La mejor ensayista de YouTube

En esta columna Luis Reséndiz relata cómo conoció a Natalie Wynn: una youtuber que es, también, una de las más grandes exponentes del ensayo argumental en nuestros días.

Texto de 11/01/21

En esta columna Luis Reséndiz relata cómo conoció a Natalie Wynn: una youtuber que es, también, una de las más grandes exponentes del ensayo argumental en nuestros días.

Tiempo de lectura: 8 minutos

1.

Uno de los atributos que a menudo extraño en libros de ensayo y en ensayos contemporáneos es la argumentación. En estos textos, por lo general, los rubros típicos del género están adecuadamente cubiertos: la prosa o el estilo son buenos y concisos o al menos pretenden serlo —es tema para después, la emulación de un tono presuntamente literario que pulula en el panorama ensayístico—; la documentación es abundante o al menos pretende serlo —quizá en otra ocasión hable de eso, de la wikipedización tan notoria del ensayo del siglo XXI— y el aquilatamiento personal atraviesa los textos y tal vez incluso se canse de hacerlo —ya habrá ocasión de platicar sobre esto otro, de la sustitución del senderismo introspectivo por la requeteconfirmación del yo en parte del ensayo de nuestros tiempos—, pero seguido falta esa hipótesis, esa cosa a aventurar y a demostrar.

Quizá soy de temple muy escolar, casi parvulario, pero me gusta encontrarme tanto con ideas como con las ganas de ponerlas a prueba. Por supuesto, no quiero decir con eso que aquellos otros ensayos personales que no buscan probar o comprobar nada sean menos buenos ensayos —los argumentos para sostener su calidad o falta de ella serán esgrimidos, supongo, en alguna otra instancia—,  ni mucho menos pretendo esbozar una guía prescriptiva con casillas a marcar para lograr un buen ensayo: nomás estoy diciendo que a mí me gustan un montón los ensayos que argumentan[i] y que a veces me frustro cuando me topo el enésimo texto dizque ensayístico que me cuenta la anécdota seminostálgica de una infancia rota.

Para huir de esa ocasional frustración he recurrido a otros caminos del ensayo. Uno de ellos, claro, ha sido la comedia, en la que de por sí es relativamente sencillo intuir el hilo que une a Montaigne con Seinfeld, y el otro ha sido YouTube[ii]. Es ahí, al lado de videos morbosos donde se abunda en las minucias de teorías de conspiración, y en contraesquina de clips de dudosa procedencia que rascan antiguos casos irresolutos de repulsivos asesinatos, donde el ensayo argumentado ha encontrado a una de sus más agudas exponentes: Natalie Wynn, mejor conocida como Contrapoints.

2.

Conocí a Natalie —como le decimos aquellxs igualadxs que la hemos seguido durante suficiente tiempo como para sentir que la conocemos— hace tres años que ya son casi cuatro, en 2017. Donald Trump llevaba casi un año en el poder y, como consecuencia de su ascenso, uno de los principales temas de mi ingesta lectora consistía en el fascismo: sus orígenes, sus alcances, su estética, sus mecanismos, las formas en las que se expandía en ese momento. Impresionado como estaba —como estoy— con el improbable ascenso de Trump al poder y el enorme arrastre que generó entre un sector de la población gringa, mi feed de Pocket se llenó de keywords temibles que me inspiraban tanta repulsión como intriga: alt-right, Richard B. Spencer, #maga, Ben Shapiro, Jordan Peterson, Lauren Southern, Milo Yiannopoulos, 8chan. Manifiesto. Mass shooting. White supremacy rally. Etcétera. Libros como How Fascism Works o The Anatomy of Fasciscm comenzaron a habitar mis libreros y mesas de noche. Por supuesto, ya conocía algunos de los alcances de la ultraderecha estadounidense tras seguir más o menos de cerca el tema de gamergate —un suceso que no obstante los años que han pasado todavía es relevante, como se ve en este texto de Sofía Téllez en esta misma revista—, pero estos niveles de virulencia me resultaban inéditos. Mi asombro devino obsesión y mi obsesión alojaba una creciente preocupación que acaso colindaba con la paranoia: si el trumpismo era el nuevo nazismo, como muchos vaticinaban en aquellos años, no me parecía tan descabellado que la nueva Polonia fuera Latinoamérica, en lo general, y México, en lo particular. (El trumpismo no alcanzó —o, si se quiere ser pesimista, no ha alcanzado— los extremos a los que llegó el nazismo, pero ganas no le faltaron a algunos de sus representantes.)

“Mientras los medios convencionales estadounidenses dudaban acerca de la pertinencia de llamar a Donald Trump “fascista”, Natalie los rebasaba a toda velocidad por el carril de la izquierda.”

En aquellos años, Natalie Wynn parecía dedicar la mayor parte de sus fuerzas a criticar y señalar los genes fascistas de la entonces llamada alt-right. Mientras los medios convencionales estadounidenses dudaban acerca de la pertinencia de llamar a Donald Trump “fascista”, Natalie los rebasaba a toda velocidad por el carril de la izquierda: en sus videoensayos aparecían comparaciones con el fascismo italiano y el nazismo alemán y agudas observaciones como “Rallies with swastikas and nazi salutes are the exception, not the rule”. Los análisis de Contra —como también se le llama cariñosamente entre su audiencia cautiva— eran incisivos y sus argumentos eran elaborados, informados, contundentes. Por encima de todo esto, sin embargo, había otra cosa que aumentaba su potencia hasta la estratósfera y que me hizo prendarme de forma irremediable de su trabajo: el estilo.

3.

En su texto de 1992 “In Search of the Centaur: The Essay-Film”, el ensayista Phillip Lopate escribió una incipiente clasificación de los videoensayos, que en ese entonces llamaba “películas ensayo”. Lopate establecía al menos cuatro características que distinguían al “essay film” —al que llamaba, también, “un género que apenas existe” y del cual los cineastas parecían huir, arredrados acaso porque una cámara no sirve para pensar de la misma forma que un lápiz—. Según Lopate, el ensayo-filme debe portar una voz individual que informe el discurso y la postura de la obra, la presencia imprescindible de texto (oral o escrito, dice Lopate, la distinción no importa: el caso es que exista la guía de las palabras, que revelan el argumento), el cuidado estilístico de la prosa (“tan elocuente, bien escrita e interesante como sea posible”) y la muy necesaria cualidad de que el texto elabore un argumento razonado. Lopate, pensando el género con un anclaje firme en la lengua, hablada o escrita, no menciona mucho acerca del estilo. Es una pena, porque es un deleite leerlo hablar de la forma de varios de los videoensayos de los que habla. De Noche y niebla, de Alain Resnais, por ejemplo, dice que:

“La voz de la narración era verbosa, cansada, lastrada con la necesidad de hacer pasar como frescos aquellos horrores que tan pronto se habían puesto rancios. Era una voz que dudaba de sí misma, como la de un auténtico ensayista, dubitativa, irónica, escarbando en búsqueda del núcleo de su materia […] Al mismo tiempo, los refinados tracking shots de Resnais conforman una analogía visual a esta paciente búsqueda de significado histórico en sitios ahora despojados de sus infames actividades [refiriéndose a los campos de concentración filmados, como Auschwitz]”.

Contrapoints cumple con holgura aquellas características establecidas por Lopate pero quizá la más hábil de las herramientas de su repertorio sea el estilo. Porque Contra —aunque sigue y más que seguir comparte los pasos de gente como Harris Bomberguy o Philosophy Tube, colegas y colaboradores de Contrapoints que ameritarían su propia pieza— es, probablemente, la más preocupada por el estilo en los videoensayos de toda su generación. Pocas cosas han sido tan emocionantes para mí como ver la progresión de los valores de producción de sus videos: juegos de luces cada vez más complejos, escenografías y cambios de vestuario que constantemente parecen poner a prueba a Natalie y a su pequeño equipo, personajes escritos y ejecutados con mayor destreza y atrevimiento, bandas sonoras creadas ex profeso para sus videos, toneladas y toneladas de maquillaje, glitter, sombras, labiales. 2017 marcaba el auge del neonazismo trumpista pero también el inicio de la transición de Natalie, cuya voz personal no necesitaba pasar por clichés cansinos —como la anécdota de infancia— para convertirlos en parte medular de su argumentación. En un videoensayo sobre los incels —aquel aberrante movimiento racista y sexista de hombres “involuntariamente célibes” que fue responsable de varios tiroteos en Estados Unidos—, Natalie Wynn aquilata la obsesión de los incels con la estructura ósea masculina a través de su propia experiencia como mujer trans y el resultado es asombroso:

“Y justo aquí es donde simpatizo con los incels, porque como una mujer trans sé perfectamente cómo es estar obsesionada con milímetros de hueso. De hecho, tuve que interrumpir mi trabajo en este video para ir a una consulta de cirugía de feminización facial para pagar cantidades estratosféricas de dinero y que sólo que me limen unos milímetros de hueso aquí y allá, porque es necesario subrayar que el cráneo de la hembra ha de exhibir un arco de la ceja menos pronunciado que aquel del varón. Vaya, estoy tan obsesionada con la estructura ósea como los pinches incels, porque creo que ciertas partes de mi cara me hacen ver como un hombre, y me preocupo al respecto todos los días. Todxs estamos obsesionadxs con los huesos, queridx. Todxs tenemos huesos en nuestro interior y todxs amamos tocar huesos”.

Y todo este discurso —sostenido por un análisis sardónico y siempre filoso de memes, citas y videos de aquellos autodenominados célibes involuntarios— es finamente hilado durante un video que dura treinta y cinco minutos, lleno de cambios de luces y vestuarios, entre ellos, un ajuar dieciochesco que incluye, por supuesto, una monumental peluca.

4.

Este año Natalie publicó el que es hasta la fecha su video más extenso: “Canceling”. En esta pieza —“a full feature film”, la llama ella en algún momento de forma irónica—, Contra aborda uno de los temas más personales que ha abordado en toda su obra: la “cancelación” que sufrió en octubre del año pasado —dios mío, qué lejos suena eso: qué mundo era aquel que estas cosas nos importaban tanto— después de invitar a Buck Angel, actor, productor, activista y hombre trans. Buck ha recibido cuestionamientos debido a lo que parecen posturas discriminatorias — “transmedicalistas”, se les llama, y definen a aquellas personas que creen que las personas trans que no transicionan medicamente no son auténticos trans— que ha esgrimido en varias ocasiones. Contrapoints se adentra en esa herida —una herida claramente dolorosa para una persona que, como ella, ha puesto o al menos puso un enorme porcentaje de su autoestima en la respuesta positiva que recibe de sus volátiles seguidores en internet— y ensaya al respecto, problematizando los alcances de los linchamientos digitales y su pertinencia en una comunidad tan marginada como la trans, donde el trabajo y el activismo de figuras como Buck Angel son desechados en cuestión de minutos por un puñado de comentarios mal colocados, ambiguos y sin ninguna instancia de diálogo o negociación. Esta potente y descarnada voz personal —que arranca citando a Spinoza para inmediatamente después presentarse tratando de abrir una botella de whiskey mientras pide a gritos la ayuda de un hombre— es emitida con tomas de una tina rodeada de bolsas negras de basura, para después alternar con tomas de Contra con el rostro lavado, cercada por botellas de alcohol vacías y una caja de pizza a medio mordisquear, encuadres de Natalie perfectamente maquillada con una angelical cortina de fondo y momentos en los que nuestra conductora/productora/actriz/directora se muestra con un biombo con motivos japoneses detrás suyo.

El resultado es un ensayo desgarrador que ahonda y deshebra su tema con erudición y honestidad, entendida esta última no como la simple exhibición o enumeración de detalles de la vida personal, sino como la unión intrínseca y acaso indisoluble de lo vivido con lo argumentado —una de las señas, a mi parecer, de aquellos ensayos en los que suelo pensar cuando pienso en los mejores ensayos.

“El resultado es un ensayo desgarrador que ahonda y deshebra su tema con erudición y honestidad.”

5. Hace poco anduvo rolando por internet el fragmento de una entrevista de “The Paris Interview”, realizada a Orson Welles —gran ensayista-cineasta, por cierto, citado por Lopate por Filming Othello y, yo añadiría, por F for Fake— en 1960. En general lo que dice me parece un tanto obvio y acaso sentimentalón: Welles justifica darle roles en sus películas a sus amigos sólo por el hecho de ser sus amigos debido a que él valora la amistad por encima del arte —una interesante y prestidigitadora forma de justificar el nepotismo que por lo demás comparto—, pero hay un momento que me llama la atención de manera particular. Welles define a aquellos que “aprecian el arte por encima de cualquier otra cosa y a costa de todo” como “profesionales” y, en contraposición, se define a sí mismo como un “aventurero”. Esta palabra me parece precisa y, creo, define bien una característica de mis ensayistas predilectxs: la capacidad de explorar nuevos terrenos, acaso más agrestes o escarpados, pero también más emocionantes —quizá por desconocidos—. Pienso entonces en una exfilósofa metida a youtuber que no sabía nada de producción audiovisual y ha ido aprendiendo a iluminar, grabar y editar sobre la marcha mientras desmonta argumentos ultraconservadores y amasa una audiencia de millones de personas y pienso, entonces, que Natalie Wynn es una de las grandes aventureras intelectuales de nuestros tiempos. Las alturas y las profundidades que recorrerá en sus próximas incursiones sólo las conoce el futuro —y yo estoy muy emocionado de seguirla en esos paseos del porvenir. EP


[i] Hay algo masculinista en la argumentación, no crean que se me escapa, algo un poco temerario, confrontativo, pero vaya, es bien sabido que lo grácil se acuna tanto en la danza como en el pugilismo.

[ii] Para conocer la historia de cómo el ensayo encontró una de sus mecas en esta plataforma, favor de redigirise acá.

DOPSA, S.A. DE C.V