Comencé a retratar a Francisco Toledo en 1983 en el taller de Mario Reyes, en la Ciudad de México, donde estaba realizando unos grabados. Casi siempre se mostró esquivo y reticente a dejarse fotografiar. De hecho, en las primeras fotos que le hice, aparece de espaldas. Pero generalmente, después de conversar un rato —él siempre con su voz baja, como un murmullo—, y con la generosidad que lo caracterizaba, me dejaba hacer lo que tenía que hacer. A lo largo de treinta y dos años, lo fotografié en diversas ocasiones y logré realizar unos retratos entrañables. Los más recientes fueron en Oaxaca, en agosto de 2015, en el taller de cerámica Canela, de Claudio Jerónimo López, donde estaba trabajando para su exposición “Toledo. Duelo”, que se presentó ese año en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. EP

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