo temo a las plantas porque en las horas quietas y oscuras que preceden al alba las escucho hablarme. Por ellas me inclino hasta el fango fecundo. Soy devoto de sus centros abiertos, de sus nervaduras palmadas. Hago su voluntad, detengo al viento. Y raspo sus cortezas y corto sus tallos y deshebro sus sépalos, y aspiro el aroma húmedo de su gracia, y exprimo sus frutos carnosos en mi puño cerrado, y entierro mis manos hasta encontrar sus bulbos. Sólo entonces me rinden sus venenos. Mi estación es su sangre. Ellas son mi demonio.
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Yo temo a las plantas porque en las horas quietas y oscuras que preceden al alba me revelan milagros. Avanzo entre setos de lavanda y boj, enciendo la vela de la vigilancia y surco caminos. Una corona de espinas y una de laurel para descubrir sus secretos y extender su reino reverdecido. Dioscórides, Santo, tus saberes son mis ojos. Bálsamos, sedantes y tónicos, mútenme. Perdona mis pecados, Salvia. Engulle mis dudas, Aristolochia. Vuélveme profeta, Olivo. Yo sembraré sus nombres santificados en el desierto. Yo grabaré con resinas la única verdad, la de las ramas que sostienen al cielo, la de las raíces que descienden al infierno. Líbrame, Mandrágora, de tu comunión. Líbrame Cicuta, de la bebida de Sócrates. Si el Sol es el dios de las plantas, y por él crecieron los musgos y se irguieron los pinos para tocarlo, despojaré a los hombres de sus vestidos de luto y los vestiré con el esplendor del astro rey que a todos da vida eterna tras la podredumbre.
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Fue monje y clérigo, pero al final de su vida renunció a su fe religiosa para consagrarse al estudio de las plantas. Otto Brunfels nació en Maguncia, Alemania, en 1488. Después de estudiar teología y filosofía, vivió en distintos monasterios cartujos en la Alemania del siglo XVI. Se levantaba a orar antes de que despuntara el día, permanecía en su celda leyendo las escrituras sagradas y caminaba, solitario, ejercitando la mayor aspiración de su orden religiosa: la contemplación.
Más tarde, influido por la Reforma protestante, decidió convertirse al luteranismo. Fue ministro y profesor y escribió un libro considerado el primero en la historia de la Iglesia evangélica: Catalogi virorum illustrium (1527).
Pero, finalmente, sus desacuerdos filosóficos con Martín Lutero y Ulrich Zwingli lo hicieron dar la espalda a la religión y volcarse a la medicina y a la botánica. Siguió levantándose antes de que despuntara el día, como hacía desde el monasterio, pero ahora dirigía sus plegarias a las hierbas. Deambulaba por bosques, jardines y huertos, y ejercitaba la contemplación de esos seres quietos que parecían contemplarlo de vuelta.
En 1530 publicó en Estrasburgo el primer tomo de su tratado Herbarium vivae eicones (“Imágenes vivas de plantas”). En él describía plantas de la región nunca antes catalogadas y recuperaba las observaciones sobre diversas especies de otros herboristas antiguos, como las del griego Dioscórides, autor del más importante manual de farmacopea de aquel entonces: De materia medica.
Si bien las bellas ediciones de herbolarios eran populares, la publicación de Brunfels marcó un hito porque incluía xilografías muy realistas y detalladas de plantas hechas por el afamado artista renacentista Hans Weiditz.
Además, con Herbarium vivae eicones la botánica se alejó de las creencias medievales y dio un paso adelante hacia la ciencia moderna.
El segundo tomo de su tratado se publicó en 1532 y el tercero, en 1536, cuando Brunfels ya había fallecido. Tenía cuarenta y seis años y llevaba dos años trabajando como médico en Berna, Suiza. Nunca iba a la iglesia.
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Yo temo a las plantas porque en las horas quietas y oscuras que preceden al alba se inclinan sobre mí, me atrapan con racimos. Y voy quieto a su encuentro por el que persistirá la floración, por el que descansaré bajo extensas sombras y daré mejores frutos. Pero he de resistir como el cedro blanco antes de secarme con el incendio de mis hierbas, y volver, luego, al tercer día o al octavo, como un vástago hecho de pieles tratadas con agua y cal. Códice de hojas cosidas, pergamino o papel, rizomas o hilos y un rocío negruzco con el que escribirán mi nombre. Ottho Brvnfels. Herbarium vivae eicones.
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En 1519, cuando Otto Brunfels tenía treinta años de edad, conoció en Estrasburgo a Nikolaus Gerbel, quien le habló por primera vez de los poderes medicinales de las plantas.
El berro crece en los manantiales y arroyuelos. Para evitar la caída del pelo hay que exprimirlo hasta obtener un jugo que luego se aplica sobre la nariz. Si el cuero cabelludo está ulcerado, es recomendable triturar sus semillas junto con grasa de ganso y aplicar directamente para aliviar las heridas. Si lo que se tiene es una indigestión, hay que tomarse un brebaje de menta de campo y berro…
Otto no estaba muy convencido, pero en aquella época tampoco estaba muy seguro de sus creencias religiosas, y fue entonces que dejó el hábito de monje cartujo. Años más tarde, decíamos, se apartaría también del luteranismo para volverse un hombre de ciencia. Nació al final de los tiempos oscuros y murió ya entrada la Edad Moderna. Su conversión fue la de sus siglos. Su renovación, la de las plantas vivaces, como la Asphodelus albus o vara de San José, cuyos rizomas subterráneos sobreviven a los incendios y es capaz de renacer entre las cenizas.
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Yo temo a las plantas porque en las horas quietas y oscuras que preceden al alba las escucho hablarme. Flor de lis y tilo de arroyuelo, corteza de olmo hervida con raíces de azucena en leche. Ajenjo en vino o agua tibia. Olíbano blanco y pavesas de plata con aceite. No fue Dios quien iluminó la oscuridad del océano, fueron las algas. No fue Dios quien curó al enfermo, lo hizo el jengibre. No estuvo Dios al principio para cubrir de vida la Tierra, fue un manto de musgos. Renuncio a Dios, yo temo a las plantas y las bendigo: la primavera es el único paraíso al que entran todos los hombres. EP
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